Islandia, el apostador más entusiasta del casino global

    ANÁLISIS | Escenario global

    El otro rasgo de originalidad islandesa es mucho menos positivo: un “modelo corralito” que llegó bastante más lejos que su precedente argentino. El primer ministro renunciante, Ossur Skarphedinsson, fue quien propuso a su propia rival.
    Islandia (“tierra de hielos”) se tomó unos 17 años para inflar una vasta burbuja. Cuando estalló (2008) dejó un amplio tendal de bajas, entre las que destacan instituciones de Dinamarca –la ex metrópoli–, Suecia, Noruega, Finlandia y, claro, Gran Bretaña. El punto de inflexión se dio durante julio-octubre pasados y el síntoma más grave fue el colapso de los tres únicos bancos privados de la isla.
    Desde octubre a enero, miles de ciudadanos manifestaban en las calles, víctimas de uno de los cracs financieros de tipo sistémico, sólo comparable al “corralito” argentino de 2001/3. La triple bancarrota local castigó la moneda (krona, o sea corona), que dejó de valer fuera del país, y congeló la actividad bancaria. Esto afectó al comercio, cortó el acceso de la gente a sus depósitos y generó un sismo sociopolítico.
    Islandia encarnó una era caracterizada por la extrema facilidad para tomar dinero prestado, común a individuos y empresas. En rigor, el país llegó a figurar entre los apostadores más entusiastas en el casino global. Con menos habitantes que nuestra provincia de Neuquén, se apalancó tan estrechamente en la infraestructura financiera mundial que su derrumbe se sintió desde Japón y California a Nueva York y Levante. Pero quienes sufrieron el peor castigo fueron instituciones británicas.

    Disparando sobre el Estado
    Alma de la fiesta era David Oddsson. Ex alcalde de Reykjavik, llegó a primer ministro en 1991 prometiendo acabar con la histórica dependencia de la pesca, verdadero monocultivo de la isla. Atribuía todos los males a una economía controlada desde el Estado y apoyaba el entonces reciente consenso de Washington (1989). En pocos años, Islandia malvendió activos por un total de US$ 2.000 millones, monto enorme para una economía tan chica.
    No obstante, los islandeses encararon los cambios con sagacidad, empleando su base social, compuesta de gente muy preparada por un avanzado sistema educativo para promover el desarrollo de biotecnología, software, etc. Pero el error consistió en privilegiar el negocio financiero.
    Desde 1992 hasta 2007, los tres bancos privatizados –Kaupthing, Glitnir, Landesbank– se largaron al exterior. Era inevitable, pues una economía de 300.000 personas no da para mucho. Sin embargo, en 2000 el mayor de ellos (Kaupthing) acumulaba activos por 208.000 millones de coronas, cifra que –al 30 de junio de 2008– alcanzaba 6,6 billones, 30 veces la anterior. En sistema financiero totalizaba créditos y otros activos por diez veces el producto bruto interno.


    Johana Sigurdardottir

    Malos tiempos
    Los años de oro se han agotado. Tras 17 años de burbuja, en 2008 el PBI se contraerá 8%, la inflación –ya 18% anual y en aumento– desvaloriza los activos de empresas y familias. La riqueza de los años dorados era un espejismo creado por altos intereses, rendimientos desmedidos y capitales golondrinas.
    Era una ficción de ganancias fáciles o rápidas, inclusive para extranjeros. Por ejemplo, la subsidiaria offshore de Kaupthing (Man, isla de la corona británica) ofrecía en julio pasado 7,15% sobre plazos fijos a un año.
    Mientras el dinero exógeno afluía, todo andaba muy bien. Pero cualquier retiro masivo de depósitos podía dar vuelta los tantos y llevar al desastre. Lo que diferencia este caso es haber intentado armar una estructura financiera global apoyada en una moneda muy débil. Cuando inversores y especuladores trataron de salir, reconvirtiendo coronas en dólares o euros, la moneda islandesa se vino abajo estrepitosamente.
    Hacia mediados de 2008, las presiones empezaron a mellar la armadura. Meses antes, estallaba la crisis de malas hipotecas estadounidenses, se convertía en crisis de liquidez y, vía la crisis sistémica actual, surgía una recesión deflacionaria en Occidente. En escala mundial, los bancos ni siquiera se prestaban entre sí. En el caso islandés, la deuda en divisas los espantaba y, en cuestión de días (fines de septiembre a inicios de octubre) el sistema financiero insular se desplomó.
    De pronto, nadie quería coronas y la moneda se derrumbó. El colapso de Bear Stearns y Lehman Brothers había iniciado un pánico en el negocio financiero occidental e, inclusive, los bancos congelaban préstamos y el call money. Islandia volvía a contraerse. El banco Glitnir orillaba el desastre
    Apareció otro problema: el banco central –supuesto prestamista de última instancia– no había acumulado divisas suficientes para cumplir con esa función. A mediados de 2008, tenía apenas € 2.000 millones; pero los tres bancos privados adeudaban casi € 50.000 millones a entidades del exterior.

    Golpe a Londres
    Tras una corrida a fin de septiembre, Landsbank –que operaba una banca offshore en la isla de Man– aseguró que no abandonaría a sus depositantes extranjeros. No era así. Los clientes británicos retiraron en horas unos US$ 280 millones.
    El banco de Inglaterra le dio hasta el 4 de ese mes para transferir la misma suma a Londres. Landsbank no tenía ese dinero y acudió al emisor islandés. Altos funcionarios, sindicalistas, reguladores, parlamentarios y fondos jubilatorios iban de reunión en reunión. Ese lunes funesto, nadie quería liquidar activos mientras arreciaba la crisis de malas hipotecas.
    Por la tarde, el Gobierno señaló que la banca privada amenazaba a toda la isla, cuya economía podía ser fagocitada por la crisis financiera. ¿Cuál fue la solución? Simple: el Estado absorbería entidades en riesgo, para lo cual ese mismo día el parlamento pasó una ley y, al día siguiente, se estatizaba Landsbank.
    Al Gobierno británico esto no le gustó nada. Sus residentes habían colocado miles de millones en esa institución, pero Reykjavik no mencionaba el asunto. Por teléfono, Alistair Darling (Hacienda) le preguntó a su colega, Arni Mathiesen, si los depositantes británicos quedarían a la intemperie. “Sí”, replicó el islandés.
    Pese a esa caída, el banco Kaupthing confiaba en sobrevivir. Sus depósitos en Gran Bretaña no habían sido atacados e Islandia le dio un crédito de € 500 millones. Al mismo tiempo, empero, el Gobierno estudiaba un esquema para intervenir el banco Glitnir y vender sus activos externos. De un modo u otro, dos de los tres bancos parecían superar escollos.
    El miércoles 13 de octubre, Kaupthing intentaba vender activos en Gran Bretaña. Pero, la noche antes, Londres los había confiscado –temiendo por la solvencia de las operaciones locales– y los transferiría al holandés ING Groep. Entonces, Raykjvik tomó lo que quedaba de Kaupthing y Glitnir: el sistema local había sido estatizado.
    En la isla, según se ha consignado al principio, comenzó una reacción de ira y vergüenza, aunque centrada en el primer ministro británico Gordon Brown, Darling y el contradictorio presidente del Banco de Inglaterra, Mervyn King. Motivo principal: usar una ley antiterrorista para confiscar activos ajenos.

    Repercusiones mundiales
    Islandia tal vez podría haberse salvado de la catástrofe si hubiese adherido al euro o la Unión Europea. Pero lo primero ha sido resistido tanto como en Gran Bretaña, Noruega y Suecia. Existe una razón especial: la burocracia de Bruselas regularía el manejo de las pesquerías, tema caro a la isla.
    En la mayoría de los países, seguros sobre depósitos y sistemas similares cubren al menos parte de las pérdidas sufridas por los ahorristas y eso pesa notablemente en cada fisco. El crac islandés obliga a Gran Bretaña a destinar miles de millones de euros o libras para proteger a ahorristas e inversores. Reykjavik restituirá algo de eso, pero recién después de varios años.