Japón, ¿ahora un milagro modesto?

    Por Jorge Beinstein

    El país transita actualmente por su tercer ciclo de crecimiento prolongado desde la Segunda Guerra Mundial: el presente es el más largo de los tres.
    En el remoto pasado un boom conocido como “Izanagi” (derivado del nombre del dios mitológico creador de las islas del actual Japón) brindó 57 meses de expansión ininterrumpida entre noviembre de 1965 y julio de 1970. Fue el período de oro de la economía japonesa que crecía a un ritmo anual promedio ubicado entre 11% y 12%. Se expandieron las clases medias y las exportaciones industriales, y mejoró sustancialmente el nivel de vida de la población.
    Le siguió otro ascenso durable, el llamado boom “Heisei”(1) (diciembre de 1986-enero de 1991), que en realidad fue una burbuja financiera sucedida por un largo estancamiento. Fueron 51 meses de orgía especulativa que los medios de comunicación global confundían con un “nuevo milagro” donde el crecimiento promedio anual llegaba a 5% (menos de la mitad del período Izanagi).
    El actual “boom” es el más largo pero su modestia es notable: iniciado en febrero de 2002 ya sobrepasó a todos en tiempo de vida aunque con un crecimiento promedio anual del PBI de 2% (menos de la mitad del Heisei). Durante el mismo las clases medias han sufrido el efecto de la concentración de ingresos, además aumentó considerablemente el trabajo precario deteriorándose seriamente una vieja tradición de estabilidad laboral.
    ¿Cuánto durará esta expansión? Las autoridades sostienen que seguirá hasta mediados de 2007; sin embargo con el enfriamiento de la economía estadounidense a la vista y sus probables repercusiones globales los pronósticos oficiales están siendo revisados pese al triunfalismo voluntarista del nuevo Primer Ministro Shinzo Abe que asumió en septiembre pasado levantando la bandera de 3% de crecimiento del PBI como objetivo prioritario.
    Detalle curioso, este ciclo no tiene nombre, ni mítico ni de ningún otro tipo; según el especialista Hisane Masaki ello se debe a que el grueso de la población no desea darle las gracias a ningún dios por una expansión que no llega a sus bolsillos (2). En otros tiempos todas las etapas de expansión recibían algún nombre, era una manera de preservarlas en la memoria popular. Parecería como que ahora (casi) nadie tiene demasiado interés de que en el futuro se recuerde demasiado esta recuperación.

    Triángulos mágicos, éxitos y fracasos
    Esta falta de entusiasmo (o excesiva prudencia) se debe a que el estancamiento del cual ha salido Japón fue demasiado largo y al igual que el auge especulativo que le antecedió dejo huellas negativas importantes. Los medios de comunicación suelen reducir la mala época a los años 90 cuando las tradicionales altas tasas de crecimiento industrial pasaron a ser muy bajas e incluso negativas; sin embargo fue en los 80 mientras Japón aparentemente lograba continuar con sus éxitos cuando comenzaron a notarse serios problemas económicos, institucionales y morales.
    Numerosos expertos se han referido a deterioros de aspectos considerados hasta ese entonces claves de la prosperidad como el sistema educativo, la estabilidad laboral, la eficacia administrativa o el esfuerzo tecnológico continuado en el largo plazo. En pleno “milagro” estuvieron de moda explicaciones de sus causas basadas en formulas simples, mayormente “triángulos” como los “tres tesoros” de la fidelidad laboral (empleo vitalicio, salarios interesantes toda la vida y presencia de sindicatos integrados al sistema); los “tres pilares” de la dinámica económica (educación, ahorro y presencia estatal); o el “triángulo de hierro” de la estabilidad (hegemonía política del partido conservador, funcionamiento de una jerarquía indiscutida de funcionarios públicos y poder económico de un pequeño grupo de jefes de grandes empresas).
    También era mencionada la combinación no menos mágica entre “tecnología y largo plazo”, es decir esfuerzo tecnológico sistemático como parte de una programación de largo aliento. El fin del “milagro” dejó en el olvido esos esquemas que habían nutrido notas periodísticas, conferencias y libros de gurúes que encandilaban a auditorios occidentales y del mundo subdesarrollado.
    Podríamos tratar de entender las prosperidades y los estancamientos analizando las expansiones, contradicciones, agotamientos y recuperaciones de sus dos grandes motores históricos: por un lado la expansión hacia afuera, exportadora, ampliada luego con inversiones directas, y por otro el rol activo, voluntarista del Estado. Ambos elementos se complementaron formando parte de una movilización nacional original que después intentó ser copiada por otros países de la región como Corea del Sur o Taiwán.

    La fuerza exportadora
    Las fuertes tasas de crecimiento del Producto Bruto Interno estuvieron durante mucho tiempo asociadas al aumento de las exportaciones, visto como prueba de competitividad industrial basada en una fuerza de trabajo capacitada y disciplinada (que en una primera y larga etapa recibía salarios inferiores a los de otros países industriales), en una eficaz intervención pública (donde se destacaba el MITI, Ministerio de Industria y Comercio Internacional) y en la utilización de técnicas gerenciales avanzadas.
    Con respecto a esto último se hacía casi siempre la salvedad de que la gestión empresaria japonesa aprovechaba tradiciones locales difíciles de imitar que se traducían en seriedad profesional y planeamiento paciente de largo plazo. En realidad el hiperactivismo exportador nipón fue una respuesta eficaz a las limitaciones del mercado interno y también a la necesidad imperiosa de suministro externo de materias primas clave (ver el cuadro “Crecimiento de las exportaciones y del PBI”).

    En el último medio siglo las exportaciones siempre crecieron (mucho) más rápido que el PBI. En la primera etapa de la expansión los grandes grupos industriales lograban altos beneficios gracias a salarios relativamente baratos (respecto de los competidores externos) y a la disponibilidad de un extendido ahorro popular que aparecía bajo la imagen de austeridad en el consumo. En los años 60 la productividad real del trabajo industrial aumentó 171% mientras que los salarios reales lo hicieron en 83%; en los 70 la productividad subió 66% y los salarios 45% (3). Un aumento rápido de la demanda interna vía mayores salarios habría afectado las ganancias.
    La solución externa al riesgo de sobreproducción industrial fue en buena medida superado gracias a las ventas a Estados Unidos, que en 1954 representaban 17% de las exportaciones japonesas, en 1967 llegaban a 28%, y en 1984 a 34% (4).
    Japón siempre podía contar con los saldos positivos obtenidos del comercio con la superpotencia compensando así los saldos negativos con los países petroleros y otros suministradores de materias primas. Los grandes superávits comerciales han sido una constante de la evolución económica japonesa; sin embargo desde mediados de los 80 esas ventajas fueron mostrando su insuficiencia con relación al grado de desarrollo de un aparato productivo que generaba crecientes excedentes financieros, lo que le obligó a expandir sus inversiones directas en el exterior provocando en ciertos casos relocalizaciones industriales que eliminaban puestos de trabajo y afectaban negativamente la demanda local.
    La dinámica exportadora se fue desinflando, la revaluación del yen en esa época produjo pérdida de competitividad. Sin embargo en períodos anteriores Japón había podido superar problemas similares a través de empujes innovadores que incrementaban la productividad y generaban nuevos productos. Esa vez la respuesta fue pobre, la industria estaba perdiendo dinamismo. Esto tenía inevitablemente que afectar a un tejido productivo altamente sensible al empuje exportador. Hasta mediados de los 80 la participación de las exportaciones en el PBI siguió una tendencia ascendente: en 1984 se acercaba a 15% pero en 1986 decreció bruscamente a 11,3%; a partir de allí comenzó una etapa descendente, y en 1995 había bajado a 9,4%. Luego comenzó una difícil recuperación que tomó vuelo en esta década (ver el gráfico “Japón: participación de las exportaciones en el PBI”). No podemos dejar de asociar a ese cambio negativo de mediados de los años 80 con diversos síntomas de crisis, el desarrollo de la especulación financiera y otras formas de parasitismo que fueron minando la salud económica del país.


    La desaceleración exportadora entre fines de los años 80 y mediados de los 90 se combinó con un rápido incremento de las importaciones: medido en yens y en términos reales, en 1996 el superávit comercial representaba 56% del obtenido en 1991. Los ingresos por ventas a Estados Unidos bajaban y la compras subían: entre 1986 y 1996 los primeros cayeron 21%, los segundos aumentaron 55% y el superávit comercial bilateral se redujo (5).
    Japón se replegó hacia su espacio regional. Asia comenzó a absorber crecientes porciones de sus exportaciones; la supereconomía japonesa apabulló a esos países con mercancías e inversiones lo que contribuyó al recalentamiento de sus estructuras agudizando distorsiones que se hicieron visibles durante la crisis de 1997. De todos modos, el asiatismo llegó para quedarse: EE.UU. sigue siendo hoy todavía el principal comprador de productos japoneses pero su peso relativo ha disminuido de aquel 34% de 1984 a 24%, veinte años después. En tanto China pasó de un porcentaje ínfimo en los años 80 a 13% en 2004. Si en esta última fecha adicionamos las exportaciones hacia China (incluyendo a Hong Kong) las dirigidas a Corea del Sur, Taiwán, Tailandia y Singapur llegaríamos a 42% (6).
    Mientras tanto el peso de Japón en el comercio global ha ido declinando: en 2004 era 34% menor que en 1993 (ver el gráfico “Participación de Japón en las exportaciones mundiales”). Alemania, por ejemplo, vende hoy 50% más.

    El rol del Estado
    El segundo motor del desarrollo japonés, el papel activo del Estado, fue por lo general enfocado desde el ángulo de su apoyo a las exportaciones (grandes programas tecnológicos, estrecha vinculación estado-industrias exportadoras, etc.), sin embargo su importancia ha sido mucho mayor. A mediados de los años 60 Lockwood coincidiendo con numerosos expertos occidentales afirmaba que en Japón “la mano del gobierno está presente en todas partes. Desde los ministerios emana una enorme suma de consejos, orientaciones, persuasiones y amenazas. Las oficinas industriales del Ministerio de Industria y Comercio Internacional (MITI) multiplican las metas y planes para distintos sectores, discuten, intervienen, exhortan. Es una economía dirigida por la administración pública a un nivel inconcebible en Washington o Londres. Se toman pocas decisiones de negocios importantes sin consultar con la autoridad gubernamental apropiada, la inversa es igualmente cierta” (7).
    La “restauración Meiji” en 1868 (8) aparece como el puntapié inicial del estatismo modernizador. Sin embargo ese hecho no constituyó un acto de magia, una decisión imprevista: se inscribió en una historia muy larga que por lo menos abarca la era Tokugawa (1603-1868) cuando Japón se aisló de un mundo que empezaba a ser dominado por las potencias occidentales, gracias a lo cual devino un caso excepcional en el espacio no-europeo: nunca fue colonizado. Ello le permitió forjar una identidad nacional muy sólida, no ser afectado por desestructuraciones coloniales y luego, hacia el final de ese período, desarrollar las bases de su posterior salto hacia adelante. Por ejemplo, el desarrollo en el siglo XIX, antes de la ruptura de 1868, tanto de la productividad agrícola, como de las actividades comerciales, financieras e incluso de ciertos emprendimientos industriales. A mediados del siglo XIX entre 40% y 50% de la población masculina y cerca de 15% de la femenina habían recibido algún tipo de educación escolar, cifra internacionalmente inusual en esa época (9).
    El primer ciclo histórico del capitalismo, japonés arrancó en 1868 y concluyó de manera catastrófica en 1945. Durante el mismo la expansión de la industria y las exportaciones se combinó con el desarrollo del militarismo y del colonialismo en las zonas próximas al Imperio (Corea, China, etc.); la participación en la Segunda Guerra Mundial fue el resultado de una loca fuga imperial hacia afuera. Entre 1900 y 1939 la producción industrial se multiplicó por diez en términos reales mientras que las exportaciones lo hicieron por trece. Los gastos públicos cumplieron un rol central en especial durante la expansión de los años 30 a través de gastos militares, obras públicas, gastos gubernamentales destinados a la colonización de China (Manchuria), etc.
    El segundo ciclo de desarrollo comenzó con la reconstrucción de la posguerra en los años 40. Esta vez no hubo expansionismo militar ni colonial sino una singular complementación entre sucesivas ofensivas tecnológicas y exportadoras y (nuevamente) el papel decisivo del Estado.
    En su momento de auge Japón disponía de un complejo sistema de empresas públicas, sociedades mixtas y agencias semioficiales que cubrían los más diversos aspectos de la vida económica, social y cultural abarcando desde el transporte ferroviario o aéreo y las comunicaciones telefónicas, hasta la cooperación tecnológica internacional, pasando por la construcción de viviendas o la construcción aeronáutica, las obras públicas, el financiamiento de cooperativas o la estabilización del precio del azúcar. Dicha estructura estatal interactuaba con los grandes grupos privados para conformar el núcleo decisivo de la economía en cuyo interior es posible distinguir un área esencial según numerosos expertos: el sector de la construcción, corazón de las distintas reactivaciones económicas.
    Gavan McCormack uno de los estudiosos del tema señalaba en 1996 que se trata de un fenómeno “sin igual en el mundo, emplea 6 millones de personas y su facturación anual –cerca de 80 billones de yens– es casi equivalente al presupuesto público nacional. De los mil billones de yens invertidos en construcción de viviendas y obras públicas entre 1960 y 1991 (9,2 billones de dólares al tipo de cambio de 1996) 30% estuvo a cargo del Estado. Este fenómeno es a menudo descripto como el ‘doken kokka’ (‘el estado constructor’) y ha sido comparado al complejo militar-industrial estadounidense. El mismo cuenta con redes de políticos, funcionarios y hombres de negocios y sirve para financiar represas, autorutas, vías férreas para trenes de alta velocidad, centrales nucleares, amurallamiento de ríos y costas marítimas. Para que funcione este sistema es necesario desarrollar proyectos suficientemente faraónicos como para absorber gastos gigantescos. Sawa Takanitsu, profesor de la Universidad de Kyoto, lo compara con la construcción de pirámides en Egipto” (10).
    Gastos y créditos públicos fueron creciendo tanto en épocas de prosperidad como de estancamiento, en el primer caso en tanto factor de la expansión y en el segundo como amortiguador del descenso. Cuando en los años 90 se agravó la declinación industrial, el gasto público asumió un peso considerable: en 1991 representaba 31% del PBI; en 1996, 36%; en 1999 y en 2000 superaba 40%. Como la generosidad estatal no podía ser solventada con incrementos paralelos de presión tributaria (ello hubiera causado procesos recesivos que precisamente el gobierno trataba de frenar) la deuda pública aumentó sin cesar (ver el gráfico “Deuda pública como porcentaje del PBI”).

    Vientos negros
    En los años 80 la economía comenzó a perder dinamismo, se desaceleraban las exportaciones y el PBI, las primeras más que el segundo. Empezaron a sobrar fondos privados y el Estado corrió a tomarlos con el fin de evitar efectos recesivos. Se derivaron capitales hacia el exterior (relocalizaciones industriales, colocaciones financieras de distinto tipo) y hacia canales especulativos locales. La imagen austera de Japón cambió: la especulación inmobiliaria y bursátil alimentada por créditos baratos y favorecida por una liberalización sin frenos se expandió de manera explosiva. En un par de años el índice Nikkei se duplicó, los valores de las propiedades urbanas y rurales crecieron aceleradamente. En 1987 Japón contaba con 42% de la capitalización bursátil mundial relegando a Estados Unidos al segundo lugar. En la cima del auge, la Bolsa de Tokio llegó a “valer” unos US$ 3,6 billones (millones de millones).
    Al finalizar la década la burbuja explotó marcando el comienzo del estancamiento. El desastre pudo ser amortiguado gracias al aumento de los gastos públicos y a la expansión de las economías emergentes de Asia del Este… 1997 estaba relativamente lejos.
    La profundidad de la crisis puede ser demostrada a través de diversos indicadores como el enfriamiento del comercio exterior o el retroceso de la estabilidad laboral. Tal vez uno de los aspectos más sorprendentes ha sido el ascenso de la corrupción y la proliferación de redes mafiosas. La fiebre fue el caldo de cultivo del fenómeno que incluyó a jefes de empresas, altos funcionarios del Estado y dirigentes políticos que derivó en una sucesión interminable de escándalos; la cultura productivista comenzó a ser desplazada por conductas cortoplacistas que burlaban permanentemente las normas. De ese modo se desarrolló lo que algunos autores han denominado “corrupción estructural” japonesa derivada de la estrecha relación entre la cúpula del poder político y los grandes grupos industriales y financieros. La presión de las empresas por contratos y créditos públicos, se exacerbó al declinar el dinamismo productivo quebrando las reglas de juego, las fronteras legales.
    La expansión de la economía especulativa cobijó la de las redes mafiosas donde se imbricaban gangsters, especuladores, políticos y empresarios en negocios bursátiles, inmobiliarios, contratos públicos, “protección” y espionaje industrial. La mafia nipona (la “yakuza”) penetró profundamente la economía.
    En realidad tanto en el primer ciclo de desarrollo (1868-1945) como en el segundo (desde los años 50) el capitalismo japonés ha sido víctima de su propio éxito. Ello es así porque desbordó las fronteras locales apoyado en el voluntarismo estatal, pero el espacio de crecimiento externo siempre encontró un techo y la apoyatura interna terminó por engendrar deformaciones parasitarias (militarismo antes de la guerra, financierización después).

    ¿Cambio de tendencia?
    El altamente probable enfriamiento de la economía estadounidense, el primer cliente de la industria japonesa, es un tema preocupante; la carta asiática puede servir de amortiguador pero no de reemplazo.
    China compra cada vez más a Japón y es hoy su principal vendedor. En 2004, 21% de las importaciones japonesas provenían de China contra 14% de Estados Unidos. Y 8% de las exportaciones japonesas iban a Corea del Sur que le suministraba 5% de sus importaciones, y la lista de clientes asiáticos sigue creciendo. Pero casi todos esos países son extremadamente sensibles a cambios negativos de la demanda de Estados Unidos. Los chinos colocan en es país un tercio de sus exportaciones; los sudcoreanos o taiwaneses no son menos dependientes de Estados Unidos. El salvavidas regional tiene su parte de plomo.
    Por otra parte, tanto el período de estancamiento como ciertos aspectos de la reactivación han producido cambios que tornaron frágil una estructura social tradicionalmente sólida. Por arriba el relajamiento de la moral empresaria y por abajo la expansión del trabajo irregular han afectado la cohesión cultural de la población (es difícil evaluar cuánto).
    Además, la era Bush estimuló una cierta emergencia de lo que algunas analistas califican de halcones a la japonesa. En los círculos de poder han aparecido reivindicaciones nacionalistas en algunos casos nostálgicas del pasado militarista, que ha provocado fuertes contradicciones con los vecinos chinos y sudcoreanos. Para colmo de males los recientes ensayos nucleares de Corea del Norte han sido aprovechados por influyentes sectores conservadores que proponen “prestar atención” a la alternativa nuclear y modificar la Constitución que prohibe actualmente la conformación de una fuerza militar ofensiva. Todo esto va a contracorriente de una integración económica pacífica de Japón al espacio asiático que aparece hoy como la mejor opción, la más razonable, aunque la experiencia histórica nos enseña que la racionalidad no siempre se lleva bien con la realidad. M


    Notas:

    1) En homenaje a la era imperial iniciada en 1989 al morir el antiguo emperador Hirohito y asumir el nuevo Akihito.
    2) Hisane Masaki, “Japan’s no-name boom, Asia Times, Abril 22, 2006.
    3) Allen G. C., “Le defi économique du Japon”, Armand Collin, París, 1983.
    4) Ibid.
    5) Kanzei Kempo – Annual Repport of Customs and Tariff, Customs and Tariff Bureau, Ministry of Finance, Tokio, Junio 30 1997.
    6) Strategis, http://strategis.ic.gc.ca/epic/internet/inibi-iai.nsf/en/bi18701e.html
    7) Lockwood W. W., “The State and Economic Entreprise in Japan”, Princeton University Press, 1965.
    8) La “Meihi Ishin” fue la restauración del Emperador como jefe del Estado, en 1868, quien abolió las instituciones feudales y lanzó grandes programas de modernización.
    9) Allen, op.cit.
    10) McCormack Gavan, “L’ínconscience fiscale d’un état constructeur”, Le Monde Diplomatique, Agosto 1996.