El estrés acelera el ritmo cardíaco, puede dañar el sistema respiratorio, el tracto gastrointestinal y el sistema inmunológico. También puede provocar enfermedad coronaria, alta presión, ataques cardíacos, hemiplegia y repentina muerte cardíaca.
Nadie está a salvo de estos peligros simplemente porque no tenga antecedentes familiares de esos males, o porque esté en buena forma, o porque se considere una persona tranquila.
El primer indicio de enfermedad coronaria suele ser la muerte repentina. El estrés tiene una cuota de responsabilidad en muchas de las 520.000 muertes cardíacas repentinas que se producen cada año en Estados Unidos.
Robert Eliot y otros médicos del Institute of Stress Medicine en Jackson Hole, Wyoming, identificaron los tipos de estrés más frecuentes, y descubrieron una forma de convertirlo en una fuerza capaz de mantener sano el corazón y prolongar la vida.
Controlar el estrés, dice Eliot en su libro From Stress to Strength (Bantam Books, US$ 22,95) es una cuestión de actitud, de comer bien, de hacer ejercicio, de tener valores y de hacer un buen manejo del tiempo. También implica identificar los factores de personalidad y ambientales que provocan estrés, para luego canalizar la energía hacia áreas más productivas. “No es lo que se hace”, dice Eliot, “sino cómo se hace lo que importa”. Cuando alguien contempla la vida con una actitud relajada, le saca más provecho: más disfrute, más satisfacción y hasta más dinero.
Gente en Peligro.
Los acalorados, dice Eliot, son personas que reaccionan como si estuvieran trabadas en una lucha mortal. Aun las cosas más insignificantes, como un embotellamiento del tránsito, o la cola ante una caja del supermercado, puede hacerles subir la presión.
Con el tiempo, esta reacción exagerada frente a los avatares de la vida coloca una enorme tensión en el corazón y puede conducir a una repentina muerte cardíaca, aun en el caso de gente con buena salud.
Se suele hablar de personas del tipo A y de personas del tipo B. Las de tipo A son impacientes y agresivas. Interrumpen, son inquietas, tabletean constantemente con los dedos.
Las de tipo B son mucho más relajadas, saben escuchar y muestran calma en las crisis.
Pero mientras la conducta del tipo A puede ser un factor de riesgo ante una enfermedad coronaria, las de tipo B también pueden ser acaloradas. Esa gente se parece a una olla a presión: comprimen los sentimientos y los reprimen adentro.
El hecho de que estén en buen estado físico no los protege de los posibles problemas de salud. Una persona en forma también puede reaccionar exageradamente como cualquier otra frente al estrés mental.
Quien siente que tiene las riendas de su futuro en sus manos tiene más probabilidades de ser psicológicamente sano. Los acalorados perciben las diferencias entre las expectativas y la realidad como derrotas y, por lo tanto, como amenazas a su autoestima. Esta importante forma de estrés se llama miedo, incertidumbre y duda (FUD, según las siglas inglesas), y, si se puede reducir, se logrará el enfriamiento.
Las personas acaloradas corren el riesgo de sufrir complicaciones como alta presión permanente, arterioesclerosis y ataques cardíacos.
Aunque sólo una de cada cinco personas pertenece verdaderamente a esta categoría, el estrés debilita a todos por igual. Es, por lo tanto, aconsejable tener en cuenta algunas ideas para disfrutar un poco más de la vida.
Distintas Reacciones.
El cuerpo responde al estrés de dos formas diferentes. Primero está la reacción de alarma aguda: el corazón palpita con fuerza, la presión sanguínea sube y los pulmones envían más oxígeno al tejido muscular. Al mismo tiempo, el cerebro genera la producción de sustancias similares a la adrenalina llamadas catecolaminas. Esto da a la persona la opción de quedarse y pelear o salir disparando.
La otra forma de responder al estrés es mediante la vigilancia crónica, que prepara al individuo para un largo desafío. En la vigilancia crónica, el cerebro pone en marcha la producción de una sustancia diferente: cortisol. El cortisol hace que la presión de la sangre suba lenta pero constantemente, ayuda a retener las sustancias químicas vitales, hace más lento el metabolismo, aumenta la grasa y el colesterol en la sangre. También quita energía del sistema inmunológico.
Si bien ambas respuestas son a veces necesarias frente a un peligro o a la privación prolongada, las personas acaloradas se comportan ante cada situación de estrés como si los amenazara un tigre de la jungla o corrieran el riesgo de perecer por inanición. Cualquier cosa -desde una mala atención en el
restaurante, un plazo no cumplido, una discusión con el vecino o una competencia deportiva- desencadena enormes aumentos en la presión sanguínea.
Si uno envía al cuerpo un mensaje de vida o muerte treinta veces por día, acarrea una carga de estrés mucho más pesada que la de sus ancestros. El cuerpo, confundido por las alarmas constantes, finalmente se rebela y decide permanecer enchufado constantemente. Con el tiempo, se deteriora por la tensión.
Qué Se Puede Cambiar.
Eliot ha desarrollado procedimientos y programas para ayudar a la gente a identificar la forma en que reacciona ante el estrés y cambiar su conducta. El programa se llama SHAPE, sigla que resulta de las palabras inglesas Stress, Health, and Physical Evaluation (estrés, salud y evaluación física).
La idea central del programa podría resumirse en esta sugerencia: “Si no podemos cambiar el mundo, cambiemos nuestra forma de reaccionar ante él”.
Es posible modificar la conducta si se piensa qué es lo que uno se dice a sí mismo cuando está bajo estrés. Una técnica llamada Terapia Racional Emotiva enseña que los dilemas suelen enfrentarse en tres fases. Por ejemplo, alguien cometió un error en una propuesta que acaba de presentar. Este es el
proceso del pensamiento:
Fase 1: El individuo se da cuenta de haber cometido un error.
Luego viene su percepción de lo que ocurrió: es decir, interpreta el acontecimiento: “Oh, no, me van a echar de la compañía!”
Consecuencia: su percepción (no el acontecimiento en sí mismo) causa el estrés; su ritmo cardíaco se acelera y la presión sanguínea sube.
Fase 2: Esta es la más importante. Aquí es posible tomar el control, cambiar el discurso negativo y evitar el miedo, la incertidumbre y la duda.
En el ejemplo dado, sería mucho mejor decir: “Tal vez puedo entregar una nueva propuesta” o “Voy a volver a controlar las cifras. Tal vez el error no sea tan grave”.
Conversar con uno mismo es como enviar un mensaje que se repite constantemente en el cerebro.
Este mensaje está inmerso en la forma en que vivimos la vida, en nuestras interacciones con otras personas en nuestra visión de nosotros mismos, y en la forma en la que respondemos a los acontecimientos.
Al pasar estos mensajes de negativo a positivo, podemos aprovechar mejor los días buenos y sobrevivir a los malos con mayor ecuanimidad.
La clave del cambio es tomar conciencia de lo que nos decimos a nosotros mismos en las situaciones de estrés. Si cambiamos la cinta podríamos decir, por ejemplo: “No voy a dejar que un embotellamiento de tránsito se lleve un pedazo de mi corazón”, o “voy a dedicarme a ver cómo todos los demás se vuelven locos de nervios”.
Cuestión de Peso.
El estrés influye en la capacidad para mantener un peso corporal adecuado. Cuando estamos estresados, nuestro cuerpo produce cortisol. Esto provoca retención de sal, estimula a ingerir más sal y altera nuestra capacidad para metabolizar los carbohidratos.
Las catecolaminas, las otras sustancias químicas producidas por el estrés, también alteran nuestra capacidad para procesar carbohidratos, y estimulan el apetito por las cosas dulces. Es fácil ver, entonces, cómo el estrés incontrolado puede llevar a la obesidad. Y la obesidad, a su vez, aumenta el riesgo de sufrir problemas de hipertensión, diabetes y enfermedad coronaria.
Los especialistas suelen definir la obesidad como un peso que se encuentra 20% por encima de los niveles deseables. Una medida más precisa puede obtenerse calculando el porcentaje de grasa que incluye el peso total del cuerpo.
La mayoría de la gente sabe que un alto nivel de colesterol puede ser un problema. Estos son los niveles recomendados de colesterol total:
* Entre 150 y 180 miligramos por decilitro para aquellos con ciertos factores de riesgo (presión alta, tabaquismo, diabetes, etc.)
* Menos de 200 miligramos para los que no tienen factores de riesgo.
El estrés mental crónico hace que el hígado produzca más colesterol. Esa es la razón por la que el especialista Dean Ornish sostiene que controlar el estrés es fundamental para bajar los niveles de colesterol.
TURISMO.
CARTAGENA DE INDIAS: LA PERLA DEL CARIBE COLOMBIANO.
Recortada sobre la línea que une el mar y el horizonte, una mujer balancea sus anchas caderas envuelta en un vestido de profundos rojos y amarillos. Sobre su cabeza, en un equilibrio imposible, lleva una porcelana con frutas tropicales que venderá a los turistas. El sonido del mar es leve, como el de un gran piletón azul sin olas ni borrascas.
Dentro de la ciudad amurallada, las casas blancas -o borravino- con arcadas y balcones sobre callecitas estrechas dibujan el perfil histórico de Cartagena de Indias, antiguo baluarte del virreinato español y actual destino de viajeros de todo el mundo. Escenario real de las novelas de Gabriel García Márquez, uno de sus vecinos más ilustres, la ciudad sintetiza la magia de Macondo con una
impecable infraestructura cinco estrellas.
En 1985 la Unesco la declaró Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad, ya que Cartagena es la mayor de las escasas fortificaciones españolas originales que se conservan en América. La arquitectura civil alterna el estilo colonial con el republicano; las calles están diagramadas para encauzar la brisa marina y las grandes mansiones, como la del Marqués de Valdehoyos, fueron restauradas y conservan el esplendor a pesar de los siglos.
Fundada en 1533 por Pedro de Heredia, la ciudad continuó creciendo alrededor de la muralla construida para impedir la invasión de ingleses y franceses al principal puerto de la Corona española, por lo que hoy en día se divide en la vieja y la nueva.
Una de las visitas obligadas conduce al Palacio de la Inquisición -donde todavía se encuentran instrumentos de tortura que sirvieron para convencer a más de un blasfemo-, el Portal de los Dulces, el monasterio de la Popa, desde donde se domina toda la ciudad, y el Castillo de San Felipe de Barajas, obra maestra de la ingeniería militar española. Otra experiencia imperdible es el paseo en chiva cartagenera, el ómnibus urbano con música en vivo que recorre la ciudad de noche y culmina en el monasterio de la Popa.
Diablos y Piratas.
Cuenta la leyenda que en la colina de “la Popa del Galeón” -llamada así por su parecido con esta parte de una embarcación- habitaba el diablo bajo diferentes aspectos. A principios del siglo XVII el Cabildo de la ciudad encargó a la comunidad de los agustinos descalzos la tarea de edificar un monasterio en
ese exacto lugar, con el fin de evangelizar a indios y esclavos. Un padre de esa congregación realizó el exorcismo, y el diablo -con forma de cabro- se precipitó al mar, por un promontorio conocido actualmente como Salto del Cabro.
Para aquellos que desean una experiencia diferente, la visita al archipiélago del Rosario basta para sentirse el pirata Morgan, con parche en el ojo y pata de palo incluidos. La estadía se puede prolongar en las cabañas de la playa: los placeres van desde bucear hasta comer una langosta recién sacada del mar o el almuerzo típico: róbalo, ensalada, arroz con coco y patacón, plátano verde frito
que reemplaza al pan. En Cartagena hay que comer muelas de cangrejo en el Club de Pesca, tomar piña colada en coco, ver -o comprar- las famosas esmeraldas colombianas de la calle Portocarrero, las artesanías de junco trenzado de San Jacinto, las tallas en madera, las joyas de inspiración
precolombina, animarse a bailar salsa o vallenato -tiene que ser con alguien del lugar- y, por supuesto, disfrutar de la obviedad de la arena blanca y el profundo, eterno, mar azul.
