A algunos CEO los salvan los gobiernos…
En 1997, Michel Bon agasajaba inversores en rumbosos cabarets y restaurantes carísimos para inducirlos a poner dinero en la privatización de France Télécom SA, que tuvo lugar en octubre de ese año.
11 junio, 2002
Por su parte, el alemán Ronald Sommers usaba dirigibles amarillos y efectos láser para enviar similar mensajes, en 1996, respecto de Deutsche Telekom.
Hoy, los farolitos de colores se han apagado y las guirnaldas se las lleva el viento, junto con las ganancias y las cotizaciones bursátiles de ambas. Sólo quedan cuatro cosas en pie: dos enormes pilas de deudas y dos CEO. Aunque acreedores, accionistas, banqueros y administradores de fondos quieran sacárselos de encima, ellos continúan ¿Por qué? Porque sólo los gobiernos respectivos pueden echarlos.
El estado francés controla 55,5% de FT y el alemán 43% de DT. El resto de cada paquete se atomiza en un caleidoscopio de fondos y millones de accionistas chicos. En el resto del Primer Mundo, la combinación de deudas altas, acciones desinfladas, irregularidades contables, extravagancias y maniobras de toda clase –en el negocio telefónico- ha puesto en la calle una horda de ex CEO.
Bernard Ebbers abandonó precipitademente WorldCom en abril, Peter Bonfield renunció en BT Group en febrero, a Paul Smits lo sacaron de Royal KPN en noviembre (aunque el estado holandés posea ahí 31,4% del paquete). En Vivendi Universal, Jean-Messier ha perdido facultades. Las cúpulas de Global Crossing, Qwest Internacional, NTL, Kirch, KPNQwest, etc., han caído o están desplomándose.
La sobrevivencia de Bon y Sommers demuestra que la desregulación telefónica estilo europeo ha sido mejor para usuarios que para inversores. Desde que el mercado se abrió a la competencia (junio de 1998), las tarifas de larga distancia cayeron hasta 90% en Alemania y 65% en Francia. Pero, entretanto, DT amasó una deuda de US$ 50.000 millones y FT una de US$ 30.000 millones. Para peor, ahora surge un peligro: la telefonía internacional no podrá volver a elevar tarifas y hasta tendrá que rebajarlas, porque –si no- el usuario “llamará” por Internet.
Por su parte, el alemán Ronald Sommers usaba dirigibles amarillos y efectos láser para enviar similar mensajes, en 1996, respecto de Deutsche Telekom.
Hoy, los farolitos de colores se han apagado y las guirnaldas se las lleva el viento, junto con las ganancias y las cotizaciones bursátiles de ambas. Sólo quedan cuatro cosas en pie: dos enormes pilas de deudas y dos CEO. Aunque acreedores, accionistas, banqueros y administradores de fondos quieran sacárselos de encima, ellos continúan ¿Por qué? Porque sólo los gobiernos respectivos pueden echarlos.
El estado francés controla 55,5% de FT y el alemán 43% de DT. El resto de cada paquete se atomiza en un caleidoscopio de fondos y millones de accionistas chicos. En el resto del Primer Mundo, la combinación de deudas altas, acciones desinfladas, irregularidades contables, extravagancias y maniobras de toda clase –en el negocio telefónico- ha puesto en la calle una horda de ex CEO.
Bernard Ebbers abandonó precipitademente WorldCom en abril, Peter Bonfield renunció en BT Group en febrero, a Paul Smits lo sacaron de Royal KPN en noviembre (aunque el estado holandés posea ahí 31,4% del paquete). En Vivendi Universal, Jean-Messier ha perdido facultades. Las cúpulas de Global Crossing, Qwest Internacional, NTL, Kirch, KPNQwest, etc., han caído o están desplomándose.
La sobrevivencia de Bon y Sommers demuestra que la desregulación telefónica estilo europeo ha sido mejor para usuarios que para inversores. Desde que el mercado se abrió a la competencia (junio de 1998), las tarifas de larga distancia cayeron hasta 90% en Alemania y 65% en Francia. Pero, entretanto, DT amasó una deuda de US$ 50.000 millones y FT una de US$ 30.000 millones. Para peor, ahora surge un peligro: la telefonía internacional no podrá volver a elevar tarifas y hasta tendrá que rebajarlas, porque –si no- el usuario “llamará” por Internet.