Nota

    La ausencia de inversiones, la inexistencia de una
    legislación ambiental moderna que se adecuara a los
    estándares internacionales y una actividad industrial volcada
    casi exclusivamente a satisfacer la demanda del mercado interno
    alejaron durante décadas a los empresarios argentinos de un
    debate que ganaba terreno en el mundo desarrollado: cómo
    lograr satisfacer las necesidades de crecimiento económico
    atendiendo, al mismo tiempo, a la preservación del medio
    ambiente.

    La apertura de la economía modificó las reglas del
    juego. Y una de sus consecuencias directas -el desembarco de
    compañías multinacionales que traían consigo una
    clara política ambiental- obliga a los empresarios locales a
    comprender que adecuar sus procesos productivos a las estrategias
    ecológicas es la clave para lograr que sus productos
    estén en condiciones de acceder a nuevos mercados.

    “En materia ambiental reaccionamos tardíamente. El
    management argentino se encuentra todavía en un período
    introductorio, que se inició en 1994. Recién ahora
    está tomando conocimiento del tema e ingresando de manera muy
    lenta en un proceso de cumplimiento ambiental. Y aquí cabe
    hacer una distinción entre aquellas compañías
    que quieren tomar voluntariamente el compromiso de desarrollar una
    gestión ambiental y las que lo hacen obligadas por la
    normativa vigente”, señala Witold Kopytynski, director de SIM,
    una consultora especializada en brindar servicios integrales de
    gestión ambiental a la industria.

    Son varias las señales que dan cuenta de la creciente
    preocupación por el tema. Una de ellas es la
    conformación, hace más de cinco años, del
    Consejo Empresario Argentino para el Desarrollo Sostenible, en el que
    participan alrededor de 30 compañías líderes que
    adhieren a la defensa del medio ambiente. Otro síntoma es el
    incremento de la demanda de asesoramiento legal en materia ambiental
    por parte de las empresas, que en el último lustro
    creció diez veces.

    “Las empresas extranjeras están obligadas a actuar en
    función de una política ambiental corporativa que las
    obliga a cumplir no sólo con la legislación nacional,
    sino con la que rige en sus países de origen. Y en el caso de
    las nacionales, descubrieron que debían actuar
    rápidamente para no quedar fuera del mercado”, opina la
    abogada ambientalista Ana Vidal de Lamas, socia del estudio Lamas,
    Taboada y Asociados.

    Pero el desencadenante final de la toma de conciencia llegó
    de la mano de la reglamentación de una ley. A mediados del
    año pasado, la provincia de Buenos Aires puso en vigencia, a
    través del decreto 1741, la ley N° 11.459 de
    Radicación Industrial, que establece la obligatoriedad para
    todas las empresas asentadas en territorio provincial de presentar
    ante la Secretaría de Política Ambiental una
    evaluación del impacto sobre el ambiente provocadas por su
    radicación y sus actividades productivas. La
    presentación de ese estudio es el prerrequisito para la
    obtención de un certificado de aptitud ambiental.

    De acuerdo con la actividad industrial y la cantidad de efectos
    ambientales que produzca la empresa, los costos del estudio pueden
    sumar entre US$ 25.000 y US$ 200.000. “El hecho de que todas hayan
    tenido que hacer esa evaluación ha abierto los ojos de los
    empresarios. Antes muchos decían: ´Con el tema ambiental
    hagamos lo necesario para cumplir´. Ahora, algunos ya se preguntan
    qué acciones desarrollar, más allá de la ley,
    para que su empresa sea amigable con el medio ambiente, o esté
    en condiciones de exportar agitando como bandera el tema ambiental”,
    sostiene Lamas.

    Para Kopytynski, “las empresas deben advertir que un estudio de
    impacto ambiental bien hecho no sólo les permite obtener el
    certificado de control ambiental o la habilitación para la
    radicación de una nueva planta. También es la
    línea de base que las habilita para comenzar a prepararse para
    gestionar una certificación ISO 14.000”.

     

    El poder del control

     

    La máxima autoridad de aplicación de la
    legislación ambiental vigente a nivel nacional
    -específicamente, la Ley 24.051 de Residuos Peligrosos, a la
    que ya adhirieron varias provincias- es la Secretaría de
    Recursos Naturales y Desarrollo Sustentable, piloteada por
    María Julia Alsogaray. Entre las consultoras ambientales se
    asegura que actualmente el organismo enfrenta dos problemas: la
    inexistencia de una norma que otorgue fuerza de ley al
    artículo 41 de la Constitución Nacional reformada -que
    debe establecer los presupuestos mínimos, el conjunto de
    normas y estándares básicos que sirvan de marco
    institucional jurídico al tema ambiental en todo el
    país- restringe su capacidad de acción. Otro eje
    conflictivo -la disputa jurisdiccional que libra con la autoridad
    ambiental de la provincia por el cobro de las tasas de
    inspección de residuos en el Gran Buenos Aires- le genera
    roces con su par bonaerense.

    En el territorio provincial, la autoridad de aplicación
    de la Ley 11.459, la 11.720, de Residuos Especiales -análoga a
    la que rige en el ámbito nacional-, y la 11.723, conocida
    como Ley Marco Ambiental -estas dos últimas aún no
    reglamentadas- es la Secretaría de Política Ambiental.
    La responsabilidad que le cabe al organismo platense no es menor. Si
    se tiene en cuenta que cerca de 80% del aparato industrial argentino
    está asentado en territorio bonaerense, todo lo que haga la
    Secretaría para vigilar el cumplimiento de la normativa puede
    sentar un precedente importante en materia de control ambiental para
    el resto del país.

    El subsecretario Mario Fittipaldi se muestra crítico frente
    al papel jugado hasta ahora por el sector público: “Creo que
    no existió una respuesta firme para controlar el cumplimiento
    de la legislación en vigencia. Faltan conciencia y dinero,
    porque las partidas se desprenden de una fuerte convicción
    política. El gobierno de la provincia ha reconocido que hay
    que darle importancia al tema. Ahora, desde la Secretaría
    estamos peleando para lograr que en el Plan Trienal se le adjudique
    una porción mayor de presupuesto al área de Medio
    Ambiente”.

    Para ejercer control sobre las miles de industrias radicadas en
    territorio bonaerense, la Secretaría cuenta con un presupuesto
    anual de $ 3 millones y una dotación de 70 inspectores.
    Recursos insuficientes, considerando las obligaciones que le impone
    la ley de radicación industrial: distribuir en
    categorías a todas las empresas bonaerenses -según sus
    niveles de complejidad ambiental, capacidad y potencia instaladas,
    localización, cantidad de empleados y rubro al que
    pertenezcan-, recibir los informes de impacto ambiental y realizar
    auditorías bianuales en las empresas encuadradas en la tercera
    categoría -petroleras, petroquímicas, papeleras,
    curtiembres, frigoríficos-, que son las que tienen un gran
    compromiso ambiental.

    “En junio del ´96 se abrió el registro y comenzamos a
    recibir los informes. En estos momentos ya contamos con 15.000
    empresas categorizadas, y estimamos que faltan otras 15.000 para
    completar el mapa. Pero nos encontramos con un cuello de botella,
    porque el personal técnico del que disponíamos no
    alcanzaba”, reconoce Fittipaldi.

    El inconveniente fue salvado mediante un convenio que la
    Secretaría cerró con el Colegio de Ingenieros de la
    provincia, por el cual la entidad profesional se está haciendo
    cargo de asignar una categoría a cada empresa.

    La demanda verde

     

    Junto a la obligación de cumplir con regulaciones cada
    vez más estrictas, las empresas deben responder a la demanda
    creciente de los consumidores y del mercado financiero internacional.
    “La comunidad está ejerciendo una presión muy grande
    sobre las compañías, controlando su comportamiento en
    relación con el medio ambiente. Una muestra son los reclamos y
    denuncias que se canalizan a través de municipios y
    organizaciones no gubernamentales”, apunta Ana María Barreiro,
    gerenta de la oficina local de Dames & Moore, una de las
    consultoras ambientales líderes en el mundo, que acaba de
    desembarcar en la Argentina.

    “El municipio tiene que ser un protagonista excluyente en el
    control de la calidad ambiental, ya que es el perjudicado directo en
    el caso de un incidente ecológico. Y ante una denuncia, las
    autoridades municipales se ven obligadas a actuar, porque es la
    propia comunidad la que comprueba si la denuncia prospera o no se
    hace nada. Cuando el gobierno municipal no cumple ejerciendo
    eficientemente el poder de policía, tiene a un pueblo
    atrás que le demanda soluciones concretas”, afirma
    Andrés Joseph, presidente de la Asociación Los
    Algarrobos, una organización ambientalista no gubernamental
    que colabora con municipios en la aplicación, financiamiento y
    supervisión de proyectos forestales y de agricultura
    sustentable.

    Durante 1996, la Secretaría de Política Ambiental
    bonaerense recibió 249 denuncias ambientales. Entre marzo del
    ´96 y febrero de este año, y como consecuencia de esas
    denuncias, el organismo llevó a cabo doce clausuras. Dos de
    ellas determinaron el cierre definitivo de las plantas denunciadas.

    Barreiro considera que el control del comportamiento de las
    empresas “pasa por una convergencia de tres fuerzas: las de los
    organismos del Estado, pero también las del mercado y las de
    la comunidad. Las empresas saben que sus clientes comienzan a
    preocuparse por el tema ambiental y que los grandes organismos
    internacionales de financiación son muy cuidadosos al momento
    de otorgar los créditos. Las compañías que
    cotizan sus acciones en las Bolsas internacionales ven que los
    aspectos ambientales están siendo muy evaluados por los
    inversores al momento de adquirir papeles. Actualmente, el pasivo
    ambiental es un pasivo similar al contable”.

    La demanda ambiental también tiñe el proceso de
    fusiones y adquisiciones. “Las compañías
    multinacionales que desean adquirir empresas ya no solamente analizan
    el mercado al cual están apuntando, o los costos internos.
    También evalúan los riesgos ambientales anteriores, en
    el caso de una compañía instalada, o los problemas
    ambientales que puede llegar a generar la operación de una
    nueva planta”, asegura Barreiro.

     

    Certificaciones para el mercado global

     

    Una de las respuestas ensayadas por las empresas para reconvertir
    ese pasivo y transformarlo en un activo ambiental que suponga la
    apertura de nuevos mercados es la obtención de una
    certificación de la familia ISO 14.000. A diferencia de las
    ISO 9.000, que dan cuenta de la calidad de un proceso, un servicio o
    un producto, en el caso de las ISO 14.000 lo que se evalúa es
    la calidad de los sistemas de gestión ambiental y el
    cumplimiento, por parte de la empresa certificada, de la
    legislación vigente.

    Hasta fines de enero, la habían obtenido cinco empresas
    argentinas: Arcor, Petroken, Petroquímica Cuyo, Shell y
    Saneamiento y Urbanización. “Para nosotros, certificar ISO
    14.000 significó poder aprovechar la experiencia ganada en el
    desarrollo y la aplicación de un sistema de gestión de
    calidad. Decidimos aplicar las mismas herramientas para implementar
    un sistema de gestión ambiental, porque consideramos que de
    esa forma asumíamos una posición de liderazgo y nos
    ubicábamos a la vanguardia del mercado argentino”, explica
    Carlos Lavalle, gerente de Calidad y Medio Ambiente de
    Petroquímica Cuyo.

    La importancia de una ISO 14.000 está íntimamente
    ligada, según Kopytynski, a la existencia de una
    legislación ambiental adecuada y a la eficiencia que muestren
    las autoridades de aplicación. “La obtención de una ISO
    14.000 exige que una empresa cumpla con la legislación
    ambiental vigente en cada país. Si esa legislación es
    mala, inadecuada o incompleta, o si no existen autoridades de
    aplicación capaces de hacer efectivo el cumplimiento de las
    leyes, el significado de una certificación es más que
    relativo. El imperio de esas condiciones degradaría la
    obtención de una certificación y la calidad ambiental o
    ecológica con que la industria nacional intente ubicarse en el
    mercado mundial.”

    En opinión de Lamas, la demanda de cumplimiento de las
    normas ambientales debe corresponderse con un marco de seguridad
    jurídica que establezca reglas claras en materia de
    legislación y jurisdicción entre los municipios, las
    provincias y la Nación. “La primera condición para
    cumplir las leyes es conocer que existen. Y para eso es necesario
    elaborar un digesto ambiental que recopile la legislación
    vigente, pero también eliminar la superposición de
    jurisdicciones entre la Nación y los gobiernos provinciales y
    derogar las leyes que están en desuso. Sólo así
    las empresas podrán saber dónde están paradas en
    materia ambiental.”

     

     

    El dilema del financiamiento

     

    La adquisición de tecnologías limpias y la
    reconversión necesaria para adecuar los procesos productivos a
    los requerimientos ambientales demanda inversiones importantes.
    Según estimaciones de la Secretaría de Política
    Ambiental, la inversión privada en el sector ambiental en
    territorio bonaerense ascendió durante 1996 a US$ 1.500
    millones.

    Para las Pymes, el financiamiento de la reconversión
    suele ser un verdadero dilema. Hasta ahora, sólo dos bancos
    oficiales -el Provincia y el Bice- ofrecen líneas de
    créditos destinados a las pequeñas y medianas empresas
    que deciden incursionar en mejoras ambientales. Pero los industriales
    se quejan: consideran que una tasa anual de 12% es todavía
    demasiado elevada para sus posibilidades.

    En los sectores de refrigeración doméstica y
    comercial y de espumas rígidas y flexibles, el financiamiento
    tomó la forma de donaciones. “El fondo Protocolo de Montreal
    aprobó en 1994 el programa PAIS, que tiene por objetivo
    financiar la reconversión tecnológica de las empresas
    que utilizan en su producción gases CFC, que agotan la capa de
    ozono”, explica María Lucía Gómez, coordinadora
    de proyectos del Programa Ozono del Inti, el referente
    tecnológico del programa PAIS en la Argentina.

    Veintiocho empresas medianas y pequeñas ya han recibido
    donaciones de nuevas tecnologías por US$ 29 millones. Para
    este año, otras doce esperan la aprobación de sus
    proyectos.


    Mario Benechi

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