El mercado de trabajo es muy particular. Se trata de un ámbito en el cual están involucradas de tal modo las relaciones humanas, que las características de funcionamiento del mercado y el tipo de regulaciones que lo afectan no se asemejan a las de ningún otro.
Conviene despejar, en primer lugar, una confusión habitual con respecto a algunas categorías económicas relacionadas con este mercado. La oferta de trabajo proviene de las personas y la demanda se genera en las empresas. Así, por ejemplo, si alguien busca trabajo, lo que hace es ofrecer sus servicios en el mercado y si una empresa publica un aviso ofreciendo empleo, en realidad demanda esos servicios.
A los estudiantes de economía se les enseña que la oferta de trabajo (por ejemplo, la cantidad de horas mensuales que estamos dispuestos a trabajar) depende de una elección individual entre las horas que nos gustaría dedicar al ocio y/o al descanso y la utilidad que obtendríamos del uso de los bienes que podamos comprar con el ingreso que obtengamos con nuestro trabajo.
Como esto último depende de cuántos bienes podamos comprar con el salario que ganemos, es decir del salario real, cuanto más alto sea éste, menos horas querremos dedicar al descanso o al ocio y más horas querremos trabajar.
Cuando los economistas salen de la facultad, la realidad les enseña otra cosa. Normalmente, la cantidad de horas a trabajar está predeterminada y no es posible ajustarla a las ganas de descansar o divertirse, y muchas veces hay que aceptar un empleo aunque el salario real sea bajo, simplemente porque es mejor tener un empleo, aunque sea mal remunerado, que no tenerlo.
Más aún, no son raros los casos en los que, cuando el trabajo está en general mal remunerado, la gente elige trabajar más horas en un segundo empleo y no menos.
Por el contrario, quienes suelen ajustar hacia abajo las horas que trabajan
son aquellos que tienen empleos mejor pagados; su nivel de satisfacción
material les permite dedicar más horas al descanso o al ocio sin sacrificar
bienestar.
Oferta y salario real
Todo esto no significa que lo que enseña la teoría sea incorrecto,
pero sirve para llamar la atención acerca de las particularidades del
mercado de trabajo y sus consecuencias sobre el comportamiento de los agentes
económicos.
En particular, en lo que se refiere a la relación entre oferta de trabajo y salario real. Como vimos, la teoría es aplicable una vez superado un ingreso que permita una adecuada subsistencia. Hasta alcanzar ese nivel de ingreso mínimo para el grupo familiar, la relación entre oferta de trabajo y salario es bastante difusa.
Por el lado de la demanda de trabajo, también se presentan algunas particularidades a las que conviene prestar atención. En principio, la teoría más elemental indica que está negativamente relacionada con el salario real.
Sin
embargo, esta es sólo una pequeña parte de la historia. En primer
lugar, debe tenerse en cuenta que las empresas demandan trabajo para aplicarlo
a la producción de bienes. Así, cuando la demanda de bienes decrece,
por ejemplo en una recesión y, por lo tanto, la producción de
bienes disminuye para adaptarse a la caída de la demanda, las empresas
no sólo no demandarán más trabajo sino que incluso pueden
despedir personal, aun cuando el salario real caiga. Si no es para producir,
las empresas no demandan trabajo por más barato que éste sea.
Podría decirse que un salario real bajo estimula la adopción de tecnologías trabajo-intensivas y esto aumentaría la demanda. Este efecto, sin embargo, sólo se daría en el largo plazo y únicamente en el caso que se cumpla una serie de condiciones adicionales, entre las que cabe destacar la evolución de las tecnologías disponibles. Aun en el largo plazo, la demanda de empleo no aumentaría si esto implicara la adopción de tecnologías atrasadas.
Por otro lado, aun cuando las condiciones del mercado así lo requirieran, las empresas pueden no estar dispuestas a disminuir los salarios, en la medida que esto puede representar un desestímulo para sus trabajadores, que podría repercutir negativamente sobre la productividad de la empresa o incentivar a aquéllos a buscar otro empleo, después de haber invertido tiempo y recursos en su capacitación.
Nuevamente, esto no significa que no exista relación entre salario
real y demanda de trabajo, sino que esta relación no es todo lo nítida
que una aproximación teórica inicial haría suponer.
Las estadísticas
La más importante herramienta estadística para seguir la evolución
del mercado de trabajo en la Argentina, es la Encuesta Permanente de Hogares
(EPH), que se releva tres veces por año habitualmente, en mayo,
agosto y octubre en 35.000 hogares de 28 centros urbanos de todo el país
y consiste en un extenso cuestionario que comprende, además de la posición
laboral de los miembros del hogar, otras cuestiones relacionadas con nivel de
vida de la población.
Específicamente, en lo que compete a la cuestión laboral, las preguntas más importantes se orientan a indagar si los miembros del hogar encuestado trabajaron una cantidad determinada de horas, si lo hicieron menos horas, si no tuvieron ningún tipo de trabajo, si buscaron un empleo, etcétera.
Como resultado de esta investigación, se publican algunos índices que ayudan a evaluar la situación laboral:
total representada por la población económicamente activa (PEA),
es decir, la cantidad de personas que tiene un empleo o lo está buscando;
total que está ocupada;
PEA que no tiene empleo;
de la PEA que trabaja, contra su voluntad, menos de 35 horas semanales. Esta
última, además, se desagrega entre la tasa de subocupados
demandantes y la tasa de subocupados no demandantes, según
se trate de gente que busca o no otra ocupación.
La población económicamente activa se puede tomar como un indicador de la oferta de trabajo, mientras la población ocupada, se trate de empleados de jornada completa o de subocupados, es un indicador de la demanda de trabajo. La diferencia entre la PEA y la población ocupada sería, entonces, un indicador de la oferta excedente de trabajo, representada por los desocupados.
Es posible ilustrar estas consideraciones acerca de las distintas categorías ocupacionales con los datos provenientes de la última onda de la EPH, relevada en octubre y difundida en diciembre de 1998. Según las cifras publicadas por el Indec, la tasa de actividad correspondiente a octubre para el total del país fue 42,1%, lo que indica que, sobre una población urbana de aproximadamente 32,5 millones, la cantidad de personas que tienen un trabajo o lo están buscando sumó alrededor de 13,5 millones.
Esto significa que cerca de 19 millones permanecen al margen del mercado de trabajo, ya sea porque son niños o jóvenes en edad escolar, ancianos, jubilados, amas de casa, inválidos o discapacitados, o personas que, por algún otro motivo, deciden permanecer fuera del mercado.
Vale la pena aclarar que en esta categoría, que podría denominarse como inactividad, no están incluidas las personas con empleos precarios o en negro, ya que la encuesta las considera ocupadas, del mismo modo que si tuvieran empleos que cumplieran con todos los requisitos legales. No es correcto, entonces, afirmar como a veces se hace que los datos correspondientes a la ocupación subestiman su verdadero valor al no considerar este tipo de trabajos.
Por otro lado, entre los 13,5 millones de personas que componen la fuerza laboral, existen diversas situaciones ocupacionales, tal como puede verse en el Gráfico 1. La mayor parte de esta población (10 millones) corresponde a quienes tienen un empleo de jornada completa.
En orden decreciente, según el grado en que tienen resuelta su incorporación al mercado de trabajo, unas 700.000 personas están ocupadas en empleos de jornada parcial, pero se manifiestan satisfechas con esta situación. Entre ambas categorías forman un conjunto que comprende alrededor de 80% de la fuerza laboral.
El resto (20%) está compuesto por 1,1 millón de personas que
están ocupadas en empleos de jornada parcial pero que, insatisfechas
con esta situación, buscan otro empleo, y por 1,7 millón desempleados.
Se llega, así, a 2,8 millones de personas con problemas laborales.
Breve historia reciente
Los últimos años han mostrado, como nunca en la historia económica
argentina, un severo agravamiento de los problemas del mercado de trabajo. Un
análisis pormenorizado de los múltiples factores que contribuyeron
a generar esta situación, excedería largamente el espacio disponible
para este capítulo, así que sólo abordaremos el tema de
manera sucinta(*).
Para este fin nos valdremos del cuadro 2, que muestra la evolución de las principales variables representativas de la situación laboral para los meses de octubre de los años 1991 a 1998. Lo más destacable es que la tasa de desempleo, que era de 6% en 1991, llega hoy a más del doble de ese valor; un par de años atrás equivalía a casi el triple.
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Habría que decir, en primer lugar, que los problemas del mercado de
trabajo no empezaron en 1993 sino que, en parte, ya estaban implícitos
en 1991, algunos ocultos tras una tasa de actividad muy baja (que indicaba que
una parte importante de la población decidía mantenerse al margen
del mercado de trabajo) y otros detrás de una tasa de empleo relativamente
alta que escondía algún desempleo disfrazado en empleo de baja
productividad.
Pero lo cierto es que las estadísticas empezaron a reflejar el problema en 1993, cuando la tasa de desempleo trepó a 9,3% como consecuencia de una demanda de empleo estancada la tasa de empleo de 1993 era igual a la de 1991 y de una oferta de trabajo en aumento.
Este aumento de la oferta de trabajo, reflejado en el aumento de la tasa de actividad respondía a buenas y malas razones. Las primeras estaban relacionadas con el aumento del poder adquisitivo del salario derivado de la estabilidad, en tanto que las segundas respondían a la incorporación al mercado de otros miembros de los hogares, en respuesta al desempleo de los jefes de familia. Entre 1993 y 1996 la tasa de desempleo, que ya era muy alta, casi se duplicó debido a que, aunque en esos años la tasa de actividad redujo su ritmo de crecimiento, la tasa de empleo cayó significativamente. Esta caída de la demanda de trabajo se originó, básicamente, en la recesión que siguió al llamado efecto tequila. Además, el crecimiento de la subocupación en este período significó que no sólo se destruyeron puestos de trabajo, sino que algunos empleos de jornada completa se convirtieron en empleos de jornada parcial.
En 1997 se produjo una mejora importante gracias a la recuperación económica que ya había comenzado en 1996. Aunque la tasa de actividad no dejó de crecer, por primera vez en los años reseñados, se produjo un aumento importante de la tasa de empleo que permitió crear puestos de trabajo, no sólo para emplear a los recientemente incorporados al mercado sino también a parte de los que lo habían perdido.
Este proceso se consolidó en 1998, fundamentalmente como consecuencia del comportamiento de la economía en la primera mitad del año, aunque el posterior ingreso a un período recesivo, que probablemente se extienda al menos hasta el segundo trimestre de 1999, no permite ser optimista para el futuro cercano.
Más adelante, en la medida que la economía retorne al sendero de crecimiento, es posible esperar una mejora de los indicadores laborales que, sin embargo, difícilmente alcance para solucionar todos los problemas derivados de la crisis de estos años. En particular, la generación de bolsones de desempleo de larga duración entre la población de menor nivel educativo y más pobre requerirá de mucha imaginación para el diseño de medidas correctivas desde la política laboral pero también de un esfuerzo importante en materia de política social.
(*) El lector interesado
en profundizar el tema puede consultar otra obra de los autores, en colaboración
con Pablo Gerchunoff y Sandra Amuso, publicada en la serie “Cuadernos de Economía”
del Ministerio de Economía de la Provincia de Buenos Aires.