Energía eólica: barata, abundante, pero muy veleidosa

El viento figura entre las grande fuentes de electricidad limpias y accesibles. Pero presente complicaciones, aunque los técnicos, por cierto, hayan bajado casi 80% el costo de esa energía en los últimos veinte años.

8 febrero, 2007

Más allá de sus aspectos promisorios, la energía eólica ofrece un gran problema: no es predictible. A menudo, el viento no sopla cuando se precisa más electricidad. Por ende, no resulta lo bastante fiable para abastecer grillas que deben entregar energía a todos quienes la requieran. Aun en picos de demanda.

En Tejas y otros estados de la Unión, las compañías eléctricas rivalizan por construir usinas generadoras convencionales para cubrir justamente picos de consumo, provocados casi siempre por aparatos y sistemas de aire acondicionado. Pero “esas plantas, que emplean carbón o gas, superan la relación de una por cada megavatio de capacidad eólica”, explica Guillermo Bojórquez, directo de planeamiento de redes en Tejas.

Hay una razón esencial: los días más calurosos son los menos ventosos. Por consiguiente, el viento sirve para ahorrar combustibles contaminantes, pero no evita construir plantas que los empleen.

Xcel Energy, que atiende ocho estados desde Nordakota a Tejas y afirma ser el mayor proveedor eólico minorista del país, trata de expandir operaciones en forma sostenida. “Sea como fuere, el viento es popular”, opina Richard Kelly, el presidente ejecutivo.

Pero Frank Prager, su propio director de políticas ambientales, teme que -cuanto más se dependa del viento- mayor necesidad tendrán las redes de generadores convencionales de respaldo. En general, “son usinas poco eficientes y muy contaminantes, que procesan carbón o gas natural, pero pueden ponerse en acción o pararse en breve lapso”.

En uno de los estados atendidos por la compañía, Colorado, los planificadores calculan que, si molinos y máquinas de viento alcanzan 20% de la capacidad generatriz total, el costo de usinas de apoyo llegará a ocho dólares por magavatio/hora eólico. Esto debe añadirse a US$ 50/60 mV/h de costo total, contado desgravaciones tributarias (US$ 18 por mV/h).

Como contraste, la energía de una planta nueva a carbón está hoy en alrededor de US$ 33 a 41 por mV/h. Ese precio, empero, subirá si se aplican impuestos locales o federales a las emisiones de dióxido de carbono, una seria probabilidad –sobre todo con un congreso controlado por demócratas- durante la vida útil de esas plantas.

Sin ulteriores progresos en materia de almacenar grandes cargas de electricidad o cambios drásticos en la organización regional de grillas, el viento como fuente energética alcanzará su potencial límite antes de lo supuesto. Durante un reciente debate sobre recursos renovables, desarrollado en General Electric, Daniel Reicher (ex subsecretario para conservación de energía) pronosticó que ese tipo de fuentes alcanzará a cubrir 20% de la demanda nacional en diez a quince años.

Pero sus dichos fueron objetados por James Rogers, director ejecutivo de Cinergy, una de las eléctricas mayores del paía y miembro del Edison institute, “lobby” del negocio. “Me encanta su optimismo pero, por desgracia, debo proveer electricidad cada día”.

A juicio de Rogers, no obstante, la energía solar y eólica –dos fuentes renovables “disponibles sólo si la naturaleza coopera”- acabará siendo necesaria. Pero porque el gobierno eventualmente “regulará o encarecerá emisiones de dióxido originadas en usinas convencionales”.

De acuerdo con GE, fabricante líder de máquinas eólicas, los técnicos tienen otros cometidos, aparte de reducir costos, referentes a los molinos. Con mejores controles electrónicos, verbigracia, pueden estabilizar voltajes en la red y suprimir la tendencia a desconectarse cuando detectan flujos irregulares. Esta reacción “pavloviana” suele generar apagones.

Las economías de la energía eólica, por otro lado, cambiarían radicalmente si –como prescribe el protocolo de Kyoto- a las emisiones de monóxido y dióxido de carbono se les fijara un costo en moneda. Las usinas a carbón liberan casi una tonelada métrica de dióxido, en promedio, por cada megavatio/hora. Cotizar US$ 10 por tm tendria notables efectos económicos.

Hace algunos meses, Xcel y el departamento federal de energía y combustibles anunciaban un programa de investigaciones para aprovechar los excedentes de electricidad eólica, durante lapso de baja demanda, redividiendo moléculas de agua en átomo de hidrógeno y oxígeno. El primero se quemaría o circularía por células combustibles para generar energía cuando fuese preciso. Xcel proyecta invertir US$ 1.250.000 y el gobierno 750.000. Pero el almacenamiento presupone costos altos, pues casi la mitad de la energía puesta en el sistema de dispersa.

Existe otra posibilidad, todavía en fase exploratoria: usar excedentes de electricidad epolica para bombear aire, bajo alta presión, en cavernas subterráneas. En horas pico, el aire comprimido se extraería e inyectaría en generadores alimentados con gas natural. Este tipo de turbinas por lo común comprime su propio aire, pero el factor eólico ahorraría 40% del consumo de gas.

Más allá de sus aspectos promisorios, la energía eólica ofrece un gran problema: no es predictible. A menudo, el viento no sopla cuando se precisa más electricidad. Por ende, no resulta lo bastante fiable para abastecer grillas que deben entregar energía a todos quienes la requieran. Aun en picos de demanda.

En Tejas y otros estados de la Unión, las compañías eléctricas rivalizan por construir usinas generadoras convencionales para cubrir justamente picos de consumo, provocados casi siempre por aparatos y sistemas de aire acondicionado. Pero “esas plantas, que emplean carbón o gas, superan la relación de una por cada megavatio de capacidad eólica”, explica Guillermo Bojórquez, directo de planeamiento de redes en Tejas.

Hay una razón esencial: los días más calurosos son los menos ventosos. Por consiguiente, el viento sirve para ahorrar combustibles contaminantes, pero no evita construir plantas que los empleen.

Xcel Energy, que atiende ocho estados desde Nordakota a Tejas y afirma ser el mayor proveedor eólico minorista del país, trata de expandir operaciones en forma sostenida. “Sea como fuere, el viento es popular”, opina Richard Kelly, el presidente ejecutivo.

Pero Frank Prager, su propio director de políticas ambientales, teme que -cuanto más se dependa del viento- mayor necesidad tendrán las redes de generadores convencionales de respaldo. En general, “son usinas poco eficientes y muy contaminantes, que procesan carbón o gas natural, pero pueden ponerse en acción o pararse en breve lapso”.

En uno de los estados atendidos por la compañía, Colorado, los planificadores calculan que, si molinos y máquinas de viento alcanzan 20% de la capacidad generatriz total, el costo de usinas de apoyo llegará a ocho dólares por magavatio/hora eólico. Esto debe añadirse a US$ 50/60 mV/h de costo total, contado desgravaciones tributarias (US$ 18 por mV/h).

Como contraste, la energía de una planta nueva a carbón está hoy en alrededor de US$ 33 a 41 por mV/h. Ese precio, empero, subirá si se aplican impuestos locales o federales a las emisiones de dióxido de carbono, una seria probabilidad –sobre todo con un congreso controlado por demócratas- durante la vida útil de esas plantas.

Sin ulteriores progresos en materia de almacenar grandes cargas de electricidad o cambios drásticos en la organización regional de grillas, el viento como fuente energética alcanzará su potencial límite antes de lo supuesto. Durante un reciente debate sobre recursos renovables, desarrollado en General Electric, Daniel Reicher (ex subsecretario para conservación de energía) pronosticó que ese tipo de fuentes alcanzará a cubrir 20% de la demanda nacional en diez a quince años.

Pero sus dichos fueron objetados por James Rogers, director ejecutivo de Cinergy, una de las eléctricas mayores del paía y miembro del Edison institute, “lobby” del negocio. “Me encanta su optimismo pero, por desgracia, debo proveer electricidad cada día”.

A juicio de Rogers, no obstante, la energía solar y eólica –dos fuentes renovables “disponibles sólo si la naturaleza coopera”- acabará siendo necesaria. Pero porque el gobierno eventualmente “regulará o encarecerá emisiones de dióxido originadas en usinas convencionales”.

De acuerdo con GE, fabricante líder de máquinas eólicas, los técnicos tienen otros cometidos, aparte de reducir costos, referentes a los molinos. Con mejores controles electrónicos, verbigracia, pueden estabilizar voltajes en la red y suprimir la tendencia a desconectarse cuando detectan flujos irregulares. Esta reacción “pavloviana” suele generar apagones.

Las economías de la energía eólica, por otro lado, cambiarían radicalmente si –como prescribe el protocolo de Kyoto- a las emisiones de monóxido y dióxido de carbono se les fijara un costo en moneda. Las usinas a carbón liberan casi una tonelada métrica de dióxido, en promedio, por cada megavatio/hora. Cotizar US$ 10 por tm tendria notables efectos económicos.

Hace algunos meses, Xcel y el departamento federal de energía y combustibles anunciaban un programa de investigaciones para aprovechar los excedentes de electricidad eólica, durante lapso de baja demanda, redividiendo moléculas de agua en átomo de hidrógeno y oxígeno. El primero se quemaría o circularía por células combustibles para generar energía cuando fuese preciso. Xcel proyecta invertir US$ 1.250.000 y el gobierno 750.000. Pero el almacenamiento presupone costos altos, pues casi la mitad de la energía puesta en el sistema de dispersa.

Existe otra posibilidad, todavía en fase exploratoria: usar excedentes de electricidad epolica para bombear aire, bajo alta presión, en cavernas subterráneas. En horas pico, el aire comprimido se extraería e inyectaría en generadores alimentados con gas natural. Este tipo de turbinas por lo común comprime su propio aire, pero el factor eólico ahorraría 40% del consumo de gas.

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