ANÁLISIS | Entrevista
Por Javier Rodríguez Petersen
José Ignacio de Mendiguren
Foto: Gabriel Reig
Volvió de Europa algo obsesionado con los paralelismos entre la crisis económica que viene atravesando ese continente y la que sufrió la Argentina hace una década. Entre las diferencias, menciona que acá el ajuste se hizo antes y allá, después de que estallara la crisis. Pero resalta que, en ambos casos, “el problema es de inconsistencia del modelo”.
Dice que la economía local tiene que evitar las soluciones mágicas y apuntar a la “competitividad sistémica”. Que si la UIA no es tan fuerte como las entidades de otros países es por el contexto histórico. Que para que los empresarios inviertan más, deben ser seducidos. Que la Argentina y Brasil no pueden perderse el tren del desarrollo. Que él es desarrollista y dialoguista y está obligado a llevarse bien con el Gobierno. Y vuelve a la crisis europea, en la que, dice, hay una oportunidad para los países latinoamericanos.
José Ignacio de Mendiguren, “el vasco”, “fabricante de zapatillas y no economista”, otra vez presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), recibió a Mercado recién llegado de Europa. Estuvo allá varios días: en España, con la poderosa Confederación Española de Organizaciones Empresarias (CEOE); en Italia, acompañando a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y con la Cofindustria; en Ginebra, en las reuniones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Tuvo reuniones “con los mexicanos y los brasileños”, para consensuar posturas en el G20 y en las negociaciones con la Unión Europea (UE). Se trajo la idea fija de que hay una oportunidad que aprovechar desde una perspectiva regional. Y de que los europeos están repitiendo errores de la crisis argentina de 2001.
En la Presidencia de la UIA (una lástima: al lado está la sala de reuniones y a través de su ventana se ven, cruzando la Avenida de Mayo, gigantografías de Juan Domingo Perón, Eva Duarte, Néstor Kirchner, Cristina Fernández y Eduardo Duhalde que hubieran resultado un fondo particular para fotografiar a De Mendiguren), “el vasco” muestra fotos de su viaje: en el atril de la OIT, con la alemana Angela Merkel, con los empresarios españoles. A mano, una portada del suplemento económico del diario Tiempo Argentino lo muestra casi abrazado al jefe de la Confederación General del Trabajo (CGT), Hugo Moyano. Aclara De Mendiguren: “Era el velorio de (Juan Manuel) Palacios”, el histórico dirigente de la Unión Tranviarios Automotor (UTA).
Atiende el teléfono. Habla con un el Ministerio de Planificación. Arregla una visita a la UIA del subsecretario de Coordinación y Control, Roberto Baratta, y el interventor de Enargas, Antonio Pronsato, “para que expliquen las inversiones en energía”. Luego comentará que, en este año electoral, ya pasó por esas oficinas el radical Ricardo Alfonsín. Que ya tiene en agenda la visita del socialista Hermes Binner. Y que seguramente recibirá a Eduardo Duhalde. “Tengo que hablar con todos, es mi obligación”, aclara, remarca, insiste el industrial. Y agrega por las dudas: “Si algo he dicho cuando asumí, es que no voy a entrar en la lógica de amigo-enemigo”.
Los viajes
“Esta visión de que la UIA mira para adentro… Es todo lo contrario”, asegura De Mendiguren. “Estuve con los brasileños y los mexicanos para llevar una posición acordada al G20. Tenemos que ser inteligentes y aprovechar que Asia-Pacífico crece a 8 ó 9% anual y que, en medio de una crisis de la que aún desconocen su magnitud, los europeos miran para acá. Ya no es el escenario bilateral Europa-Argentina; estamos diciendo ‘vamos juntos’, y con esa idea viajé a México, Italia, Bruselas para la negociación UE-Mercosur”, cuenta.
Según De Mendiguren, la Argentina y Brasil están tratando de que el G20, “que había nacido con una fuerte impronta financiera, tenga una agenda más de la política real”, sobre todo en medio de la crisis porque, según él, “en los países centrales parecería que lo único que hay que hacer es salvar los bancos y parar las corridas, tipo ‘blindaje 2001’, y hay poco para transformar lo que los llevó a la crisis”. Hace 10 años, agrega, “la Argentina salió poniendo en el centro la valorización productiva: se atacó el problema de fondo, el de poner en marcha la economía real, las economías regionales, el turismo, la industria del software. Y eso Europa no lo está haciendo”.
–Pero lo que pasó en 2002 fue que la Argentina pasó a costar un tercio de lo que costaba.
–Tal vez volvió a costar lo que debía costar. ¿Cuál era el verdadero costo, el de antes o el de después? La devaluación era parte del uno a uno, y como el paquete explotó de una manera dramática, el overshooting (del dólar) fue al infinito. ¿Cuánto vale un bote en el Titanic?, acá era lo mismo, en ese naufragio, un dólar podía valer infinito.
–Pero ese sinceramiento ayudó al crecimiento posterior.
–Indefectiblemente. Había un corsé que estrujaba todo el potencial. Y cuando se sacó, se abandonó la ficción, reaparecieron la industria textil, el turismo. El mundo empieza a aprender. En Europa no paré de hablar de cómo salimos. Ningún sistema económico puede sostenerse si es inconsistente, es como querer prohibir la ley de gravedad.
–¿Es inevitable que Europa siga los mismos pasos?
–No, hay una parte. Yo no soy un economista, soy un empresario textil que prefiere pensar la economía con sentido común. Lo que veo en Europa es un ordenamiento como el de acá en la convertibilidad, que cierra perfecto en los laboratorios. Pero después viene la economía real. Y yo, “el vasco Mendiguren”, fabricante de zapatillas, me preguntaba si creían que por este ordenamiento los griegos iban a ser alemanes para tener una misma moneda y un mismo ritmo; y lo que pasó fue que fueron en teoría alemanes porque mintieron todos los números en complicidad con los analistas de riesgo y Wall Street.
En la Argentina también se mantuvo un sistema con complicidad de Wall Street, que se llevó US$ 1.500 millones en comisiones por endeudar al país hasta la insolvencia. Hay que aprender, porque la Argentina constantemente repite las experiencias, y así desde 1976 hasta 2001 fuimos el país que más se desdesarrolló; fuimos como cobayos de experimentos: la tablita de Gelbard, la de Martínez de Hoz, el Plan Austral, el Plan Primavera, la Convertibilidad, todos mágicos y todos terminaron explotando. En 2002 dijimos “lo que no vamos a hacer es una nueva magia”; y proponían privatizar la banca estatal, hacer una banca off-shore, vender territorio para pagar deudas, dolarizar… Entender lo que pudimos llegar a cometer es bueno para que cuando haya que corregir lo que está mal lo hagamos sin tener que volver de sexto grado a empezar otra vez con la plastilina en preescolar.
–La discusión sobre proteccionismo y tipo de cambio volvió a tomar fuerza. ¿Por qué?
–Tiene que ver con la magia y la realidad. Para tener inversiones y políticas de largo plazo, un país necesita estabilidad y una competitividad sistémica: en infraestructura, sistema tributario y financiero, legislación laboral y mucho más. Para que la economía en su conjunto sea competitiva deben darse armónicamente un conjunto de medidas. Si no, la economía empieza a perder competitividad y se quiere sustituir este camino y corregirlo por tipo de cambio. Pero eso no soluciona el problema de fondo, genera una mejora temporaria que empieza a gastarse enseguida y vuelve al punto de partida.
–Entonces, ¿dónde hay que trabajar?
–Son un montón de pequeñas cosas que sumadas dejan en el camino jirones de competitividad. Por ejemplo, la litigiosidad laboral y la irresolución del tema de las ART (Aseguradoras de Riesgo de Trabajo). El tema del crédito, que es el primer insumo de una economía capitalista: hoy la Argentina presta 12 ó 13 puntos del PBI, pero 85% de esos préstamos van a consumo, mientras que en Brasil, solo el BNDES presta 11 puntos del producto a inversión. El sistema tributario, con provincias o municipios que agregan impuestos. La complejidad de administración de una Pyme…
–¿No hay una enorme responsabilidad de los empresarios en la falta de inversión?
–La pregunta tiene dos partes interesantes. Primero, ha habido inversión: en el piso de la crisis estaba en 13 puntos del producto y hoy estamos en 22 ó 23 puntos. No es suficiente porque la inversión no alcanza a responder al aumento de la demanda.
Por otra parte, muchos señalan a los empresarios por la falta de inversión. Pero pregunto: un empresario que ha trabajado, se ha desendeudado, ha aumentado su productividad y tiene demanda, ¿por qué no invierte?, ¿por qué es perverso?
Yo puedo obligar a alguien a cualquier cosa: le puedo tomar la fábrica, le puedo incautar los inventarios, le puedo fijar los precios hasta de la cochera, pero no puedo obligarlo a invertir; para la inversión hace falta la seducción. Y cuando veo que la inversión no es suficiente, en vez de enojarme, debería reflexionar sobre el por qué. Primero, no son empresarios polacos, son argentinos, y en la Argentina la volatilidad ha sido uno de los principales activos de la economía; después, ven que hoy hay certezas en algunas cosas, como en la política cambiaria, pero en el resto hay mucha incertidumbre: el tema de las ART, la falta de bases para negociar en la puja distributiva, el encarecimiento de los salarios en dólares, una ley de medio ambiente con increíbles zonas grises que deja a los directorios en libertad condicional.
–La UIA está en un momento de mucho diálogo con el Gobierno…
–Es que no tengo otra posibilidad. Es mi obligación, porque estoy convencido de que cambiando esto nos vamos para arriba. Hay que pasar de un proceso de crecimiento a un proceso de desarrollo, que son dos cosas distintas; uno es espontáneo y el otro requiere crear las herramientas.
Mi primer objetivo es el desarrollo del país: yo soy desarrollista y mi referente es Arturo Frondizi. En democracia, este salto cualitativo al desarrollo implica el mayor consenso posible. Y, como dirigente empresario, tengo la obligación de, con una política más dura o más negociadora, tener la mejor relación posible con el Gobierno de turno, que tiene la legitimidad de los votos. Hay quien elige el camino de la confrontación, yo prefiero influir, convencer. Lo peor que le puede pasar a la Argentina es entrar en un juego de amigo enemigo, porque cuando eso se instala desaparece el debate. Dejemos de etiquetar y discutamos las ideas.
–¿Este perfil dialoguista lo ayudó a ser presidente de la UIA otra vez?
–Soy dialoguista, sobre todo cuando tengo un proyecto en el que creo. A la región le está tocando un ciclo como el que nunca tuvimos y no quiero que lo perdamos. A la Argentina le está pasando de nuevo el tren del desarrollo y me sublevo cuando veo que estamos peleándonos en el andén.
–¿Por qué la UIA no tiene un peso en la agenda pública como el que sí tienen la Cofindustria, la CEOE o las entidades empresarias de Brasil y México?
–Creo que la volatilidad (de políticas) en la Argentina no permitió conformar un núcleo importante del sector que venga trabajando junto con intereses e ideas consensuadas que no vuelvan a discutirse. Pero soy optimista. El empresario argentino demostró que cuando las condiciones son normales tuvo resultados fenomenales.
En 1958, la Argentina y Brasil tenían el mismo PBI, pero nosotros con una tercera parte de los habitantes; en la Argentina estaba Frondizi, en Brasil, Juscelino Kubitschek, los dos con un discurso desarrollista. Pero Brasil nunca abandonó ese proceso y Kubitschek es uno de los héroes de Brasil, mientras que Frondizi terminó preso y el proceso se abortó a los tres años. No es que a nosotros no nos gusta invertir y a los brasileños sí, sino que jugamos en distintos contextos.
En la Argentina hay una multinacional a la que le cuestionamos que quiera invertir en el exterior; en Brasil hay una estrategia para internacionalizar las empresa fondeadas por el Banco Nacional de Desarrollo. No podemos sacar el contexto.
¿Que tenemos que hacer hoy? Trabajar mucho sobre las pequeñas y medianas empresas y desarrollarnos con Brasil con una estrategia conjunta. Los años que vienen pueden ser muy buenos para los dos o los dos podemos desaprovecharlos e ir a una primarización de la economía.
En 2009, la región generó US$ 28.000 millones de superávit comercial, pero la producción primaria se llevó 200.000 millones de superávit y el manufacturero tuvo 170.000 millones de déficit. Si atrás no hay consenso para cambiar la matriz productiva, corremos el riesgo de que el tren pase y no nos subamos todos.