Aunque la Guerra Fría se acabó, Estados Unidos sigue vendiéndole armas al mundo. Y lo que es peor, sigue vendiendo armas a gobiernos autoritarios y represores. No sólo es el principal proveedor de material bélico, sino también el de presencia más extendida: abastece de insumos militares a 142 de
las 180 naciones del planeta. Solamente en 1991, autorizó la venta externa de armas y proyectos de construcciones militares valuados en US$ 63.000 millones. De esa suma, 40% (US$ 26.200 millones) provino de 59 gobiernos autoritarios.
En 1991, seis de los primeros diez consumidores de armas del Tercer Mundo tuvieron como principal proveedor a Estados Unidos. Los seis (Arabia Saudita, Corea del Sur, Egipto, Tailandia, Unión de Emiratos Arabes y Kuwait) tienen -o tenían entonces- gobiernos autoritarios.
Vender armas hacia estos destinos es una política poco inteligente, que daña la seguridad de Estados Unidos, dicen los observadores. La posibilidad de tener armas modernas puede agravar tensiones y expandir guerras.
Estados Unidos ha vendido y vende armas a gobiernos autoritarios por una serie de razones que mezclan intereses económicos y otros relacionados con la Guerra Fría. Durante ese período, la competencia entre Washington y Moscú era el tema central de cualquier decisión de política exterior. Estados Unidos necesitaba aliados que le ayudaran a sostener el mundo libre frente al
comunismo. No importaba si esos amigos eran dictadores, con tal que fueran anticomunistas. Como resultado, Washington brindó su apoyo a una gran cantidad de tiranos cuya lista hoy constituye una especie de Quién es quién de los dictadores.
DENOMINADOR COMUN.
Las armas se han convertido en una forma importante de moneda internacional. En el caso Irán-Contras, fueron armas a cambio de rehenes. En los acuerdos de Camp David, fueron armas a cambio de la cooperación entre Israel y Egipto. En la guerra contra Irak, Estados Unidos canceló la deuda egipcia de US$ 6.700 millones por anteriores compras de armas a cambio de apoyo militar. En su
esfuerzo por obtener influencia militar en el Medio Oriente, lo que en realidad hizo Washington fue ayudar a Saddam Hussein en su guerra contra Irán al venderle tecnología que podía ser usada para fabricar armas convencionales y nucleares.
La influencia de Estados Unidos en el corto plazo se mantiene a menudo mediante el comercio de armas. Pero esa influencia no está garantizada ni es permanente, porque esas armas tienen una vida útil muy larga y pueden caer en manos de gente que no es amiga. La venta irrestricta de armas crea
poderosos aparatos militares en los países en desarrollo, que un día pueden usarlas contra Estados Unidos, como hizo Irak.
Una de las razones por las que Estados Unidos provee de armas al mundo es para asegurar su acceso al petróleo y a los minerales. Su relación con Arabia Saudita, el principal cliente de armas, se basa en este principio. Solamente en 1991, Estados Unidos otorgó licencias para vender a ese país armas y
servicios valuados en US$ 16.000 millones. El rey saudita ejerce un poder absoluto y los ciudadanos gozan de pocos derechos. Pero la nación está asentada sobre 29% de las reservas comprobadas de petróleo del mundo y 45% de las reservas del Golfo Pérsico. No obstante, sólo 10% del petróleo que
consume Estados Unidos (3% de su consumo total de energía) proviene de Arabia Saudita. Hay muchos otros regímenes feudales en el Medio Oriente, como Kuwait, que tienen un acceso casi ilimitado a las armas norteamericanas.
Las armas se venden también para abrir la puerta a las inversiones y al comercio, como ocurre cuando Estados Unidos vende armas al dictador militar de Indonesia, general Suharto. Sin embargo, no hay pruebas suficientes que demuestren que la venta de armas asegurará el acceso al comercio o
a los recursos, o que no venderlas reduciría esa posibilidad.
AUMENTAN LAS EXPORTACIONES.
Actualmente las empresas norteamericanas exportan cerca de 15% de las armas convencionales que producen. En la próxima década, esta cifra puede aumentar a 20% o 25%. Por ejemplo, Raytheon, el fabricante del sistema misilístico Patriot, vende 20% de su equipos militares a países extranjeros,
pero sus planes son llegar a 40% en los próximos cinco años.
El argumento indiscutido para justificar la exportación de armas ha pasado a ser ´empleos, empleos, empleos´. Las fábricas del sector bélico se mantienen abiertas, y ofrecen puestos de trabajo en el corto plazo.
El aumento en la producción de algunas armas proporciona, además, una economía de escala que reduce el costo para los militares estadounidenses. El atractivo que implica mantener el nivel de empleos es especialmente efectivo durante un período recesivo. La oposición a reducir el gasto militar ha llevado a aumentar el apoyo a la exportación de armas para salvar los puestos de trabajo y asegurar las ganancias de esas compañías.
Mientras las empresas crean que pueden mantener el statu quo exportando armas, van a demorar el reentrenamiento de los trabajadores, exacerbando así un problema que ya es bastante serio.
El comercio de equipos bélicos puede aumentar rivalidades entre vecinos y desencadenar una carrera armamentista. Es el tradicional caso del Medio Oriente. Una compra saudita de 72 aviones F-15 puede avivar el apetito de otras naciones árabes, aumentando así los reclamos israelíes. Si alguien
obtiene armas, todos las quieren: se pone en marcha, así, una carrera armamentista cíclica de acción y reacción en la que nadie gana, excepto los fabricantes que lucran con estas tensiones.
Suele ocurrir que, como informó el año pasado la Oficina de Evaluación Tecnológica de Estados Unidos, “las armas pueden durar más que la buena voluntad de los líderes a quienes fueron enviadas”.
En Irán, el ex Sha era considerado el pilar de Washington en el Medio Oriente. En 1953, con ayuda de la CIA, el gobierno iraní fue derrocado y el Sha fue instalado en el poder.
Durante 24 años, con apoyo de Estados Unidos, el Sha gobernó con mano de hierro. A finales de los años ´70, Irán era el principal comprador de armas norteamericanas, como ahora lo es Arabia Saudita.
Entre 1970 y 1978, Irán recibió de Estados Unidos las más modernas armas convencionales valuadas en US$ 20.000 millones. Cuando el Sha fue derrocado en 1979, el ayatollah Khomeini accedió al poder montado en la ola antinorteamericana, que incluyó la toma de rehenes estadounidenses.
Durante más de una década, Irán ha sido antinorteamericano y antioccidental. Durante las dos presidencias de Ronald Reagan, la transferencia de armas alcanzó nuevas alturas: se gastaron más de US$ 2 billones (millones de millones) en el aparato militar estadounidense, y aumentó notablemente
la ayuda militar a las naciones amigas. Estados Unidos y sus contratistas del sector militar vendieron o dieron armas y entrenamiento valuados en US$ 135.000 millones a tres cuartas partes de las naciones del mundo. De esta cifra, más de la mitad, aproximadamente US$ 81.000 millones, fueron a
parar a 82 gobiernos autoritarios. Aunque el gobierno de George Bush se pronunciaba a favor de restringir las ventas de armas al Medio Oriente, 37% (US$ 23.000 millones) de las ventas militares, construcción, y entrenamiento fue para esa área geográfica en 1991.
A pesar del final de la Guerra Fría, el ex presidente Bush pidió US$ 4.200 millones del presupuesto 1993 para préstamos militares y donaciones a gobiernos extranjeros para compra de armas y equipos de entrenamiento. El plan era que en 1993 Washington firmaría contratos para venta de armas y
construcción valuados en US$ 11.000 millones, y que las fábricas de armas venderían en el extranjero un adicional de US$ 17.500 millones. Esto suma un total de US$ 32.700 millones en armas, construcción y entrenamiento para 154 naciones. De esa cifra, 30% (US$ 9.700 millones) va a parar a 59 gobiernos autoritarios.
