Acciones, títulos y leyes de
Murphy
El mercado financiero mundial ha vivido los últimos tiempos
montado sobre una ola de “dinero fácil”, elevando
los índices sin cesar; el pasado diciembre, el Dow Jones
exhibió su segundo más grande incremento en un
día. Pero, ¿se trata del triunfo capitalista o de la
“exuberancia irracional” a la que aludió el
estadounidense Alan Greenspan, titular de la Reserva Federal a
principios de ese mismo mes? Algunas señales parecen apuntar
hacia la segunda opción. Como dato, fue tal la cantidad de
inversionistas ansiosos que visitaron la bolsa de valores en Dhaka,
Bangladesh, durante el reciente otoño boreal, que aparecieron
fisuras en dos de los pisos del edificio, obligando a su clausura
temporal.
Con miras al futuro, algunas molestas “Casandras”
están advirtiendo que los presentes buenos tiempos
llegarán a su fin. Las principales amenazas al mercado global
radican en la posibilidad de que desaparezcan los factores benignos
que se conjugaron para elevar los precios: baja inflación,
bajas tasas de interés e incremento de las utilidades de las
empresas.
La inflación podría reaparecer por un alza de los
precios de los commodities; en este sentido, cabe recordar que el del
petróleo se mantuvo muy fuerte en el ‘96. Otra
alternativa indica que las presiones del mercado laboral
estarían en condiciones de empujar los costos hacia arriba,
especialmente en Estados Unidos y el Reino Unido, donde el desempleo
ha disminuido.
Cualquier signo de crecimiento inflacionario elevaría las
tasas de interés; si bien hasta ahora la Reserva Federal de
Estados Unidos las ha mantenido estables, nada hace pensar que esto
no pueda cambiar en el ‘97. Y es bueno recordar que en 1994,
cuando la “Fed” aumentó las tasas, el efecto
negativo sobre el mundo de los bonos y las acciones fue
prácticamente inmediato. Pero también existe el riesgo
de la deflación; cuando ella ocurre, las acciones tienden a
sufrir en comparación con los bonos, que tienen un valor
nominal fijo al que deben ser repagados.
En resumen, el mercado bursátil ha dependido de una
batería de circunstancias económicas y empresariales
favorables. ¿Estas continuarán a lo largo del año?
Las leyes de Murphy sugieren que algo, en algún lugar,
irá mal.
Barton Biggs, director de estrategia global del banco de inversiones
estadounidense Morgan Stanley, afirmó semanas atrás que
“la valuación de las acciones está por el cielo, y
todas las buenas nuevas tienen que ver con los precios; en 65 de
nuestros 95 años en este siglo, las bolsas en algún
punto declinaron como mínimo 10%. Mi instinto me dice que las
cosas han ido demasiado bien por demasiado tiempo”.
Blusas en vez de pollo
En 1992 fue presentado en Estados Unidos un prototipo de
secarropas a microondas que prometía beneficios tales como
reducción de la duración del proceso, ahorro de
energía y menor daño en las prendas. Las
máquinas convencionales usan aire caliente a una temperatura
que trepa a los 77°, mientras que las microondas pueden penetrar
los tejidos más fácilmente y evaporar el agua a unos
40°. En razón de que el secado es más tibio
resultaría apropiado para lanas, sedas y telas delicadas en
general, que suelen requerir la limpieza a seco.
También la ropa tejida podría secarse sin peligro de
encoger o apelmazarse.
La idea base del proyecto desarrollado por el Electric Power Research
Institute de California data en realidad de los años ‘60.
Originalmente, existía la preocupación de que los
accesorios de metal —cierres relámpago, botones—
podrían recalentarse con las ondas, dañando las prendas
o la máquina. Los experimentos demostraron que esto no
sucedía, si bien para 1992 todavía había
problemas potenciales con los objetos de metal pequeños o
delgados, tales como clavos o hebillas de pelo; olvidados en
algún bolsillo, podían recalentarse rápidamente
y chamuscar la ropa o aun causar un incendio.
En aquel año de su presentación los investigadores a
cargo del proyecto afirmaban con optimismo que la máquina
estaría en el mercado para 1996. Sin embargo, hoy parece que
aún falta un tiempo para que esto ocurra. Y ello a pesar de
que se salvó el último escollo técnico mediante
la introducción de un sensor que detiene la secadora
automáticamente en cuanto detecta cualquier pequeño
objeto de metal.
La razón de la demora —además de que la gente no
parece insatisfecha con sus secadoras comunes— radicaría
en el costo. Una máquina normal vale entre US$ 380 y US$ 500,
mientras que la de microondas ascendería a los US$ 800 o US$
900. Los padres del prototipo siguen paseándolo por las
diversas exposiciones comerciales, a la espera de que alguna
compañía se decida a fabricarlo, confiando en que la
economía de escala rápidamente bajará su costo.
