ANÁLISIS | Entrevista
Por Miguel Ángel Diez
Alfredo Román
Foto: Gabriel Reig
Forzando la comparación, podría decirse que se trata de la versión local del “self made man”. Hecho desde abajo. Pero ahí termina la similitud con el cliché que tenemos del empresario exitoso que se hizo a sí mismo.
Alfredo Román cultiva el bajo perfil, la austeridad y huye del jet set. Pero además, tiene principios y convicciones que defiende a capa y espada, obsesionado como está por los temas que plantea la ética.
Román se convirtió en noticia por una rara circunstancia entre empresarios: escribió un libro, El legado que está en todas las librerías del país. Es una obra original. Román pasa revista a su vida y la entronca con los acontecimientos que le tocó vivir al país en cada etapa, con precisión quirúrgica y sin omitir sus propios juicios de valor sobre cada una de ellas.
Pero pronto el lector descubre que todo es una coartada para explayarse sobre su familia (un punto central de su discurso), sobre la visión de la sociedad global y local, de su obsesión por los excluidos y la responsabilidad de los empresarios en el tema. Lo más valioso es el tono ingenuo –en el mejor sentido de la palabra– con que se abordan los argumentos, sin “posar para el bronce”, sin practicar la reconstrucción del pasado –tan usual en las memorias–, esquivando todo lo que puede ser un festival del ego.
Como corolario vale aclarar que el título –El legado– no se refiere a la transmisión de experiencias y valores. Es algo muy concreto. El mecanismo con el cual mantener una familia unida y garantizar que los descendientes seguirán la obra con base en la cultura del conocimiento y de los valores morales. Es el último capítulo y seguramente el más fascinante.
–¿Cuándo estaba en la escuela primaria que soñaba ser? ¿Siempre pensó que iba a ser mecánico (como usted dice en el libro), empresario, o pensó que iba a ser otra cosa?
–Mi ambición era ser mecánico. Cuando tenía 7 u 8 años mi padre tenía un auto que usaba como transporte al cual siempre le ponía de 800 a 1.000 kilos arriba del auto. Consecuencia: siempre se le rompía el diferencial. Vivía arreglándolo… me acuerdo como si fuera ahora. Iba al garaje con él, me tiraba abajo y le pasaba las piezas, enfocándome ya en la mecánica. A los 9 años ya manejaba ese coche; me enseñó mi abuelo. Y mi pasión eran los autos.
–Interesante, porque los chicos a veces dicen “yo quiero ser abogado, o médico, “ y después encuentran su vocación, su destino. Pero usted la tuvo clarísima desde el comienzo, ¿no?
–Siempre es el hombre y la circunstancia. Si uno es hijo de un médico, se habla de medicina en su casa y uno acaba en la medicina. Aunque hay otros que la odian porque detestan lo que hace el padre. Y para mí, la circunstancia fue que a mi padre se le rompía el auto todos los días y, entonces, yo le ayudaba.
–Y de esa época, ¿le quedan algunos amigos; los ve?
–De esa época no, porque después me mudé a Rosas y Juan B. Justo y volví a cambiar de amigos. Mis amigos son de 50 años a esta parte.
–Cuando fue a España, ¿visitó en León las aldeas de sus abuelos?
–Sí, y sentí una emoción terrible. Lo que más me impresionó fue encontrarme con todos los parientes. Pero antes de encontrarme con ellos, al visitar el pueblo de mi abuela, había viejitas que la recordaban como “Antonia la molinera” porque era la hija del que molía. Mi abuelo me contaba que ella lavaba la ropa en la acequia mientras los bueyes andaban por la calle. Y yo estuve hace 10 años y eso seguía más o menos igual.
Después me fui por ahí cerca, donde estaba otra parte de la familia, que me invitó a su bodega. Tenían una casa con un quincho grande. Cada uno de la familia venía con comida, la que me hacían probar. Era una costumbre que nosotros teníamos aquí; teníamos una quinta en Esteban Echeverría a donde íbamos todos los hermanos y amigos. Cada uno llevaba su comida y la compartía con los demás.
–¿Alguna vez se entusiasmó con la idea de participar activamente en política?
–En 1983, cuando asumió Alfonsín, yo ya había hecho un legado (el primero), y mi vocación era justamente traspasar toda la dimensión económica –tal cual lo cuento en el libro–, a mis cuatro hermanos, para quedar más liberado y poder incursionar más en la política.
Así fue que empecé a trabajar en las instituciones de los empresarios: en la Unión Argentina de la Construcción (que la formé después de la ruptura de la Cámara Argentina de la Construcción, ruptura que yo llevé adelante). Después fundé el club Europa Argentina, la fundación Exportar, estuve en la Faiac, en la Catac.
Pero bueno, las circunstancias vinieron mal, aquella fue la década perdida y casi nos fundimos. Fue entonces que me tuve que poner el casco de obrero y empezar a trabajar de vuelta desde “0” y hacer cosas que creí que no las iba a volver a hacer. Tuve que dejar mi vocación –que podía haber tenido en ese momento para hacer algo por la comunidad– para dedicarme a reflotar lo que había perdido.
–Pero más allá de la política empresarial, de las organizaciones empresariales, a través de partidos políticos o de ideas políticas, ¿Usted nunca pensó en participar?
–Me tentaron muchas veces, me vinieron a buscar, pero no se dieron las circunstancias; la política en el país estaba muy complicada. Fueron años de mucha turbulencia.
–Pensando un poco en las últimas cinco décadas que tiene de actividad empresarial, ¿percibe que hay una degradación del clima, del entorno en el que se tienen que manejar los empresarios?
–Creo mucho en la juventud; creo que todo lo joven y todo lo que viene es mucho mejor que lo que fue. Entonces no puedo ponerme ahora como un retrógrado a decir a todo lo anterior era bárbaro y luego todo se ha desmejorado.
Pienso que siempre esta evolución y esta globalización han dejado cosas buenas, y las cosas malas he tratado de reflejarlas en mi libro El legado, como las cosas que yo veo mal de esta sociedad de consumo. Lo que más preocupa de este cambio es la pérdida de los valores en un mundo desarrollado.
–En algún momento de su evolución, ¿usted comenzó a preocuparse por los temas de management, a leer libros del tema; hay autores o personalidades que le llamen la atención?
–Todos los días; soy un alumno de la vida y me la paso estudiando. Nunca estoy conforme con lo que sé. Cuanto uno más sabe, más se da cuenta de lo que le falta conocer. Justamente la convocatoria que le hago a mi familia es a la cultura del conocimiento, que se capaciten para que puedan adquirir un conocimiento que les dé libertad.
¿Autores? Peter Draker fue una gran enseñanza. Algo que me conmovió fue un libro, que se me perdió en alguna mudanza, de un autor americano que lo llevaba a hacer a uno como un psicoanálisis, sobre la forma en que gasta el tiempo. Soy un apasionado de no perder el tiempo. Me pongo mal cuando pierdo tiempo.
–Con respecto a sus hijos, ¿Cree que ellos han hecho lo que ellos querían o lo que usted les indujo a hacer?¿Cree que ellos han elegido su propio camino también?
–Absolutamente. Ellos han crecido más estrictos de lo que yo pensaba, porque ya estoy en una etapa de mi vida en la que me gusta más dar, conceder, me gusta que no sufran lo que sufrí yo. Entonces, si pretendo hacer algo para los nietos me dicen: “a los nietos no les des nada porque vos a nosotros no nos diste lo que querés darle a ellos. Y mirá nosotros cómo salimos, ¿querés arruinarlos a ellos?” Son durísimos. Mis hijos han sido más rigurosos que yo y lo que más me hace feliz en este momento es la potencia que tiene hoy la familia Román.
Cuando alguien hace un legado como he hecho yo, usted tiene un patrimonio para los herederos de sangre. Pero además está la gran familia que son todos herederos políticos, los primos, los hermanos, los sobrinos, los que vienen. Entonces, en la familia somos más de 150 personas. Armamos “el club Román”, que los comprende a todos.
–Visto retrospectivamente ¿cuál es su visión sobre la década de los 90 y sobre cómo dejó al país? ¿ Y sobre la convertibilidad?
–Fue un gran desastre. Me peleé con Menem y Cavallo. Hice una oposición a ultranza. Yo estaba en el comité ejecutivo de la Unión Argentina de la Construcción y fuimos con los Roca, con los Roggio, con todos los empresarios más grandes del país, con Pescarmona, todos. Contratamos a los mejores ingenieros, contadores, economistas, contratamos gente del exterior e hicimos todo un análisis en profundidad de cuál era la deuda argentina, por qué dejaban pagar a los bancos con los bonos que tenían.
Todo lo que había hecho Cavallo fue una cosa siniestra en contra del empresariado argentino. Esto se lo hicimos llegar a Menem, él nos escuchó, pero venía de un cataclismo económico del que no podía salir y fue Cavallo el que lo sacó del pozo.
Entonces lo llamó a Cavallo a la Casa Rosada y Cavallo se puso como una fiera contra nosotros y el presidente optó por seguir lo que decía Mingo. Y así fue el desastre del país porque perdimos las empresas…, hoy estamos invadidos por empresas extranjeras…; yo no estoy en contra del capital extranjero, tenemos que abrirnos al capital extranjero pero de una manera inteligente. Un capital extranjero que invierta y nos haga transferencia real de tecnología.
–Hoy, también, con toda su experiencia ¿qué opinión tiene usted del empresariado argentino?
–Es un empresariado bueno que ha venido sufriendo todos estos embates y estas idas y vueltas, con falta de reglas de juego claras. Este es un país que no tiene reglas de juego.
Usted fíjese, como decía Ricardo Lagos hablando de Chile: un Presidente que llega al Gobierno y puede cambiar las funciones de 8.000, 9.000 personas desarma todo lo que estaba. En los países serios, el Presidente que llega podrá cambiar 200 ó 300 personas.
Acá no hay una administración estable y el hombre que tiene que administrar las instituciones no es respetado.
–¿Nunca pensó en vender todo y dedicarse al dolce far niente? ¿En irse en su catamarán por el mundo y que se arreglen los demás?
–No, no está en mi genes. Cuando escucho el himno argentino y veo flamear mi bandera, le puedo asegurar que no es un discurso, me emociono y se me eriza la piel. Me muero por este país y no voy a cejar hasta que cumpla con el destino de grandeza que tiene. Tenemos una gente fabulosa, el obrero es una persona dúctil, capaz de meterse en cualquier cosa y llevarla adelante, y tenemos una tierra fértil. Tenemos todo; clima, un Atlántico de miles de kilómetros…
–Y también tenemos el Estado. ¿Cree usted que debe intervenir de alguna manera en la economía? Y si es así, ¿cuáles son los límites, las fronteras? Hay empresarios que creen que no debería intervenir de ninguna manera en la economía.
–El Estado tiene que intervenir en la economía y cumplir un rol. Pero ese rol y ese Estado tienen que tener políticas públicas de largo plazo con reglas de juego claras para todos y que se cumplan tanto de un lado como del otro.
Porque tampoco puede haber empresarios que las quieran cambiar de acuerdo a la circunstancia de su conveniencia. Entonces, tienen que existir reglas de juego claras y que se mantengan en el tiempo para un lado y para el otro.
–En cualquier empresario siempre hay una contradicción entre sus intereses y sus convicciones, el dilema ético. ¿Usted alguna vez ha tenido este conflicto? ¿Cómo lo ha resuelto?
–Creo que eso es una falacia. Mucha gente se lo pone como una disyuntiva para después tomar el camino del atajo y actuar mal. Cuando usted tiene los valores bien fundados y se comporta de manera correcta, le puedo asegurar que tiene los mejores resultados.
–Usted tuvo seis hijos, escribió un libro y no sé si habrá plantado un árbol. Entonces, ¿qué hay para el futuro? ¿Es usted el viejo sabio que asesora a los que manejan las cosas que usted ha legado, el gurú, o sigue siendo el estratega que sigue marcando rumbos? ¿Qué rol se asigna a usted mismo para los próximos años?
–Seis hijos tengo: cinco mujeres y un varón. Pero soy una parte más del equipo. Me gusta trabajar en él y con gente joven. Esta organización que hemos fundado me ha permitido incorporar gente de la mayor valía, porque yo tengo más que colaboradores, tengo socios.
No cambia mi rol, sigue siendo el mismo. El legado es el inicio, es la construcción, es un legado que se va a ir construyendo todos los días, no es algo que está rígido; el legado es de amor, de valores y de una cultura del trabajo que tiene que trascender a la comunidad. Con lo cual esto no se termina nunca. El legado se va a ir transfiriendo de generación en generación y cada uno de los que componen mi grupo –mis propios colaboradores, mi propia familia– son parte de este legado.