Tiempo de supervivencia

    El sistema bancario está en crisis en todo el mundo. También en la Argentina, aunque aquí por razones distintas.

    En Estados Unidos abundan las malas noticias: descenso en la propensión a ahorrar; incremento de los préstamos incobrables; baja capitalización y ganancias que se esfuman. Gigantes como el Chemical Bank y el Manufacturers Hanover han decidido fusionarse, como también el Bank of America con el Security Pacific, buscando en la unión la sinergia salvadora. En el primer mercado financiero del mundo, la tendencia es a la reducción en el número de entidades bancarias; soplan vientos de reforma legislativa y aumenta la presión para que haya mayor vigilancia y control del sistema.

    En Japón el gran tema son los escándalos financieros de los últimos 18 meses, capaces de tumbar ministros, liquidar las carreras de presidentes de grandes corporaciones y terminar con una oleada de regulaciones y controles destinados a evitar los excesos.

    En comparación, la banca europea está mejor. Las quiebras no son significativas, los escándalos no abundan (excepto por el caso del BCCI, que es realmente internacional) y la provisión para incobrables comenzó hace tiempo. Pero hay recesión o muy lento crecimiento en toda la CEE, y aumenta la demanda de fondos para financiar la reconversión económica de los antiguos satélites soviéticos. En todo caso, con el descenso de los estadounidenses y el repliegue de los japoneses, los bancos europeos se están colocando en las primeras posiciones del ranking bancario mundial.

    Volver al Origen.

    La actividad bancaria es tan especial que en todas partes requiere autorización especial del poder público para funcionar. Se trata de un negocio privado, pero de interés público. Las autoridades otorgan una especie de concesión: el derecho a recoger depósitos de empresas e individuos. Como lo que está en juego es la confianza, para que el sistema tenga estabilidad, el Estado garantiza los depósitos de los particulares. A cambio de esa patente y de esa garantía, los bancos aceptan someterse a las condiciones de funcionamiento y normas de seguridad y control que impone el poder público.

    La cuestión no es académica. El sistema descripto surgió como consecuencia de la crisis de los años ´30 y funcionó muy bien hasta finales de los años ´60. Los pilares de este edificio eran -en Estados Unidos, y con leves variantes en el resto del mundo occidental- la garantía gubernamental de los depósitos, la estricta separación del negocio bancario de otras actividades financieras, restricciones geográficas (prohibición de abrir sucursales en otros estados, en el caso de EE.UU.) y hasta imponer un techo a los intereses que se podían pagar a los depositantes.

    En esencia, el corazón de la actividad bancaria consistía en captar recursos del público, pagando un precio por ellos, y prestarlos a quienes los necesitaban, cobrando un interés más alto.

    La diferencia era la ganancia de los bancos.

    En la década de los ´70 la inflación golpeó la racionalidad del esquema. Una política monetaria restrictiva, utilizada para combatir la inflación, elevó las tasas de interés. Los depositantes desertaron y buscaron mejores rendimientos, aunque con riesgo más alto en otros instrumentos financieros no regulados. Durante la década pasada, la desregulación permitió liberar los intereses que podían pagar los bancos. Para entonces, altas tasas de interés y la recesión redujeron sustancialmente el nivel de ganancias. El masivo reciclaje de los “petrodólares” dio nacimiento a la colosal deuda externa de los países en desarrollo. Los bancos se volvieron internacionales con el concurso del avance tecnológico, tomando depósitos por todo el mundo, y las empresas descubrieron las posibilidades del mercado de “securities”, que permitía obtener fondos soslayando a los bancos.

    Las consecuencias de los excesos de la década pasada se reflejan en el colapso del sistema de “saving loans” o ahorro para la vivienda, que ha dejado un “agujero negro” que se estima en U$S 500 mil millones que deberán ser absorbidos, a lo largo de muchos años, por los contribuyentes, ya que los depositantes tenían garantía federal. La recesión y la caída en los valores inmobiliarios -después de una loca subida- han dejado un tendal de pérdidas que encorseta a los principales bancos por muchos años.

    Las líneas principales sobre las que se asientan los vientos de reforma son: a) entidades bancarias clásicas, con depósitos garantizados, que se ocuparán de prestar a cambio de un interés; b) banca de inversión, de mayor riesgo, para allegar fondos a las empresas y sin garantía en los depósitos, y c) entidades que operarán en el mercado inmobiliario, también sin garantía estatal. En Estados Unidos, de los 120 grandes bancos es probable que queden de 20 a 30 al finalizar la década. Lo que no obsta para que sobrevivan millares de pequeñas entidades dedicadas a negocios específicos en áreas geográficas limitadas.

    La tendencia mundial es hacia la consolidación y la recuperación del nivel de ganancias. La diversificación de los años ´80 ha dejado secuelas que tardarán en desaparecer. La tasa de retorno sobre el total de depósitos de los bancos estadounidenses es de 0,78%. Este contexto explica en buena medida el súbito auge en el mercado latinoamericano de capitales, donde los títulos públicos pagan, en términos de dólar, tasas más altas que las que se pueden obtener en EE.UU.

    El Caso Argentino.

    En los últimos años, el negocio bancario en la Argentina no consistió en recolectar depósitos para prestar a empresas y particulares. Con altísimas tasas de inflación y con una avidez fiscal desmedida, todo lo que se captaba se prestaba al Estado. El rendimiento fue importante medido con cualquier criterio.

    Ahora que el gobierno ha logrado reducir la inflación, impuesto la convertibilidad, y que no recurre al crédito para financiar el déficit, el negocio se ha terminado. Lo grave es que todavía no se ha reconstruido el negocio tradicional.

    Más de 160 bancos comerciales, entre privados -nacionales y extranjeros- y públicos, son demasiados, cualquiera sea la comparación con otros países que se intente. Abundante personal, muchas sucursales y sin mayor incorporación de tecnología, no es el mejor perfil para esta nueva era. Las ganancias de ayer disimulaban estos problemas que ahora aparecen con nitidez.

    En este momento, el total del sistema bancario nacional opera con una pérdida mensual del orden de US$ 75 millones. Algunas de las entidades, especialmente las privadas, comenzaron el ajuste hace tiempo, tratando de reducir costos y achicar el número de empleados. Enfrentados a las nuevas circunstancias, los bancos vuelven al viejo negocio de prestar, detectan nuevas áreas de actividad y reconducen la forma usual de hacer negocios. Pero eso no basta. En breve vendrá una nueva etapa en la que abundarán las adquisiciones, fusiones y alianzas. En poco tiempo se reducirá el número de bancos existentes.

    El primer gran golpe fue a finales de 1989, con la congelación de depósitos a plazo fijo.

    Buena parte del circulante, la sangre del sistema, desapareció. Con el plan de Cavallo, las necesidades fiscales se redujeron y la tasa de inflación descendió ahora a menos de 2% mensual. La comisión de los bancos -el famoso “spread”- se redujo a términos internacionales. Pero el sistema está montado sobre el supuesto de comisiones más altas.

    Se avecina una gigantesca reconversión de la banca pública, orientada por las autoridades.

    En cuanto al sector privado, será inducido a recorrer similar camino. A cambio de una reducción en los elevados encajes que sobre los depósitos del sistema mantiene el Banco Central, deberá avanzarse en la racionalización del sector.

    La competencia será durísima y sólo los más aptos sobrevivirán.

    RANKING.

    Depósitos Totales (al 30/6/91).

    (En Miles de Millones de A)

    Para interpretar los datos.

    El Lenguaje de las Cifras.

    La simple lectura de los cuadros adjuntos proporciona una idea aproximada de la participación que tiene en el mercado financiero institucionalizado cada una de las entidades que operan en él. El ranking que refleja la cifra total de los depósitos, expresado en australes, está confeccionado computando también los efectuados en moneda extranjera, fundamentalmente en dólares. Toma en cuenta la totalidad de los depósitos de los usuarios dentro del sistema total.

    En cambio, el ranking que indica la magnitud de los depósitos en moneda extranjera revela la participación de la entidad exclusivamente dentro de esa modalidad de captación de recursos. Es un aspecto interesante de observar, ya que la otra columna dentro del mismo cuadro muestra la participación porcentual de los depósitos en divisas dentro de los totales de la entidad. Cuando las operaciones en dólares contribuyen con más de 60 % a los depósitos totales, demuestran una clara especialización en esa clase de depósitos, generalmente originada en la buena imagen del banco entre el público (esta clase de operaciones carece de garantía oficial y, por lo tanto, la solvencia patrimonial y financiera de la entidad es de fundamental importancia).

    El ranking por patrimonio ubica a la entidad por la magnitud de su capital y reservas, aunque ello por sí solo no es garantía de solvencia porque no toma en cuenta el pasivo exigible. Por lo tanto, indica solamente la envergadura del banco en términos del capital invertido por los socios y las utilidades no distribuidas, que se reflejan en el nivel de las reservas.

    En cambio, el ranking que encuadra a las entidades por su solvencia patrimonial tiene fundamental importancia para evaluar el grado de seguridad que brinda una institución. En este aspecto, debe considerarse que para un banco los depósitos constituyen una deuda cierta y, por lo tanto, forman parte de su pasivo exigible, igual que las otras deudas contraídas para asegurar el desenvolvimiento normal de las actividades.

    Para una mejor interpretación del índice de solvencia patrimonial es importante aclarar que tanto las cifras correspondientes al patrimonio neto como al pasivo exigible pueden exhibir variaciones con la realidad, debido a que fueron obtenidas mediante información parcializada suministrada por el Banco Central, que no incluye los importes correspondientes a los resultados del período, ya sean ganancias o pérdidas.

    Para evitar este problema, MERCADO envió una carta a todas las entidades, solicitándoles el envío de la información correspondiente, pero lamentablemente muy pocas respondieron a este requerimiento.

    Capital y Confianza.

    En algunas entidades de reconocido prestigio este índice aparece por debajo de los niveles que podrían considerarse satisfactorios (70/80), pero ello no afecta la confianza de los operadores acerca de la evolución futura de esos bancos. Esta credibilidad puede reconocer dos vertientes. Una de ellas es el grado de parentesco que el banco tenga con un determinado grupo empresario. Los operadores toman al banco como un apéndice del grupo en cuestión y no se preocupan mayormente por el monto de capital propio de la entidad frente al volumen de sus obligaciones.

    Esta lealtad de los inversores se mantendrá mientras el grupo al que pertenezca la entidad muestre signos de fortaleza y continúe desarrollando sus actividades satisfactoriamente.

    La propia envergadura del banco suele ser otro factor de confianza. En estos casos, los operadores entienden que, dada su enorme participación en el mercado, la entidad difícilmente pueda caer sin provocar una crisis generalizada en el sistema. En ese caso extremo, el Banco Central se vería obligado a adoptar medidas precautorias para que la institución siga operando hasta que encuentre la solución definitiva a sus dificultades.

    Sin embargo, es oportuno dejar en claro que los bancos que exhiben mejor posición en el índice de solvencia pueden encontrarse en situación poco cómoda en caso de problemas, especialmente si la cartera de préstamos exhibe un elevado grado de morosidad. En este último caso, el problema es similar o peor que la inmovilización provocada por un exceso de bienes inmuebles. Ante la necesidad de proceder a una reestructuración, los inmuebles de una entidad pueden enajenarse o hipotecarse, en tanto que la cobranza de una cartera morosa suele resultar incierta y difícil.