Se viene la máquina de leer emociones

La "máquina de fotografiar emociones" es un paso más en los intentos por develar los misterios del funcionamiento cerebral. Puede tener implicancias éticas y hasta judiciales, porque podría servir para acceder al "interior profundo" de la mente.

28 mayo, 2002

Técnicamente, se llama resonancia magnética funcional por imágenes
(RMFI). A sus inventores John van Horn y Michael Gazzaniga (Dartmouth,
Harvard) no les hace gracia que alguien la haya bautizado “máquina
de fotografiar pensamientos”.

Una compleja mezcla de componentes electrónicos e informáticos
permite a este dispositivo -desarrollado desde 1999, cuyas características
recién se difunden ahora-“fotografiar” diversos estados mentales,
inclusive emociones primarias. El objetivo de sus creadores es llegar a obtener
un mapa de las funciones cerebrales. En varios sentidos, se parecerá
al mapa genético ya existente.

Por de pronto, Gazzaniga y van Horn han generado una base de datos con las imágenes
ya recogidas por el sistema RMFI. Según el semanario The Economist,
la revista Red Herring y el servicio en línea Nando Times,
entre 300 y 400 científicos e investigadores de todas partes del mundo
se han puesto en contacto con el equipo del Dartmouth. Entretanto, éste
ya ha diseñado un subprograma que altera ciertas características
somáticas para proteger la intimidad de las personas que se ofrecen voluntariamente
para los experimentos en el laboratorio.

Como ocurre con demasiada frecuencia, los científicos se hallan sujetos
a presiones de Washington. De acuerdo con Erik Parens (Hastings Center,
Nueva York), “gente del FBI, la CIA y otras agencias quisieran emplear
al RMFI como detector de mentiras y darle diversos usos estilo “Dr.No”.
A su vez, Gazzaniga señala que el sistema detecta también cambios
en las emociones, “pero no explica sus causas”.

Este tipo de estudios y experimentos intenta, en realidad, develar los misterios
del funcionamiento cerebral, un terreno relativamente poco conocido. Sobre todo
si se compara con el campo biogenético. La “máquina de fotografiar
emociones” -denominación más feliz que la que alude a “pensamiento”
y remite a Hollywood- interesa a sectores diversos. Por ejemplo, al grupo que
trata de descifrar el mecanismo básico y los nexos entre fisiología
y actividad mental.

También están quienes buscan terapias y compuestos farmoquímicos
para currar patologías cerebrales o modificar conductas. En rigor, uno
de los mejores negocios del momento es fabricar y vender específicos
-estilo Prozac, Effexor, etc.- capaces de alterar el flujo de
sustancias químicas y, entre otras cosas, morigerar estados depresivos.

Este avance neurocientífico, por otra parte, puede tener implicancias
éticas, judiciales y hasta estratégicas: acceder de algún
modo al “interior profundo” de una mente no es juego de niños,
máxime si sistemas como el RMFI se combinan con la nanobiotecnología
(otra novedad). Ni qué decir si van Horn, Gazzaniga y sus inevitables
émulos lograsen medir la predisposición de un individuo -peor,
un grupo étnico o cultural- a determinadas emociones. Por ejemplo: inclinación
a la violencia, agresión, depresión, etc. Esto ocurriría
si, en verdad, este tipo de reacciones tuviese base orgánica.

Por eso, Parens advierte sobre una serie de “consecuencias no buscadas
ni deseables. Por ejemplo, que los datos cerebrales de una persona trasciendan
y perjudiquen su condición social, profesional, laboral o política”.
Menos alarmista, el neurofisiólogo Mauro Mancia (universidad de Milán)
cree que “las bioimágenes permiten sólo establecer relaciones
entre hechos físicos y actitudes mentales. Pero no develan sus causas.
Es como una foto común: muestra la cara de alguien, no sus problemas
de colesterol”.

El flamante campo de las resonancias magnéticas funcionales por imagen
ya prevé un derivado, vía contraverificación de resultados.
Aquí entra otra tecnología, la instilación magnética
transcraneal (IMT). LA convergencia de ambas en un futuro mapa del cerebro será
facilitada por los nanosensores actualmente ensayados en dos o tres laboratorios
académicos de Estados Unidos.

Técnicamente, se llama resonancia magnética funcional por imágenes
(RMFI). A sus inventores John van Horn y Michael Gazzaniga (Dartmouth,
Harvard) no les hace gracia que alguien la haya bautizado “máquina
de fotografiar pensamientos”.

Una compleja mezcla de componentes electrónicos e informáticos
permite a este dispositivo -desarrollado desde 1999, cuyas características
recién se difunden ahora-“fotografiar” diversos estados mentales,
inclusive emociones primarias. El objetivo de sus creadores es llegar a obtener
un mapa de las funciones cerebrales. En varios sentidos, se parecerá
al mapa genético ya existente.

Por de pronto, Gazzaniga y van Horn han generado una base de datos con las imágenes
ya recogidas por el sistema RMFI. Según el semanario The Economist,
la revista Red Herring y el servicio en línea Nando Times,
entre 300 y 400 científicos e investigadores de todas partes del mundo
se han puesto en contacto con el equipo del Dartmouth. Entretanto, éste
ya ha diseñado un subprograma que altera ciertas características
somáticas para proteger la intimidad de las personas que se ofrecen voluntariamente
para los experimentos en el laboratorio.

Como ocurre con demasiada frecuencia, los científicos se hallan sujetos
a presiones de Washington. De acuerdo con Erik Parens (Hastings Center,
Nueva York), “gente del FBI, la CIA y otras agencias quisieran emplear
al RMFI como detector de mentiras y darle diversos usos estilo “Dr.No”.
A su vez, Gazzaniga señala que el sistema detecta también cambios
en las emociones, “pero no explica sus causas”.

Este tipo de estudios y experimentos intenta, en realidad, develar los misterios
del funcionamiento cerebral, un terreno relativamente poco conocido. Sobre todo
si se compara con el campo biogenético. La “máquina de fotografiar
emociones” -denominación más feliz que la que alude a “pensamiento”
y remite a Hollywood- interesa a sectores diversos. Por ejemplo, al grupo que
trata de descifrar el mecanismo básico y los nexos entre fisiología
y actividad mental.

También están quienes buscan terapias y compuestos farmoquímicos
para currar patologías cerebrales o modificar conductas. En rigor, uno
de los mejores negocios del momento es fabricar y vender específicos
-estilo Prozac, Effexor, etc.- capaces de alterar el flujo de
sustancias químicas y, entre otras cosas, morigerar estados depresivos.

Este avance neurocientífico, por otra parte, puede tener implicancias
éticas, judiciales y hasta estratégicas: acceder de algún
modo al “interior profundo” de una mente no es juego de niños,
máxime si sistemas como el RMFI se combinan con la nanobiotecnología
(otra novedad). Ni qué decir si van Horn, Gazzaniga y sus inevitables
émulos lograsen medir la predisposición de un individuo -peor,
un grupo étnico o cultural- a determinadas emociones. Por ejemplo: inclinación
a la violencia, agresión, depresión, etc. Esto ocurriría
si, en verdad, este tipo de reacciones tuviese base orgánica.

Por eso, Parens advierte sobre una serie de “consecuencias no buscadas
ni deseables. Por ejemplo, que los datos cerebrales de una persona trasciendan
y perjudiquen su condición social, profesional, laboral o política”.
Menos alarmista, el neurofisiólogo Mauro Mancia (universidad de Milán)
cree que “las bioimágenes permiten sólo establecer relaciones
entre hechos físicos y actitudes mentales. Pero no develan sus causas.
Es como una foto común: muestra la cara de alguien, no sus problemas
de colesterol”.

El flamante campo de las resonancias magnéticas funcionales por imagen
ya prevé un derivado, vía contraverificación de resultados.
Aquí entra otra tecnología, la instilación magnética
transcraneal (IMT). LA convergencia de ambas en un futuro mapa del cerebro será
facilitada por los nanosensores actualmente ensayados en dos o tres laboratorios
académicos de Estados Unidos.

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