Momento de decisión

    Para intentar una apretada síntesis de lo que
    ocurrió en el terreno del marketing durante 1996 y avizorar
    algunas de las tendencias que se perfilan este año, puede ser
    útil repasar brevemente un manojo de datos relevantes de la
    historia reciente. Ellos echan luz sobre ciertas cuestiones y ayudan
    a entender situaciones que de otro modo resultarían
    difícilmente comprensibles.

    El largo período signado por la convivencia con la
    inflación movió a buena parte de las empresas a
    privilegiar su área de finanzas, bien por razones de
    supervivencia o por encontrar allí su principal fuente de
    utilidades. En tanto la gente de ventas (que así se denominaba
    globalmente a lo que después devendría marketing)
    quedaba relegada a un papel secundario, un engranaje más de la
    máquina que aún produciendo o vendiendo bienes o
    servicios se orientaba más hacia el “ciclismo”
    financiero.

    Pero un día, abruptamente, irrumpió la Convertibilidad,
    y con ella la estabilidad cambiaria y la casi completa
    desaparición de la inflación. Con tanto consumo
    postergado y la euforia de ese mundo nuevo, sobrevinieron los
    primeros años dorados; en ellos la gente ya sí de
    marketing tuvo la oportunidad de ocuparse realmente de lo suyo y
    profesionalizarse. Pero, claro, era tan fácil vender que no
    tenía mucho sentido arruinar la fiesta.

    Otro día, también repentinamente, llegó el
    efecto tequila con sus secuelas recesivas y la burbuja dejó
    paso a la resaca. Era un buen momento para ponerse a pensar
    qué estaba pasando y, sobre todo, qué iba a pasar de
    ahí en más.

    Así, el ‘96 se caracterizó por la necesidad de
    analizar y repensar el marketing local a partir de los vectores que
    lo atravesaban —de distinto peso pero todos presentes—: la
    retracción del mercado interno, la imposición de salir
    al mundo, la regionalización en marcha (Mercosur), la
    competitividad global corporizada en la presencia de los grandes
    players internacionales instalados recientemente, el poder de los
    hipercanales, la configuración de un nuevo consumidor (con
    otras demandas y expectativas), el descubrimiento de nuevos segmentos
    o fenómenos (como el business to business) y, por fin pero en
    realidad como principio, el impacto de las nuevas
    tecnologías.

    La existencia de todos estos elementos ayudaba también a
    consolidar el incipiente proceso de profesionalización del
    área dentro de las empresas nacionales que, según
    señalaba ya en marzo pasado Gustavo Lohfeldt, de la consultora
    Novaction, “va a llevar por lo menos cinco o seis años
    porque el nivel de la actividad era muy débil, había
    pocos lugares que eran realmente escuelas de marketing y se trataba
    precisamente de compañías multinacionales, dentro de
    las cuales Lever sería el caso paradigmático”.

     

    ¿Qué hay de nuevo, viejo?

    La toma de conciencia de que la tecnología está
    aquí y llegó para quedarse es una cuestión que
    desvela a los marketineros en todo el mundo; y es lógico, ya
    que dormirse en este punto puede significar el descanso eterno. Esa
    podría ser, pues, una de las improntas más importantes
    que exhibió el ‘96 en perspectiva de futuro.

    El marketing está transformándose al ritmo de la
    tecnología de la información. En una vasta
    investigación —que MERCADO reprodujo en sucesivas
    entregas— la revista estadounidense Advertising Age
    señalaba algunos elementos centrales de esta revolución
    del infomarketing: “Detrás del entusiasmo hay una
    realidad, y es que las empresas y los minoristas inteligentes
    están utilizando la informática para bajar costos,
    aumentar ventas y ganancias y derrotar a sus competidores; esto
    incluye tanto a gigantes de la industria como a pequeñas
    compañías. El cambio crítico está en la
    capacidad de los especialistas en marketing para manejar la
    información. Los avances tecnológicos hacen que sea
    mucho más barato y sencillo reunir, almacenar, procesar y
    acceder a la información generada por cada interacción
    comprador/vendedor. El resultado es un salto cuántico en la
    capacidad de la gente de marketing para acercar el producto adecuado
    al cliente adecuado, en el momento, lugar y precio
    adecuados”.

    Así, expresiones como bases de datos, segmentación,
    relación directa con el cliente, uno a uno, empezaron a poblar
    el vocabulario marketinero local. Y de las palabras se pasó a
    los hechos, ya que un significativo número de empresas
    comenzó a destinar una parte de sus presupuestos para el
    área en estos nuevos desarrollos.

    Claro que lo nuevo genera el natural temor a lo desconocido.
    “¿Será desplazado el gerente de marca por una PC
    todopoderosa que sepa tomar las decisiones óptimas?”, se
    preguntaba el estudio de Advertising Age. “De ninguna manera
    —dice Bob Herold, ejecutivo principal de Microsoft—. La
    tecnología de la información aumenta las
    responsabilidades de los gerentes al colocarlos frente a innumerables
    decisiones relacionadas con productos, mensajes y medios.” Como
    afirma el especialista Regis McKenna (Gestión, Nº1)
    “los marketineros deben tener un pie en el negocio y otro en la
    tecnología. Sin embargo, hay muchos que le temen porque
    desconocen que su deber no es ser un especialista sino usarla como
    una herramienta estratégica para agregar valor y ser
    más competitivos”.

     

    Lo que vendrá

    Sin duda en el ‘97 se acentuará el procesamiento del
    impacto tecnológico, aunque no está demás
    recordar que el diferencial radica siempre en la creatividad; la
    más completa y perfecta base de datos de nada sirve sin las
    ideas necesarias para producir los resultados. Y, como dice John
    Lewis, vicepresidente ejecutivo de A. C. Nielsen en Estados Unidos,
    “los clientes quieren comprar resultados, no datos”.

    En esta temática, otro de los desafíos que se acerca es
    el de la interactividad. Para Stan Rapp, a nivel mundial 1997
    será el año de la vaca —en inglés
    cow—; “c” por el chip incorporado a las tarjetas
    inteligentes que implicarían ponerle al consumidor una
    computadora en el bolsillo, “o” corresponde al “one to
    one”, la personalización de productos y servicios, y
    “w” representa a la Web de Internet, ya que según
    Rapp para el año 2000 los usuarios de la Red serán
    más que los habitantes de la nación más grande
    del planeta.

    ¿Seguirá la Argentina estas tendencias mundiales que
    predice uno de los grandes gurúes? Las tarjetas inteligentes
    han comenzado a aparecer, si bien con cierta timidez; la
    personalización de productos y servicios da la
    sensación de estar todavía en pañales. Y con
    respecto a Internet se juega una gran incógnita, no
    quizás en cuanto a si será o no un nuevo medio de
    importancia en las estrategias de marketing —todo hace suponer
    que sí—, sino en cuanto a la oportunidad en que esto
    ocurrirá. Según el especialista Horacio Serebrinsky,
    “el Gartner Group propone que hacia fines de 1998 Internet
    estará en condiciones de satisfacer todos los requisitos de
    performance, confiabilidad, seguridad y facilidad de
    implementación que demanda el comercio electrónico: el
    electronic marketplace se habrá convertido en la más
    ubicua e impactante de las tecnologías emergentes”.

    Mientras tanto, los marketineros criollos tendrán
    también que prestar atención a la evolución del
    mercado interno —¿se avecina realmente otro período
    expansivo?—, la necesidad de hacer marketing para exportar
    —y más allá de las fronteras del Mercosur, para
    evitar la “brasildependencia”— y la relación
    entre productores y canales, especialmente difícil a partir de
    la irrupción de las grandes superficies.

    Sin descuidar, claro, segmentos recién descubiertos y en pleno
    desarrollo, como el business to business, que requiere de estrategias
    y herramientas propias y adecuadas para hacerse su lugar al sol.
    Lugar nada desdeñable si se considera que en Estados Unidos
    acapara casi 40% del total del presupuesto de marketing de las
    empresas.

    V. R.

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