Todos han subestimado siempre a los rusos”, sentenció Winston Churchill en 1942.
Algunos investigadores y analistas políticos han comenzado a advertir, 50 años después. en esta era de la perestroika, que Occidente podría estar incurriendo en el mismo error que señalara el legendario estadista inglés en medio de la Segunda Guerra.
Claro que la Unión Soviética que conocía Churchill era entonces una potencia en pleno auge, conducida por la impiadosa mano de José Stalin, y no la actual federación de repúblicas en conflicto, acosada por una crisis económica y gobernada por un Premio Nobel de la Paz.
Pero tanto Churchill como los sovietólogos contemporáneos parecen coincidir en una evocación que va mucho más allá de Stalin y Mijail Gorbachov: la vieja Rusia autocrática y expansionista, a la que la otra mitad de Europa no logró comprender ni controlar.
Los occidentales estarían así, nuevamente, tentados de caer en la falsa convicción de que la URSS se ha convertido en un león herbívoro, un imperio en disolución. al borde del colapso económico.
Pero Rusia, sostienen los expertos. seguirá siendo un temible gigante, independientemente de cuál sea el destino de la Unión Soviética.
“Rusia no necesita ser un imperio para mantener su posición como la potencia militar más fuerte de Europa -escribió recientemente el ex ministro de Defensa francés Jean Pierre Chevenement-. Su población, de 150 millones, es la mayor del continente. Su territorio es 30 veces más grande que el de Francia”.
Aunque las tendencias secesionistas terminaran desmembrando a la URSS, probablemente Moscú seguiría siendo el centro de poder de un vasto territorio de población predominantemente eslava, integrado por Rusia, Ucrania, Kazajstán (una república centroasiática donde los rusos constituyen el principal grupo étnico) y Bielorrusia.
Controlaría, así, casi 92% del territorio y 85% de la industria militar de la actual Unión Soviética.
Seguiría contando con el arsenal nuclear más grande del mundo y con el mayor y mejor equipado ejército de Europa.
Otro factor. no menos preocupante para Occidente, es que, tras el ocaso de la ideología oficial marxista-leninista, tiende a imponerse lo que Zbignicw Brzezinski ha denominado “el nacionalismo poscomunista” como fuerza dominante en Rusia y en las restantes repúblicas soviéticas.
La conclusión. en términos estratégicos, sería, entonces. que la necesidad de mantener un equilibrio de fuerzas persistirá más allá del fin de la guerra fría.
TRIBULACIONES Y REALIDADES
La idea de que la URSS ha ingresado en una decadencia irreversible se fundamenta en tres cuestiones básicas: la grave crisis económica que le impediría a Moscú volver a contar con la fuerza militar de una superpotencia; la pérdida de Europa oriental, que lo despojó de una decisiva influencia en el continente. y los conflictos internos, que podrían herir de muerte al imperio soviético.
Según el académico estadounidense Bruce D. Porter, investigador de la Universidad de Harvard, estos supuestos responden más a falsas apariencias que a la verdadera situación actual de la URSS.
A pesar de las dramáticas historias relatadas por la prensa -sostiene Porter-, no hay evidencia alguna de que la escasez de alimentos en la Unión Soviética haya llegado a un punto de emergencia, y mucho menos a situaciones de hambruna. La última cosecha de cereales registró un récord histórico y el problema parece originarse, principalmente, en una crisis del sistema de transporte y distribución, y no en causas estructurales.
El país, por otra parte. posee enormes reservas de oro y diamantes (valuadas en más de US$ 40.000 millones por la CIA norteamericana), que le otorgan una sólida base para obtener créditos en el mercado financiero internacional, mientras que su deuda externa es relativamente baja (US$ 54.000 millones). Cuenta, además. con los mayores yacimientos de gas natural de todo el mundo y su explotación petrolera equivale a la suma de lo que producen Estados Unidos y Arabia Saudita.
Pero sobre todo, argumenta Porter, es preciso tener en cuenta que la economía de la URSS siempre ha transcurrido por dos carriles paralelos: el de la sociedad civil y el del complejo industrial-militar.
Las reformas liberalizadoras, sostiene el investigador. están dirigidas sólo al primero de estos sectores, en tanto que el segundo sigue funcionando con los mismos privilegios que le permiten mantener intacto su poderío e incluso iniciar, si fuera necesario, un rápido proceso de expansión.
En cuanto a la pérdida de su área de influencia en Europa oriental. Moscú parece haber obtenido con esto beneficios estratégicos y económicos que superan con creces el valor de la región como barrera de contención contra una más que improbable invasión occidental.
A cambio de tolerar las revoluciones democráticas en sus ex satélites. Ia URSS consiguió deshacerse de las pesadas cargas que imponían los compromisos de subsidiar a sus ineficientes economias.
Logró poner en marcha, por otro lado, un proceso que conduce inevitablemente a la reducción de la presencia militar estadounidense en Europa occidental y al progresivo desmantelamiento de la estructura de la OTAN, dos objetivos estratégicos largamente acariciados por el Kremlin.
Moscú no parece, en cambio, dispuesto a aplicar en las rebeldes repúblicas soviéticas la misma benevolencia que exhibió ante sus ex aliados del este europeo. Y más allá de la flamígera retórica o las imponentes manifestaciones populares, una elemental cuestión de poderío militar descarta cualquier posibilidad de que los grupos separatistas logren sus propósitos por la vía de la fuerza.
Poner, mediante dos argumentos, elimina la hipótesis de una guerra civil a corto plazo. El primero es que, mientras el Kremlin mantenga su tradicional -y vigente- política de privilegio para las fuerzas armadas y el aparato bélico industrial, los militares difícilmente se sientan tentados de apoyar una aventura separatista.
Por otra parte, Los episodios de cruenta violencia registrados durante los últimos años en los conflictos étnicos y nacionales dentro de la URSS parecen haber convencido a la mayoría de la población soviética de que el restablecimiento del orden es una prioridad más urgente aún que la reforma económica. El horror al caos funciona como potente aliado del gobierno central.
Moscú, por lo tanto, podría encaminarse gradualmente a un proceso de concesión de mayores autonomías a algunas de las repúblicas rebeldes; pero esto, concluye Porter, todavía está muy lejos de representar una amenaza para la integridad de un imperio que, desde las épocas de Pedro el Grande, no ha dejado de constituir una fuente de sorpresas para Occidente.