Barajar y dar de nuevo

    En la Argentina y en el mundo, el sector no sólo cambia por dentro, sino que induce transformaciones de vasto alcance. En Estados Unidos, está impulsando una redefinición de las relaciones entre el gobierno y el sector privado. En el medio local, el arribo de la telefonía celular al interior introduce nuevos actores en un escenario donde el esquema vigente desde la privatización podría alterarse radicalmente.

    Quienes siguen con atención el desarrollo de las telecomunicaciones han tomado nota de una serie de tendencias en las economías más avanzadas, y particularmente en Estados Unidos. Se están movilizando miles de millones de dólares en fusiones y adquisiciones de empresas, en la renovación de redes y en la instalación de grandes sistemas de fibra óptica y conexiones vía satélite. Al mismo tiempo, se desarrollan aceleradamente los sistemas multimedios e interactivos, que combinan la transmisión de datos con la de sonido e imagen. Todo esto, mientras descienden los precios de casi cualquier tipo de aparato electrónico (computadoras, modem, fax, impresoras, scanners).

    Según pronostican los expertos de la industria, este proceso es el preludio de la eclosión de una sociedad totalmente informatizada; una telaraña tridimensional de sistemas interactivos, en la cual se podrá hacer de todo, desde las compras habituales, hasta la video conferencia, pasando por la

    consulta de información de cualquier tipo desde terminales ubicadas en cada casa y oficina, equipadas con televisores con capacidad de hasta 500 canales que proveen imágenes digitalizadas de alta definición.

    Ese es el rumbo. Muchas de las piezas de esta estructura futura ya están al alcance de la mano. Pero la pregunta clave, que causa especial desasosiego entre los planificadores, es: ¿cuándo llegará a imponerse?

    Para dilucidar este punto, vale la pena considerar algunos antecedentes: en Estados Unidos, la radio tardó 11 años en universalizarse. La televisión por cable (cuyas aplicaciones aportan mucho al modelo imaginado de sociedad informatizada), apenas llega hoy a la mitad de los hogares norteamericanos, cuando han pasado ya casi 40 años desde su introducción.

    La velocidad del avance tecnológico ha sido muy superior a la de su adopción por la sociedad, aun en el país más avanzado del mundo. Las grandes empresas del sector parecen empeñadas en comenzar a construir el andamiaje del sistema ya mismo, y la envergadura de las inversiones comprometidas

    indica que el lanzamiento es irreversible.

    LOS PLAZOS.

    Según los planes en ejecución, para 1996 casi 20% de los hogares estadounidenses podrían estar conectados a una red de fibra óptica, capaz de transmitir muchas de las innovaciones.

    Pero no es tan seguro que los nuevos servicios estén perfeccionados para su uso masivo en el mismo lapso. No lo están todavía algunos de sus antecesores, como la más grande de las redes que interconectan, telefónicamente, a la cofradía cibernética internacional, Internet. Hace pocas semanas el sistema sufrió un colapso mayúsculo, por saturación; el inconveniente puede parecer tolerable para los iniciados, que conocen las deficiencias del sistema, pero resultaría fatal para una operación comercial en gran escala.

    Ya se advierten, por otra parte, signos que revelan que la adopción de los servicios ofrecidos podría ser mucho más lenta que la que fue pronosticada por los entusiastas. Una encuesta de 20.000 hogares conducida por SRI International (la de mayor envergadura en la materia a la fecha) indica que por ahora lo que más atrae al mayor número de consumidores entre todas las opciones interactivas es la posibilidad de ver películas a pedido. Y la penetración previsible de este servicio para dentro de cinco años es de apenas 10% del mercado.

    Recién hacia el año 2000 se detecta demanda apreciable para las noticias y la información on line. En el caso de los servicios interactivos más complejos, la demanda no se insinúa hasta más entrado el nuevo siglo; por ejemplo, la generalización de la televisión con 500 canales podría tardar más de 40

    años.

    VOLVER A LA VANGUARDIA.

    Pero hay un aspecto de la cuestión que excede, con mucho, sus aspectos comerciales. La revolución de las telecomunicaciones parece destinada a conducir a Estados Unidos a una suerte de Renacimiento que involucra no sólo a la economía, sino a toda la sociedad norteamericana. Lo que está en juego no es sólo la recuperación del liderazgo tecnológico mundial, sino una transformación que abarca, por ejemplo, un nuevo marco de relaciones y de distribución de roles entre el Estado y el sector privado.

    Para empezar, el grado de compromiso de la actual administración se manifiesta en el elocuente dato de que fue el vicepresidente Al Gore quien acuñó la expresión information super-highway con que ahora se designa al megaproyecto de conectar a todos los hogares norteamericanos con una red

    de fibra óptica.

    El anterior gobierno de George Bush había asumido el desafío de las telecomunicaciones con una reafirmación de la filosofía del laissez faire: el mercado marcaría los tiempos, las prioridades y se encargaría de premiar o castigar a los protagonistas.

    No es que la administración Clinton esté interesada en intervenir directamente en el proceso. Sus voceros han dejado en claro que la revolución tecnológica en marcha es demasiado compleja e impredecible como para que el pesado aparato estatal intente conducirla. Las siderales inversiones requeridas y los no menos monumentales riesgos deberán ser asumidos por el sector privado.

    Pero Clinton y sus colaboradores piensan que el gobierno tiene, sin embargo, un papel importante que cumplir. Su primera tarea en este sentido es desmontar la maraña de regulaciones que hasta ahora han venido obstaculizando la competitividad y el desarrollo de las compañías que actúan en el terreno de las telecomunicaciones.

    El segundo propósito de la administración -mucho más amplio y trascendente- es combinar esta libertad de mercado con una política encaminada a democratizar el proceso: promover y proteger la competencia y extender los beneficios de la informatización masiva a toda la sociedad

    norteamericana, lo que en definitiva implica mejorar la calidad de la educación y la eficiencia industrial del país.

    El interrogante de fondo es si ambos protagonistas -el gobierno y el sector privado- están preparados para conducir a Estados Unidos a esta nueva frontera. Más allá de los discursos y las intenciones, los números parecen apuntar hacia una respuesta afirmativa. Las telecomunicaciones muestran uno de los cuadros más saludables de la industria norteamericana. El año pasado el sector exportó equipos por US$ 7.000 millones y obtuvo un saldo externo a su favor por US$ 1.200 millones.

    Hacia la desregulación.

    ¿TELEFONIA PARA TRES?.

    Hay signos que indican una próxima renegociación de las metas de inversión y su distribución regional, así como de los plazos de duración del monopolio de la red de telefonía pública.

    Apenas cinco meses después de que el comisario del pueblo rionegrino de Clemente Onelli se popularizara con el aviso de Telefónica (“Vieja, ¿a que no sabés de dónde te llamo?”), Sabino Morales podría repetir la pregunta empuñando un teléfono celular como los que usan los porteños en la City.

    En realidad, fue la licitación que convocó en noviembre pasado la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (CNT) para adjudicar las bandas celulares del interior lo que dividió las aguas entre el ayer del monopolio de la red básica y el mañana del último grito de la telefonía celular digital que traerán los colosos norteamericanos GTE y AT&T.

    Ambas compañías venían de participar como proveedoras del ejército de su país en la guerra del Golfo y no trepidaron en ofertar inversiones por US$ 600 millones en dos años para poner los pies (o mejor dicho las antenas, switches y centrales) en las inconmensurables praderas australes. Las 1.600

    localidades desparramadas que abarcarán con sus aparatos inalámbricos no parecen constituir una atractiva carnada para tamaño esfuerzo, ya que prometen, a lo sumo, una facturación igual a la reunida por Movicom y Movistar en su concentrado radio de Capital y Gran Buenos Aires: US$ 300 millones.

    Por si había dudas de que la apuesta iba en serio, se asociaron con los poderosos grupos vernáculos AGEA-Clarín y Benito Roggio para pertrecharse ante una eventual ofensiva de los lobbies que se propusiera marginarlos del verdadero meganegocio que tendrán ahí, ante sus propias narices: la red

    telefónica pública, en poder de empresas estatales españolas, italianas y francesas, que factura anualmente más de US$ 3.000 millones al año.

    La reciente presencia de estos grandes nuevos actores en el escenario de las telecomunicaciones preanunciaría una inminente renegociación de las metas de inversión y su distribución regional, así como de los plazos de duración del monopolio.

    Hubo, de un tiempo a esta parte, una sucesión de hechos que mostraron un cambio en las relaciones entre el gobierno y las adjudicatarias de la ex ENTel:

    *Un sugestivo silencio de las operadoras del servicio básico frente a la demora del consorcio ganador de la telefonía móvil celular del interior para firmar el contrato a partir del cual correrán los 30 días comprometidos en la oferta para que el sistema empiece a funcionar;

    *Una discreta negociación entre CNT y Telintar (la firma de comunicaciones internacionales que comparten Telecom y Telefónica) para evitar que sigan sacándole clientela las empresas que facturan las llamadas en Estados Unidos para beneficiarse con la tarifa mucho más barata;

    *El tendido de cables de fibra óptica para uso común que hicieron juntas la Compañía de Teléfonos del Interior (GTE-AT&T) y Telefónica en rutas australes.

    Los que ven más allá del horizonte avizoran, cuanto menos, la entrada de un tercer socio (norteamericano tal vez) en el corazón mismo de la red pública y la desregulación de los enlaces entre aquélla y la privada, antes de 1997.

    VOCES, IMAGENES Y DATOS.

    Los pliegos de la licitación de la telefonía básica levantaron verdaderos castillos en el aire para dividir el negocio de los que transmiten voces por la red nacional, de los que trafican datos entre computadoras utilizando la vía satelital y los que llevan a domicilio mediante cable imágenes conmutadas de video.

    Desde hace por lo menos tres años, Telecom y Telefónica (por un lado) e Impsat de Pescarmona (por el otro) viven recelándose cada vez que contratan el suministro de redes internas con empresas que necesitan intercomunicar a las sucursales.

    Ricardo Verdaguer, presidente de Impsat, explica que “el gobierno temía que los operadores internacionales le dieran la espalda a la privatización y fue modificando las condiciones: finalmente dividió al país en dos regiones, dándole a las adjudicatarias una reserva de mercado que abarca los

    dos primeros años de gracia al comenzar, cinco de contrato y una opción de prorrogar el plazo por otros tres. La libre competencia se reservó para las redes privadas y la transmisión de datos. En el medio de los dos regímenes quedó una zanja que separa los servicios no legislados de las redes integradas. Las redes privadas de las empresas deberían poder transportar voces y datos por el

    mismo canal, pero no están autorizadas a hacerlo y existe una polémica con las licenciatarias del servicio básico porque éstas ejercen un monopolio en la prestación básica, mientras las privadas que operan datos compiten abiertamente”.

    Impsat no puede conectar el modem al auricular sin que le caigan encima las telefónicas, y cuando una empresa cualquiera va al Comité Federal de Radiodifusión (Comfer) a pedir licencia para operar en radioenlaces, la siguen de cerca para ver si no se cuelga de la red básica para amalgamar en un circuito interno caracteres y voces. La tecnología digital torna difícil controlar el transporte de un paquete de comunicaciones. Por ejemplo, para enviar una señal de Buenos Aires a Tucumán se la puede ingresar en la red telefónica

    pública por el punto más cercano si se quiere ahorrar espacio y va pasando de móvil a móvil restaurando la frecuencia.

    Los grandes clientes extendidos en el territorio, como la DGI, la Policía Federal y la Aduana, esperan ansiosos el sistema único y simple que les resuelva las comunicaciones. Y allí se dirige la tecnología de punta que comandan los proveedores de centrales y enlaces: Ericcson, Siemens y Alcatel, por encima de las regulaciones que las limitan en cielos aún cerrados, como los de Europa y algunos países latinoamericanos incluida la Argentina.

    En etapa de experimentación se encuentran las centrales para banda ancha celular en proyectos hacia los que AT&T y Siemens destinan millonarias inversiones: por esa autopista aérea podrán transitar a la vez voces, imágenes y datos que llegarían conmutados a una terminal de video. Cuando entre en carrera por precio, este sistema modificará los patrones de competencia con la tecnología digital ligada al cable, que por definición se vuelve monopólica.

    Por ahora, en el horizonte estratégico de las compañías internacionales aparece la telefonía personal (o personal communications system) que apunta a que cada usuario tenga su número sin importar fronteras. Motorola ha hecho una apuesta muy fuerte con ese cometido, aunque depende de centrales que le proveen terceros para integrar las comunicaciones.

    La proliferación de satélites aumentó la capacidad de enlazar señales entre dos puntos del planeta.

    El boom mundial de la televisión por cable, del que la Argentina no estuvo exenta, ocupa más de dos tercios de los transponedores con señales de imágenes y voces en cientos de canales que surcan el espacio aéreo.

    Hasta el año pasado, la cooperativa Intersat y Panamsat cubrían una retraída demanda que, si no crecía más, era por las limitaciones técnicas para recibir ondas nítidas.

    La Nación, Loma Negra, Ormas, Extrader y otras firmas locales se asociaron con Telesat de Canadá para comprar los Anik 1 y 2 que estarán en órbita dos y tres años más, como experiencia piloto para acceder al Nahuel. 1, que se elevará para entonces al firmamento si los accionistas desembolsan US$

    230 millones, una suma que parece alejada desde que Embratel se retiró del proyecto.

    Fidel Morales Moreno, gerente de Ingeniería y Ventas de Paracomsat, afirma que “por ahora, con los dos satélites canadienses se satisfizo la demanda, ya que ambos cuentan con 21 transponedores de 54 mega de ancho de banda, de los cuales la demanda cubre la capacidad equivalente a 7 trasponedores y medio”. A fines de 1995 habrá más capacidad satelital sobre la Argentina, al entrar el Panamsat 6 e Intersat 706.

    El ejecutivo mexicano cuenta que la Policía ahorró 75% en comunicaciones telefónicas cuando adoptó el sistema. Le asigna al satélite ventaja sobre la microonda porque funciona en todos lados las 24 horas, a un costo de alquiler que no varía. El modem digital cuesta US$ 4 por minuto, lo que equivale a US$ 5.760 diarios. Un radio de 32 kilómetros se cubre con satélite a US$ 1.000 mensuales.

    De ahí que el satélite sea más utilizado por la televisión que por la telefonía, ya que la imagen en color equivale en espacio ocupado a 960 canales telefónicos.

    Según Morales, “los prestadores del servicio son los que se llevan la parte del león: la señal que les cuesta $ 1.000 por mes la revenden a 1,5 millones de abonados al cable a razón de 1 peso per capita.

    La señal que Panamsat factura $ 25.000 dólares le reporta $ 1,5 millones mensuales.

    CABLE A TIERRA.

    Artear-Clarín compró 29 cables del Gran Buenos Aires y, con la paciencia de Penélope, empezó a tejer una moderna red digitalizada en las zonas más densamente pobladas (antes reservadas a Cablevisión y VCC) para transportar imágenes noticiosas y bajadas del satélite con destino a millares de hogares.

    El Citibank habría financiado el grueso de las adquisiciones. Ofreciendo mejores precios, su Multicanal logró filtrarse por donde sus competidores habían cableado desde hacía varios años.

    Existe en el negocio de las telecomunicaciones una corriente de pensamiento que integra esa fuerte expansión del holding periodístico en el mundo de los contenidos con su participación en la tecnología de punta. La idea es constituir verdaderos informaductos que, partiendo de una cámara con micrófono, van y vienen a la pantalla de los televisores de los abonados.

    El director de Desarrollo Corporativos de Alcatel-Techint, Carlos Hugo Zarlenga, dice que son los operadores de mercados cautivos, como Telefónica en Hispanoamérica y las norteamericanas GTE y AT&T, los que salen a expandir su facturación para poder seguir en carrera.

    En Estados Unidos AT&T compite con Alcatel en la provisión de equipos, tiene como cliente a GTE (su socia en la Argentina) y compite con ésta en el servicio de larga distancia. “El otorgamiento de las licencias por parte de la CNT reservó un poder discrecional a los operadores que, con el correr del tiempo, se acomoda al desenvolvimiento de los negocios. Todo parece indicar que vamos hacia un año 2000 más desregulado. La duda es si aparecerá un nuevo operador en escena”, se pregunta.

    Además, plantea otra incógnita: “en el momento en que la oferta de banda ancha celular entre en órbita comercial por precio y confiabilidad, ¿quién se arriesgará a invertir en tecnologías donde intervenga el cable hasta 1997 cuando vence el contrato, o el 2.000 si se prorroga?”

    LA HUELLA DE LOS PROVEEDORES.

    Mientras se dirimen espacios, los proveedores siguen marcando el pulso de las comunicaciones futuras. Si bien su tecnología se halla casi indisolublemente atada a la de los operadores (Alcatel con Techint y Telefónica; Pecom-Nec con Telecom y a través del Banco Río con Telefónica; Ericcson con

    Movistar, y Motorola con Movicom), el salto de las barreras los obliga a barajar para dar de nuevo.

    El mercado de proveedores lo lideran Siemens y Alcatel. En conmutación, Siemens tiene 35%, NEC 25% y Alcatel 15% (a pesar de que esta última en el sur posee entre 25 y 30% porque Telefónica usa su tecnología en las centrales, no así Telecom).

    En transmisiones, tanto en el sur como en el norte, el líder es Alcatel, mientras que en cables, Pirelli lleva la delantera cuando se trata de los producidos localmente, aunque aquella (que es primera en el mundo) resulta la elegida cuando hay que importar. “Alcatel también se especializa en redes de seguridad como proveedor y operador. Tanto es así que se la tiene en cuenta en proyectos de avanzada tecnológica, como el empleado en el equipamiento de la Policía de la provincia de Buenos Aires”, afirma .

    El alto costo de la ingeniería exige el manejo de crecientes volúmenes de facturación para seguir en carrera. Alcatel vende US$ 25.000 millones al año y destina 3.500 millones a investigación, lo que representa 14% de aquel monto.

    Los desafíos futuros pasan por la telefonía celular personal en dirección a la banda ancha, que por no ser digital tiene su propia limitación, y por la expansión que se consiga para el cable. Ese andarivel enmarcará las inversiones de los operadores y las futuras regulaciones que reglarán la convivencia bajo el mismo cielo y la misma infraestructura de los españoles de Telefónica, los franceses e italianos de Telecom y los norteamericanos de GTE y AT&T junto con los grupos económicos argentinos que los acompañan.

    La necesidad global de las telecomunicaciones aumenta la demanda al ritmo de la imaginación que se aplique en la oferta. Los celulares no reemplazaron a los teléfonos de cable, sino que ambos adecuaron sus precios para que un consumidor de uno pudiera agregar el otro. Y cuando exista la televisión interactiva habrá cable más teléfono, más celular.