Ilustración: Agustín Gomila
Tal vez el debate más interesante que hay hoy, desde la perspectiva
económica, es la aparente contradicción de objetivos entre niveles
de crecimiento e inflación. Es cierto que esa discusión comenzó
con timidez hace dos años, pero ahora está en el candelero. Desde
una u otra visión, los economistas participan del debate, del diagnóstico
y de sus posibles consecuencias.
En síntesis, en este balance entre inflación y crecimiento, la
convicción generalizada es que no se puede tener altos niveles –en
forma sustentable– de crecimiento porque se dispara la inflación
a términos inmanejables.
Es cierto también que están los que creen –parece que la
tesis tiene adeptos en el Gobierno, en especial en el Presidente– que
hay una nueva posibilidad que permite la coexistencia de altos indicadores simultáneos
en crecimiento y en inflación (aunque en este caso, dada la historia
económica argentina, sean relativamente importantes, pero no de la dimensión
registrada en otras épocas).
En recientes análisis acerca de la situación latinoamericana,
se advierte una caracterización del presunto “nuevo paradigma”.
Se sostiene que hay un cambio sustancial en las economías regionales
que parece conducir a un nuevo paradigma de crecimiento. Dos hechos relevantes
deben ser considerados: 1) la mejora en la cuenta corriente de la región
tiene lugar con crecimiento alto e inflación baja (es decir, las tradicionales
limitaciones parecen haber desaparecido); 2) Latinoamérica no está
tomando fondos externos y, por el contrario, acumula reservas.
Es decir, que –para quienes piensan de esta manera– la condición
esencial para asegurar el crecimiento es que el nivel de inflación permanezca
bajo.
Lo que está ocurriendo en la Argentina es que, mientras continúa
alta la tasa de crecimiento, se anticipa un proceso de inflación no sostenible
y que apunta a crecer, con los riesgos consiguientes.
Aun sin entrar a considerar los retoques a los indicadores del Indec, en cualquier
interpretación que se hace hoy de la marcha económica se percibe
que la inflación tiende a subir.
La explicación más simple es lo que los economistas llaman la
inflación inercial. Si los precios han subido –digamos– 15%
durante el año pasado, la convicción es que, por lo menos, subirán
lo mismo durante este año. Son las expectativas de la gente las que precipitan
el aumento de precios. Un riesgo a tener en cuenta en este proceso, es que podría
desembocar en un proceso de stagflation; es decir de menor crecimiento
económico pero con continua alza en el nivel de inflación.
Los cuatro factores
Si se revisan las explicaciones teóricas que dan los economistas a las
causas que están detrás de esta inflación que vivimos,
sería bastante sencillo agruparlas en cuatro categorías según
las tesis que las sustentan y que pretenden explicar lo que ocurre.
El primer factor explicativo, podría ser denominado de “los precios
relativos” o del esquema cambiario. El objetivo del Gobierno es lograr
un tipo de cambio nominal constante. No lo deja bajar, y se impide la apreciación
del peso. Ello es así por razones fiscales obvias, pero muy especialmente
porque se considera que es la piedra angular del modelo económico vigente.
En consecuencia, sostienen quienes propician esta explicación, la inflación
seguirá al alza mientras se impida la apreciación del peso y se
mantenga artificialmente un tipo de cambio nominal alto. Si se quiere reducir
la inflación, habría que abandonar el esquema de dólar
alto y dejar que se aprecie el peso.
Mucha emisión monetaria
El segundo factor, que se origina en lo que llamaremos la “teoría
monetaria”, sostiene que hay una fuerte emisión monetaria, por
la necesidad del Banco Central de comprar los dólares que ingresan en
exceso a poco más de tres pesos por unidad. No son los excedentes presupuestarios
los que se utilizan para adquirir esas divisas. Es la intervención del
Central que emite moneda local, que luego busca esterilizar de otras maneras.
Esta teoría podía estar equivocada en el pasado reciente cuando
crecía la demanda de dinero que la gente prefería mantener en
su poder. Durante todo el proceso de normalización, desde 2002, esa demanda
no cesó de crecer. Pero ahora sí lo ha hecho. La masa de dinero
en poder del público se ha estabilizado. Por tanto, sería factible
sostener –desde esta perspectiva– que toda nueva emisión
acelera el ritmo inflacionario.
Mientras tanto, siguen ingresando cantidades importantes de dólares por
lo cual la operación del Central no se puede detener. Entonces –sostienen
quienes adhieren a esta tesis– la continua emisión está
incentivando el nivel de inflación.
Nivel de actividad y expansionismo fiscal
En el tercer factor, la explicación pone énfasis en el nivel
de actividad y en el expansionismo fiscal. La advertencia en este caso es que
el crecimiento económico se está dando a un ritmo incompatible
con el nivel de inversión.
No es que la inversión sea baja. Es que el crecimiento es muy alto si
no se lo sostiene con mucha más inversión, lo que por ahora no
parece probable.
En lugar de dejar que la economía crezca a 5% anual, se exacerba el consumo,
se ceba la bomba y se crece a cerca de 9% por cuatro años consecutivos.
El Estado juega a favor de mantener la actividad a pleno, especialmente en un
año electoral de renovación presidencial.
Un elemento clave como es el superávit fiscal, se mantiene. Pero con
mantenerse no basta: hay que reparar si su tendencia es creciente o decreciente.
Y ahora es evidente que es decreciente. Cebar tanto la bomba acelera inevitablemente
el ritmo de la inflación.
El mercado laboral
El cuarto y último factor, es el mercado de trabajo. Ha bajado notoriamente
la tasa de desempleo y en algunas actividades hay real escasez de personal calificado.
Eso explica la renovada presión que ejercen los sindicatos. Los salarios
nominales están en franco crecimiento. Un aumento salarial excesivo puede
disparar el ritmo de la inflación, y establecer una carrera entre precios
y salarios.
Ahora bien, ¿a cuál de estas cuatro posiciones teóricas
y de sus manifestaciones concretas satisface el Gobierno con su política
económica, o en todo caso con cuál se la puede identificar en
términos de estabilización de la inflación? La respuesta
es: a ninguna de las cuatro.
El único consenso se da en cambio entre los economistas y analistas en
su diagnóstico sobre la inflación: el ritmo no será descendente.
Una oportunidad excepcional
Hace dos años, en noviembre de 2005, inmediatamente después de
las elecciones de renovación parlamentaria donde había triunfado
el oficialismo, Mercado dijo:
“Ahora, que ya nos estamos olvidando de las elecciones de octubre –aunque
no de sus consecuencias–, hace falta dar un viraje. El esfuerzo deberá
ponerse sobre la política fiscal. El Gobierno debe lograr que los ingresos
públicos crezcan más que los gastos.
En materia económica, la verdadera cara de Néstor Kirchner se
conocerá a partir de este momento”.
”Es evidente que la gran herramienta disponible sigue siendo el superávit
fiscal. El tipo de cambio alto seguirá porque también es una manera
de aumentar el ahorro. La nueva etapa exige una política fiscal rigurosa:
no puede consentir más inflación que la derivada de la apreciación
cambiaria”.
“Guste o no, se le asigne mayor o menor importancia que la que realmente
tiene, no hay discusión en que el gasto público creció
fuerte en los últimos meses. Hasta los más recalcitrantes adversarios
del Presidente entienden que era una jugada necesaria para acumular poder político.
El punto es si esta etapa se considera terminada, o si tentado por los buenos
resultados obtenidos en ese terreno, declara abierta la temporada electoral
para la renovación presidencial en dos años”.
Dos años después la respuesta es clara: continuó sin tregua
el clima electoral y no se va a interrumpir precisamente ahora, a meses de los
comicios de renovación presidencial.
Esa fue la tentación contra la que advertíamos: Néstor
Kirchner con fresco poder renovado creería que podía manejar la
economía a su antojo. Y en verdad, así lo ha hecho. Podrá
argumentarse que tan mal no le ha ido. Y en lo inmediato es cierto.
Pero hace dos años –y todavía no es demasiado tarde–
había (y hay) una posibilidad de reescribir la historia. No es la primera
vez que la Argentina crece varios años seguidos a casi 9% anual. Pero
hasta ahora, las experiencias anteriores terminaron en desastre.
Decíamos entonces: “La gran prueba pendiente es lograr estabilizar
el país en un sendero de crecimiento de 4 a 4,5% anual durante un largo
período. Un porcentaje hoy mayor al de los países más avanzados,
pero soñado como escenario local. Basta imaginar el país distinto
que resultaría de crecer diez años a esta tasa”. M