Cómo está Hillary? Esa es la pregunta que se hacen muchas mujeres en los negocios, las oficinas y las calles. Entre las norteamericanas hay una profunda preocupación por el éxito o fracaso de Hillary Rodham Clinton. Muchas la ven como la personificación de todos los papeles que ellas están tratando de cumplir en sus vidas personales, y muchas creen que se la está castigando por ser demasiado inteligente y demasiado exitosa.
“Las críticas que se le hacen van mucho más allá de Whitewater; en realidad están dirigidas a la esencia de su papel”, dice Ann Lewis, ex directora política de la Comisión Nacional Democrática.
“Están volviendo los viejos temores que siempre inspiraron las mujeres fuertes. Se la está haciendo responsable de todo lo que a la gente no le gusta, salvo el clima.”
Durante casi todo su primer año como primera dama, Hillary Rodham Clinton fue poco menos que un ídolo nacional. La revista Vanity Fair dijo que se la podía definir como “la mujer más importante del mundo”, primero porque preparó en tiempo récord un programa nacional de reforma del sistema
de salud, y luego por la forma en que deslumbró a los legisladores del Capitolio con su dominio del tema. Aunque las púas y los dardos ya estaban allí, por momentos su popularidad llegó a ser mayor que la de su marido.
Ahora el pedestal se tambalea, y mientras llueven las cenizas del escándalo inmobiliario de Whitewater, mientras se abren oscuros interrogantes sobre la muerte de su socio y amigo, Vincent Foster, y mientras se la critica por haber eludido sus obligaciones políticas al no revelar todo sobre todo, la preocupación de las mujeres se manifiesta en la pregunta: ¿cómo está Hillary?
La respuesta es: agarrándose fuerte. Está indignada, confundida y lastimada, pero es tenaz.
Conversamos durante sus días más duros, cuando las versiones sobre Whitewater y sus inversiones en commodities habían enfurecido a Washington, y ella insistía con firmeza en que nunca había hecho nada ilegal ni incorrecto cuando era la esposa y abogada de un joven político de Arkansas con ambiciones en su partido.
La Hillary Clinton con quien conversé en la Casa Blanca es una persona mucho más reservada y contenida que la chispeante y alegre mujer que había hablado conmigo dos años antes. Me recibió con un apretón de manos, cálido y vigoroso, y tomó asiento en un sillón junto a la chimenea. Era la viva imagen de una tranquilidad deliberada. Pero debajo de esa apariencia de calma, se advertía un profundo desaliento que afloró en casi todos los aspectos de nuestra charla.
“Este año ha puesto a prueba cada fibra de mi cuerpo”, dice. “No quiero convertirme en una persona amargada ni enojada. Tampoco quiero perder tiempo pensando en la gente que se pasa el día entero pensando en cómo destruir a mi marido y a mí.”
Se reprocha no haber anticipado que podía convertirse en la antorcha para encender las críticas al gobierno de su marido. Reconoce ahora que debió haberse cuidado mucho más.
Pero no está dispuesta a abandonar el liderazgo que ejerce en la reforma del sistema nacional de salud, aunque puede haber sido ese poderoso papel, de gran visibilidad política, el imán que atrajo los ataques por el caso Whitewater. En las filas del gobierno se escuchan algunas quejas de que ella se reservó un trabajo demasiado importante y demasiado grande, y sugieren que debería haber elegido una labor algo más difusa; por ejemplo, podría haber elegido ser la “defensora de la reforma del sistema de salud”. Eso le habría permitido tener mayor control y mayor participación externa.
Pero de ese modo habría traicionado todo aquello en lo que cree y quiere realizar. Dar ese paso al costado ahora significaría una grave derrota personal, pero además pondría en peligro el futuro de la tarea más importante de su vida. “Cualesquiera sean los motivos que nos han traído a este punto, tengo la responsabilidad de seguir adelante”, dice con firmeza.
Sin Tiempo para Lamentos.
Y ha demostrado que puede, aun frente a los ataques personales y políticos. Después de enfrentar al país por televisión para defender a su marido de las acusaciones de adulterio, tuvo que salir a calmar la indignación pública cuando en un descuido se le escapó el comentario de que “se podía haber quedado en su casa horneando bizcochitos” en lugar de hacer la carrera de abogacía; luego tuvo que sobrevivir a los ataques de la Convención Nacional Republicana. Finalmente, despejar las sospechas y preocupaciones de los votantes que temían que ella fuera una mujer implacable y dominante que planeara convertirse en copresidenta no electa. Preocupación que inicialmente alimentó Bill Clinton cuando declaró que su elección daría al país “dos por el precio de uno”.
Lo que Hillary Clinton soportó en su primer año sería suficiente para voltear a la mayoría de la gente.
Fallecieron su padre y su madrastra; se suicidó una de sus amigas más íntimas; trabajó día y noche en el paquete de reformas del sistema de salud; trasplantó a Washington a una hija adolescente; resistió los ataques de las empresas relacionadas con el seguro de salud y de los opositores republicanos;
defendió a su marido de nuevos rumores de amoríos y también encontró tiempo para posar para Vogue luciendo un elegante vestido de Donna Karan. Pero hubo poco tiempo para absorber los cambios y todavía menos tiempo para lamentarse.
“Estoy tratando de impedir que todo esto me cambie demasiado”, dice. “Me doy cuenta de que es posible quedar atrapado por el sistema hasta el punto de vivir y morir por lo que la gente dice de uno, y trato de evitarlo. Tomo los días uno a uno… Acá uno puede enloquecerse si no es capaz de delegar algunas responsabilidades, porque hay más que lo que es posible hacer.” Hace una pausa.
“Tengo mucha fe en mi marido. Creo que realmente entiende lo que hay que hacer. Tiene un espíritu sumamente flexible. A pesar de todos los increíbles ataques y cargas que tiene que soportar, es una persona notablemente optimista y atenta, y de esa forma me mantiene a mí también en
movimiento.”
El debate sigue hirviendo mientras los Clinton descubren, atónitos, que están viviendo en una ciudad que les otorga el mismo tratamiento que le daría a un par de extraños recién llegados al lugar.
“Es tan difícil”, dice, “penetrar el estilo de vida privilegiado con que tanta gente se protege de la prensa, del Congreso, del gobierno y de la comunidad, que no ven ni sienten la dimensión humana de esto”.
Los Errores.
Es evidente ahora que la decisión de Hillary Clinton de enfrentar los tiempos difíciles en sus propios términos y escuchando sólo la voz de sus propios consejos puede haber complicado aun más sus problemas. Algunas de las mujeres que la consideran inteligente y astuta se preguntan por qué no
fue más inteligente y más astuta. ¿Fue inocencia? ¿Fue ambición? O, como dicen otras, ¿estaba tan comprometida con lo que siempre pensó que debía ser la función pública, tan rodeada por sus leales de Arkansas, que no supo ver la importancia que las apariencias tienen en Washington?
Ella ha reconocido que tal vez su mayor equivocación fue tolerar el nombramiento de un fiscal para investigar las acusaciones sobre Whitewater, y que su principal error de cálculo fue pensar que el nombramiento calmaría las furias. Lamenta esos errores. Y ha reconocido públicamente que es hora
de aceptar las duras realidades de la vida política.
Finalmente, por supuesto, Hillary Clinton es la única que puede protegerse a sí misma, y se propone hacerlo a la vieja usanza política: en la tribuna. “Quiero volver a los lugares donde he estado y mirar a la gente a los ojos y decirle que estamos prestando atención a sus más profundas preocupaciones”,
dice. “Estoy tan agradecida por la experiencia que he tenido al viajar por todo el país, trabajando en el tema de salud. Me siento muy bien por lo que he hecho.”
Hay que considerar cuáles son las raíces de esta típica hija mayor, con su exacerbado sentido de la responsabilidad. Hillary Clinton es, hasta la médula, una profesional, y se la ve más cómoda que nunca cuando está trabajando. Es esa confianza en la eficiencia lo que ha sostenido a las mujeres de su generación en tiempos de tormenta: hay que hacer siempre lo mejor que se pueda, trabajar mucho, mantener una conducta profesional, eso es lo que te lleva adelante. La ilusión entonces se traduce en la convicción de que “si hago esto a la perfección, todo va a salir bien”. Pero Hillary está aprendiendo lo que muchas mujeres ya descubrieron: ser extremadamente competente y profesional no es suficiente.
Una de las prioridades que pudo mantener en Arkansas pero no en Washington es la de retener una zona de privacidad. Peleó durante meses para ser ella la que defina qué es privado en su vida.
“Le molesta mucho no tener vida privada”, dice una amiga. “Todavía le falta entender que eso es parte del paquete”, agrega otra. “Está en una increíble y agobiante pecera, y creo que sufre al tener que mantenerse alejada de algunos amigos.”
Bill Clinton saca fuerza y apoyo del frecuente contacto personal con el público. ¿De dónde saca fuerza Hillary Clinton? ¿De un marido ocupado cuyas propias preocupaciones incluyen los problemas del mundo? ¿De sus amigos, que se preocupan por ella pero no tienen acceso a su entorno?
Hillary sonríe desde su silla junto al fuego y menciona el incondicional apoyo de su marido y a su hija Chelsea. “Trato de protegerla. Quiero que tenga una vida lo más normal posible.” Ha librado una dura batalla con la prensa para limitar la exposición de su hija. Todavía está disgustada por los esfuerzos de una gran cadena de televisión para que Chelsea fuera el personaje central en un
programa sobre el primer año de Bill Clinton en la Casa Blanca. “Querían una foto de Bill despidiendo a Chelsea cuando va al colegio, o algo así. Nosotros seguimos diciendo que no. ¿Ve? Allí es donde trazamos la raya. No queremos que usen a Chelsea de esa forma. Y ellos son implacables.” Pero después de que la cadena aceptó que “no era no”, el corresponsal le dijo que había obrado bien, y admitió que él no lo habría hecho con sus propios hijos.
Hillary Clinton se ríe cuando lo cuenta. “Aquello fue una verdadera lección.”
Las Antecesoras.
Ultimamente, Hillary Clinton está pensando mucho en las mujeres que caminaron por los corredores de la Casa Blanca antes que ella, preguntándose qué cosas pensaron y qué cosas las angustiaron.
“Hay algo sobre este papel de primera dama que invita al ataque”, dice. “Cualquiera haya sido la forma en que hicieron su tarea, provocaron críticas.” Ahora piensa en que muchas de sus antecesoras estuvieron en una situación de conflicto. Desde Dolly Madison, que se encontró siendo el blanco de una investigación parlamentaria por comprar un espejo de 40 dólares, hasta Eleanor Roosevelt, también investigada por el Congreso por tener la audacia de hacer una buena cantidad de dinero escribiendo y dando conferencias, hasta Nancy Reagan, quien cometió el error de encargar un nuevo juego de porcelana para la Casa Blanca.
¿Era inevitable que ella generara tantas críticas? Llegó a Washington tan confiada, tan completa, tan segura de sí misma, que a algunos les pareció arrogancia. Es la primera esposa de un presidente norteamericano cuya base de poder en el gobierno es tan fuerte como la de su marido, y es verdad
que intentó abarcar muchas funciones en su papel de primera dama. ¿Estaba escrito que nunca funcionaría? Muchas mujeres creen que es su misma eficiencia lo que ha hecho salir a la superficie a todos sus enemigos.
“Se volvió demasiado poderosa”, dice un consultor médico sobre el tema de la reforma del sistema de salud. “Está tratando de cambiar un negocio que representa la sexta parte del producto bruto interno. Desacreditarla es hacer que todo se desmorone. La idealizamos, y eso es peligroso. Cuando uno idealiza, destruye.”
Un poco exagerado, tal vez, pero plantea la cuestión de si se espera que Hillary Clinton sobrelleve demasiado peso en su papel de pionera. Una mujer no puede ser todas las cosas para todas las mujeres; eso indica el sentido común. Pero la naturaleza de su poder también merece atención especial. “Una de las peculiaridades del papel de primera dama es que puede hacerse lo que se quiera con él”, dice la historiadora Doris Kearns Goodwin, quien está escribiendo un libro sobre Eleanor y Franklin D. Roosevelt. “Es posible elegir a qué grupos representar. Ella pudo haber optado por los derechos civiles o algo por el estilo. Eligió el diseño de políticas, lo que es muy importante y valioso –
bien por ella- pero no es el tipo de cosas que atrae a muchos simpatizantes.”
Goodwin cita como ejemplo a Eleanor Roosevelt, quien eligió ocuparse de las mujeres negras pobres, lo que traumatizó a los sureños, quienes la acusaban de ser demasiado liberal en el tema de los derechos civiles. En la época, se echó a rodar un rumor según el cual las mujeres blancas serían atacadas en las calles los días martes, supuestamente en honor de Eleanor. La historia, por cierto, no tenía ningún asidero.
Hillary Clinton no provoca ese nivel de temor (excepto, tal vez, entre sus enemigos en el negocio de la salud y los seguros), pero sí tiene su propio grupo de seguidores: las mujeres, en especial las mujeres que trabajan fuera del hogar.
Una encuesta realizada recientemente por la revista Newsweek reveló que, aun después de Whitewater y de las críticas sobre sus inversiones en el mercado de commodities, su índice de opiniones favorables había subido 5 puntos (de 38% a 43%) en apenas un mes.
“Hillary Clinton es necesaria como líder de la reforma del sistema de salud, de modo que yo creo que ese papel no debe alterarse en ninguna forma”, dice Verne Newton, director de la biblioteca Franklin D. Roosevelt en Hyde Park. “Quizá, después de la señora Clinton, ninguna otra primera dama esté
dispuesta a aceptar un papel menor. Y no está descartado que el próximo presidente pueda ser una mujer. El punto es que históricamente ella ha alterado el papel. Ahora todo es posible.”
“En Washington hay preocupación”, dice Anne Wexler, colaboradora del gobierno de Carter quien ahora está a cargo de una empresa de relaciones públicas y asuntos de gobierno. “La gente quiere que el presidente tenga éxito. Ella les gusta, y quieren que también ella tenga éxito. Ha hecho un
trabajo fantástico. Y, si puede dejar atrás todo esto, debería seguir haciendo exactamente lo que ha estado haciendo. Sabe más que nadie sobre políticas de salud pública.”
Hillary Clinton está aprendiendo, además, a usar una de las armas más poderosas que un político puede tener en Washington: el humor. En una reciente cena anual en el Washington Gridiron Club, despejó los nubarrones -al menos temporariamente- con una increíble imitación del programa de televisión Harry and Louise. En el video, la primera dama y su marido aparecen leyendo un pesado libraco, parodiando a la típica pareja de clase media que se preocupa por las consecuencias del plan Clinton. Hillary, en su papel de Louise, advierte: “En la página 27.655 dice que al final todos vamos a morir”, y mira con ojos desorbitados e implorantes a la cámara. “¿Con el plan de salud de Clinton?”, pregunta espantado Harry. Lenta y solemnemente, ella asiente. “¿Quieres decir que después de que Bill y Hillary nombren a todos esos burócratas y nos apliquen todos esos impuestos, igualmente nos vamos a morir todos?”
La actuación de los Clinton salió con una gracia tan especial que la audiencia, habitualmente reticente, estalló en un aplauso.
Finalmente, Hillary Clinton parece estar sacando algunas conclusiones personales. “Si me van a criticar por hacer aquello en lo que creo”, dice, “más vale que lo siga haciendo”.
Patricia O´Brien.
c Working Woman.
El Refugio.
Cómo hacer reaccionar a Clinton? Atacando a Hillary. Hasta los miembros más endurecidos de los medios se sorprendieron cuando el presidente Clinton, dando un golpe en el atril, hizo en marzo una conmovedora defensa de su mujer, acusada de haber mandado triturar documentos en la Rose Law
Firm (en circunstancias normales, un procedimiento de rutina), durante la campaña presidencial.
“Nunca en mi vida he conocido una persona con ideas más firmes sobre el bien y el mal”, declaró. “Y no creo ni por un momento que ella haya hecho algo que esté mal… Si todos en este país tuvieran la mitad de su integridad, no tendríamos ni la mitad de los problemas que tenemos ahora.”
Hillary Clinton también dice que saca fuerzas de un oasis de privacidad que tiene en el implacable mundo público de la Casa Blanca. “Tengo una pequeña cocinita ahí arriba”, dice. Es donde prepara el desayuno, y donde ella, Bill y Chelsea cenan juntos cada vez que pueden. Habla con particular placer
de tener algo tan común como manzanas en la heladera. “Ayer, Chelsea no se sentía bien”, dice. “Y le preparé puré de manzanas, como lo había hecho tantas veces.” Al escucharla decir eso, parece que hablara de una hazaña increíble. “Es que esta cocina es nuestra, es donde podemos tener cosas nuestras en una heladera nuestra, como manzanas que yo puedo pelar para preparar un puré”, sonríe.
La mayoría de las noches, los Clinton se las ingenian para mantener una vida familiar en el refugio del piso alto de la Casa Blanca. Ayudan a Chelsea con sus tareas o, “si no tiene mucho que preparar o ya lo ha hecho, a veces jugamos a las cartas juntos, o miramos televisión”, dice.
