Las nuevas y poderosas tecnologías han convertido al engaño
– utilizado por razones artísticas, políticas o
comerciales en un producto barato y al alcance de todos. Proverbios como
el que dice ver para creer ya son obsoletos.
El último escándalo en la Casa Blanca – independientemente
de cómo termine – ha dejado al descubierto uno de los
peligros más importantes e ignorados que enfrentamos en nuestro
azaroso camino hacia el futuro: el fin de la verdad.
Y no nos estamos refiriendo aquí a las mentiras diarias y comunes,
sino al engaño tecnológicamente perfeccionado y a su inadvertida
convergencia con lo que llamamos posmodernismo.
Tomemos como ejemplo la sátira Wag the Dog, una película
lanzada por Hollywood antes de que las acusaciones de perjurio y adulterio
sacudieran a la Casa Blanca de Bill Clinton. En este film, tan pavorosamente
visionario, Robert De Niro y Dustin Hoffman encarnan, respectivamente,
a un artista devenido en político y a un productor de Hollywood.
Su misión es distraer la atención del público de un
escándalo sexual que rodea a un presidente de Estados Unidos.
Para lograrlo, convencen a los medios, y al público, de que Estados
Unidos está en guerra (aunque pueda parecer increíble) con
un país como Albania. Con muchos metros de película invertidos
en escenas de combate y falsas escenas de destrucción transmitidas
por televisión, más la fabricación artificial de un
héroe, logran eliminar el escándalo sexual de los titulares
de los diarios y ayudar al presidente a ganar la reelección.
Ahora volvamos a la realidad (o, quizás, a la surrealidad): en
Irak Saddam Hussein entorpece el trabajo del equipo de las Naciones Unidas
que investiga sus armas químicas y biológicas. El presidente
Bill Clinton amenaza con una acción militar. Y todos los medios
de Bagdad sostienen que, si los misiles norteamericanos llegan a atacar
a Irak, será porque Clinton quiere distraer la atención del
escándalo sexual de la vida real que amenaza su carrera.
Pero regresemos ahora nuevamente a Hollywood: en la película
del productor Jeff Apple En la línea de fuego Clint Eastwood personifica
a un anciano agente del servicio secreto que estuvo presente cuando asesinaron
a John F. Kennedy. La imagen de Eastwood fue incorporada digitalmente con
tanta perfección a los noticieros reales de la época que
nadie podría decir que no estaba al lado del presidente en Dallas
ese día. En Forrest Gump, las imágenes de Tom Hanks conversando
con Richard Nixon y con otras figuras históricas son absolutamente
convincentes. La película Contacto muestra al presidente Clinton
en una conferencia de prensa recitando líneas del guión de
esa película como si él hubiera aceptado trabajar en ella.
Sus palabras fueron seleccionadas de discursos y reagrupadas en oraciones
que se adaptaban perfectamente a la línea argumental del film.
Los manipuladores
Pero Hollywood no es el único manipulador. Hoy casi todos pueden
ser impostores autodidactas de alta tecnología. Una empresa de Nueva
York llamada Kideo anunció una patente de tecnología que
permite a cualquier persona insertar la imagen de su propio hijo en una
película, un partido de fútbol o un programa de televisión;
en realidad, en cualquier producto mediático digitalizado. El software
de Adobe brinda lo que el New York Times llama “una caja de herramientas
sorprendentemente amplia de opciones digitales para… falsificar sin dificultades
las imágenes fotográficas”. Sólo piense lo que su
propio hijo adolescente – desprolijo y rebelde – puede
hacerle si usted no le presta el auto.
Mientras tanto, los usuarios de los servicios on line utilizan nombres
falsos para proteger su privacidad. Hace poco, un dibujito animado mostraba
a dos dálmatas mirando la pantalla de una computadora. En él,
uno le dice al otro: “Cuando estamos on line, nadie sabe que somos perros”.
Según Jim Manzi, fundador de Lotus, la empresa de software que
le vendió a IBM, “la gente se jacta de que tiene oficinas en Japón
cuando en realidad el que está ahí es el compinche de alguien
que tiene un site de dos páginas en la Web. Tarde o temprano, la
realidad va a salir a la luz”.
Pero, ¿será así? Y, ¿la realidad de quién?
Las nuevas y poderosas tecnologías han convertido al engaño
– utilizado por razones artísticas, políticas o
comerciales – en un producto barato y al alcance de todos. Proverbios
como el que dice “ver para creer” ya son obsoletos. Habitualmente, ya no
podemos confiar en lo que vemos o, para el caso, en lo que escuchamos.
Junto con estos avances tecnológicos (si es que lo son) ha surgido
una nueva escuela de filosofía y crítica literaria a la que
conocemos con un término tan vago como posmodernismo. Entre otras
cosas, sostiene que ningún texto, ni siquiera el que usted está
leyendo en este momento, tiene un verdadero significado. Todo significado
es, en esencia, tan subjetivo y tiene tantos matices que ni siquiera los
autores pueden comprender cabalmente lo que escriben.
¿Qué es la objetividad?
Bajo los influjos de los académicos posmodernos, una nueva generación
de periodistas norteamericanos ha comenzado a cuestionar la premisa de
que la objetividad – justa descripción de la verdad –
debe ser el ideal de un periodista.
Los noticieros televisivos de Estados Unidos – en otros tiempos
tan claramente diferentes de la programación destinada al entretenimiento
y la publicidad – recurren cada vez más a los métodos
del show-business para tratar de ganar rating. Pero también está
sucediendo lo opuesto, porque el entretenimiento ha incorporado tanto a
la publicidad como a la propaganda política.
A mediados del año pasado, la familia de ficción del programa
Familia kft incorporó a un nuevo vecino, el coronel del ejército
húngaro Lajos Korda. Durante el programa Korda les explica a sus
vecinos la razón por la que Hungría debe ser miembro de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan). Sólo
después de numerosas protestas por parte del público, los
televidentes supieron que el coronel apareció en la tira porque
el ministro de Defensa de ese país había pagado US$ 36.000
para infiltrar en ella a un personaje que estuviera a favor de la Otan.
¿Qué significan esas herramientas, técnicas y filosofías
para el futuro de la verdad? Apuntan hacia una peligrosa división
de la sociedad. Por un lado, estará el cinismo total. Y, por el
otro, habrá pequeños grupos que, buscando aferrarse a algo
en un entorno cada vez más complejo, relativo y en permanente cambio,
optarán por creer en una sola verdad – y creerán
en ella con verdadero fanatismo. Ambas son malas noticias para la democracia.
Estamos presenciando el fin de la verdad con la que hemos estado familiarizados,
por lo menos en Occidente, desde los tiempos de la revolución industrial
y la era del Iluminismo.
©Alvin y Heidi Toffler, distribuido por Los Angeles Times Syndicate.