En el caso de Dubai, desde 2003 lleva a cabo un plan de ocho años y
US$ 200.000 millones para desarrollar ciertas actividades claves. Mientras tanto,
Riyadh, el poder hegemónico en la península, encaraba la desregulación
de monopolios estatales de la monarquía saudita, empezando por Saudi
Telecommunications Company (STC).
Por una parte, el área ha seducido a gigantes como Hewlett-Packard, Cisco
Systems o Microsoft. Por otra, empresas locales –ligadas a jeques y emires–
invierten en una serie de aplicaciones tecnológicas. Finalmente, la demanda
china e india explica los 190 proyectos petroquímicos en marcha a orilla
del golfo Pérsico.
Al mismo tiempo, farmoquímica y biotecnología significan (2007)
inversiones por US$ 28.000 millones, que crecen a razón de 10% anual.
“Un observador –apunta Strategy & Business, de Booz
Allen– podría preguntarse si tanta expansión resulta de
decisiones acertadas o es un espejismo, un oasis en el desierto”.
Por cierto, es difícil concebir el surgimiento de industrias y una incipiente
clase media a pocos centenares de kilómetros del infierno iraquí.
Pero el fenómeno existe, gana impulso y es bastante más complejo
de cuanto muchos creen.
Escepticismo y viabilidad
Algunos cambios en el área, especialmente desregulación, venían
discutiéndose desde años atrás, pero cristalizan recién
en 2003 ó 2004. ¿Por qué? La respuesta depende, en parte,
de un contexto cultural ambiguo que enmascara tensiones subyacentes.
A menudo, los analistas occidentales creen que Levante es un colectivo homogéneo.
Pero se trata de componentes tan distintos como Líbano o Yemen. Por supuesto,
el árabe y el Islam han generado una herencia y una conciencia comunes.
No obstante, hay diferencias entre “Levante” propiamente dicho (Siria,
Irak, Palestina, Jordania y Líbano, la antigua “medialuna de tierras
fértiles”), la península arábiga (el reino homónimo
más su satélites a sudeste o sudoeste) y Egipto/Sudán.
Un tema clave, empero, es común a la región: los precios de los
hidrocarburos. Así, los auges de los años 70 se caracterizaron
por pésimo manejo de gastos. Por el contrario, en este auge –cuyos
valores han superado ya US$ 112 el barril– hay más cautela. Nadie
olvida que, en los 80, el crudo cayó a US$ 15/20.
De ahí que el Consejo de Cooperación del Golfo –CCG, o sea
Arabia Saudita, Omán, Kuwait, Bahrein, Qatar, UEA– hayan comenzado
a buscar modos viables de reducir la dependencia de las rentas petroleras. Captar
inversiones externas es una de las claves.
Pero cualquier opción factible exige desarrollar una clase media y una
base laboral para tornarla viable. Ello implica ceder parte del control político
típico de los regímenes musulmanes (o sus ulemas). En una zona
donde 50% de la población tiene menos de veinte años y existen
altas tasas de desempleo, una pequeña burguesía laica ayudaría
a salir del estancamiento económico o acotar tensiones sociopolíticas.
En lo tocante al aislamiento, la mayoría de esos países ya se
conectan al mundo por Internet y tienden a facilitarse los viajes aéreos.
Los estamentos altos, paralelamente, originan una demanda exigente y refinada.
Por otro lado, firmas locales y fondos de inversión soberanos se interesan
cada vez por tomar activos o colocarse a este y oeste. Por ejemplo, Saudi Basic
Industries compró (mayo de 2007) por US$ 11.600 millones la división
plásticos de General Electric.
También entra en juego la brecha generacional en materia de educación
y riqueza. Qatar es una muestra. Como en sus vecinos, el hallazgo de petróleo
en los años 40 cambió todo radicalmente. Sesenta años después,
el emirato tiene una infraestructura moderna, buen nivel relativo de vida y
una “ciudad educativa” donde convergen instituciones internacionales.
Desde 1995, cuando el jeque Hamad bin Jalifa al Thani subió al trono,
Qatar ha encarado cierto grado de liberalización sociopolítica.
La reforma incluye una nueva constitución y derechos femeninos. El proceso,
claro, es paulatino.
Socialmente más conservadora, Saudiarabia –la mayor economía
petrolera de la región– prefiere medidas orientadas a la inversión
externa. Durante años, el contexto regulatorio de reino alejaba capitales.
Esto empezó a cambiar en 2000, con la creación de la autoridad
inversora general (Sagia, en inglés), o fondo soberano de inversión,
cuyo fin es promover un marco legislativo favorable a los negocios privados.
Al respecto, el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF,
Banco Mundial), en el informe sobre negocios privados 2008, sube a Arabia Saudita
del 38° lugar al vigésimo tercero. Los datos son de 2007 y 2006,
respectivamente, pero –en 2005– el reino figuraba 67°.
Tarde pero seguro
La amplia desregulación de las telecomunicaciones en Saudiarabia se inició
en 1998. Por entonces, el sector era un monopolio estatal y Riyadh resolvió
abrirlo a la competencia. Cuatro años después (2002), STC vendió
30% de sus acciones en el mercado por un monto estimado en US$ 4.000 millones.
Los inversores ofrecieron hasta 9.600 millones. En 2004, el Gobierno otorgó
licencias a nuevos proveedores de servicios.
Si bien los saudíes arrancaron despacio, se movieron más rápidamente
que EE.UU. en cuando a desregular telecomunicaciones: seis años, no decenios.
Además, no será el único sector en hacerlo, pues electricidad,
aguas y seguros se aprestan a seguir ese camino.
En otros casos, la modernización lleva a decisiones más audaces.
Ante la reticencia interna al riesgo, Abu Dhabi y Dubai comenzaron a mandar
señales al sector privado propio y ajeno. Esta necesidad de apurar tiempos
se nota también en reformas educativas orientadas a mejorar la calidad
laboral de economías no petroleras.
Así, Jordania sostiene que los recursos humanos son su activo clave.
Desde 2003, su reforma para una economía del conocimiento ha convocado
a diecisiete entidades, el mismo número de firmas internacionales y once
organismos tanto gubernamentales como independientes.
Tradicionales pero innovadores
“Aunque Levante se aferra a lo tradicional, sus elencos decisorios son
esencialmente progresistas”, sostiene Strategy & Business.
Sin embargo, “no es fácil prosperar sin perder algo de identidad
cultural”.
Eso genera tensiones. La modernización se aprecia, pero sólo dentro
de parámetros establecidos. Por ejemplo, se reconoce que la banda ancha
es relevante y los hogares deben tener acceso rápido a Internet. Pero
es preciso compatibilizar información digital sin límites con
las prioridades de la cultura local, el Islam y los Gobiernos autoritarios.
La banca musulmana es un caso típico. La Shariyá –ley coránica–
veda pagar intereses y compartir utilidades. Astutos, los banqueros “inventaron”
derivativos, fondos de cobertura e instrumentos estructurados (factores concomitantes
en las crisis hipotecaria y crediticia occidentales) en teoría aceptable
para la Shariyá. Aunque muchos doctores coránicos no ven esos
recursos con buenos ojos.
Pese a esas objeciones, el sistema funciona en varios países, aunque
no en Yemen, Omán ni, particularmente, en el fundamentalista Sudán.
Grandes bancas musulmanas, algunas de ellas ismaelitas (Qatar), no cobran intereses
pero toman parte en las ganancias de sus deudores.