¿Adónde va la basura electrónica?

¿Qué pasa cuando alguien en Estados Unidos, Gran Bretaña o Francia tira una computadora? ¿o cuando, después de sacarle algunas partes útiles, se desecha el resto?

28 febrero, 2002

Según varios grupos de defensa ambiental, gran parte de esa basura electrónica acaba en países periféricos o, como solía decirse, en el Tercer Mundo, donde millares de personas se dedican a desguazar todo en pos de metales y otros valiosos componentes reciclables.

Sin darse cuenta, o sin importarles, se exponen cada día a innumerables riesgos tóxicos. Eso sostiene un informe que saldrá este fin de semana, partiendo un ejemplo masivo: un gran grupo de aldeas en la provincia de Guiyu, sudeste de China, donde millones de máquinas viejas o medio desarmadas, con sus marcas originales todavía visibles, se desguazan para después arrojar lo que queda contaminando tierras y aguas.

Los autores del trabajo Exporting harm: the high-tech trashing of Asia (“Exportación del Mal: Asia inundada de basura tecnológica”) esperan que su difusión presione a empresas, autoridades y legisladores estadounidenses para promover más esfuerzos de reciclaje en el país.

Ese equipo recorrió Guiyu en diciembre y vio hombres, mujeres y niños que extraían alambres de computadoras, los quemaban e inhalaban ese humo cancerígeno.

Otros, casi sin protección y por US$ 1,50 diario, quemaban plásticos y tableros de circuitos o echaban ácido sobre partes electrónicas para extraer oro y plata. Algunos despedazaban tubos catódicos impregnados de un plomo cuyos residuos son venenosos.

Por consiguiente, el agua fluvial o subterránea es tan tóxica que es preciso llevar agua potable en camiones. Muestras tomadas de un río local superan en 190 veces el nivel de contaminación permitido por la Organización Mundial de la Salud.

Este tipo de operaciones es demasiado común en la periferia, en parte porque EE.UU. aún no ha ratificado la Convención de Basilea (1989) sobre exportación o salida de materiales peligrosos.

El descarte de computadoras es el problema más agudo, pues millones de aparatos y dispositivos se tornan obsoletos año a año. California y Massachusetts han prohibido arrojar tubos de monitores en terrenos a rellenar o reducirlos en incineradores. Unos pocos fabricantes y grandes vendedores de PC han iniciado programa de reciclaje, pero cobran unos US$ 30 por cada aparato viejo y hacerse cargo del envío.

Sin sistemas de reciclaje organizado, como los hay en Japón y parte de la Unión Europea, la basura electrónica estadounidense pasa por una larga cadena de revendedores y distribuidores de partes muy difícil de rastrear. Según fuentes sectoriales, entre 50 y 80% de los desechos informáticos sale del país, mediante complejas operaciones que terminan en China, India, Pakistán y otros países cuya mano de obra es tan barata que permite rescatar hasta el último tornillo o fragmento de metal valioso.

Varias entidades creen que una solución sería incorporar el costo de reciclaje en el precio inicial y destinar esos fondos a programas eficientes. Algunos estados –California entre ellos- consideran esa posibilidad. También analizan recargos sobre la venta de artículos electrónicos para financiar la reducción de desechos.

Según varios grupos de defensa ambiental, gran parte de esa basura electrónica acaba en países periféricos o, como solía decirse, en el Tercer Mundo, donde millares de personas se dedican a desguazar todo en pos de metales y otros valiosos componentes reciclables.

Sin darse cuenta, o sin importarles, se exponen cada día a innumerables riesgos tóxicos. Eso sostiene un informe que saldrá este fin de semana, partiendo un ejemplo masivo: un gran grupo de aldeas en la provincia de Guiyu, sudeste de China, donde millones de máquinas viejas o medio desarmadas, con sus marcas originales todavía visibles, se desguazan para después arrojar lo que queda contaminando tierras y aguas.

Los autores del trabajo Exporting harm: the high-tech trashing of Asia (“Exportación del Mal: Asia inundada de basura tecnológica”) esperan que su difusión presione a empresas, autoridades y legisladores estadounidenses para promover más esfuerzos de reciclaje en el país.

Ese equipo recorrió Guiyu en diciembre y vio hombres, mujeres y niños que extraían alambres de computadoras, los quemaban e inhalaban ese humo cancerígeno.

Otros, casi sin protección y por US$ 1,50 diario, quemaban plásticos y tableros de circuitos o echaban ácido sobre partes electrónicas para extraer oro y plata. Algunos despedazaban tubos catódicos impregnados de un plomo cuyos residuos son venenosos.

Por consiguiente, el agua fluvial o subterránea es tan tóxica que es preciso llevar agua potable en camiones. Muestras tomadas de un río local superan en 190 veces el nivel de contaminación permitido por la Organización Mundial de la Salud.

Este tipo de operaciones es demasiado común en la periferia, en parte porque EE.UU. aún no ha ratificado la Convención de Basilea (1989) sobre exportación o salida de materiales peligrosos.

El descarte de computadoras es el problema más agudo, pues millones de aparatos y dispositivos se tornan obsoletos año a año. California y Massachusetts han prohibido arrojar tubos de monitores en terrenos a rellenar o reducirlos en incineradores. Unos pocos fabricantes y grandes vendedores de PC han iniciado programa de reciclaje, pero cobran unos US$ 30 por cada aparato viejo y hacerse cargo del envío.

Sin sistemas de reciclaje organizado, como los hay en Japón y parte de la Unión Europea, la basura electrónica estadounidense pasa por una larga cadena de revendedores y distribuidores de partes muy difícil de rastrear. Según fuentes sectoriales, entre 50 y 80% de los desechos informáticos sale del país, mediante complejas operaciones que terminan en China, India, Pakistán y otros países cuya mano de obra es tan barata que permite rescatar hasta el último tornillo o fragmento de metal valioso.

Varias entidades creen que una solución sería incorporar el costo de reciclaje en el precio inicial y destinar esos fondos a programas eficientes. Algunos estados –California entre ellos- consideran esa posibilidad. También analizan recargos sobre la venta de artículos electrónicos para financiar la reducción de desechos.

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