Por Gonzalo Larraguibel y Marcelo Larraguibel (*)
Michelle Bachelet, Presidenta de Chile, es una de las figuras más prominentes en la política latinoamericana. Socialista moderada que prometió combinar las políticas de libre mercado del país con medidas sociales que acorten la brecha entre ricos y pobres, sus acciones y pronunciamientos son de especial interés en un momento en que en otras partes de la región los cambios políticos generan turbulencias.
La vida y carrera política de Bachelet son, en gran medida, resultado del traumático pasado reciente de Chile. Detenida y maltratada en 1975 –dos años después que el difunto General Pinochet llegara al poder mediante un golpe militar– pasó un tiempo en el exilio, primero en Australia y luego en la República Democrática Alemana (la ex Alemania oriental), antes de retornar a Chile en 1979. Como muchas otras personas de izquierda, participó activamente en la lucha por restaurar la democracia en el país a finales de los años 80.
Médica cirujana con estudios en estrategia militar, Bachelet ocupó por primera vez un cargo prominente en la política nacional cuando fue nombrada titular del Ministerio de Salud durante el Gobierno de su predecesor Ricardo Lagos; fue en ese período que inició un profundo estudio del sistema de salud chileno. Cuando más tarde fue nombrada ministra de Defensa, se abocó a la reforma del sistema de jubilación militar y a la modernización de las fuerzas armadas del país.
A un año de las elecciones en que triunfó como candidata de la Concertación, la coalición de centro-izquierda que se mantiene en el poder desde 1990, Bachelet afronta una sucesión de desafíos políticos y sociales. El panorama económico parece sólido –se estima que en 2007 se verá una recuperación del PBI– y los ingresos presupuestarios superiores a los previstos el año pasado (inflados por el precio récord del cobre en los mercados internacionales) alimentaron las esperanzas de cambio social. Las preocupaciones políticas incluyeron protestas callejeras, un obligado cambio de gabinete a sólo tres meses de iniciado su gobierno y escándalos por corrupción. En el frente externo el Gobierno de Bachelet ha continuado la búsqueda de acuerdos de libre comercio (ALC).
En esta entrevista en el palacio presidencial en Santiago, Michelle Bachelet habló con Gonzalo Larraguibel y Marcelo Larraguibel, de la oficina local de la consultora internacional McKinsey, sobre el clima para la inversión extranjera, las convulsiones políticas en otras zonas de América latina y los cambios que hacen falta para que su visión se haga realidad.
Pobreza e injusticia social
–¿Cómo ve usted el surgimiento de gobiernos populistas en América latina y el escaso entusiasmo que se advierte en algunos países por el libre comercio y los mercados libres? ¿Y cuál es, según usted, el papel de Chile en la región?
–América latina está ante un momento importante. El año pasado hubo 12 elecciones, todas democráticas, algo que no sólo es un éxito en sí mismo sino que representa la evolución del sistema político de la región. Al mismo tiempo, los indicadores económicos y sociales están mejorando en toda la región. Sin embargo, hay países donde la gente no está conforme con el proceso de liberalización económica porque las reformas estructurales no llegaron acompañadas por las políticas sociales necesarias. Por lo tanto, esos grupos quedaron desencantados y buscan ahora qué más se puede hacer.
El problema no estaba en las economías abiertas per se sino más bien en la falta de acción para terminar con la pobreza y la injusticia social. Chile tuvo su propia experiencia –combinó estabilidad política, sólidas políticas macroeconómicas, y cohesión social– porque creemos que no se puede tener una cosa sin considerar la otra.
Con respecto a su pregunta sobre el papel de Chile, éste ha sido compartir nuestras experiencias con colegas de América latina. Por ejemplo, reunimos a gente del mundo empresarial de diferentes países, y hubo allí muchos interesados en conocer detalles sobre la experiencia chilena. También tratamos de apoyar a países interesados en las habilidades que adquirieron nuestros equipos al negociar acuerdos de libre comercio. Tenemos 54 equipos consiguiéndonos acceso a mercados de 3.000 millones de personas en todo el mundo. También explicamos a muchos colegas las ventajas complementarias que pueden traer esos acuerdos.
–¿Cree usted que algunos países podrían dar mala imagen a la región con ciertas acciones recientes?
–Todos los pueblos tienen autodeterminación y soberanía para decidir sobre sus políticas económicas, y yo nunca hablaría sobre lo que hacen los demás. Creo que lo mejor que puedo hacer es apoyarlos, continuar trabajando con ellos y ponerles mi ayuda a disposición.
Como cualquier grupo de países –la Unión Europea, por ejemplo– América latina tiene muchas situaciones diferentes de tipo político, histórico y económico. Nosotros hemos estado trabajando por una Comunidad Sudamericana, y algunos hasta hablan de una moneda común. Observando la UE, ése sería un magnífico objetivo para el futuro. Pero hoy tenemos países diversos, algunos con mucha deuda externa, otros con poca, algunos con economías abiertas, otros menos abiertas. Sigo creyendo en la integración, y hay grupos de trabajo en todo el continente estudiando cómo hacer para conectar mejor nuestras infraestructuras y otros temas como protección social, energía y educación.
–¿Cuál es su visión de Chile en diez años más? ¿En qué tipo de país querría usted verlo convertido?
–Me encantaría que se considerara a Chile como una sociedad moderna con un sistema moderno de protección social y economía abierta, regional e internacionalmente, y también que se lo viera como un actor en la escena mundial. No, claro, en el sentido de ponerle el pie encima a nadie, pero sí como contribuyente en la tarea del desarrollo global. Queremos que Chile sea un país donde se puedan encontrar todas las condiciones necesarias para crear riqueza e innovar, pero al mismo tiempo que proteja a los vulnerables y cuide a los que comenzaron demasiado tarde como para beneficiarse con las oportunidades y posibilidades que tenemos aquí.
Durante los últimos 16 años nosotros salimos de una historia difícil para crear un país con estabilidad política y económica, y cohesión social. Además de justicia social, todo lo que hacemos es para fomentar una mejor calidad de vida y mayor dignidad para nuestro pueblo. No se puede tener ganadores y perdedores, todos tienen que ganar.
Contra la inequidad
–Hace ya un año desde que usted asumió la presidencia. ¿Cuáles han sido los logros de los últimos 12 meses que más orgullo le provocan?
–Creo que el pueblo chileno percibe con claridad lo distintivo de nuestra administración –fortalecimiento de la democracia, crecimiento económico y protección social–, todo lo cual está imbuido del espíritu de la Concertación de Partidos por la Democracia. En nuestra opinión, no hay incompatibilidad entre crecimiento y una distribución más igualitaria de la riqueza. Estamos convencidos de que hay una relación virtuosa entre ambas cosas.
La experiencia internacional muestra que la desigualdad extrema no es sólo injusta y fuente de tensión social sino que además reduce el dinamismo de la economía. Los países pierden el principal motor de crecimiento –la capacidad de innovar y correr riesgos– y surge el populismo.
Las políticas concretas en el primer año incluyeron programas para la protección de los niños, reforma del sistema de jubilaciones, reforma educativa, nuevas maneras de alentar los emprendimientos y una nueva forma de abordar la vivienda que no sólo se ocupa de la construcción sino que además incorpora seguridad, cuidado sanitario y cuidado infantil. En el primer año hemos duplicado el número de guarderías públicas e instalaciones para niños, que no habían cambiado mucho en 30 años. Tenemos que combatir la inequidad desde el comienzo de la vida de la gente, y esa iniciativa también crea mejores condiciones para que las mujeres trabajen. El desafío que tenemos es hacer que todos puedan aprovechar las oportunidades de la globalización, que crecen constantemente.
Otro aspecto positivo es que en 2006 ratificamos y aprobamos nuestro acuerdo comercial con China –ahora nuestro segundo socio comercial después de Estados Unidos–, además de nuestra Sociedad Económica Estratégica Trans-Pacífico con Nueva Zelanda, Brunei Darussalam y Singapur. Además también negociamos el mismo tipo de acuerdo con Japón. También firmamos otros dos acuerdos de libre comercio con Colombia y Perú y abrimos negociaciones con Malasia.
–¿Puede decirnos algo más sobre las palancas que servirán para convertir en realidad su visión de mediano y largo plazo?
–La igualdad de oportunidades desde el comienzo sería un eslogan, pero la educación es el tema principal. Debemos pasar, desde el lugar en que estamos ahora –con educación universal garantizada por la Constitución– hasta el punto en el que todos obtengan educación de la mejor calidad. Esto no es simplemente una cuestión de justicia social; la educación es un agente económico vital.
Todavía tenemos mucho que hacer en cobertura, especialmente para los grados de noveno a undécimo, jardín de infantes, donde sólo asiste 90% de los niños. Tenemos objetivos específicos para cada grupo. Lo mismo rige para la educación terciaria: alrededor de 650.000 estudiantes asisten a universidades e institutos terciarios, comparado con los 77.000 de mis tiempos; pero para desarrollar innovación en ciencia y tecnología necesitamos duplicar ese número. En Chile tenemos un problema particular: la escasez de personas con calificaciones técnicas. En la mayoría de los países la relación es diez graduados técnicos por cada profesional. Aquí es al revés.
La educación también es fundamental para atraer inversión extranjera, particularmente en las regiones del país donde no siempre tenemos gente suficiente con las habilidades necesarias.
Reforma jubilatoria
–Pero lo que probablemente atrajo más atención en el exterior, es la reforma del sistema jubilatorio. ¿Cómo evolucionará eso?
–Hace veinte años hicimos algunas reformas importantes, como usted dice, que fueron copiadas en otras partes. El viejo sistema, basado en compensación fija, también conocido como beneficio definido, fue reemplazado por un sistema de capitalización individual, o contribuciones definidas, y manejado por entidades privadas.
Eso trajo varias ventajas para Chile, pero ahora advertimos que el sistema tenía agujeros importantes. Necesitamos, por tanto, encontrar maneras de hacer más competitivo y transparente el negocio de la jubilación, introducir incentivos adecuados para fomentar el ahorro individual y colectivo y asegurar que cada ciudadano reciba una jubilación razonable.
Las últimas reformas representan una nueva arquitectura de beneficios basada en la integración de esos tres pilares. Lo que la gente no previó en 1981 fue la forma en que ahora una persona salta de un empleo a otro, pasando tal vez sólo nueve meses en un lugar, con un período de desempleo en el medio. Las mujeres han sufrido mucha discriminación y los jóvenes no piensan tanto en el futuro y han hecho menos aportes. Muchas de las premisas originales resultaron ser extremadamente optimistas. Se pensó que la tasa de reemplazo –el monto de la pensión como proporción del salario final– sería 80 a 85%, pero resultó muy inferior: 51% para los hombres, menos de 30% para las mujeres.
–¿Cuáles son sus otros planes para mejorar la competitividad de la economía chilena?
–Un área clave es la innovación, alrededor de la cual estamos desarrollando incentivos impositivos para aumentar la participación en la industria. Según los estándares de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), 0,7% del PBI que invierte Chile en investigación y desarrollo para ciencia y tecnología no sólo es bajo, sino que de eso, más de dos tercios salen del gasto público. El sector privado aporta muy poco. Nuestro objetivo es acercar mucho más la industria a las universidades, centros de ciencia y centros de investigación en biotecnología para que podemos agregar más valor a nuestros productos. Nuestra economía es muy dependiente de recursos naturales –cobre, pulpa y papel, y la industria pesquera representa 54% de las exportaciones– y necesitamos hacer algo más que simplemente producir más de todo eso.
Hay algunos signos alentadores. Hace poco vimos que Codelco, la empresa cuprífera estatal, ha desarrollado técnicas avanzadas para producir cobre de un modo más sustentable. La industria de la cría del salmón está creando nuevas vacunas y medicamentos especiales para la especie. Desarrollos similares están ocurriendo con la minería y, mediante ingeniería genética, en la forestación. La industria vitivinícola está buscando desarrollar productos premium. Y también estamos apuntando al “agribusiness” y al turismo, que tienen gran potencial dada la belleza de nuestra geografía, infraestructura vial y antecedentes de seguridad.
En todo esto vemos los clusters de negocios como un modo clave de innovación, junto con una mayor colaboración entre el sector público y privado. También estamos dando prioridad a las empresas pequeñas y medianas, y considerando una cantidad de otras iniciativas, entre las que se incluye la simplificación del sistema impositivo que acaba de ser aprobada en el Senado. Esas empresas representan 70 a 80% del empleo, pero podemos hacer mucho más: si miramos a Suecia y otros países europeos, la capacidad de exportación de esas empresas es mucho más alta. Las empresas medianas, por ejemplo son responsables de 50% de las exportaciones, mientras que las nuestras sólo representan 3% del total…
–¿Cuál es su posición sobre más privatizaciones en Chile? Por ejemplo, ¿consideraría la privatización de participaciones minoritarias en empresas estatales?
–Mi gobierno no está contemplando nuevas privatizaciones, entre otras razones porque las empresas estatales como Codelco han demostrado que ya funcionan muy bien. Lo que queremos es mejorar la gobernanza en las empresas públicas –su transparencia, gestión, profesionalismo, y el valor que agregan para sus propietarios, el pueblo de Chile.
Acciones con impacto social
–¿Cuál es su posición sobre sociedades público-privadas para el desarrollo de áreas tales como infraestructura?
–Las sociedades público-privadas han sido fundamentales para el mejoramiento de caminos, puertos y aeropuertos. El mecanismo de concesiones al sector privado no sólo ha permitido que se invirtieran más fondos en activos públicos, mejorando así la integración y competitividad del país, sino que, además fue usado para orientar una parte de los fondos públicos hacia actividades con alto impacto social. Por lo general, esas acciones no son rentables si uno no toma en cuenta el impacto social. Las concesiones, además, han redefinido la forma en que trabajan y piensan las instituciones públicas, permitiéndoles concentrarse no sólo en la producción de bienes y servicios sino también en su más amplio propósito de atender las necesidades de los ciudadanos. Para el período 2007-2010 nos proponemos invertir más de US$ 2.200 millones en infraestructura concesionada.
–Eso nos lleva a su propio estilo de liderazgo, especialmente en Chile. ¿Usted cree que trae una perspectiva diferente al cambio de la que el país ha experimentado en el pasado?
–Siempre es difícil decir si algunos atributos están ligados al género o si son personales de algunas mujeres y algunos hombres. Yo conozco mujeres que son muy duras, que actúan como un hombre y dicen que “si una mujer no actúa como hombre, va muerta”. De igual modo, sé de hombres que comparten mi estilo. He hecho una opción consciente; adoptar un estilo de liderazgo que sea a la vez fuerte y con autoridad pero reteniendo atributos “de mujer”, si usted quiere. Por eso es que fomento el diálogo social, porque creo que lo mejor para la economía y la gente es que todos –propietarios, gerentes y trabajadores– se sienten a conversar para ver cómo todos juntos podemos avanzar más rápido.
Por ejemplo, cuando desarrollábamos la última reforma al sistema jubilatorio, armé una comisión de gente intelectual y práctica –esos con know-how y perspectivas políticas diferentes. Mucha gente se rió y dijo que hacía eso porque no podía tomar decisiones propias. Estaban completamente equivocados. Lo mismo se hizo con las reformas en educación y niñez. En ambos casos la tarea fue magnífica y permitió al Gobierno tomar decisiones basadas en todos los puntos de vista.
–Para terminar, ¿cuál es su mensaje para inversores extranjeros gerentes de empresa que observan a Chile y a la región?
–Confíen en Chile, crean en Chile e inviertan aquí. Es un país estable, con riesgo bastante bajo, y hemos desarrollado políticas serias y responsables. Seguiremos por la ruta que los chilenos han elegido democráticamente. Aunque lo hemos hecho bien durante los últimos 16 años, estamos listos para dar un nuevo salto hacia adelante.
Damos un ejemplo de responsabilidad en los dos fondos externos creados como respuesta al excedente estructural de presupuesto generado por los altos precios del cobre. Uno es para financiar el nuevo sistema jubilatorio, porque sabemos que la relación entre el sector pasivo y el productivo se irá agrandando en los próximos diez años. El otro fondo, basado en el modelo noruego, es para poner los beneficios sociales a resguardo de los vaivenes del ciclo económico. Estamos trabajando en aumentar la transparencia y coherencia en la aplicación de las reglas a los inversores locales.
Estamos trabajando para asegurar crecimiento sostenible que nos devuelva al nivel normal de crecimiento económico que tuvimos por tantos años. M
© McKinsey Quaterly
* Gonzalo Larraguibel es socio principal y Marcelo Larraguibel es director de la oficina de McKinsey en Santiago
(*) Gonzalo Larraguibel es socio principal y Marcelo Larraguibel es director en la oficina de McKinsey en Santiago.