En Hot Milk, el calor no es solo una condición climática, sino una temperatura emocional. El calor del cuerpo, el de una madre enferma, el de una hija que quiere irse pero no puede, el de una atracción que no sabe si es deseo o fuga. El debut como directora de Rebecca Lenkiewicz —guionista de Ida y Disobedience— se mueve en esa zona: donde lo que arde no siempre quema y lo que parece tibio puede ser tóxico.
La película, que tuvo su estreno mundial en competencia oficial en la Berlinale, estará disponible en streaming exclusivamente por MUBI a partir del 22 de agosto de 2025. Protagonizada por Emma Mackey (Sex Education), Fiona Shaw y Vicky Krieps, la historia adapta la novela homónima de Deborah Levy, finalista del Booker Prize en 2016. El texto, complejo e introspectivo, es llevado al cine sin subrayados ni complacencias.
Un verano detenido
La trama es engañosamente simple: Sofía (Mackey) acompaña a su madre Rose (Shaw) a Almería, en el sur de España, para consultar a un médico de métodos dudosos (Vincent Pérez). Rose sufre una enfermedad que nadie logra diagnosticar, y la búsqueda de cura se convierte, poco a poco, en una metáfora de otra cosa: control, culpa, desgaste. Como si la dolencia fuera una forma elegante de decir “no te vayas”.
En ese paisaje —sol blanco, polvo, sal, médanos y silencio— Sofía encuentra a Ingrid (Krieps), una mujer libre, escurridiza, incómoda. Lo que comienza como atracción se vuelve desplazamiento. Ingrid es el afuera, la otra posibilidad. El deseo no es aquí la promesa del placer, sino la grieta por donde entra el oxígeno.
Lenkiewicz filma sin adornos. Su estilo, austero pero penetrante, evita la postal andaluza y va directo a los detalles: un gesto, una respiración, el temblor imperceptible en una mano. El mar está, pero no como metáfora. Es ruido de fondo. Lo importante sucede entre las miradas, en la tensión entre la protección y la asfixia, entre el amor y el mandato.
Enfermedad como estructura narrativa
¿Está realmente enferma Rose? La película no responde. Porque no se trata de diagnóstico, sino de dinámica. Hot Milk es, sobre todo, una historia sobre la dependencia: emocional, económica, biológica. La madre necesita a la hija. La hija, aunque odie admitirlo, necesita que la necesiten. El médico —figura enigmática— no cura, pero administra el juego. Sofía quiere escapar, pero también quiere comprender. Como todo coming-of-age verdadero, el crecimiento no viene con revelaciones, sino con la pérdida de ilusiones.
Las interpretaciones son parte esencial del dispositivo. Fiona Shaw compone una Rose densa, difícil, nunca patética. Krieps, como Ingrid, hace lo que mejor sabe: desestabilizar con ternura. Pero el centro es Emma Mackey, que abandona cualquier rastro de televisión juvenil para construir una protagonista ambigua, frágil, a punto de quebrarse o de emanciparse, o ambas cosas a la vez.
Literatura, cuerpo y deriva
Adaptar a Deborah Levy no es tarea menor. Su prosa está hecha de elipsis, zonas grises, ideas que se desarman a medida que se pronuncian. Lenkiewicz acierta al no traducir eso en símbolos ni en drama evidente. El guion conserva la deriva de la novela. No hay resolución. Hay desplazamiento. Las puertas se abren, se cierran, se trancan. Algunas, como anuncia la sinopsis oficial, “deberían permanecer cerradas”. Pero no lo están.
La crítica acompañó con elogios moderados pero sólidos. Financial Times habló de un cine “auténtico, audaz y sobrio”. The Guardian calificó como “formidables” las actuaciones de Mackey y Krieps. The Independent lo llamó “un coming-of-age subversivo”. Y Deadline fue tajante: “Fiona Shaw es verdaderamente extraordinaria”.
MUBI y la curaduría como estrategia
Con este estreno exclusivo, MUBI refuerza su identidad: ser más que una plataforma, ser una mirada. Lejos del algoritmo y la oferta masiva, propone una curaduría de títulos que pueden no ser virales, pero sí memorables. En un ecosistema saturado de contenido, ofrecer una película como Hot Milk es una decisión estética, pero también política: el cine como espacio incómodo, el espectador como alguien que todavía se detiene a mirar.
Hot Milk no grita. No busca aplauso fácil ni épica emocional. Su potencia está en lo que no dice, en lo que apenas se muestra. Es cine que no se termina de entender, pero que se queda. Como el calor que no abrasa, pero que tampoco deja dormir.












