Según un documento del presidente Hu Jintao enviado al comité central y “deslizado” en la Red –obviamente por orden de arriba-, “es preciso modelar ideas y opiniones que quienes se forman en la web”. De acuerdo con estimaciones, a fines de 2006 había 137 millones de internautas, 24% más que un año antes. En contraste, sólo 70 millones de personas están afiliadas al partido.
Por primera vez, el secretario general del PC chino (o sea, Hu Jintao) aprovecha una reunión del “praesidium” para formular propuestas en cuanto a Internet, otros medios nuevos de comunicación –particularmente, dispositivos manuales inteligentes- y, genéricamente, avances tecnológicos que, hasta hace poco, eran mirados con desconfianza o resquemor en las altas esferas chinas.
El nuevo discurso habla de “aprovechar, adaptar, refinar y no desaprovechar esos recursos”. Como se ve, ya no hay muchas esperanzas cifradas en mecanismos tan “anticuados” como censuras y vedas burocráticas. Al menos, en las ciudades.
Hu dispuso la creación de un grupo de estudio, cuyo cometido sea tomar de Internet y otros medios nuevos “lo útil y desechar lo que pueda perturbar al pueblo”. Sin necesidad de molestarse, claro, en hacer encuestas o trabajos de campo entre usuarios. Pero lo que se propone Beijing es una tarea tan amplia e indefinida que ni siquiera William Gates (Microsoft) o Serge Brin (Google) podrían encararla.
En suma, el partido necesita “una Internet menos enemiga y más aliada”-Lo mismo que, con menos delicadeza, pretenden algunas autocracias musulmanas, Zimbabwe o Birmania. Sin ir más lejos, un aparato apenas menos antiguo que el chino, la Iglesia romana, ni sueña con esos objetivos, y eso que la web no suele tratar bien a ninguna religión monoteísta.
Sin duda, los avances de la tecnología en comunicaciones no perdonan a nadie. Al mismo tiempo, el discurso chino sobre innovación del lenguaje y el entretenimiento (“imponiéndoles fines sociales positivos”) suena tan obscurantista como el de los ayatollá en Irán. Por lo visto, la censura, con escandalosa -y silenciada- complicidad de compañías y motores de búsqueda norteamericanos, ya no es suficiente. Ello explica la nueva bajada de línea lanzada por Hu Jintao y su advertencia: “Internet puede condicionar una cultura entera, confundir información con conocimiento y desestabilizar al estado”.
Salvo en el último punto –la web es demasiado volátil para usarse políticamente-, Hu tiene razón. El atiborramiento de blogs inútiles y los desbordes de Wikipedia son ejemplos que preocupan en Occidente. Por supuesto, Beijing seguirá limitando el uso de Internet al ámbito de los locutorios públicos, donde el hermano grande (no al revés, como dice la disléxica TV comercial) puede ejercer control. Pero esto tiene otra clave, notoriamente inquietante: tras demostrar que existe el capitalismo sin democracia, China podría demostrar que Internet tampoco la precisa.
Según un documento del presidente Hu Jintao enviado al comité central y “deslizado” en la Red –obviamente por orden de arriba-, “es preciso modelar ideas y opiniones que quienes se forman en la web”. De acuerdo con estimaciones, a fines de 2006 había 137 millones de internautas, 24% más que un año antes. En contraste, sólo 70 millones de personas están afiliadas al partido.
Por primera vez, el secretario general del PC chino (o sea, Hu Jintao) aprovecha una reunión del “praesidium” para formular propuestas en cuanto a Internet, otros medios nuevos de comunicación –particularmente, dispositivos manuales inteligentes- y, genéricamente, avances tecnológicos que, hasta hace poco, eran mirados con desconfianza o resquemor en las altas esferas chinas.
El nuevo discurso habla de “aprovechar, adaptar, refinar y no desaprovechar esos recursos”. Como se ve, ya no hay muchas esperanzas cifradas en mecanismos tan “anticuados” como censuras y vedas burocráticas. Al menos, en las ciudades.
Hu dispuso la creación de un grupo de estudio, cuyo cometido sea tomar de Internet y otros medios nuevos “lo útil y desechar lo que pueda perturbar al pueblo”. Sin necesidad de molestarse, claro, en hacer encuestas o trabajos de campo entre usuarios. Pero lo que se propone Beijing es una tarea tan amplia e indefinida que ni siquiera William Gates (Microsoft) o Serge Brin (Google) podrían encararla.
En suma, el partido necesita “una Internet menos enemiga y más aliada”-Lo mismo que, con menos delicadeza, pretenden algunas autocracias musulmanas, Zimbabwe o Birmania. Sin ir más lejos, un aparato apenas menos antiguo que el chino, la Iglesia romana, ni sueña con esos objetivos, y eso que la web no suele tratar bien a ninguna religión monoteísta.
Sin duda, los avances de la tecnología en comunicaciones no perdonan a nadie. Al mismo tiempo, el discurso chino sobre innovación del lenguaje y el entretenimiento (“imponiéndoles fines sociales positivos”) suena tan obscurantista como el de los ayatollá en Irán. Por lo visto, la censura, con escandalosa -y silenciada- complicidad de compañías y motores de búsqueda norteamericanos, ya no es suficiente. Ello explica la nueva bajada de línea lanzada por Hu Jintao y su advertencia: “Internet puede condicionar una cultura entera, confundir información con conocimiento y desestabilizar al estado”.
Salvo en el último punto –la web es demasiado volátil para usarse políticamente-, Hu tiene razón. El atiborramiento de blogs inútiles y los desbordes de Wikipedia son ejemplos que preocupan en Occidente. Por supuesto, Beijing seguirá limitando el uso de Internet al ámbito de los locutorios públicos, donde el hermano grande (no al revés, como dice la disléxica TV comercial) puede ejercer control. Pero esto tiene otra clave, notoriamente inquietante: tras demostrar que existe el capitalismo sin democracia, China podría demostrar que Internet tampoco la precisa.