El fraude: un enemigo interior

    ¿Quién comete el fraude?

    Para quien no esté familiarizado con estadísticas
    sobre esta cuestión, probablemente resultará
    sorprendente saber que cuatro de cada cinco casos de fraude
    importantes son perpetrados por empleados de la empresa. De estos
    casos, sólo uno de cada cinco involucra una asociación
    entre un empleado y alguien ajeno a la compañía.

    ¿Cuánto pierden las empresas por esta
    vía?

    Aproximadamente tres de cada cuatro encuestados admitieron haber
    experimentado, al menos, un caso de fraude en los últimos
    cinco años. Más de una cuarta parte de las
    compañías consultadas perdieron más de US$
    1.000.000 por actos de este tipo.

    Se les pidió a las empresas datos sobre los fraudes más
    importantes descubiertos en los últimos doce meses. El monto
    total registrado superó los US$ 780 millones de
    dólares. Solamente US$ 70 millones pudieron ser recuperados
    (incluyendo cobertura de seguros).

    ¿Cómo se lo detecta?

    Casi tres de cada cinco casos son descubiertos por casualidad, no
    a través de procedimientos específicos destinados a
    detectarlos. Entre los medios más comunes se destacan las
    denuncias (hechas por personas ajenas o no a la organización),
    cambios en la gerencia o simplemente por azar.

    ¿Podría pasar otra vez?

    Dos tercios de los encuestados creen que el fraude puede ocurrir
    en sus compañías. Más de tres cuartos de ellos
    opinan que el caso más importante que experimentaron pudo
    haber sido evitado a través de la prevención.
    Más de la mitad opina que un caso similar podría pasar
    otra vez.

    A pesar de este alto nivel de conciencia con respecto a la
    importancia de la prevención, dos tercios de las
    organizaciones encuestadas carecen de políticas formales
    diseñadas para evitar el fraude, y más de la mitad
    tampoco ha establecido procedimientos para informar sobre situaciones
    de esta naturaleza.

    ¿Cuáles son las áreas de riesgo?

    La mayoría cree que las áreas de mayor riesgo son
    los sistemas de computación (94%) y el departamento de compras
    (91%). También fueron mencionados, entre otros factores, la
    mayor complejidad de los negocios, el uso de intercambio
    electrónico de datos (EDI) y de Internet para transferir
    activos e información.

    Las respuestas indicaron que en cuatro de cada cinco casos los
    directores de las empresas no tienen un buen conocimiento del
    área de sistemas de información. Y sólo un
    tercio indica que los directores saben cómo opera su
    departamento de tesorería.

    ¿Se planifican adecuadamente los controles internos?

    Las respuestas fueron desafortunadamente concluyentes. Más
    de dos tercios de los encuestados manifestó haber
    experimentado un crecimiento en su negocio durante los últimos
    cinco años. Pero sólo 3% se aseguró de que los
    controles internos estuviesen bien planeados antes de emprender la
    expansión.

    ¿La responsabilidad sobre el control corresponde a los
    directores?

    Existe un dilema al respecto, en el sentido de si es mejor o no
    que los directores deleguen el control de la prevención del
    fraude a los gerentes con mejor conocimiento sobre aspectos
    particulares del negocio. Los resultados de la encuesta indican que
    es mejor que los directores ejerzan total responsabilidad al
    respecto. Las empresas que optaron por esta estrategia sufrieron
    muchos menos fraudes.

    ¿Evitaría hacer negocios en alguna parte del mundo
    por temor al fraude?

    Ante la pregunta, sólo 20% de los encuestados
    expresó que evitaría hacer negocios en algún
    área geográfica específica.

    Las zonas señaladas como de mayor riesgo por los participantes
    fueron: Sudamérica (73%), Europa Oriental (79%) y norte y
    oeste de Africa (81%).

    ¿Existe alguna forma de reducir el riesgo y, en
    consecuencia, mejorar la rentabilidad?

    Hoy en día están tomando cada vez mayor importancia
    las áreas de auditoría operativa y control de
    gestión, para acompañar a las organizaciones frente a
    los avances tecnológicos de alta complejidad y en sus procesos
    por alcanzar la rentabilidad y la eficiencia, así como para
    combatir el fraude.

    En general, la metodología se basa fundamentalmente en
    técnicas especiales de auditoría, en evaluar y dirigir
    la concentración hacia aquellos aspectos operativos y
    organizacionales que implican riesgos para la unidad empresaria que
    está siendo auditada, situación a veces desconocida por
    la propia organización.

    La auditoría operativa tiende a convertirse en una herramienta
    decisiva para las organizaciones en cuanto a sus objetivos
    estratégicos, para luchar con éxito contra los riesgos
    de su gestión y, de esta manera, poder captar y capitalizar
    las oportunidades que les permitan no sólo hacerlas
    económicamente viables, sino también adelantarse
    exitosamente a las exigencias del mercado.

    (*) Fuentes: Alberto C. J. Menzani,
    Guillermo Lirussi y Garbiel Zurdo, del Estudio Henry Martin, Lisdero
    & Asociados, miembro de Ernst & Young.

     

    La trampa informática

    La permanente evolución tecnológica, sumada a la
    falta de conciencia informática, ha llevado a las
    organizaciones a exponerse a actos fraudulentos a través de
    sus computadoras. Es sorprendente observar el grado de
    participación de personal interno en este tipo de hechos, no
    menor que la cantidad de agentes externos —hackers— que
    intervienen en forma non sancta en archivos, bases de datos y
    programas.

    Los enormes volúmenes de operaciones procesados por las
    compañías requieren un esquema de control eficiente
    que, al mismo tiempo, no afecte la funcionalidad de los sistemas y
    aplicaciones. Los factores ambientales han aportado lo suyo: la
    notable modernización de las comunicaciones ha facilitado la
    interconexión con otros computadores, con otras
    compañías, con otras ciudades, con otros países,
    acompañando el concepto de globalización.

    Frecuentemente se escucha hablar a los responsables de las gerencias
    de sistemas sobre lo complejo y costoso que resulta adoptar medidas
    para evitar que se produzcan operaciones no autorizadas. Obviamente,
    este tipo de restricción contribuye a reducir la probabilidad
    de que se cometan fraudes, pero desde el punto de vista operativo se
    traduce en pérdida de performance e incremento de costos de
    operación, mantenimiento y atención al usuario y, en
    muchos casos, este último factor es determinante a la hora de
    decidir entre riesgo y beneficio.

    Cuando se habla de fraude informático, muchos imaginan a un
    supergenio de la computación al comando de una PC en un
    sombrío rincón, pero la realidad demuestra que es mucho
    más fácil cometer un ilícito utilizando otro
    tipo de técnicas, como por ejemplo: compartir las palabras
    clave para acceder a las aplicaciones o retirarse a almorzar y dejar
    la pantalla conectada. Quien quiera utilizar los permisos de acceso
    que el hambriento usuario posee ni siquiera tendrá que
    esforzarse en descubrir su clave.

    ¿En cuántas oficinas del microcentro porteño
    diría usted que ningún usuario conoce la password de
    otro? ¿Cómo evitaría usted que sus empleados o
    subordinados utilicen como clave el nombre de su equipo de
    fútbol o el de su hijo recién nacido?

    Evidentemente, mantener las contraseñas en secreto no le
    asegura evitar un fraude ni impide que usted se convierta en
    cómplice involuntario, pero constituye un elemento dentro de
    la intrincada estructura de control necesaria para prevenir actos
    fraudulentos.

    Si bien los programas de control de acceso y los sistemas operativos
    disponibles en el mercado proponen diversidad de herramientas para
    prevenir y detectar operaciones no autorizadas, en un alto porcentaje
    no se las utiliza o se las utiliza parcialmente.

    Es necesario establecer diferencias entre los distintos tipos de
    organizaciones: compañías, entes oficiales, empresas
    familiares, cada una con una historia informática distinta y
    una cultura de control diferente, en las que generalmente prima el
    concepto de confianza por sobre el de control.

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