A las 7.30, una larga fila de autos avanza lentamente hacia el estacionamiento de un flamante edificio junto al estuario del Río Liffey, en Dublín. Bajo las primeras luces del día, resplandecen los BMW, Mercedes y Jaguar, conducidos por ingenieros, diseñadores de páginas Web y telemarketers. El brillo del caro metal encierra un simple e inequívoco dato: Irlanda, que hace sólo diez años era el patito feo de la economía europea, se ha convertido en una nación rica.
Es difícil imaginar un motivo de mayor satisfacción para los irlandeses que enterarse de que su república ha superado el ingreso per cápita del Reino Unido.
Los números son elocuentes. El software diseñado en Irlanda, que a comienzos de la década apenas generaba US$ 30 millones anuales, superará holgadamente los US$ 1.000 millones en ventas en 1999. Aunque multinacionales como Intel y Microsoft siguen siendo los primeros actores del negocio tecnológico en el país, hay más de 600 empresas de software autóctonas y todas las semanas se suman tres nuevas.
Cerca de 130.000 personas, que representan 10% de la fuerza laboral, trabajan en el sector tecnológico, que aporta 20% del PBI de Irlanda. El país ocupa actualmente el segundo lugar, después de Estados Unidos en el ranking mundial de exportadores de software.
Irlanda, que durante 150 años vio partir a sus ciudadanos más talentosos a tierras más prósperas, exhibe ahora un saldo positivo de 22.800 inmigrantes. Están regresando, por ejemplo, irlandeses que hicieron dinero con la alta tecnología en Estados Unidos y que ahora vienen a poner en marcha sus propias empresas.
La revolución tecnológica también está teniendo un profundo efecto político. Tal es la atracción que ejerce la economía del software en Irlanda del Norte que algunos predicen que Ulster terminará por destetarse del Reino Unido. La fusión económica de facto que está teniendo lugar bajo el eje de la Unión Europea podría resolver las turbulencias que han acosado a las dos Irlandas desde hace 80 años.
La unidad es una perspectiva a muy largo plazo. Pero los lazos tecnológicos que se están forjando entre el norte y el sur son fruto de una nueva confianza en un país con una tradición de propuestas de paz fallidas.
El nuevo paradigma
“El éxito de compañías como la nuestra hizo que los irlandeses empezaran a creer que podíamos competir a nivel internacional”, señala Chris Horn, cofundador de Iona (el nombre de la isla del Océano Atlántico donde monjes medievales preservaron miles de manuscritos antiguos que fueron el software del pensamiento moderno occidental). La empresa sumó ventas por US$ 83 millones el año pasado y se convirtió en uno de los éxitos paradigmáticos de Irlanda.
Lo que está a la vista es el resultado de una apuesta a largo plazo que hicieron los estrategas del gobierno en los días oscuros de la década de 1980, cuando el desempleo en Irlanda llegaba a 18%, la deuda interna equivalía a 125% del PBI, y 1.000 personas emigraban cada semana.
La idea fue atraer a empresas multinacionales del sector tecnológico con incentivos fiscales y la oportunidad de conseguir mano de obra calificada y con escasos antecedentes de disturbios laborales. Este fue el primer gran paso de un plan de desarrollo informático que requería, además, que el sistema educativo respondiera rápidamente a las necesidades de la industria. También se necesitaba una nueva infraestructura de comunicaciones para transformar a un país conocido como la isla de una isla, en el intermediario tecnológico entre Estados Unidos y Europa.
A comienzos de la década de 1990, las multinacionales más importantes del sector tecnológico ya habían respondido a la convocatoria, entre ellas Microsoft, Apple, Sun, Hewlett-Packard e Intel. Fueron a Irlanda atraídas por las exenciones impositivas y por una fuerza laboral educada, de habla inglesa y bajos salarios.
Así surgieron proveedores de hardware y software autóctonos. Muchos de ellos pertenecían a una generación de ejecutivos irlandeses que conocían de primera mano la tecnología de punta norteamericana. De vuelta a su país, fundaron empresas líderes, como Aldiscon, Baltimore Technologies, Office Integration Solutions, y CSI. Estos fueron, a su vez, los modelos para la siguiente generación, que encontró nichos en el comercio electrónico, servicios financieros, desarrollo de sitios Web, soporte de infraestructura de comunicaciones, y otros campos.
Europa virtual
La revolución tecnológica de Irlanda ha atraído, además, a una ola de extranjeros. Este influjo puede apreciarse mejor en los 60 centros de telemarketing que emplean a más de 6.000 personas. Entre las compañías que establecieron sus centros de teleservicio en Irlanda se encuentran Compaq, Corel, Dell, Gateway, Citibank, Hertz y American Airlines.
Un ejemplo elocuente se encuentra en el centro de atención telefónica de East Point, de Oracle. Pueden verse flamear las banderas de 33 países diferentes en los boxes, desde donde los empleados atienden llamadas provenientes de toda la Unión Europea, Medio Oriente, y Africa. Un recorrido de las instalaciones es un viaje por una Europa virtual con una Babel de idiomas hablados por casi 220 jóvenes.
Muchos de ellos son extranjeros, pero muchos más son irlandeses que hablan más de un idioma.
Cuando el modelo económico de Irlanda estaba agotado, la idea fue “mirarnos a nosotros mismos fríamente y ver qué podíamos ofrecer”, recuerda Finn Gallen, director senior de la Irish Industrial Development Agency (IDA), que tiene 15 oficinas en el extranjero.
Para planificadores como Gallen, había dos ingredientes culturales que representaban ventajas específicas. Por una parte, los vínculos culturales y el idioma en común con Estados Unidos, un punto a favor para hacer de Irlanda la puerta de entrada favorita para las empresas norteamericanas que querían ingresar al mercado europeo. El segundo ingrediente era la tradición oral de Irlanda, sumamente adecuada para el nuevo campo del telemarketing. Para triunfar, sin embargo, Irlanda necesitó cuadros de empleados fluidos en decenas de idiomas, además de una infraestructura de telecomunicaciones muy superior a la que existía entonces.
El resultado fue una inversión de US$ 5.000 millones en telecomunicaciones, y cambios fundamentales en los programas educacionales. El gobierno comenzó a poner énfasis en la enseñanza de idiomas extranjeros en las escuelas secundarias. El estímulo para que los alumnos se decidieran a estudiar idiomas como el polaco o el turco era la posibilidad de conseguir un trabajo en la floreciente industria de los centros de atención telefónica de Irlanda. Pero el éxito de la actividad fue tan contundente, que la IDA debió lanzar programas para fomentar la inmigración de europeos de otras naciones.
La trinidad de Trinity
“Miro el estacionamiento, y al ver tantos BMW y Mercedes me pregunto si no le estoy pagando demasiado a mis empleados”, dice John McGuire, CEO de Trintech, una de las empresas nacionales de software más exitosas, fundada en 1986 por McGuire cuando aún era estudiante del Trinity College.
Actualmente tiene 225 empleados y sumó ventas por US$ 22 millones el año pasado. Es un importante desarrollador de software para pago con tarjetas de crédito y débito. Su programa de e-commerce fue adoptado por Microsoft y Netscape. Creó el software para los sistemas de reservas de Lufthansa y Delta Airlines y está incubando una idea innovadora para la provisión de tarjetas inteligentes en el Tercer Mundo.
Trintech tiene oficinas en Dublín y en Campbell, California, pero se maneja desde donde esté McGuire, quien reparte su tiempo entre Dublín, Francfort y San Francisco.
A los 37 años, McGuire es uno de los ejecutivos más reconocidos en la industria de alta tecnología del país. El tercero de once hijos, su talento en el rugby le abrió las puertas de Trinity, donde desarrolló una novedosa lectora-transmisora basada en tecnología de paging para transmitir los números de tarjetas de crédito perdidas o robadas. El dispositivo era perfectamente adecuado para Irlanda, donde las telecomunicaciones eran tan anticuadas que llevaba horas verificar las transacciones por teléfono.
Sus profesores lo convencieron de que participara en una competencia de tecnología auspiciada por Hewlett-Packard. Cuando la lectora de McGuire ganó el primer premio, todos lo alentaron a que creara su propia empresa.
En 1989, cuatro años después de recibir su título, McGuire viajó a Francfort a tratar de venderle el sistema a los grandes bancos alemanes. Su estrategia era bastante rudimentaria: “Cuanto más grande el edificio, más importante tenía que ser el banco. Esa fue mi investigación de mercado”. Esto le permitió encontrar a los jefes de los bancos más grandes de Alemania, y firmar contratos con varios de ellos.
En 1993, Trintech había desarrollado soluciones de software de pago para comerciantes, instituciones financieras y proveedores de tarjetas de crédito. McGuire sintió entonces que era hora de ir en busca del premio mayor: Estados Unidos. Su arma secreta fue su relación con un ex compañero del Trinity College, Chris Horn, cuya empresa, Iona Technologies, estaba abriéndose camino en el mercado norteamericano.
Su alianza fue un ejemplo de los vínculos que unen a toda una comunidad irlandesa virtual en Silicon Valley: empresarios como McGuire, Horn y Bill McCabe (CEO de CBT, la principal compañía de software educacional de Irlanda).
Actualmente, los dedos virtuales de Trintech revuelven el monedero de euros; a fines del año pasado, la primera transacción que se realizó con la nueva divisa utilizó el software de pago de Trintech.
La máquina de Ryan
“No diga la universidad más joven. Diga la menos vieja“, suplica Michael Ryan, cofundador de la Escuela de Aplicaciones Informáticas de la Universidad de la Ciudad de Dublín. Este ex atleta olímpico tuvo que superar formidables obstáculos iniciales, como enseñar informática en anticuadas computadoras Apple II. Fundada en 1980, la escuela se ha convertido en el lugar obligado de estudio para los irlandeses que quieran trabajar en informática.
“No no nos interesa competir con Trinity”, dice Ryan. “Trinity produce nuestros científicos en informática, nosotros los profesionales”.
La pedagogía de Ryan se basa en lo que llama “la virtud de ser realista”. Es un enfoque de la programación que comienza con la premisa de que es inútil producir egresados que sepan “escribir un programa de 10.000 líneas en un mundo que exige programas de 100.000”. Desde que comenzó, Ryan ha trabajado bajo la premisa de que “a los chicos no les gusta ser irrealistas”, ni tampoco a los gerentes de informática que los contratan. Por eso Ryan insiste en un enfoque realista que lleve, por ejemplo, a lo que él llama “la computadora menos amigable que exista en el mundo”.
Después de 14 años, Ryan renunció a su puesto de decano para dedicar más tiempo a la investigación y la consultoría.
Un jardín digital
“¿Usted es la hija de Jack?”, pregunta una mujer de mediana edad a la cajera mientras pasa un sachet de leche y otros comestibles por el mostrador de Heaslip´s, un almacén de Ennis, la capital del condado de Clare. La clienta paga con monedas, sin prestar atención a la lectora de tarjetas Visa Cash junto a la caja.
Esta es una de las muchas tecnologías novedosas que han inundado la ciudad desde septiembre de 1997, cuando Ennis fue elegida Ciudad de la Era Informática de Irlanda por Telecom Eireann, la compañía telefónica nacional. El premio fue una inyección de inversiones que permitieron distribuir gratuitamente computadoras multimedia y conexiones a Internet a cada uno de los 5.600 hogares de la ciudad, escuelas y organizaciones cívicas y voluntarias. Allí está, además, el primer circuito de banda ancha digital de Irlanda: 24 cables de fibra óptica capaces de transmitir en tiempo real rayos X, audio, video y otras imágenes.
El jardín digital de Ennis recibe como fertilizante las tarjetas Visa Cash recargables.
La vida cotidiana sin billetes ni monedas se inauguró en octubre de 1998, cuando los clientes comenzaron a usar sus tarjetas para adquirir billetes de lotería, cigarrillos, y otras compras menores.
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