Entre los que creen en el futuro del metaverso se encuentra Emma Ridderstad, cuya compañía Warpin está desarrollando software de realidad virtual. Según ella, la gente podrá hacer compras, encontrarse en forma remota con amigos, colegas o familiares, compartir espacios digitales, música o arte. También se podrá integrar los objetos digitales al mundo físico. “El mundo”, dice, “será mucho más digital de lo que es hoy”.
Cuando alguien no pueda ir al estadio a ver un partido de fútbol, con su avatar digital podrá sentarse en un asiento y ver el partido como si estuviera allí.
Pero al entusiasmo que todo esto genera se levantan algunas voces de atención. Como la de Nicola Millard, socia y jefa de innovación en British Telecom, quien dice que el metaverso tendrá que convencer a los usuarios de que vale la pena aguantar la incomodidad de los cascos (u otro tipo de aparato) y además de que tiene alguna utilidad.
Los usuarios van a tener que hacerse estas preguntas. ¿Me ayuda a conectarme? ¿Me ayuda a colaborar? ¿Me ayuda a entretenerme o educarme? Millard advierte que moverse en el nuevo paisaje no va a ser fácil, especialmente si hay muchos metaversos lanzados por diferentes compañías.