Uno de los más enérgicos y constantes defensores de los años de Ronald Reagan es Paul Craig Roberts, del Centro para Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington. Craig recuerda que la mayoría de los economistas piensa que la promesa de la “curva de Laffer” (la reducción en los impuestos se pagaría por sí sola con mayor recaudación proveniente de nueva actividad económica) se incumplió y que la predicción fue un fracaso.
El punto de partida es falso, asegura Craig Roberts. El gobierno de Reagan no predijo, en verdad, que la reducción de impuestos se autofinanciaría. Dijo todo lo contrario: cada dólar perdido por la reducción impositiva significaría un dólar menos de ingreso. Más aún, dice Craig, ningún economista del supply-side aseguró jamás que los recortes de impuestos se pagarían a sí mismos. Usando las proyecciones presupuestarias de esos años, el defensor de la reaganomía sostiene que se predijo que la reducción de impuestos significaría una caída en el ingreso fiscal de US$ 718.000 millones entre 1981 y 1986. La tesis de los defensores de Reagan era, en verdad, que el corte en los impuestos produciría nueva y más vigorosa actividad económica, y que de ella saldrían nuevos impuestos hasta ese momento inexistentes. El fracaso -admite Craig- fue que el gasto se disparó por encima de lo previsto. El éxito, en cambio, fue imprevisto: la tasa de inflación resultó menor a la calculada. El error, concluye Craig, no es de la “curva de Laffer” sino de la habilidad de los académicos de la economía para estimar la verdadera tasa de inflación -que resultó menor- y, por ende, el crecimiento del producto bruto interno.
Según Craig Roberts, la conclusión de que el déficit -o los dos, el comercial y el presupuestario- fue financiado exclusivamente con el ingreso de capitales extranjeros, es erróneo. A su juicio, los estadounidenses cesaron de exportar capital y financiaron buena parte del inmenso consumo interno reteniendo capitales en el país, gracias a las ventajas que les significaba el recorte de impuestos decidido en 1981.
– Vano intento –
RESTAURACION DEL IMPERIO.
El intento de la política económica de Ronald Reagan persiguió la restauración de la hegemonía que exhibía el país al final de la Segunda Guerra y el resurgimiento de fuertes sentimientos imperialistas.
En lugar de reconocer el avance de Japón y de Alemania, Washington se negó a revisar los ejes de su política exterior.
En lugar de aceptar alguna forma de política industrial, o de desarrollo guiado, se empeñó en acentuar su compromiso con la idea de laissez-faire, a expensas del futuro crecimiento del país. Las acusaciones provienen de Robert Kuttner, asiduo colaborador de The New Republic y de Business Week, y el más duro entre los críticos de Reagan.
En el momento en que el peso económico de la nación se reducía dramáticamente, el masivo esfuerzo bélico, el recorte impositivo y el ascenso de la deuda debilitaron más la precaria situación de Estados Unidos. Para reforzar la idea de hegemonía era necesario mantener “el dólar rey” y asumir una porción desproporcionada del gasto militar mundial. Además de hipotecar el futuro, Reagan embarcó al país en una cruzada por la economía de libre mercado. Es cierto que en todo el mundo hubo desilusión con el estatismo, pero también lo es que a nadie en el mundo industrializado se le ocurrió reemplazar esa noción con la del más absoluto laissez-faire. El modelo imitado por los países que tuvieron éxito económico fue Japón, y no Estados Unidos.
Temporariamente, Estados Unidos logró lo que quería: hubo mayor déficit, declinó el ahorro interno, y la competitividad se esfumó, pero al mismo tiempo había un dólar fuerte y altísimas tasas de interés. En lugar de promover mayor ahorro, el recorte impositivo estimuló el consumo y el endeudamiento. El prometido equilibrio presupuestario no sólo no se logró, sino que aumentó el déficit. Hubo excesos en la desregulación, especialmente en el campo de los depósitos bancarios y del sistema de ahorro y préstamo. El déficit comercial, estructural, se mantuvo. En suma, dice Kuttner, el único producto exportado por Estados Unidos con total éxito durante la década pasada fue la ideología.