Pero cuando llega el momento de dar examen en los mercados públicos aparecen los unicornios al desnudo y se descubre que no ganan dinero.
Las startup tecnológicas son expertas en pintar escenarios maravillosos. Uber prometió poner al mundo en movimiento. Airbnb, un universo donde el turista se siente local y WeWork, conectar el ámbio del trabajo. Un pequeño círculo de adinerados inversores privados “compró” los seductores relatos transformadores.
Pero ahora la fortaleza de esos negocios se pone a prueba con inversores en los mercados bursátiles públicos, más reacios a adherir al pensamiento mágico. Uber, que comenzó a cotizar en mayo, lo hace a 30% por debajo de su precio OPI; Lyft cayó más de 40% desde marzo. Airbnb decidió posponer su salida a Bolsa para el año próximo.
Pero ninguna compañía se ha dado de bruces con la realidad de los mercados públicos como WeWork, que postergó su OPI al ver que su valuación podría caer por debajo de los US$ 10.000 millones. Decidió también prescindir de su carismático CEO cuando los inversores descubrieron sus tejes y manejes financieros.
El origen de todas estas sorpresas al momento de la flotación es siempre el mismo: las compañías pierden una enorme cantidad de dinero. Todo estaba bien cuando se escudaban del escrutinio en un círculo de inversores dispuestos a financiarlas y la valuación crecía. Pero es bastante más difícil venderlas a los inversores públicos, que pretenden obtener ganancias y desconfían de los fundadores con demasiado control sobre sus accionistas.
Inversores de riesgo con mucho respaldo, como el SoftBank permitieron que las compañías se mantuvieran privadas por más tiempo, mientras acopiaban enormes cantidades de dinero. Pero en algún momento esos inversores deben cobrar, y para eso, por lo general, hay que recurrir a una OPI. Es en ese momento que la ficción se topa con la realidad.
Adam Neumann
Durante años, convenció a inversores privados de que WeWork, una compañía que arrienda edificios, los renueva, los subdivide en oficinas y los alquila con ganancia, valía más que cualquier otra compañía de alquiler de oficinas. Era su carisma, su convicción y su ilimitada ambición lo que convirtió a WeWork en una de las startup más valiosas del mundo, con operaciones en 111 ciudades en 29 países.
Luego, en agosto, WeWork presentó su solicitud para una oferta pública inicial y al hacerlo puso al descubierto una colección de detalles preocupantes sobre las operaciones de la compañía, que ahora había cambiado de nombre: The We Company, o We.
Desde que Neumann fundó WeWork (hoy We Co.) con Miguel McKelvey hace nueve años, llevó una vida de excesos y exuberancia. La combinación de visión emprendedora, carisma personal y disposición al riesgo fue lo que hizo que la compañía superara los US$ 2.000 millones en ingresos anuales y se convirtiera en la startup más valiosa de Estados Unidos.
Ahora las mismas cualidades que provocaron el crecimiento en el mercado privado se apilan como posibles cargas en el proceso hacia la flotación en el mercado público.
Neumann (hoy relegado al directorio) soñaba con lo imposible: liderar el mundo, vivir eternamente, amasar más de US$ 1 billones en fortuna personal.