El talón de aquiles del plan de convertibilidad

    El Talón de Aquiles del Plan de Convertibilidad.

    Una deformación profesional frecuente de comprobar es que las opiniones de un grupo se forman y realimentan, generalmente, dentro del mismo grupo. Los políticos hablan más con políticos que con protagonistas de otras actividades, los periodistas buscan hacerlo con colegas, y los empresarios -aun los que se jactan de mantener fluidos contactos con otros sectores del quehacer nacional- prefieren la conversación y las creencias de sus pares.

    De la misma manera que los empresarios son cuidadosos con el entusiasmo (producto de muchas y frustrantes experiencias), cuando se convierten al optimismo suelen tornarse militantes incondicionales. Todo se tiende a ver desde una perspectiva favorable, los posibles contratiempos se minimizan y se esparce la sensación de estar frente a un prolongado período rosa.

    La contrapartida del pesimismo contumaz es el alegre exitismo que se realimenta en estos círculos.

    Este es, hoy, un riesgo cierto para los miembros del equipo económico y para los mismos empresarios.

    Las noticias reales son positivas. Hay estabilidad, la inflación ha sido reducida a niveles casi imposibles de recordar en el país, la privatización está casi terminada, las cuentas fiscales están en orden y cierran, se avanzó en la reforma del Estado y en el proceso desregulatorio de la economía, comienza a extenderse el reino de la competencia y la apertura económica está obligando a buscar eficiencia y a reconvertir muchos sectores de la economía local.

    Hay motivos para la satisfacción. Tanta luminosidad no deja ver las nubes en el horizonte o crea la ilusión de que están demasiado lejanas. Lo sensato es el optimismo ponderado: aprovechar las actuales circunstancias favorables del mejor modo posible pero mantener bajo vigilancia los factores que pueden introducir perturbaciones en el panorama futuro.

    La oleada de buenas noticias -en buena hora- contribuye a este clima, y el entusiasmo que ha ganado a la prensa especializada ayuda a definir un clima de “nada puede pasarnos”. Jamás la Argentina, en tiempos recientes, estuvo tan alta en la opinión de la prensa internacional. Si uno quisiera practicar

    una lección de humildad habría que recorrer las páginas de esos mismos medios con los comentarios que provocaba la gestión de Martínez de Hoz.

    Los diarios se han cansado de registrar buenas noticias -en particular el comportamiento de las cuentas fiscales y el ingreso de capitales externos- y, ante la falta de novedades, incursionan ahora en la microeconomía y en los numerosos proyectos de las empresas. Lo que no deja de ser refrescante,

    para variar.

    Sin embargo, la madurez de una sociedad y de sus dirigentes obliga, a la par que a disfrutar las buenas noticias, a mantener un ojo sobre una economía global, altamente interdependiente, cuyos vaivenes pueden afectar notablemente la economía doméstica.

    Los otros factores de riesgo, los internos, como el elevado desempleo (y sus secuelas) o el riesgo de una recesión, o el déficit en la balanza comercial, pueden ser combatidos con políticas activas del gobierno. Lo que ocurra en el mundo externo, no.

    COYUNTURA FAVORABLE.

    Aquí reside el verdadero talón de Aquiles del Plan de Convertibilidad. Sin restarle méritos al profesionalismo de la conducción económica, lo cierto es que en gran medida el éxito logrado se debe a una excepcional coyuntura internacional favorable a la Argentina.

    Ese contexto continúa siendo favorable, y seguramente lo será durante 1994, pero podría cambiar durante 1995. Desde principios de la década, el mundo industrializado está en crisis, las grandes economías no terminan de salir de la recesión. En Europa y en Estados Unidos el consumo familiar se ha reducido porque ante el fantasma de la desocupación la precaución se convierte en austeridad.

    Las expectativas de negocios inmediatos que generaron la ex Unión Soviética y las naciones de Europa oriental se han esfumado. Todo es más complicado de lo que parecía a primera vista.

    Menor consumo y menor inversión dan como resultado una recesión generalizada, apenas compensada en algunos países por el aumento de las exportaciones.

    Los empresarios no encuentran buenas oportunidades de inversión en estas naciones, y a pesar del famoso “riesgo país” descubren los mercados emergentes, entre ellos los latinoamericanos. La producción mundial se ha detenido bruscamente (ver Cuadro I) y el producto per capita ha descendido.

    Para muchos observadores, la situación presenta muchas analogías con la crisis de los años ´30, pero con una diferencia esencial: las grandes economías occidentales no se animan a poner en marcha políticas keynesianas porque temen perder competitividad frente a los recién industrializados del Sudeste asiático.

    El conjunto de países de Asia oriental, incluidos Japón y China, exportan hoy por valor de US$ 800 mil millones anuales, 25% del total mundial. Y la estrategia que siguen reposa sobre bases que no se practican en Occidente: fuerte asociación entre Estado y empresas, mano de obra disciplinada,

    muchos incentivos a los industriales y mínima -o nula- red de seguridad social.

    Ante este panorama, los mercados financieros internacionales encuentran en América latina -y en Argentina- un espacio económico rentable para canalizar fondos. Desde esta perspectiva, la situación es todavía más favorable para la región que aquella que se vivió en la época de los petrodólares (finales de los años ´70 y principios de los ´80).

    El movimiento neto de fondos (incluye capital a largo y corto plazo y transferencias unilaterales oficiales) hacia América latina fue, en promedio, de US$ 29 mil millones en 1977-1981, y ha sido de US$ 61 mil millones en 1992.

    EL MANA EXTERNO.

    Hay más: como las tasas internacionales de interés han descendido a casi una tercera parte del nivel que tenían a principios de la década anterior, y se ha logrado reducir deuda mediante arreglos institucionales (Plan Brady), las transferencias netas de recursos se han vuelto positivas para América latina. Es decir, ingresan más capitales que los que salen por utilidades e intereses pagados y/o devengados.

    Hasta nuevo aviso (ver recuadro) la región no tiene un problema de deuda externa. Dispone de recursos que antes no tenía y se encuentra frente a una excelente oportunidad: la de utilizar los recursos que ingresan para reconvertir su aparato productivo y potenciar así su capacidad exportadora.

    La Argentina es uno de los casos más notables en esta inflexión histórica. En 1991 y 1992 han ingresado capitales por US$ 5.500 y 13.000 millones, respectivamente, mucho menos que en México, pero más que en Brasil. En 1993 el ingreso de capitales se está desacelerando lentamente, pero

    persisten las condiciones favorables.

    Si se considera una serie histórica -desde 1950-, la transferencia neta de recursos (ingreso de capitales menos pago de utilidades e intereses) siempre fue neutra, o levemente negativa, y fuertemente negativa en la década de los ´80. Pero en el caso de 1992, la transferencia positiva representó 5% del PBI y algo similar puede estimarse en 1993.

    Es evidente que esta situación favorable no es eterna, y en algún momento tendrá término. Es probable que no se repitan los años críticos de la década pasada, pero también es cierto que transferencias positivas de tanta significación no pueden convertirse en la norma.

    Un economista prestigioso, que formó parte de este gobierno, confiesa en la intimidad que, si las tasas de interés pasan del tope de 7% en Estados Unidos, la tendencia favorable se revertirá inexorablemente.

    El punto es, entonces, ¿está aprovechando el país esta excepcional oportunidad para modernizarse o se está desperdiciando la ocasión de reconvertir la industria nacional? El riesgo es que exista un comportamiento similar al registrado durante el período de Martínez de Hoz, cuando se prefirió el

    consumo y el endeudamiento, mientras Brasil llevaba a cabo la primera etapa del cambio de perfil industrial que le permitió aumentar sus exportaciones.

    Por eso es que se sigue atentamente lo que ocurre con la balanza comercial. No sólo por el debate sobre lo que implica el déficit. Muy especialmente por las conclusiones que se extraen de analizar la estructura de importaciones y exportaciones (ver amplio informe en página 99).

    En cuanto a las exportaciones, de crecimiento más lento que lo necesario (6%), la revisión de las cifras de comercio exterior de los primeros siete meses de este año revela datos muy significativos. En primer lugar, la exportación de productos primarios descendió en 2,2% con respecto al mismo período del año precedente. Las manufacturas de origen agropecuario apenas ascendieron 0,7%. En cambio, los productos de origen industrial crecieron en 20,2%, un dato muy positivo. Dos terceras partes de este aumento se concentran en dos grandes rubros: material de transporte (43% del total) y máquinas y aparatos. A excepción de los plásticos, todos los grandes rubros de manufactura industrial registran exportaciones en aumento.

    La contrapartida es que los sectores que están impulsando estas exportaciones también son responsables de buena parte de las importaciones (incluidos bienes de consumo) y tienen, considerados individualmente, déficit comercial.

    EL MODELO INDUSTRIAL.

    Sobre las importaciones, hay lugar para la polémica. Las compras de bienes de capital han crecido, pero algunas de las partidas que se clasifican en este rubro no parecen reunir las condiciones básicas de la definición de bien de capital. En cuanto a los bienes de consumo, representan 20% del total.

    Una proporción no exagerada en porcentaje, pero importante en cifras absolutas, puesto que no será inferior a US$ 3.000 millones, que es precisamente el monto que tendrá el déficit de la balanza comercial.

    El debate que se plantea y que seguirá en el escenario durante los próximos meses es qué tipo de perfil industrial se quiere para el país o puede resultar de este proceso. Un sector industrial (especialmente el que agrupa a la pequeña y mediana empresa) sostiene que se está fortaleciendo un modelo de ensamblaje y de armado, más que de fabricación genuina. Es decir que se importan partes

    y piezas y se ensamblan localmente. También cuestiona que buena parte de la gran industria esté importando bienes de consumo para comercializarlos, en lugar de producirlos localmente.

    Otra opinión es la de los grandes industriales que advierten que este proceso de importación y exportación es el mecanismo más eficiente para insertar a la Argentina en las economías de avanzada y en las grandes corrientes del comercio internacional.

    Aprovechar al máximo la oportunidad que brinda esta disponibilidad de recursos financieros externos significa invertir y aumentar la productividad para que se traduzca en mayores exportaciones.

    No parece que eso sea lo que está ocurriendo, y hay algunos signos peligrosos que no pueden omitirse:

    * La tasa de inversión es muy baja todavía. Si bien en 1993 estará en el orden de 18% del PBI, para garantizar el crecimiento se estima que debería aumentar en 3 puntos más.

    * El consumo como porcentaje del PBI es de los más altos de la historia: 83%. Y ello ocurre porque se ha reanimado una demanda insatisfecha por largo tiempo, pero también porque los bancos, a los precios relativos actuales, prefieren prestar a consumidores antes que a productores. Ni siquiera la reactivación del sector préstamos hipotecarios para vivienda aumenta la productividad global de la economía.

    * Las exportaciones aumentan levemente o se mantienen estancadas. Como el ritmo de crecimiento de las importaciones es mayor, aumentará el déficit comercial (este año puede estar en US$ 3.200 millones).

    * Por último, las privatizaciones y la adquisición de empresas nacionales aumentarán el pago neto al exterior, no tanto por servicio de la deuda externa sino por la remisión de utilidades. Esta cifra suele ignorarse o subestimarse, pero probablemente alcance los US$ 5.000 millones en 1996.

    Aquí reside, claramente, el talón de Aquiles del Plan de Convertibilidad.

    Miguel Angel Diez.

    LA DEUDA EXTERNA TAMBIEN EXISTE.

    A fines de 1992, la deuda externa latinoamericana ascendía a US$ 465 mil millones y, aunque más lentamente, seguía creciendo. El servicio de la deuda regional representará US$ 62 mil millones durante este año.

    Según Shahid Husain, vicepresidente del Banco Mundial para la región, la situación representa un riesgo para las pequeñas economías. En las economías más grandes del área fue posible atraer capital privado que ha reemplazado los préstamos de la banca comercial internacional. Los restantes países han tenido que optar por gestionar préstamos de los organismos multilaterales de asistencia crediticia.

    Es evidente que el problema no reviste la gravedad que tuvo durante la década pasada, pero también lo es que la propia naturaleza de la crisis ha cambiado. En palabras de la Unctad, “el sistema financiero internacional ya no está en peligro y la solvencia de una serie de países latinoamericanos que eran grandes deudores ha mejorado considerablemente. Ahora el problema principal lo constituyen las deudas que se deben a otros Estados y a las instituciones financieras internacionales”.

    La dimensión absoluta de la deuda de un país no es la preocupación principal. Lo que hay que tener en cuenta es la dimensión de la deuda en relación con el PBI del país y su capacidad para servirla. El primer signo de peligro se da cuando la deuda nacional supera el nivel de seguridad fijado por el Banco Mundial: 50% del PBI. Hay 11 países latinoamericanos en esa situación (no es el caso de Argentina): Nicaragua, El Salvador, Ecuador, Panamá, Perú, Honduras, Bolivia, Uruguay, Venezuela, Costa Rica y Chile.

    El cuadro completo surge cuando se incorpora la capacidad de pago de cada país. Cuatro de esos once países deben afrontar una factura anual superior a 20% de sus ingresos por exportaciones: Ecuador, Bolivia, Perú y Nicaragua.

    Para Argentina, las cifras de 1992 revelaban una deuda total de US$ 60 mil millones; (US$ 1.791 per cápita); 26% como relación entre el total de la deuda y el PBI; y 27,3% como relación entre los intereses que se pagan y el total de las exportaciones.

    Estimaciones de fuentes privadas indican que a fin de 1993 la deuda pública total de Argentina ascenderá a US$ 71.180 millones (no incluye deuda privada, que está creciendo velozmente). Es decir que comparando con 1991 registra un aumento de US$ 15.000 millones. En principio, se trata de un reordenamiento y aceptación expresa de deudas anteriores. Pero las cifras son importantes, y nada autoriza a decir que el problema de la deuda externa ya no exista o esté superado. En verdad, está ordenado, pero ahora hay que pagar durante las próximas décadas.

    El Cuadro General

    País Deuda Deuda Deuda Intereses

    total per cápita PBI Exp.

    US$ mil m. (US$) % %

    Argentina 60,0 1.791 26 27,3

    Bolivia 3,6 408 66 24,2

    Brasil 135,0 888 17 21,6

    Chile 19,1 1.417 52 11,1

    Colombia 16,8 481 33 15,9

    Costa Rica 3,3 934 58 7,9

    Ecuador 12,5 1.213 128 20,7

    El Salvador 1,9 371 135 11,4

    Guatemala 2,2 218 20 6,4

    Honduras 3,1 558 85 19,8

    México 121,0 1.344 36 19,2

    Nicaragua 10,8 2.634 533 122,4

    Panamá 6,6 2.656 116 –

    Paraguay 1,2 297 39 6,6

    Perú 22,7 990 90 32,3

    Uruguay 7,3 2.281 64 16,9

    Venezuela 35,0 1.691 58 17,6

    Fuente: Latin American Newsletters.

    I. Crecimiento de la Economía Mundial 1988-1993

    (Porcentaje Anual de Cambio)

    1988 1989 1990 1991 1992 1993

    Producción mundial 4,4 3,2 1,8 -0,4 1,0 2,0

    Países desarrollados con

    economía de mercado 4,4 3,3 2,6 0,9 1,7 2,2

    Países con economía en

    transición 4,5 2,3 -5,0 -15,9 -12,0 -5,1

    Países en desarrollo 4,4 3,3 3,2 3,4 4,5 5,5

    Comercio mundial (volumen

    de las exportaciones) 8,5 7,2 4,7 3,4 4,5 6,5

    Crecimiento de la producción

    mundial per cápita 2,7 1,5 – -2,1 -0,7 –

    Fuente: Naciones Unidas/DDES.