El camino hacia la propulsión a hidrógeno no es fácil. La tecnología es muy cara: a una planta de Toyota le lleva 60 segundos fabricar un auto alimentado a nafta, pero 72 minutos ensamblar un solo Mirai. Necesita una red nacional de estaciones de servicio, algo que no existe en ninguna parte. Lo más preocupante: todavía no hay ninguna fuente barata de hidrógeno libre de carbono que justifique el esfuerzo.
Sin embargo, por razones de estrategia industrial, de física y de seguridad energética, Japón y su mayor empresa automotriz hacen una fuerte apuesta al hidrógeno. Para las Olimpíadas de 2020, quieren que ya haya flotas enteras de autos con células de combustible de hidrógeno trasladando a los atletas de un lado a otro. Luego, tratarán de salir a conquistar el mercado mundial.
El Primer Ministro, Shinzo Abe, ha convertido al hidrógeno en un símbolo de la capacidad innovadora de Japón. Corre el riesgo de que la tecnología no triunfe, o que triunfe poquito y que no logre venderla a otros países. En ese caso Toyota y Honda quedarán atrapadas en un ecosistema cerrado.