Las penas y las vaquitas

    Una de las más curiosas paradojas de los tiempos modernos
    es que las vacas pasaron a un segundo plano en el país que
    hizo de la ganadería uno de sus más reconocibles
    símbolos de riqueza. El actual stock de 50 millones de cabezas
    equivale al que había dos décadas atrás. La
    más lucrativa producción de cereales y oleaginosas de
    la pampa húmeda provocó el éxodo de unas 700.000
    vacas hacia las zonas marginales.

    Así, terneros y terneras se crían con métodos
    elementales, en comparación con el grado de
    sofisticación que alcanzaron los cultivos. Salvo algunos
    productores de punta, que son verdaderas islas de productividad, la
    ganadería se desarrolla como en el siglo pasado.

    Y esta situación sorprende justo cuando la Argentina
    debía enfrentar el reto de exportar carne a Estados Unidos,
    que otorgó una mínima cuota de 20.000 toneladas en un
    mercado donde se consumen 12 millones por año.

    La bonanza de los granos no sólo empujó a las vacas
    a las tierras menos aptas. También alentó una matanza
    de novillos, hembras y animales jóvenes que los economistas
    denominan ciclo de liquidación. La falta de hacienda
    impulsó los precios hacia arriba, y fue así que el
    ganado argentino llegó a superar en cotización a su
    principal competidor, el australiano. Ese escenario atenta contra las
    exportaciones de carne, que sumarán este año 280.000
    toneladas, exactamente la mitad que en 1995.

    “La culpa no es toda nuestra. El mercado mundial no había
    terminado de recuperarse de la retracción provocada por la
    epidemia de la vaca loca, cuando estalló la crisis
    asiática. Y Asia representa 40% de la demanda mundial de
    carne”, argumenta Víctor Tonelli, timonel del
    frigorífico Las Lilas.

     

    Suma cero

    “El problema es más complejo que lo que parece”, advierte
    Bernardo Cané, el hombre que derrotó a la aftosa cuando
    comandaba el Senasa, el organismo que vigila la sanidad animal. La
    aftosa batió récord de permanencia y de estragos con
    120 años de existencia. Sin embargo, haberle ganado la guerra
    aún no significó dar vuelta la página en la
    producción ganadera.

    Según Cané, que ahora se desempeña como
    consultor privado, en el caso de la carne no se desarrolló,
    como en otras producciones, el concepto de cadena alimentaria: “hay
    canibalismo entre los distintos actores y una concepción de
    suma cero. El que gana es porque le está quitando algo a
    otro”.

    A diferencia de lo que pasó con la lechería, que ha
    llegado a alcanzar el récord de los 11.000 millones de litros
    por año, los frigoríficos no trasladaron hacia los
    productores la tecnología para que mejoren su performance,
    como sí lo hicieron las empresas de productos lácteos.

    Tampoco hubo un esfuerzo de marketing para adaptarse a las nuevas
    tendencias de consumo. “La carne es el único producto que se
    ofrece en las góndolas como hace 20 años, con 17 cortes
    de los cuales se utilizan cuatro y sin que se haya evolucionado el
    packaging. Perdió la batalla del consumo interno. No
    sólo frente a otras carnes, como el pollo y el pescado,
    también frente a otros alimentos (desde los fideos hasta la
    pizza) que además ofrecen premios, viajes y cupones para
    participar en los sorteos de Susana Giménez”, apunta Tonelli,
    cuya empresa introdujo hace diez años la carne con marca.

    Y para confirmar aquello de que nadie es profeta en su tierra, Las
    Lilas cosecha éxitos en las góndolas de El Corte
    Inglés en España, en las de Printemps en Francia, y
    planea aterrizar en Brasil, mientras que aquí los
    supermercados marginan sus cortes porque privilegian los propios.

     

    El peso de la tradición

    Una de las mayores diferencias que presenta el negocio de la carne
    con respecto al resto de las industrias de consumo masivo debe
    buscarse en los canales de comercialización. Hoy, 60% de las
    ventas continúa pasando por las carnicerías, lo que
    dificulta la tarea de marketing de los frigoríficos más
    grandes.

    Las tradicionales carnicerías &endash;y en esto comparten
    el mismo fenómeno con las verdulerías&endash;
    sobreviven frente al avance de los hipermercados porque ofrecen un
    trato más personalizado. “A la hora de comprar carne, la gente
    no reclama tanto precio sino calidad”, dice Ignacio Iriarte,
    productor de punta y director de la revista especializada Informe
    Ganadero.

    Dejando de lado el caso de Coto &endash;que comenzó
    operando como una red de carnicerías y hoy sigue siendo uno de
    los principales faenadores del país, con ventas superiores a
    los 5 millones de kilos mensuales&endash; las grandes cadenas de
    supermercados no pudieron quitarle a los tradicionales negocios de
    barrio más de 30% de las ventas.

    Pero el tiempo en que los argentinos comían casi 100 kilos
    de carne vacuna al año quedó definitivamente relegado a
    la memoria. Hoy, el consumo se ubica entre 55 y 60 kilos y amenaza
    con seguir cayendo.

    “Más allá de que el consumo de carne en la Argentina
    era demasiado elevado &endash;si se lo compara con los 45 kilos de
    Estados Unidos o los 20 kilos de Europa&endash; lo que pasó
    fue que la gente dejó de percibir a la carne vacuna como un
    producto premium debido a las condiciones sanitarias con que opera el
    mercado local”, argumenta Miguel Gorelik, de Quickfood.

    “La ganadería fue impermeable a los cambios, a pesar de la
    apertura económica, que introdujo otras reglas de juego,
    logró erradicar la aftosa y abrir mercados externos, que ahora
    no se pueden aprovechar”, señala Cané con
    resignación.

     

    El gran agujero negro

    En la Asociación de Industriales de la Carne acusan a la
    Dirección General Impositiva de “falta de decisión
    política para frenar la sangría de $ 500 millones
    anuales que se evaden en el sector”.

    Hay un dato que muestra por dónde puede atacar el organismo
    recaudador: los ganaderos declararon a la DGI un stock vacuno de 29
    millones de cabezas. Pero el censo sanitario, realizado por el
    Senasa, indica que hay 50 millones de cabezas. Entre uno y otro
    organismo no hubo cruzamiento de datos para detectar evasores.

    Y la cuestión no se hace sentir sólo sobre las arcas
    públicas. La evasión deja fuera de competencia en el
    mercado interno a los frigoríficos grandes, que son los que
    podrían alentar una mejora en la productividad del sector.

    El recaudador Carlos Silvani decidió rebajar el IVA del
    sector a la mitad porque cree que una tasa de 10,5% no es suficiente
    aliento para evadir, cuando las penas son grandes. En la actualidad
    se calcula que, del total de la faena, 10% se hace en negro y que se
    subfactura por otro 40%, lo que termina espantando a las
    compañías del exterior que estarían dispuestas a
    invertir en el país.

    “Históricamente, la industria de la carne ha sido un
    negocio muy difícil, porque se maneja con un doble
    estándar. Los grandes frigoríficos y los mayores
    exportadores resultan perjudicados porque deben competir con empresas
    que muchas veces trabajan en negro y sin cumplir con las
    mínimas condiciones sanitarias. Pero creo que se marcha hacia
    un mercado completamente diferente, en el que se va a producir una
    lógica concentración de operadores y de plantas”,
    explica Juan Münster, director comercial de la
    Compañía Elaboradora de Productos Alimenticios (CEPA).

    El nuevo escenario que describe Münster es el que imaginaron
    los directivos del grupo Garovaglio y Zorraquín cuando en
    julio del año pasado se alzaron con 70% de CEPA y sus
    controladas GRD (cueros), Willmor (proteínas animales) y
    Argenvases, a un precio de US$ 82,5 millones, en lo que
    constituyó la operación más grande en esta
    industria. (Ver nota en la sección “Empresas” de esta
    edición).

    El grupo CEPA ocupa el primer lugar entre los exportadores
    nacionales de carne, con una participación de 17% en el
    volumen total y una facturación de US$ 274 millones en 1997.
    De ese volumen cerca de 70% corresponde a exportaciones.

    Esta ecuación exhibe un signo inverso a la que se observa
    en el resto de la industria, donde más de 85% de la
    producción se destina al mercado interno.

     

    Muchas manos en el plato

    Una radiografía del sector muestra que la industria
    frigorífica argentina es una de las más fragmentadas
    del mundo. De un estudio elaborado por la USDA, la Secretaría
    de Agricultura estadounidense, surge una comparación
    elocuente: en el mercado norteamericano, los cinco
    frigoríficos principales controlan 82% del negocio, en la
    Argentina, esa porción de la torta se reduce a 17%. En Europa,
    la proporción se sitúa entre 60 y 70% según los
    países.

    Iriarte apela también a las cifras para demostrar que la
    falta de escala es notoria. “En Estados Unidos se están
    cerrando los establecimientos que faenan menos de 2.000 cabezas
    diarias, y en la Argentina las plantas más grandes no llegan a
    las 1.000 cabezas.”

    A diferencia de lo que pasó en la mayoría de los
    sectores de la economía, inundados por sucesivas olas de
    inversiones extranjeras, la norteamericana Swift continúa
    siendo el único frigorífico extranjero que opera en el
    país. Y el proceso de concentración que
    transformó a otras actividades tampoco llegó a la
    carne, donde cerca de 400 empresas continúan
    disputándose un negocio que mueve US$ 4.000 millones al
    año. Ninguna controla más de 5%.

    Algunos lo atribuyen a la memoria histórica de los
    ganaderos, que no olvidan los padecimientos de la década de
    1930, cuando los frigoríficos ingleses eran
    monopólicos. Ellos mismos alentaron la existencia de un mayor
    número de proveedores. “Pero ni unos ni otros supieron
    establecer lazos en beneficio mutuo. Deberían estar integrados
    y se consideran enemigos”, reprocha Cané.

    Quickfood, uno de los mayores frigoríficos, faenó el
    año pasado 230.000 cabezas, lo que representa apenas entre 3 y
    4% del total nacional. La empresa cuenta con dos plantas en San Jorge
    (Santa Fe) y Villa Mercedes (que acaba de cerrar) y otras dos de
    procesamiento en Martínez y Baradero. Con su marca Paty lidera
    el negocio de las hamburguesas, con una participación cercana
    a 45%, y marcha segunda en salchichas, con Patyviena, que tiene un
    market share de 18%.

     

    Oferta flaca

    La falta de hacienda hace que la Argentina no sólo pierda
    posiciones en el mercado externo. Ya hay pedidos para importar carne
    uruguaya, australiana y neozelandesa. A este panorama hay que sumar
    los novillos que se traen desde Paraguay y Chile: entre enero y mayo
    ingresaron 20.000 cabezas.

    CEPA se vio obligada a empezar a trabajar con productos de
    terceros y a cerrar la planta de Alejandro Korn para concentrar su
    producción en Venado Tuerto y Pontevedra. “Este es el peor
    momento de la crisis. Entre mayo de este año y el mismo mes de
    1997 hubo una caída de la oferta ganadera de 23%, lo que
    originó una distorsión muy grande en los precios del
    mercado. De modo que los valores actuales no pueden proyectarse a
    largo plazo”, señala Münster.

    En Quickfood, de la familia Bameule, siempre se preocuparon por
    mantener el equilibrio entre sus tres principales negocios: la
    exportación (que aporta 30% de los US$ 225 millones que
    facturó la compañía en 1997), los productos
    elaborados (que contribuyen con 35%) y la carne fresca y los
    subproductos para el mercado interno, que se llevan el restante 35%.

    Esta política les permitió en el pasado
    contrarrestar los vaivenes coyunturales de cada rubro. Pero hoy, los
    líderes de las hamburguesas enfrentan problemas en todos los
    frentes. “En el mercado local se hace muy difícil competir con
    los frigoríficos que incurren en políticas desleales,
    como la evasión, y el frente externo del sector también
    está complicado, porque se da una combinación de alto
    precio de la hacienda a nivel local y bajo a nivel internacional”,
    señala Gorelik.

     

    Vedette en baja

    Iriarte asegura que los mayores perjudicados por la crisis actual
    son los grandes operadores, que se encuentran con gran parte de sus
    instalaciones sin uso, debido a la escasez de hacienda. Según
    sus cálculos, los cinco frigoríficos más grandes
    están faenando 30% menos que en 1997 y los que dependen del
    mercado externo sufren la falta de vacas y novillos pesados, que son
    los principales productos de exportación.

    La cuota Hilton (28.000 toneladas de cortes de alto valor
    destinadas principalmente al mercado alemán), que siempre fue
    la tabla de salvación del negocio, se cotiza hoy a un precio
    20% más bajo que su nivel habitual de US$ 9.000.

    Tres de las mayores empresas exportadoras del ramo están en
    concurso de acreedores: Cocarsa, Nelson y Subga. Otras, como
    Quickfood, buscan un socio internacional. Y pese a que se anotaron
    varios candidatos, sólo uno viene de afuera: Cresud, del
    megainversor George Soros. El resto lo completan Paladini, con su
    fuerte en Rosario, CEPA y Norberto Morita (ex Quilmes).

    Nutryte, el frigorífico de Las Lilas, avanza en una
    asociación con el grupo Friar, que pisa fuerte en el Norte.
    Allí admiten que los visitaron ejecutivos de Conagra, uno de
    los tres gigantes del negocio en Estados Unidos, y de Iowa Beef
    Processors. “Pero salieron corriendo cuando vieron el marco en el que
    nos desempeñamos”, confiesa Tonelli.

    La misma actitud, por cierto, mostró el grupo Macri, que
    había firmado una opción de compra por el
    frigorífico Cocarsa.

     

    Contra el sentido común

    Hacia adelante, Tonelli cree que si la Argentina logra poner en
    marcha un organismo de promoción de carnes que no sea
    burocrático, hay oportunidades. Cané, por su parte,
    confía en que los distintos sectores encontrarán una
    solución de consenso.

    “El negocio de la carne se está globalizando y la clave es
    descubrir nuevos nichos. En Estados Unidos, por ejemplo, no nos
    conviene competir con los productos locales en el segmento premium,
    sino presentarnos como una opción diferente, aprovechando las
    ventajas de la carne argentina: un producto natural, de buen sabor y
    muy tierno, que es la variable de compra número uno en el
    país”, explica Münster.

    Dentro de esta estrategia de diferenciación de la carne
    made in Argentina, CEPA está apostando a ingresar con
    productos de mayor valor agregado, mediante acuerdos no con las
    típicas cadenas de steak house &endash;donde el factor
    determinante es el precio&endash; sino con los restoranes que ofrecen
    opciones más variadas de comida. Además, acaba de
    cerrar la compra de 50% de Sampco y 60% de Argentine Natural Beef
    (AMB), dos distribuidoras norteamericanas de cortes y manufacturas de
    carne.

    Pero Iriarte argumenta que el sector ya tiene una larga
    experiencia en rebatir pronósticos auspiciosos. “El sentido
    común indica que las perspectivas a futuro del sector son
    buenas, pero hace años que estamos esperando que el sentido
    común se imponga en este negocio. Es un mercado muy
    difícil, no sólo por la evasión. Es más,
    yo creo que aunque bajara la venta en negro no aumentaría la
    llegada de nuevas inversiones del exterior. El mercado interno
    representa entre 85 y 90% de la demanda y está muy atomizado
    regionalmente. Hay muchas pequeñas plazas donde los locales
    tienen un dominio muy fuerte y a los grandes jugadores de afuera se
    les hace muy difícil competir, porque el frigorífico de
    la zona es el único que conoce a quién venderle, a
    quién se le puede fiar y a quién no.”

     

    Informe: Alfredo Sainz

     

    Cinco estrellas para terneros

    En las provincias de Santa Fe y Entre Ríos, y en las
    localidades bonaerenses de Nueve de Julio y Saladillo, funcionan a
    pleno los hoteles de hacienda. Los hay para distintas etapas y
    garantizan un engorde rápido de los terneros, con una dieta a
    base de granos.

    Los hoteles, que no son como el clásico feed lot, donde el
    ciclo de engorde es más lento, comenzaron a prosperar desde
    que los supermercados impusieron la tendencia de la carne tierna del
    animal de 300 kilos.

    Aquí, el dueño del establecimiento le cobra al
    dueño de la hacienda por el alojamiento y los costos de la
    alimentación del animal. “No responden a la modelidad feed
    lot, sino short lot, explica Víctor Tonelli, de Las Lilas.

    En Estados Unidos (el reino del feed lot) el animal permanece en
    el corral alimentado sobre la base de granos hasta que alcanza los
    500 kilos.

    El negocio se divide en dos etapas. La primera es la cría
    del ternero recién nacido. La otra consiste en el engorde. Y
    el hecho que el precio de la tonelada de maíz se ubique hoy en
    torno de los US$ 90 alienta el florecimiento de los hoteles: conviene
    convertir el maíz en carne, en lugar de venderlo como grano.

     

    Los que ganan por varias cabezas 

    A contramano de lo que se ve en el resto del sector, Cresud, el
    brazo agropecuario de los negocios del húngaro George Soros en
    la Argentina, incorporó este año otras 5.000
    hectáreas a su producción ganadera. La firma, que en
    julio de 1997 le compró 87.000 cabezas al frigorífico
    Swift, cuenta ahora con un total de 165.000 y es el principal
    dueño de ganado vacuno en el país.

    En sus establecimientos combina una excelente genética del
    rodeo con estrictas normas sanitarias.

    La alimentación, en algunos campos de la firma, está
    basada exclusivamente en pasturas, y se complementa con granos en la
    etapa final, la llamada terminación del animal.

    Pero Cresud se asoció, recientemente, a una
    compañía norteamericana para incursionar en el alimento
    a corral, en base a granos (un clásico feed lot) en San Juan,
    donde, con el know how estadounidense, aspira a producir 15 millones
    de kilos de carne al año.

    La productividad de sus campos ganaderos supera en 30% al promedio
    nacional. Y aún así no le alcanza. En su último
    ejercicio, Cresud ganó US$ 4,5 millones, una cifra 20%
    más baja que la que mostraba su balance del año
    anterior.

    “La apuesta a la ganadería responde a la
    diversificación de inversiones en el agro, y a que confiamos
    en que Asia volverá a comprar carnes”, señala el CEO de
    la compañía, Alejandro Elzstain.

    “El departamento de Agricultura de Estados Unidos proyectó
    un aumento de la demanda mundial de carne a un ritmo de 1,5% por
    año hasta el 2005. Y estimó en Asia un incremento del
    consumo de carne por habitante de 50%, que lo ubicaría en 9,5
    kilos per cápita. A eso se suma la declaración de la
    Argentina como país libre de aftosa. Este cambio del status
    sanitario aumenta la potencialidad de acceso a nuevos mercados”,
    explica Elzstain, quien tampoco le teme al costo del flete a esos
    remotos mercados. “Muchos contenedores regresan vacíos al
    sudeste asiático”, razona.

    Pero Cresud está lejos de desdeñar el mercado
    interno, donde Elzstain pronostica una tendencia creciente de los
    precios “por la caída del stock ganadero”.