Con diciembre llega no solo el calor y la cercanía de las vacaciones, las celebraciones y los encuentros con los familiares y amigos. También llega el cansancio acumulado de todo el año. Es por eso que en las redes, los medios y las conversaciones se repite, muchas veces, la misma frase: “No doy más”.
Es evidente que la acumulación de actividades, obligaciones, y temas a resolver se van acumulando, pero así y todo en esta época se hace visible un patrón: personas que sostuvieron todo el año una forma de funcionar exigente, rígida y automática, llegan con la lengua afuera. No se agotan solo por lo que hicieron, sino por cómo lo hicieron.
En muchos casos se trata de personas que no pueden delegar y que tienen dificultad para cortar, el hábito de trabajar como si fueran máquinas y la culpa por descansar. Otros llegan directamente desconectados. Hacen, resuelven, corren, pero sin estar presentes. Y ese estado, más que la cantidad de actividades, es lo que termina agotando.
La mente, en esos casos, entra en modo supervivencia y el cuerpo responde como si hubiera una amenaza constante.
Malos hábitos
El burnout, en ese sentido, no aparece por acumulación de tareas (si bien también podría aparecer por ello), sino por meses de sostener un mal hábito. Es como cuando una persona pisa mal y entonces termina lesionándose por correr o caminar, cuando en realidad el inconveniente, ampliado por el ejercicio, claro, está en la propia pisada.
Cuando una persona trabaja desde la obligación, la autoexigencia o el temor a fallar, la energía se drena incluso si el volumen de trabajo no es tan alto. Volviendo a lo anterior, no es correr lo que lastima, sino correr desalineado. Por eso, a fin de año muchas veces el cuerpo pasa factura de aquello que la mente eligió ignorar.
Pero así como existe el agotamiento, también aparece algo menos mencionado, que es el orgullo o satisfacción. Muchas personas, cuando pueden mirar sin juicio, descubren que este año hicieron cosas que antes evitaban; pusieron límites, cambiaron de trabajo, sostuvieron proyectos complejos o se animaron a decisiones largamente postergadas. Ese reconocimiento no quita el cansancio físico, pero repara el emocional. Es así como el cuerpo puede descansar cuando la mente está en paz.
Es por ello que más que hacer un balance de resultados, a veces conviene hacer un balance de coraje, de decisión, de foco. Todo lo que cada uno atravesó, incluso en momentos donde la energía no sobraba. El cansancio, por eso, cambia de significado cuando se convierte en testimonio de crecimiento y no en evidencia de déficit.
Mejora continua
Más allá de lo anterior, ¿podemos hacer algo para evitar este círculo cada diciembre? Sí. La mente —como cualquier sistema— puede entrenarse y reprogramarse, no en un sentido mágico, sino fisiológico. Los pensamientos repetidos se vuelven instrucciones corporales. Si durante meses sostengo frases como “tengo que poder con todo”, “si freno, fallo”, “no puedo decir que no”, el cuerpo vive en alerta, activando tensión muscular, respiración corta, irritabilidad, insomnio. Ese es el terreno más fértil para el burnout.
Reprogramar no es tan sencillo como solo pensar “positivo”; es desarmar patrones automáticos y reemplazarlos por otros más funcionales. El proceso siempre empieza por interrumpir el piloto automático. Ponerle un freno a la cadena de pensamientos desde el cuerpo. Respirar profundo, movernos, corregir la postura. Cuando el cuerpo deja de enviar señales de peligro, la mente puede flexibilizarse.
Luego viene la segunda parte, que es instalar nuevas creencias. No se trata de repetirlas mentalmente, sino de experimentarlas hasta que el sistema las acepte como propias: “Puedo frenar”, “Mi bienestar importa”, “Elijo descansar”.
Este trabajo es especialmente valioso a fin de año, cuando se mezclan el desgaste y las expectativas. Muchas personas sienten que podrían haber hecho más y cargan ese juicio como una deuda. Otras logran ver que están cansadas no porque fallaron, sino porque dieron más de lo que pensaban posible. No se trata de imponer una nueva agenda sino de cambiar la narrativa interna.
Por último, algunas recomendaciones puntuales. Si alguien hoy se siente saturado, hay tres gestos simples que marcan una diferencia real: respirar conscientemente antes de reaccionar, para interrumpir la urgencia; mover el cuerpo, aunque sea poco, para liberar energía estancada; y cambiar el diálogo interno.
Recordemos que la mente es una herramienta capaz de agotarnos o de sostenernos. Cuando aprendemos a dirigirla, dejamos de sobrevivir el año y empezamos a vivirlo desde un lugar más consciente, más humano y más propio. Y quizás, así, diciembre deje de ser el mes del burnout para convertirse en el del orgullo por todo lo que hicimos.
Por Paula Echeverria, experta en Terapia Transformacional Rápida












