Un mundo cuyos cimientos tambalean

    Introducción |

    Por Osvaldo Cado y Nicolás Bridger (*)


    Nicolás Bridger


    Osvaldo Cado
    Fotos: Gabriel Reig

    Hubo además un alto grado de impericia por parte de las autoridades locales que dejaron librado a la suerte del contexto internacional el futuro de la economía.

    De lo general a lo particular: el mundo
    Indudablemente 2009 no será el año del soft landing. La crisis económica mundial se hizo presente. Aún no está clara la hondura ni las consecuencias a largo plazo de la misma, pero la crisis puso en jaque varios paradigmas vigentes que se estaban convirtiendo en verdades incuestionables: la muerte de los ciclos económicos, el fin de la volatilidad, la utilidad de instrumentos financieros exóticos y el aura inmaculada de las calificadoras de riesgos.
    Lo sucedido obliga a realizar un replanteo sobre los límites y el alcance del conocimiento económico, es decir, un ejercicio de humildad epistemológica como lo refleja el siguiente diálogo en Capitol Hill el pasado octubre:

    Alan Greenspan (presidente de la Reserva Federal durante 1987-2006): “He encontrado una falla. No sé cuán significativa o permanente es. Pero he estado muy angustiado por ese hecho”.
    Henry Waxman: “En otras palabras, usted encontró que su visión del mundo, su ideología, no era correcta, no estaba funcionando”.
    Alan Greenspan: “Ésa es precisamente la razón por la cual estaba shockeado, porque había estado operando por 40 o más años con considerable evidencia de que estaba funcionando excepcionalmente bien”.
    La crisis puso de manifiesto los peligros de un mundo con interconexiones profundas, vulnerables a los shocks que puedan experimentar los nodos centrales de la red (en este caso los bancos). Esta vulnerabilidad se acrecienta cuando los encargados de velar por el buen funcionamiento de este sistema no comprenden plenamente los riesgos en los que incurren y existen problemas de incentivos.
    La respuesta de los hacedores de política económica reflejó su desconcierto frente a la magnitud y la forma en que se desarrolló la crisis aunque, mirando el vaso medio lleno, es positivo que parezcan dispuestos a hacer el proceso de prueba y error necesario para que la situación se revierta.
    El peligro de este contexto va más allá del impacto económico de corto plazo. El movimiento pendular que caracteriza a este tipo de episodios suele generar corrientes de pensamiento con aires reformistas que podrían desechar no sólo lo malo, sino también lo bueno del ciclo que ha concluido. En este sentido, no deben soslayarse los avances en materia tecnológica pero, por sobre todas las cosas, la notable reducción de la pobreza durante los últimos 30 años, que pasó de 50% en 1980 a 25% en 2005. Es indudable que éste es el resultado del avance de la globalización y del libre mercado, cuyo ejemplo más resonante es, paradójicamente, el avance de la economía china de la mano de las reformas económicas iniciadas en 1978.

    El ámbito local: el rey está desnudo
    2008 reveló las debilidades del “modelo” económico vigente. En el discurso oficial, los favorables números económicos de los últimos cinco años reflejaban un país transitando el sendero del crecimiento sostenido, escapando de los ciclos de subas y bajas que ensanchaban la brecha respecto a la riqueza de los países desarrollados. Los precios de los commodities cayeron, la liquidez internacional desapareció y con ellos el crecimiento que, quedó claro, no era sostenido.
    Durante el último año, se profundizaron comportamientos insostenibles (crecimiento del gasto público, precios de servicios públicos y energía irrisorios, tasas reales de interés muy negativas) cuyos efectos distorsivos se fueron filtrando con cada vez mayor nitidez a través de una inflación en ascenso con consecuencias importantes sobre el nivel de pobreza.
    Este último fenómeno se abordó en una primera instancia con controles de precios, luego con retenciones a las exportaciones y cierre de la economía para algunos productos y, finalmente, mediante la adulteración de las estadísticas públicas, aberración institucional que afectó gravemente la credibilidad del Gobierno.
    Paralelamente, el combo formado por la sobreestimación de las fortalezas del “modelo” y la subestimación de la crisis (materializada en los escenarios de precios de commodities establecidos en el presupuesto) derivó en una inacción total, muestra acabada de incompetencia frente al comienzo de un fenómeno de envergadura aún desconocida. La crisis del campo y la estatización del sistema de jubilaciones y pensiones completaron un panorama que terminó por acabar con la confianza, piedra angular del funcionamiento de la economía que, vale la pena recordarlo, es una ciencia social.
    La Argentina mostró entre 2003 y 2007 una expansión que promedió una tasa anual de 8,8%. Curiosamente, las tasas del rebote, definido como el crecimiento hasta alcanzar el máximo anterior, fueron las mismas que en el período de crecimiento (comenzando durante el segundo trimestre de 2005). Esta dinámica dejó a la actual administración sin instrumentos de política económica. El país se encamina a una inevitable desaceleración donde, no sólo incidirá el ciclo económico global, sino que se acusará recibo del sobre-crecimiento de los últimos tres años.
    Este año será difícil desde una óptica social. A una pobreza en ascenso (superior a 30%) se le sumará el incremento del desempleo. Hasta ahora el Gobierno no encontró más armas que la intervención sistemática, comportamiento que es sin dudas debatible desde lo teórico, pero no recomendable cuando el problema radica en la falta de credibilidad de aquellos que hoy administran el Estado.
    En el anuario del año pasado cerramos la visión institucional inicial con la siguiente afirmación: “Para consolidar el actual proceso de crecimiento es necesario enfocarse en profundizar el proceso de inversión en capital humano y físico, para lo cual la Argentina debe dejar de lado la improvisación, recuperar la racionalidad en muchas de sus políticas y afianzar los lazos con el resto del mundo”. Nos pareció apropiado cerrar esta especie de prólogo de la misma manera.

    (*) Osvaldo Cado y Nicolás Bridger son economistas de Prefinex.