Un triunfo es un triunfo. Pero la controvertida victoria de George W. Bush coloca una enorme presión sobre el presidente electo para enfrentar las profundas divisiones en su país, antes de abordar cuestiones de gobierno.
El vicepresidente Al Gore no hizo más que optar por la única salida honorable al retirar a sus representantes en el estado de Florida y buscar la manera más adecuada para concederle el triunfo a su rival republicano.
La rápida respuesta de Gore marcó un contraste con el torpe manejo del caso por parte de la Corte Suprema de Justicia. Su pronunciamiento de última hora confundió a los expertos y asombró a buena parte del país, que tenía derecho a esperar una decisión clara de los nueve jueces.
El argumento principal (sostenido por cinco de los magistrados y rechazado por cuatro) fue que no había tiempo para un recuento riguroso de los votos rechazados por las máquinas en el estado de Florida. Trasladarle al reloj la responsabilidad de la máxima jerarquía de la Justicia no sirvió, precisamente, para atenuar el disenso, ni para borrar la impresión de que el verdadero perdedor había sido la confianza del país en el alto tribunal como guardián imparcial.
El prestigio de la Suprema Corte ha quedado afectado, más allá de las opiniones que emitan los académicos del derecho.
La reacción predominante de calma ante la decisión fue otra manifestación de la admirable moderación que exhibieron los votantes el 7 de noviembre, cuando la vasta mayoría de los norteamericanos rechazó claramente un cambio radical.
Bush podría demostrar que es un hombre moderado y un conservador sensible si se decide a marcar una cierta distancia entre su figura y la extrema derecha de su partido, que no puede interpretar esta ajustada victoria republicana como un mandato para las corrientes más radicalizadas.
La cohabitación con el congreso debe ser una prioridad para Bush, quien iniciará su presidencia con la desventaja de una legitimidad puesta en duda.
Sería inteligente de su parte nombrar a un par de demócratas prominentes en su equipo de gobierno.
Si Bush comete errores en sus primeros meses en la Casa Blanca, su legitimidad será aún más cuestionada. Nada le devolvería la confianza de los incrédulos demócratas, que seguirán lamentándose por la victoria que les arrebató un solo juez de la Corte Suprema.