Entre los argumentos que dan para instar a la compra las personas que Apple designó para probar el nuevo dispositivo, figura el ahorro de tiempo. Con el iPhone, explican, primero hay que sacarlo del bolsillo, luego desbloquearlo y abrir una aplicación cada vez que uno recibe un mensaje o una notificación. Quien haga esto unas 150 veces al día seguramente sentirá la tentación de simplificar el trámite y llevarlo a la muñeca. El reloj de Apple se mantiene desbloqueado siempre que esté en la muñeca, de modo que todo lo que hay que hacer para mirar un mensaje entrante es un leve movimiento de muñeca para encender la pantalla.
Surge entonces un nuevo problema de etiqueta que viene a sumarse al todavía irresuelto con los teléfonos. Bien conocido es el disgusto que genera en mucha gente cuando alguien teclea debajo de la mesa en una reunión, en un restaurante o durante una reunión de negocios. Cosas como esas están consideradas como de mala educación, pero igualmente mucha gente lo hace.
Si ahora esas mismas interacciones van a ser más fáciles y más rápidas porque se harán mirando la muñeca, surgirán unos cuanto problemas de etiqueta. Para quien esté sosteniendo una conversación mano a mano, una breve miradita al reloj – no digamos detenerse a leer o a escribir, indicará al interlocutor que su presencia queda en segundo plano.