<p>Sin duda el sector académico se ha beneficiado pero el comercial también. Los esfuerzos conjuntos entre privados y estatales para crear mejoras en el sector agrícola han favorecido a la industria. Que el Estado se haga cargo del costo de las patentes en otros países ha sido bien recibido. Estas medidas no tienen las salpicaduras de corrupción de otros proyectos del gobierno.</p>
<p>Dicho esto, la pregunta persiste: ¿este aumento en la inversión, este estimulo a la ciencia y la industria, podrá hacer de Argentina un polo de alta tecnología? Está es la pregunta que también se hace <em>The Economist</em> y que en parte se responde de manera negativa. Aunque los resultados han sido concretos en el ámbito académico y ciertas industrias se han beneficiado con innovación tecnológica, no hay en la comunidad científica verdaderas intenciones de “ensuciarse las manos” con la industria. Y es reciproco: que el 44% de la inversión en investigación y desarrollo provenga del sector estatal marca también una inacción por parte de empresas y laboratorios.</p>
<p>Aunque esta tendencia puede cambiar – <em>The Economist </em>se apura a aclarar que esta actitud fue la misma que tenían los científicos británicos en los 80 respecto al sector privado- la Argentina ha hecho bien en dar el primer paso. Lo que se necesita, argumentan, es que estas políticas se mantengan en el tiempo para poder ver resultados a largo plazo. Y continuar con estrategias largoplacistas no es una especialidad argentina, después de todo. <br />
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<p>En las publicidades previas a la contienda electoral del 23 de octubre, el lema “Fuerza Cristina” sonó fuerte en radios y televisores. En las publicidades se podían apreciar los testimonios de los sectores más beneficiados por las políticas de inclusión del gobierno en los últimos 8 años: un deportista amateur, una anciana humilde, una nieta recuperada y una científica repatriada. En el clímax de la carrera electoral fueron pocos los que hicieron foco en este último punto. Y es que la inversión en ciencia es una de las apuestas fuertes del kirchnerismo y así lo estimó también la revista <em>The Economist.<br />
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</em>Estas políticas de Estado de estimulo a la ciencia tienen que ver con un modelo más amplio de producción: quieren estimular una industria de alta tecnología en el país. Para eso se valieron de un aumento en la inversión que fue de 0,41% del PBI en 2003, cuando asumió Néstor Kirchner, a 0,64% en 2009. Esto es, después de todo, un avance: desde 1984 que nuestro país no tiene un premio Nobel y esto se debe, en parte, a los cortes en el gasto público que fueron moneda corriente en los 90. Muchos científicos decidieron exiliarse y el talento joven se decidía por otras carreras más redituables.</p>
<p>Las actuales políticas significaron un aumento en los salarios de investigadores y reducciones de impuestos para compañías que se dediquen a la tecnología software; también se liberaron fondos en forma de préstamos para empresas focalizadas en la creación de nuevos productos de TI. El punto fundamental de este proceso fue la creación de un Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva a cargo del respetado biólogo Lino Barañao.</p>
<p>Fueron muchos los escépticos entre la oposición y la opinión pública. Pensaron que era una estrategia de marketing político, un plan de lobistas para recibir subsidios injustificados. En síntesis, dinero perdido. Pero las cifras hablan por si mismas: con la ayuda del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) el Estado repatrió a 854 científicos y proveyó los medios necesarios para que se muden con sus familias. Lo más importante: facilitó laboratorios para que continúen sus investigaciones. <em>The Economist </em>publica que, como consecuencia, la cantidad de investigaciones publicadas en medios científicos subió de 30 a 179 en la última década.</p>
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