¿Es la Argentina el espejo para que se mire Grecia?

    ANÁLISIS | Portada

    Hay dos escenarios posibles. En el primero, el esfuerzo mancomunado de Gobiernos europeos y del FMI evita un colapso, y logra un default negociado sobre la base de una quita importante en el valor de los bonos helenos, en perjuicio de bancos e instituciones que tienen esos títulos. El problema es el precedente, porque procesos de quita similares se pueden intentar con otros países en dificultades (Portugal, Irlanda, por ejemplo).
    El segundo escenario es el que predijo George Soros para diciembre: default liso y llano, como fue el argentino. A partir de ahí, la predicción es poco seria. En cuanto a la recuperación griega, el país no tiene soja ni cobre. Y el comercio mundial se aminora, no se expande.
    Lo sorprendente en el caso de Grecia ha sido la velocidad del deterioro. Fue tan drástico, que en los últimos tres meses los prestamistas internacionales –de cualquier clase y categoría– fueron convocados a conseguir € 252.000 millones para evitar un default (hace tres meses, precisamente, la estimación era de € 109.000 millones), a menos que la solución pase por severa reducción en los repagos que la economía helena debe hacer a los bancos y a los tenedores de bonos soberanos.
    En verdad, según los cálculos del FMI, del Banco Central Europeo y de la Comisión Europea, la verdadera dimensión del rescate sería de € 440.000 millones. Hubo otro cambio –pero no definitivo, como pronto se verá–. También hace un trimestre se barajaba la posibilidad de que los bancos y tenedores de bonos griegos debieran renunciar a 21% del valor de sus acreencias para hacer viable el pago. Hace dos semanas, ese margen había crecido a 60%.
    Pero en la última semana de octubre, tras la segunda cumbre europea en cuatro días, se coincidió en que la quita rondaría 50%. Pero la buena noticia –si es que es eso– logró entusiasmar a los mercados bursátiles durante dos jornadas. A la tercera, todo volvió a la normalidad. Es decir al pesimismo. Ya estaba claro que había un nuevo cálculo: el Fondo Europeo pro Estabilidad Financiera debía pasar de € 440.000 millones a € 1,1 billón. Algo más del doble.
    En cualquier caso, el ajuste que debe hacer Atenas es feroz. Ya nadie espera que las mentadas privatizaciones de activos públicos aporten al tesoro griego los € 66.000 millones prometidos. Tal vez apenas € 20.000 millones. Lo que redobla la presión por medidas reales de austeridad fiscal.
    Fue entonces, al comenzar noviembre, cuando el clima se enrareció más, todavía. El primer ministro griego, Georgios Papandréu, anunció un referendo para conseguir apoyo popular al plan de austeridad. O dicho de otro modo, si debía beber la cicuta, no pensaba hacerlo en soledad. El gabinete lo respaldó en pleno.
    El temor de toda Europa –y en especial en el mundo financiero– es comprensible: si la propuesta de Atenas resulta rechazada por los votantes –perspectiva perfectamente factible–, el primer ministro quedará a merced de su oposición interna.

    De la periferia a la economía global
    Lo que desespera a los líderes de la Eurozona es el inmenso potencial de hacer daño que tienen los problemas fiscales de un pequeño país en la periferia europea, capaz de contagiar la crisis al resto de la economía mundial.
    ¿Por qué no evitar el colapso que se prevé, entonces?
    Al fin y al cabo, el total de la deuda griega es de € 350.000 millones (US$ 483.000 millones), una cifra muy importante, desde una perspectiva. Pero fácilmente abordable para un continente rico como el europeo, donde la unificación de las dos Alemanias –por ejemplo– representó una inversión mucho mayor.
    ¿Por qué tantas dilaciones y vacilaciones? Parecen estar esperando a que se cumpla el vaticino de George Soros: “el default griego será en diciembre”: por el precedente. Si se la deja caer a la economía griega, puede haber un dominó imparable. Si se la rescata fácilmente, los mercados acosarán a otras economías con signos de debilidad como Portugal, Irlanda o la misma Italia. Algo inadmisible.
    Pero la escalada y el cambio de criterio son interesantes de registrar. En 2010, la posibilidad de inducir un default era inconcebible. La palabra no existía. Para mayo de este año se hablaba de modestas reducciones de deuda (del orden de 20%). Ahora ya se habla abiertamente de quitas de 50 a 60% sobre la deuda soberana.

    La comparación con la Argentina
    Hace más de un año que economistas, ensayistas y directivos del mundo financiero internacional comenzaron a establecer comparaciones entre lo ocurrido en la Argentina a comienzos de este siglo y la situación griega.
    Muchos vaticinaron que Atenas se vería forzada a una salida similar. Salir de la “convertibilidad” –es decir del euro–, repudiar y renegociar con mucha quita la deuda externa, y comenzar un ciclo de recuperación económica.
    También en nuestro país hubo quienes pensaron en la misma dirección. Sin mencionar a funcionarios gubernamentales entusiastas que preconizaron la “exportación del modelo”, como panacea a la crisis helena.
    Lo que sí resulta evidente a simple vista es que tanto Grecia 2010 como Argentina 2001 sufren de males similares. En especial la baja competitividad (lo cual se refleja en el alto desempleo) y dependencia del financiamiento externo, en un marco de imposibilidad de realizar política monetaria propia.
    Es cierto también que la magnitud de los desequilibrios de Grecia son muy superiores a los de entonces en la Argentina (lo que se explica porque Grecia ha estado respaldada por la UE y no por méritos “intrínsecos”).
    Ahora Grecia (en verdad la UE, quien al final del día decide la fortuna de ese país) hoy está adoptando la vía del ajuste fiscal similar a la Argentina 2001. Una estrategia con pocas posibilidades de éxito. La evidencia empírica demuestra que en la mayoría de los casos (el argentino incluido) el camino de la austeridad en un contexto recesivo agrava el problema.
    Para analizar similitudes y diferencias, solicitamos este informe especial sobre ambos países y procesos con una década de diferencia a los economistas Santiago Pérez y Bárbara Guerezta.
    El trabajo intenta mostrar que la bonanza argentina posterior a 2001 no tiene por qué repetirse si Grecia adopta una solución similar. Aunque otros podrían argumentar que lo que también muestra el caso argentino es que una devaluación y el default no es el fin del mundo.

    Las alternativas de Grecia

    La ineludible comparación

    La posibilidad de un default que enfrenta la economía griega recuerda la situación atravesada por la Argentina 10 años atrás. Existen quienes se preguntan si Grecia no debería seguir los pasos de la Argentina. El desempeño de nuestra economía en los últimos años invitaría a pensar que la estrategia del default y la devaluación son la mejor opción para el país heleno.

    Por Santiago Pérez y Bárbara Guerezta (*)

    Esta recomendación no debería olvidar que el notable crecimiento económico argentino no es una consecuencia necesaria ni exclusiva de las políticas adoptadas en estos años, sino que responde, en gran medida, al favorable contexto internacional.
    Grecia deberá considerar las diferentes alternativas a su alcance, consciente de que su delicada situación no le ofrece demasiadas opciones. El ajuste de sus cuentas es inevitable, y la decisión deberá focalizarse en la forma de este ajuste. El default y la devaluación implicarían un ajuste repentino y desordenado, y sus costos inmediatos se reflejarían en la actividad económica y el empleo.

    Grecia 2010 – Argentina 2001
    La economía griega afronta desde 2009 una profunda crisis. La actividad económica se contrajo 2,3% y 4,4% en los últimos dos años, y se estima que la recesión continuará en los próximos años, y que la economía se contraerá 5,5% y 2% en 2011 y 2012, respectivamente.
    La economía griega y la argentina tienen actualmente un tamaño similar. En el año 2010, el PBI griego fue de aproximadamente US$ 310.000 millones y el PBI argentino se acercó a US$ 370.000 millones. Esta similitud en el tamaño de la economía esconde, sin embargo, una gran disparidad en el ingreso promedio: el ingreso per cápita de los 11 millones de habitantes de Grecia se ubica en torno a US$ 27.000, mientras que la Argentina, con una población cercana a los 40 millones de habitantes, posee un PBI per cápita inferior a US$ 10.000.
    Los sectores más importantes de la economía griega son el comercio, la hotelería, el transporte y las actividades inmobiliarias, que en su conjunto generan 45% del PBI total. En la Argentina, la industria manufacturera, el comercio, la agricultura y las actividades inmobiliarias producen 49% del total.
    El sector público griego posee una deuda equivalente a 142,8% del PBI. Esta delicada situación es el resultado de la acumulación de sucesivos resultados negativos en las cuentas públicas, que lo obligaron a incrementar gradualmente sus pasivos, hasta alcanzar los elevados niveles actuales.
    La débil situación fiscal que exhibía Grecia desde hace décadas se vio agudizada en los años 2008 y 2009, como consecuencia de la crisis económica mundial. El déficit del Gobierno se elevó hasta 15 puntos porcentuales del PBI en el año 2009. El excesivo déficit y la dinámica macroeconómica exhibida en esos años encendieron la alarma entre los inversores.
    En 2010, limitado por la falta de financiamiento y tras conseguir el respaldo de la Unión Europea (UE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Gobierno griego comenzó a implementar una profunda reestructuración fiscal. El déficit fiscal se redujo a 10,5% del PBI. El Gobierno cumplió así con las metas impuestas por los organismos internacionales, pero no logró calmar las dudas ni el temor en los mercados.
    La dinámica de la Argentina en el período 1998-2001 muestra claras similitudes con el proceso que atraviesa Grecia en la actualidad, pero también importantes diferencias en el tamaño de los desequilibrios. La deuda del sector público nacional alcanzó 54% del PBI en el año 2001. El déficit financiero del sector público argentino ascendió ese año a 7 puntos del PBI, su nivel máximo en la década. El estallido de la crisis argentina, en niveles de deuda y déficit muy inferiores a los actuales de Grecia, refleja, entre otras cosas, una clara diferencia de reputación entre ambos países.
    Las cuentas externas también muestran semejanzas y diferencias entre estos procesos. La cuenta corriente griega registró en 2010 un déficit de 10,4% del PBI, magnitud casi idéntica al desequilibrio del sector público, lo que indica que el sector privado se encuentra equilibrado –luego de varios años de gastar por encima de sus ingresos–.
    El déficit de la cuenta corriente griega está mayormente explicado por un saldo negativo de la balanza comercial de bienes de US$ 37.000 millones (12,3% del PBI). Este déficit es financiado parcialmente por el turismo (principal actividad del país heleno), que genera ingresos netos del orden de US$ 17.000 millones.
    El déficit comercial, aunque elevado, se encuentra por debajo del registrado en 2009 (US$ 43.000 millones). La mejora en el resultado se debió a un aumento de 7% de las exportaciones y una caída de las importaciones de 6%, un comportamiento esperable en un contexto de contracción económica.

    Medidas alternativas
    La actual situación de Grecia y la de la Argentina en el año 2001 poseen características muy similares: prolongada recesión económica, aumento en la tasa de desempleo, deterioro de los índices sociales, deflación de precios, elevado déficit fiscal y, principalmente, una profunda desconfianza, como consecuencia de las dudas sobre la solvencia del Gobierno.
    Luego de la dimisión de Fernando De la Rúa, el Gobierno decidió cambiar radicalmente la estrategia para enfrentar el estancamiento económico. El presidente interino, Adolfo Rodríguez Saá, anunció, en su ceremonia de nombramiento, el cese de pagos unilateral de los servicios de la deuda pública.
    En verdad, el default no salvaguardaba al Gobierno de realizar un ajuste fiscal. El impacto de una medida tan drástica como la cesación de pagos puede tener efectos diversos, tanto inmediatos como mediatos, en función de las características de la economía y del contexto en que se tome la decisión.
    En diciembre de 2001, el sector público argentino era deudor neto en aproximadamente US$ 135.000 millones, pero alrededor de 40% de esta deuda estaba en manos de argentinos. La cesación de pagos no solo perjudicó a los bonistas extranjeros sino también a los depositantes y a los futuros jubilados del país.
    El default implicó también el abandono del tipo de cambio que había regido durante 10 años. El 6 de enero de 2002 se puso fin a la Convertibilidad. En pocos meses, el tipo de cambio se depreció 300%, acercándose a los 4 pesos por dólar.
    La decisión de devaluar, que debió tomarse de manera casi obligatoria tras el default de la deuda pública, era una medida apoyada por distintos sectores de la sociedad. Los principales argumentos que se esgrimían eran la existencia de un atraso cambiario y la pérdida de competitividad internacional.
    En el año 2002, tras el default y la devaluación, el país sufrió una de las más profundas crisis de su historia. Los meses que siguieron a la devaluación y al default exhibieron un drástico deterioro de las variables macroeconómicas y sociales. El PBI cayó en más de 10 puntos porcentuales, impulsado por la fuerte reducción de la inversión (36,4%) y del consumo (12,8%).
    La devaluación permitió al Gobierno aprovechar la ilusión monetaria de las personas para mejorar sus cuentas. El default dejó al Gobierno prácticamente sin financiamiento, obligándolo a eliminar su déficit. El sector público consiguió entonces el ajuste –que la sociedad había rechazado el año anterior– a través de la inflación, la imposición de nuevos impuestos y el default.

    La recuperación económica
    Luego de la crisis sufrida en 2002, el país experimentó en el período 2003-2006 un proceso de recuperación económica, en el que el PBI se expandió a un ritmo promedio anual de 8,9%. En el año 2005, el nivel de actividad económica superó su nivel máximo anterior, registrado en 1998. En los años siguientes, entre 2007-2010, la economía continuó expandiéndose, aunque a un ritmo inferior, promediando, según las cifras oficiales, un crecimiento anual de 6,4%.
    La licuación de los salarios reales tras la devaluación de la moneda y la existencia de capacidad ociosa (menos de 60% de la capacidad de la industria se estaba utilizando para la producción) alentaron la demanda de trabajo durante los primeros años. El desempleo y el subempleo cayeron desde los niveles del año 2002, y se observaron mejoras en los indicadores sociales. En el período desde la crisis hasta el año 2006, se crearon aproximadamente dos millones de puestos de trabajo nuevos. Los salarios reales retornaron a los niveles previos a la crisis.
    En el período posterior, entre 2007 y 2010, las mejoras en los salarios reales continuaron, pero el crecimiento del empleo se de­sa­ce­leró fuertemente, creándose solo alrededor de 600.000 nuevos puestos de trabajo.
    Estas dos etapas en el período desde la crisis hasta la actualidad también se reflejan en la evolución de las cuentas fiscales. En el período 2003-2006, el sector público nacional registró superávit primario y financiero –en base caja– por primera vez en décadas.
    A partir del año 2007, el sector público evidenció un drástico cambio de política. Los gastos corrientes, que hasta ese momento se habían expandido a una tasa promedio anual cercana a 18%, comenzaron a hacerlo en torno a 40% por año, con la excepción de 2009 (28%). El pago de subsidios a empresas del sector energético, la absorción del sistema privado de jubilaciones y la suba de los salarios –junto a la incorporación masiva de empleados– explican esta dinámica.

    Grecia: estrategias alternativas.
    La estrategia elegida hasta el momento por el Gobierno griego es muy similar a la seguida por la Argentina desde mediados del año 2000 hasta finales del año 2001. En mayo del año pasado, Grecia acordó un paquete de asistencia financiera con el FMI y la Unión Europea (UE), por el que estos organismos pusieron a disposición una línea de crédito contingente para asegurar el pago de la deuda y permitir un ajuste gradual del déficit. La ayuda financiera estaba condicionada a la realización de un esfuerzo fiscal para disminuir los desequilibrios y la sanción de medidas estructurales para promover la competitividad.
    La estrategia no ha conseguido hasta el momento los resultados esperados, y, al igual que la Argentina en el año 2001, Grecia no logrará cumplir este año las metas acordadas con los organismos. La pregunta sobre si Grecia tendrá que correr la misma suerte surge entonces de manera inevitable. Existen motivos para creer que esto no tiene que ser necesariamente así.
    En primer lugar, es necesario destacar que la estrategia adoptada por Grecia, al igual que el plan inicial de la Argentina, se basa en la recuperación de la confianza. La mejora de las expectativas requiere de un compromiso firme de los organismos internacionales y de las autoridades locales.
    Las medidas implementadas también han ido más allá de lo que se realizó en su momento en la Argentina. La convocatoria voluntaria a los acreedores privados y las restricciones a las “ventas en corto” son medidas que reflejan el mayor compromiso y la mejor comprensión de algunas dinámicas que se ponen en marcha en momentos de elevada incertidumbre.
    El sostenido apoyo de los organismos es imprescindible para el éxito de la estrategia, pero esta también deberá ser fuertemente respaldada por la clase política local.
    Los mercados descuentan que Grecia deberá, al menos, reestructurar parte de su deuda para comenzar un sendero de recuperación. En este sentido, es preciso remarcar que la extensión de los plazos de los préstamos otorgados por la UE, las bajas tasas de interés acordadas, y la compra de títulos por parte del Banco Central Europeo (BCE) ya implican una reestructuración de hecho de la deuda griega.
    Entre las distintas posturas adoptadas, existen quienes se preguntan si Grecia no debería seguir los pasos de la Argentina. El reciente desempeño de la economía argentina puede invitar a pensar que la estrategia del default y la devaluación son la mejor opción para el país heleno.
    El repaso de la experiencia de la Argentina puede ayudar a responder este interrogante. En primer lugar, es necesario destacar que, al igual que en el caso de la Argentina, el default no evitaría el ajuste de las cuentas fiscales. El Gobierno central griego posee actualmente un déficit primario de aproximadamente 5% del PBI. En caso de una cesación de pagos, la falta de nuevo financiamiento le exigiría al Gobierno griego equilibrar inmediatamente sus cuentas.
    El abandono del euro implicaría una transferencia inmensa de riqueza entre sectores y la quiebra del sistema financiero y de las empresas endeudadas en el exterior. La fuerte crisis inicial podría asumirse en pos de un elevado y sostenido crecimiento posterior, y eso es lo que parecen recomendar quienes proponen para Grecia la adopción de las medidas tomadas por la Argentina.
    Esta recomendación tampoco debería olvidar que el notable crecimiento económico argentino de los últimos años no es una consecuencia necesaria ni exclusiva de las políticas adoptadas, sino que responde, en gran medida, al favorable contexto internacional.
    En el período 2002-2010, los términos de intercambio de la Argentina experimentaron una suba de 34%, impulsados por una extraordinaria alza en los precios de las materias primas agrícolas. En ese mismo período, los términos de intercambio griegos cayeron 5,8%. La estructura económica de Grecia, con una elevada participación del turismo, hace difícil prever un ciclo de precios de las características del experimentado por la Argentina y América latina durante los últimos años.

    (*) Santiago Pérez es licenciado en Economía, profesor de Análisis Macroeconómico en la Universidad Católica Argentina (UCA). Bárbara Guerezta es licenciada en Economía de la Universidad Católica Argentina.