Medido a través de la tasa de variación del PBI, no
puede afirmarse que el proceso de reactivación observado en
1996 haya sido de naturaleza explosiva: el mismo equipo
económico estima un aumento para todo el año de 3%.
Cierto es que, trimestre a trimestre, el ritmo de actividad fue
presentando incrementos más elevados. No obstante, cabe
advertir que los niveles del producto observados en la segunda mitad
de 1995, cuando la recesión desatada por el efecto tequila
había alcanzado su pico, eran los más bajos desde 1993.
De ese modo, a pesar del aumento de 6,6% que se habría
observado en el segundo semestre de 1996, el nivel absoluto sigue
siendo inferior en 1,5% a los valores alcanzados en el mismo lapso de
1994.
Una estimación aproximada del comportamiento del PBI en
términos desestacionalizados muestra que, a lo largo de 1996,
el producto global de la economía habría registrado su
mayor salto en los primeros tres meses del año (3,1%), se
habría estancado entre abril y junio, habría recuperado
una cuota significativa de su dinamismo inicial en el tercer
trimestre (1,9%), para desacelerarse otra vez en el cuarto
(1,3%).
Otro aspecto debatido intensamente es el de las fuentes del
crecimiento. Al respecto, algunas estimaciones realizadas sobre la
base de las previsiones oficiales y de la información
disponible sobre la evolución del comercio exterior
—tanto en cantidades como en precios— muestra que, en 1996,
el factor que mayor impulso habría dado al aumento del PBI es
el crecimiento del consumo (explica 74,5% de la variación
absoluta estimada), seguido por la inversión (29,5%) y por
último la expansión de las exportaciones (19,6). Por el
contrario, tendría un efecto de contracción la
sustitución de importaciones —es decir, habría
reemplazo de producción local por externa— tanto en el
caso de los bienes de capital (-15,3%) como en el de los bienes de
consumo durables y no durables e intermedios (-8,3%).
Luces y sombras
Parece difícil que pueda disputársele a la Argentina
uno de los primeros puestos en el ranking mundial por su
comportamiento inflacionario; en particular, en lo que respecta a los
precios al consumidor (IPC) que, medidos como promedios anuales,
reflejarán en 1996 un incremento de 0,2% en relación
con los niveles de 1995. No presentan un desempeño semejante
los precios internos nacionales al por mayor (IPIMN), que
exhibirían un aumento del orden de 3,7%.
Al contrario de lo que sucede con el comportamiento de la tasa de
inflación minorista, la economía nacional muestra uno
de los peores índices de desempleo del mundo, agravado por una
fuerte rigidez descendente. Sin embargo, más allá de
cierta confusión y posterior desconfianza que
acompañó la difusión de los últimos datos
sobre la evolución de las principales variables ocupacionales,
los indicadores disponibles estarían señalando que a
pesar de que el problema del desempleo continúa siendo muy
agudo, al igual que la subocupación, al menos se habría
detenido el proceso de destrucción de puestos de trabajos.
El núcleo de la discusión reside en el tratamiento que
se le aplica a toda aquella parte de la población urbana no
captada por la encuesta que realiza el Indec. Al respecto, debe
tenerse en cuenta que el relevamiento oficial representa, bajo la
modalidad expandida, casi dos tercios de la población urbana
total del país. La cuestión es si, para estimar el
número total de ocupados y desocupados urbanos del
país, al tercio restante se le aplican los coeficientes
promedio de la encuesta o solamente los referidos a los aglomerados
urbanos del interior.
El equipo económico sigue el último criterio y la
mayoría de los analistas privados el opuesto. De acuerdo con
el último relevamiento, para la conducción
económica se habrían creado, desde abril de 1996, cerca
de 200.000 nuevos puestos de trabajo. Si se sigue el otro
procedimiento, la creación bruta de nuevos puestos laborales
alcanzaría a 230.000. Respecto del número de
desempleados, también son de importancia las diferencias:
mientras la mécanica oficial muestra solamente 3.000 nuevos
desempleados, el otro procedimiento indicaría que el
incremento es del orden de 84.000 trabajadores.
La información disponible muestra que el proceso de
creación de empleo sería más intenso, en
relación con el aumento de la oferta laboral, en las
áreas urbanas del interior que en la región
metropolitana. Otro aspecto que surge de los últimos datos
ocupacionales es que la calidad de los puestos de trabajo que se
crean es, en el caso del área metopolitana, inferior. De los
110.000 nuevos puestos que se generaron en esa región,
sólo 23% corresponde a la categoría de ocupaciones
plenas.
Por otra parte, parece evidente que las razones que explican que el
ritmo de expansión de la población activa sea superior
al de generación de nuevos empleos y, con ello, que el
desemplo muestre la rigidez observada, se relaciona más con un
problema de bajos ingresos salariales y no salariales de las familias
que con un hipotético aumento de los mismos. En efecto, tal
como fue señalado, los salarios industriales cayeron un 5% en
términos reales durante 1995 y la recuperación del
año siguiente dejó un retraso no inferior al 2%.
Además, el aumento del desempleo, sobre todo en los jefes de
familia, induce la búsqueda laboral por parte de otros
integrantes de la familia.
Por último, cabe señalar que la insistencia
gubernamental, empresaria y de los organismos internacionales
respecto de la urgencia por apurar las reformas en el mercado
laboral, tiene más que ver con la necesidad de reducir los
costos salariales y no salariales para aumentar o sostener la
competitividad externa de la fuerza de trabajo que con el argumento
de que constituye una condición necesaria y suficiente para
incrementar la cantidad de nuevas ocupaciones.
Las brechas
A pesar del aumento registrado en el valor de las exportaciones
—más de 10% con respecto a 1995—, las importaciones
han crecido durante el último año a un ritmo superior:
alrededor de 17%. En consecuencia, el superávit comercial que
se había alcanzado durante el año del efecto tequila no
sólo habría desaparecido sino que, además, a
partir de julio de 1996 se ingresó nuevamente en un ciclo de
déficit comercial externo. Esto concluiría en un saldo
negativo de US$ 200 a 500 millones para todo 1996.
Aunque sólo se dispone de las cifras correspondientes al
primer semestre de 1996, cabe señalar que durante ese lapso el
aumento del valor de las ventas externas (4,3%) fue el resultado de
un aumento de los precios de 7,2% y una caída del volumen de
3%. Los productos primarios y las manufacturas de origen industrial
son los segmentos que presentan las mayores caídas en los
volúmenes exportados (15% y casi 8% respectivamente). En el
caso de las importaciones, a lo largo del primer semestre de 1996 el
aumento de su valor responde más a un incremento en las
cantidades introducidas al país (4,1%) que a un alza de los
precios (2,5%). En este sentido, las mayores brechas se observan en
el caso de los bienes de capital —aquí se habría
producido un descenso de los precios internacionales—, que
aumentaron en casi 7% en volumen y en los bienes intermedios
(más del 9%). En cambio, los bienes de consumo sólo
crecieron 2% en términos de sus cantidades.
Por otra parte, computando el comportamiento de los servicios reales,
las transferencias unilaterales y los servicios financieros —sin
incluir los intereses por las colocaciones en el exterior de los
residentes privados en el país—, el déficit en la
cuenta corriente del balance de pagos superaría los US$ 8.000
millones durante 1996. Dado que se estima una variación bruta
de las reservas internacionales del Banco Central del orden de los
US$ 2.000 millones para todo 1996, se deduce que el saldo de la
cuenta capital fue superavitario en aproximadamente 10.000 millones.
Cabe advertir que la totalidad de ese saldo corresponde a operaciones
del sector público, ya que el saldo neto correspondiente al
sector privado muestra una salida neta entre las transacciones
realizadas por los bancos y por las empresas no financieras.
Como se observa, la economía no exhibió mayores
dificultades para financiar no sólo la brecha externa sino
también la brecha fiscal. Aunque el FMI dio por cumplidos los
compromisos correspondientes al tercer trimestre de 1996 y, en
consecuencia, autorizó el desembolso de US$ 154 millones del
tramo del acuerdo stand by que finaliza en marzo de 1997, no caben
dudas de que la situación por la que atraviesan las cuentas
fiscales puede ser calificada, como mínimo, de
inquietante.
Aunque Cavallo insinuó un sinceramiento del tamaño real
de la brecha poco antes de su desplazamiento, fue el nuevo ministro
el que blanqueó lo que todo el mercado ya sabía; esto
es, que el déficit fiscal —incluidos los pagos de los
intereses— iba a trepar hasta 6.000/6.500 millones de
pesos/dólares.
En un régimen económico en el cual no se puede
financiar el déficit fiscal con emisión monetaria y en
un contexto donde los recursos por privatizaciones apenas alcanzaron
los US$ 500 millones frente a los 1.200 millones obtenidos en 1995,
el financiamiento del déficit del sector público no
financiero implica necesariamente un aumento de la deuda
pública total. Al respecto, la evolución del
endeudamiento neto del gobierno, por todo concepto, pasó de
US$ 84.500 millones en 1995 a algo más de 91.000 millones a
fines de 1996.
Las previsiones
La mayoría de los pronósticos para 1997 están
apoyados en el hecho de que por lo menos tres grandes factores de
índole externa y otros dos de índole interna no
presentaran modificaciones de una magnitud tal que provoquen cambios
bruscos y de significación en las principales tendencias. El
primero de ellos se refiere al rumbo probable de los mercados
financieros internacionales después de la “suave
advertencia” del presidente de la Junta de la Reserva Federal de
Estados Unidos a mediados de diciembre pasado acerca de que se
observaba una “exuberancia irracional” en las cotizaciones
de los mercados bursátiles. Hasta ahora, el aviso fue
suficiente como para corregir una parte de la burbuja y establecer un
nuevo piso en los valores de los activos financieros que, a su vez,
indujo una moderada corrección alcista en las tasas de
interés de largo plazo. Si esta tendencia fuera semejante a la
que se observó a partir de 1994, no debería descartarse
que la economía local pueda exhibir algunas dificultades para
obterner el financiamiento que requiere para compensar su brecha
externa y fiscal.
El segundo factor externo tiene que ver con la evolución de la
economía brasileña. En este caso, las opiniones
están divididas entre quienes ven una fuerte crisis y una
corrección importante en las principales variables
macroeconómicas a la vuelta de la esquina y aquellos que
descreen de esa posibilidad. En realidad, todo parece estar atado a
la posibilidad de que el actual presidente pueda ser reelecto. Si,
como las encuestas auguran, un plebiscito no le aseguraría esa
posibilidad y, por lo tanto, se recurriría al mecanismo
constitucional a través del Congreso Federal, este
procedimiento estaría acompañado de importantes
concesiones en materia fiscal para asegurarse los votos
parlamentarios necesarios.
En ese contexto, las dificultades fiscales podrían agravarse
y, con ello, los altos niveles de endeudamiento interno y externo y
los problemas de inconsistencia monetaria. Pero también debe
tenerse en cuenta que el desequilibrio en la cuenta comercial externa
constituye una preocupación de los principales sectores
exportadores y productores de bienes que compiten con las
importaciones. Sus representantes en el Congreso podrían
requerir algún intercambio que aliviara estas cuestiones para
brindar su voto a la reelección del presidente Cardoso. En
suma, se trata de una situación que requiere un constante
monitoreo para no ser sorprendido por bruscos cambios en la
política del principal socio comercial del Mercosur.
El tercer factor de índole externa tiene que ver con el
interrogante acerca de la actitud del FMI hacia la Argentina si, como
coinciden la mayoría de los analistas privados, el
déficit en las cuentas públicas excede largamente el
hasta ahora pactado para 1997. En particular, cuando el Fondo se
ponga a negociar a partir de marzo las metas y compromisos de un
convenio de facilidades extendidas que finalizaría en 1999.
Los analistas prevén una postura benévola del organismo
si, al menos, se cumplen las siguientes condiciones: por un lado, que
se mantengan las buenas perspectivas de liquidez internacional; por
el otro, que la Argentina avance decididamente en la
aplicación de algunas de las reformas estructurales aún
pendientes; en particular, con las referidas a la
flexibilización laboral, la desregulación de las obras
sociales sindicales, la desarticulación del poder gremial y el
fortalecimiento del sistema bancario.
En cuanto a los factores de índole interna, dos se destacan
con nitidez. El primero es el vinculado con las derivaciones de las
intensas pujas entre el ex ministro Cavallo y el entorno del
Presidente. Estas peleas se destacan más por su
espectacularidad que por los contenidos comprobables de las
acusaciones que se intercambian. Por ello, excepto en el caso de que
surgieran pruebas de difícil refutación que involucren
al entorno presidencial, la capacidad de estos acontecimientos de
influir negativamente en el devenir económico aparece cada vez
más acotada.
El segundo factor, mucho más importante, es el vinculado con
los resultados que arrojarán las elecciones legislativas de
finales de 1997. Los sondeos actuales tienden a señalar que el
oficialismo se encuentra, por primera vez desde 1989, frente a la
posibilidad de soportar una importante disminución en el
número de representantes en el Congreso Nacional. El
oficialismo es consciente de esa posibilidad y, por lo tanto,
hará todo lo que esté a su alcance para que, como
mínimo, el resultado electoral de 1997 sea equilibrado. Tal
como se presentan en la actualidad los discursos de los principales
partidos de la oposición, difícilmente los factores de
poder económico interno y externo se sientan amenazados en sus
intereses por una eventual derrota del oficialismo. De ahí,
entonces, que deban descartarse escenarios futuros donde la
posibilidad de un triunfo opositor en las urnas conduzca a un
empeoramiento de importancia en la evolución de las
principales variables de la economía.
En suma, si el marco externo y el interno se comportan dentro de los
rasgos descriptos, las perspectivas económicas para 1997
pueden sintetizarse en los siguientes aspectos:
- El PBI aumentará entre 4,5% y 5%. Los componentes
más dinámicos serán las inversiones y las
exportaciones, con un incremento de 10%. En cambio, el consumo
crecerá a una tasa algo superior a 4%, y las importaciones
treparán 14%. - No habrá cambios significativos en la tasa de
inflación: los precios al por menor se ubicarían por
debajo de 1% y los mayoristas en torno de 2%. - Los salarios exhibirán una leve mejoría derivada
de los incrementos de productividad esperados. - Aunque se estima que la tasa de desempleo presentará un
descenso, éste no sería superior a un punto
porcentual en el promedio del año. - El déficit fiscal, corregido por el resultado de las ex
cajas previsionales provinciales y sin incluir las
privatizaciones, se ubicaría unos 300 millones por debajo
del nivel esperado al cierre de 1996: unos US$ 6.500
millones. - La balanza comercial podría ser deficitaria en, por lo
menos, US$ 1.500 millones. Si a esto se le suma el quebranto en la
cuenta de servicios reales y financieros, el déficit en la
cuenta corriente se ubicaría en torno de 10.200
millones. - Se espera que los depósitos y los agregados monetarios
continúen el avance registrado en 1996; aunque a una tasa
que sería la mitad de la observada el año anterior.
Por último, en ese marco, se prevé que las tasas de
interés muestren, en relación con las vigentes sobre
los finales de 1996, un suave descenso.
