Negocios en familia, mujeres a la sombra


    Entre la Tierra Prometida y el infierno, las empresas familiares
    ofrecen a las mujeres una contradictoria gama de oportunidades,
    ventajas, peligros y limitaciones. Una académica de la
    Wharton School, especializada en el tema, analiza aquí
    sus aspectos más controvertidos. Otros expertos y protagonistas
    ofrecen su testimonio.


    "Los problemas de las mujeres en las empresas familiares
    tienen que ver con el modo en que se ven a sí mismas; esto
    es lo que determina su lugar en la organización. Las mujeres
    cargan con los estereotipos, los mandatos, que apuntan a su papel
    de cuidadoras, enfermeras, madres, algo así como el ´pegamento´
    del esquema familiar. Por eso, la mayoría de las mujeres
    entran a la empresa de la familia a ayudar; muy pocas lo hacen
    planeando una carrera allí".


    Matilde Salganicoff, licenciada en psicología y doctora
    en psicoeducación orientada al área de organizaciones,
    sistemas y grupos, reside desde hace casi tres décadas
    en Philadelphia. Pocos de sus colegas argentinos pueden exhibir
    una trayectoria académica como la suya, que la condujo
    a ser profesora de la célebre Wharton School de la Universidad
    de Pennsylvania. El mes pasado estuvo en Buenos Aires para dictar
    un seminario acerca del lugar de la mujer en las empresas familiares,
    un tema que desde hace años investiga y discute con pasión.


    "Cuando comencé a organizar seminarios universitarios
    sobre empresas familiares descubrí que la abrumadora mayoría
    de los participantes eran hombres. Entonces propuse organizar
    un programa específicamente dirigido a la mujer, que tuvo
    un enorme éxito, tanto que con mi colega Barbara Hollander
    lo seguimos haciendo en Wharton y hace dos años lo llevamos
    a la OMBI (Owners Management Business Institute) de California."


    -¿Son las mujeres quienes limitan desde el comienzo su papel
    en las empresas familiares?


    -Es que los demás esperan de ellas eso mismo; así
    como ellas no reclaman que se les dé una categoría,
    un lugar, la familia considera que su situación es de algún
    modo provisoria. Especialmente para las jóvenes, que están
    allí como "estacionadas" hasta que se casen,
    o hasta que tengan hijos.


    El problema básico es que estas organizaciones están
    esencialmente formadas por dos sistemas: el empresario y el familiar,
    que es el portador de los prejuicios y estereotipos sobre cuál
    debe ser el rol de la mujer.


    -Visto así, da la sensación de que es un ámbito
    donde se potencian al máximo esos prejuicios.


    -Claro; es el esterotipo de la "mujer-pegamento", que
    cuida, quiere, ayuda, que tiene que proteger al padre, al marido,
    al hermano. Es una situación que difícilmente se
    dé en una empresa no familiar.


    -Los vínculos, entonces, se tornan muy complejos.


    -Además, suelen proyectarse los conflictos no resueltos,
    que en esa esfera laboral se hacen públicos.


    Con el agravante de que la mujer ingresa como el miembro de la
    familia que tiene a su cargo la función de preservar las
    relaciones personales, afectivas. Esta es una contribución
    enorme, pero no se la reconoce como tal, no se le da categoría,
    no se la define como un verdadero trabajo.


    -Si ese lugar lo ocupara, en cambio, un terapista institucional,
    alguien ajeno a la familia, ¿las cosas serían diferentes?


    -Desde ya. Las cuestiones más graves tienen que ver con
    la falta de límites entre familia y empresa.


    Esas fronteras son membranas porosas: lo que se discute en la
    oficina aparece nuevamente en la mesa de la cena y hasta en la
    cama, si la esposa trabaja con el marido. Claro que eso tiene
    también su lado positivo, porque hay cariño, hay
    aceptación, protección.


    -¿Qué se necesita hacer para despejar lo negativo?


    -En principio, aceptar esa realidad y saber que es generadora
    de problemas. De ahí la necesidad de que haya el máximo
    de comunicación posible y un esfuerzo consciente para aco
    tar las situaciones; establecer pautas del tipo "después
    de las 8 de la noche no se habla más de trabajo".
    Si no, el negocio invade todas las esferas de las relaciones personales.
    Y, a la inversa, también los conflictos


    familiares pueden atravesar esa memebrana porosa: si yo a la noche
    me peleo con mi marido y mañana tengo que trabajar con
    él, debe estar muy claro para ambos que a la noche somos
    matrimonio pero a la mañana somos socios. Las empresas
    familiares más exitosas son las que más y mejor
    se comunican. Cuando no hay información se forma un vacío
    que se llena de fantasmas, y de


    ahí a la paranoia hay un corto trecho.


    -¿Es o no aconsejable para las mujeres intentar desarrollarse
    profesionalmente en una empresa de su propia familia?


    -Lo primero que yo le digo a una mujer es que le dé una
    oportunidad a la empresa familiar, y a sí misma; que se
    integre. Porque es un lugar donde puede hacer aportes valiosos
    y también ganar dinero, poder, y desplegar una carrera.


    Pero también le digo que trate de no hacerlo nunca como
    un primer empleo. Es importante que la familia exponga a la mujer,
    como también a los hijos e hijas (la segunda generación)
    a otras experiencias, que le sientan el olor al negocio, que sepan
    de qué se trata. Luego, que los impulsen a tener una educación,
    si es en una rama afín con la actividad de la empresa,
    mejor. Pero si no, no


    importa. La cuestión es que estudien, porque cuando uno
    estudia aprende a aprender. Y por fin, es deseable que trabajen
    uno o dos años fuera de la empresa familiar, que se fogueen,
    que se hagan un mínimo curriculum, que tengan sus éxitos
    y fracasos independientes. Entonces estarán listas para


    entrar caminando con sus propios pies.


    -¿En este campo, las jóvenes de hoy enfrentan los
    mismos problemas que sus madres y abuelas?


    -Yo diría que están un poco más esclarecidas,
    que entran con mayores expectativas; pero no lo suficientemente
    claras. Las mujeres jóvenes tienden a creer que ya están
    liberadas, que ahora ni siquiera hace falta el movimiento feminista.
    Esa es una actitud casi naif, porque pronto se dan cuenta de que
    hay un techo. Esto es muy evidente en las empresas no familiares.
    La mujer llega hasta un primer o segundo nivel de management y
    de allí no pasa. Y en las empresas familiares ocurre lo
    mismo; no hay mentores mujeres, siempre son hombres. Y de mayor
    edad, los patriarcas, encargados de perpetuar los estereotipos
    sobre el rol femenino. A las mujeres ni se las ve, trabajan siempre
    entre bambalinas; por eso tienen que estar esclarecidas, incrementar
    su conciencia, hacerse visibles y audibles. Y, sobre todo, educarse,
    foguearse, conocer todas las esferas de la empresa, sin perjuicio
    de que luego elijan la suya.


    Todavía no han ocurrido grandes cambios. En términos
    generales, hasta hace tres años, en Estados Unidos la mujer
    ganaba 69 centavos por cada dólar que ganaba un hombre
    en una actividad similar; hoy gana 71, pero porque hay más
    desocupación y el hombre ha perdido nivel de ingresos.
    Las mujeres están hartas de trabajar en las grandes corporaciones;
    han empezado a formar sus propias empresas. Muchas han tenido
    éxito, y se han transformado en empresas familiares porque
    incorporaron al marido y a los hijos.


    -¿En esos casos se modifica el rol femenino?


    -Es increíble; uno ve mujeres exitosas, firmes, creativas,
    que cuando ingresa el marido a la empresa -aunque sigan teniendo
    esa misma actitud y manejen todo- lo nombran a él presidente.
    A pesar de los logros, vuelven a transformarse en la mujer invisible.
    O se da el caso de mujeres que han enviudado y quedado al frente
    de una gran empresa. Quizás antes no sabían ni firmar
    un cheque, pero aprenden a manejarse, eligen buenos asesores -porque
    inteligentemente saben lo que no saben-, la empresa sale adelante
    y hasta crece. Pero si uno les pregunta cómo lograron todo
    eso, responden: "Porque tuve suerte". Es patético,
    pero es así. La socialización nos ha agujereado
    el cráneo. Sin embargo, a pesar


    de todo, sigo creyendo que las mujeres son -somos- fascinantes.


    Verónica Rímuli.


    "Todos somos gerentes".


    Liliana y Roberto Dalprá encarnan un ejemplo exitoso de
    una organización empresaria conformada por lazos familiares.
    Sus carteras y cinturones -70% de la producción para el
    mercado interno y 30% para exportar a Chile, Estados Unidos, España
    y Francia- generan una facturación mensual de US$ 200.000
    y se exhiben en locales propios de cuatro puntos estratégicos
    de la ciudad: Patio Bullrich, Alto Palermo, Galerías Pacífico
    y Paseo Alcorta.


    Empezaron cuando todavía eran novios, en 1972, y lo que
    nació como taller rudimentrio para la fabricación
    artesanal se convirtió en pocos años en una moderna
    planta de producción en Villa Urquiza, que emplea 80 personas
    y continúa con planes de expansión. Por las dudas,
    ya hay tres Dalprá esperando turno, como representantes
    de la segunda generación.


    Los Munichor, por su parte, conviven -y reparten equitativamente-
    funciones y utilidades. Desde que fundaron en 1970 Muni Deportes
    ("vimos el filón del tiempo libre") el negocio
    familiar ha crecido hasta contabilizar ocho locales, 130 empleados
    y 100.000 pares de zapatillas vendidos por mes.


    "En la empresa somos todos gerentes, todos tenemos voz y
    voto, y el cargo de presidente es rotativo", dice el padre,
    Boris Munichor. El resto del clan está integrado por su
    mujer, Sara, los tres hijos: Eduardo (43), Alberto (41) y Rosa
    (39), y por el marido de ésta, Juan Carlos Strallnicoff.


    Con la convicción de que cuentas claras conservan la amistad
    entre los miembros del clan, el matrimonio Munichor, que hasta
    hace poco retenía 51% de las acciones, decidió dividir
    las utilidades por cuatro, es decir, 25% para ellos dos y el 75%
    restante para los tres hijos.


    En el caso de microemprendimientos -con menos de 15 empleados-
    lo logrado por la firma de Juan Carlos Bazán, productora
    de diseños textiles con especialidad en estampados, se
    parece bastante a una hazaña. Logró sortear las
    dificultades de años difíciles, se quedó
    solo -su mujer y socia en la


    empresa murió hace cuatro años- y consiguió
    atraer a sus tres hijas para que, todos juntos, sacaran el negocio
    adelante. Y lo consiguió: "Conflictos por cuestiones
    de poder o por lo económico, siempre hay. Pero si la base
    familiar está bien plantada, lo demás siempre se
    supera", asegura.


    C.M.


    Vínculos y conflictos.


    Pocas son las que, como Grimoldi (fundada en 1895), llegan a la
    cuarta generación. Un reciente estudio de campo realizado
    en Estados Unidos reveló que de 90 a 95% de las empresas
    familiares no sobreviven más allá de la permanencia
    activa de sus fundadores, un período que, en promedio,
    suele


    durar 24 años.


    "Las dificultades que surgen en las empresas familiares suelen
    tener su origen en la falta de criterios claros en el campo de
    recursos humanos, al pretender aplicar principios que rigen en
    la vida familiar, pero que pueden estar en contradicción
    con los de una racional gestión gerencial", afirma
    Alejandro


    Witchel, quien, junto con Olga Benzadón, Alberto González
    y Silvia Stuhlman, dirige Consultores de Empresas de Familia,
    una firma dedicada a asistir a los clanes de negocios en la compleja
    trama de vínculos y conflictos, tanto desde el punto de
    vista de la organización como desde el de las relaciones
    familiares.


    Para superar esas dificultades, según Witchel, es necesario
    observar a los familiares que trabajan en la empresa desde dos
    puntos de vista distintos: el de la propiedad y el de la gerencia.
    "Esto significa que los familiares deberían ser tratados
    según criterios gerenciales en lo que concierne a su desempeño
    en la empresa, pero si se trata de solucionar aspectos que hacen
    a la vida familiar, éstos deberían ser encarados
    a través de la propiedad, asignando a cada uno recursos
    provenientes del patrimonio para facilitar el logro de sus metas
    personales."


    Pero no todas son dificultades. Alberto González enumera
    algunas de las ventajas más significativas de este tipo
    de organizaciones:


    * Oportunidades para innovar, crear y obtener satisfacciones personales.


    * La posibilidad de contar con un lugar de trabajo más
    informal, con una organización más flexible y generadora
    de respuestas rápidas.


    * Un alto grado de compromiso, lealtad y dedicación, que
    combinados con el talento y el sentido de pertenencia llevan a
    una alta productiviad.


    "Las empresas familiares ofrecen ventajas especiales a las
    mujeres y varones de la segunda generación", agrega
    Silvia Stuhlman, "no sólo empleos seguros, sino también
    oportunidades de ascenso".


    En el caso específico de las mujeres, explica, "el
    emprendimiento familiar permite flexibilizar o reducir sus horarios
    de trabajo, y adecuados a los requerimientos de su propia familia,
    especialmente de sus hijos pequeños, sin poner en peligro
    su puesto dentro de la orgnización".


    Carmen Mendoza.