El mundo del espectáculo suele debatirse entre la pasión por el arte y las duras necesidades de la subsistencia. La tarea de los productores ofrece la satisfacción de poner en escena un sueño y, al mismo tiempo, plantea la preocupación por recuperar el dinero invertido. Sin embargo, la estabilidad económica ha logrado que la actividad comience a parecerse más a un negocio potencialmente rentable que a una riesgosa aventura. Buenos Aires está pasando por uno de sus mejores momentos teatrales de los últimos años. La propuesta es variada, de un gran nivel actoral, y el público responde generosamente, atraído por la calidad de las puestas y por los precios de las
entradas, inferiores, en dólares, a los de algunas temporadas anteriores.
Claro que no todas son rosas en el camino al escenario. Para Luciano Rodofili, productor ejecutivo de la regresión que sufren en escena Norma Aleandro y Adriana Aizemberg en sus personajes de Las pequeñas patriotas, uno de los mayores problemas es el del costo de la publicidad. “Algunos medios aumentaron las tarifas durante el último año, cuando se supone que estamos en épocas estables”, se lamenta. “Esto hace que sea más difícil para algunos arriesgarse, teniendo en cuenta, también, que algún sindicato, como el de los maquinistas, obliga a tener uno en la sala y otro en la compañía, cuando en realidad, para algunas obras, sobra uno de ellos.”
Así y todo, la inversión en la puesta de Las pequeñas patriotas, que rondó los US$ 60.000, ha sido largamente recuperada, teniendo en cuenta que, desde su estreno, la sala Pablo Picasso tuvo un promedio de 70% de entradas vendidas.
BRUJAS Y SOCIAS.
Carlos Rottemberg, uno de los responsables del resonante éxito de Brujas, en el Ateneo, reconoce que se invirtieron US$ 200.000, entre producción y publicidad al momento del estreno, y que ya vieron la obra, desde enero de este año, 350.000 espectadores. Si se considera que el precio promedio de las entradas ronda los $ 17, es fácil concluir que las satisfacciones financieras del espectáculo han sido más que envidiables.
“Brujas es un negocio de un productor y cinco artistas: Thelma Biral, Susana Campos, Nora Cárpena, Moria Casán y Graciela Dufau, que van a porcentaje”, explica Rottemberg, para quien el actual boom es de dimensiones más modestas de lo que suele imaginarse: “Actualmente se puede contar con un millón de espectadores al año”.
Gustavo Levit, un joven contador público volcado al teatro por pasión, necesita enamorarse de sus productos para poder tenerlos en su propio teatro, el Blanca Podestá. Viene de un gran éxito, como Broadway, de un buen suceso como Necesito un tenor, con Ricardo Darín (una obra en la que invirtió US$ 70.000, y con la que recaudó en ocho meses US$ 700.000), y de un estrepitoso fracaso: Gypsy.
“En Gypsy se invirtieron US$ 200.000, a lo que hay que sumar las pérdidas que hubo después del estreno por alquiler de teatro, publicidad, y otros gastos -admite gallardamente- y fue un proyecto que mastiqué durante dos años y en el cual dejé la vida.”
Aun así, Levit agradece la estabilidad, asegura que el nivel de stress de los productores es uno de los más altos, y espera, confiado nuevamente en su trabajo, el próximo estreno de La banda elástica, que viene de exitosas temporadas.
Los números, en cambio, le salieron redondos a Fernando Motti, responsable del Lorange y de Nosotras que nos queremos tanto, con Mirta Busnelli, Dorys del Valle, Fernanda Mistral y Alicia Zanca. “Esta es una obra rentable, sin un gran costo de producción, y que en dos meses cubrió sus gastos”, se ufana. “Costó unos US$ 40.000, y están concurriendo un promedio de 10.000 espectadores mensuales. Con el precio actual de las localidades, el teatro es negocio siempre que haya 5.000 espectadores por mes en la sala.”
En la recién estrenada Un dúo inolvidable, con Norman Erlich y Santiago Bal en el teatro Del Globo, la inversión fue de US$ 30.000, y según su productor ejecutivo, Daniel Mejías, “el momento teatral favorece, se observa una buena predisposición del público, hay una buena cartelera, hay opciones, y los productores se esmeran, porque la competencia lo exige; todo esto es muy positivo”.
El experimentado Willy Wullich, responsable del extraordinario éxito de Los Mosqueteros (Miguel Angel Solá, Darío Grandinetti, Juan Leyrado y Hugo Arana), cree que hay que seguir alimentando y cuidando al espectáculo; por eso, a pesar de que al estrenarse hace más de un año la obra costó US$ 35.000, “se le pusieron encima más de US$ 100.000 en publicidad, vestuario, y otras cosas. También realizamos muchas funciones a beneficio, y estudiantes y jubilados tienen descuento”.
En la otra punta del espectro, joven y prácticamente debutante, Jorge Dyszel, productor ejecutivo de Eva y Victoria, una obra en la que se lucen China Zorrilla y Luisina Brando, pareciera representar a la nueva generación de productores: pasión por su producto y visión económica aguda. Lanzó este éxito con US$ 60.000 de inversión y en una sala pequeña; en poco tiempo recuperó lo invertido y está gozando de las utilidades.
“No es tan fácil -explica Dyszel- porque entre 10 y 15% de las ganancias se lo llevan Argentores y SADAIC. El resto se reparte entre 30 a 40% para la sala, y el resto para los artistas y la producción, que tiene que costear la estructura, la publicidad, el personal técnico y los actores que no van a porcentaje. Pero si la obra es un éxito, conozco pocas formas de ganar dinero en tan poco tiempo.”
El panorama se complementa con el millón de dólares de Drácula (que se repone el 29 de agosto), la reapertura de la sala de la confitería Ideal, donde se estrenará Copetín en el Centro, con Casanovas y el grupo Caviar (ya convertido en un éxito), con Arráncame la vida (que sigue agregando funciones), con los ocho años de Salsa Criolla y las dos décadas de La lección de anatomía, con la reposición de El diluvio que viene, y con tantos otros que demuestran que la recuperación tiene que ver no sólo con la estabilidad, sino con una convocatoria amplia y efectiva desde los escenarios.