Por Martín Cuccorese
El volumen de vinos ha crecido en las últimas décadas. Un cálculo aproximado del total envasado arroja una cifra escalofriante, más de 11.000 millones de botellas de vino por año. Para entender el impacto de esta cifra en la industria del corcho, debemos comprender que su obtención requiere de un largo proceso. El alcornoque recién está en condiciones para entregar su primera corteza (esbornizo) cuarenta años después de ser plantado. Y el esbornizo todavía no es apto para la elaboración de tapones. Nueve años después, estará recién habilitado para dar una corteza utilizable. A partir de dicho momento, la operación se repite cada seis años, más o menos, tiempo obligado de espera para la renovación de la corteza.
La industria corchera ha visto, sin dudas, crecer su negocio al ritmo de expansión del consumo global de vinos. Sin embargo, el indiscutido dominio del corcho tendría su primer cimbronazo en la década de los 90, cuando se presentaron numerosos casos de corchos contaminados por TCA (tricloroacético). El TCA es el causante del defecto denominado “acorchado” o bouchonné. Se trata de un aroma a humedad o moho que el corcho con TCA transmite al vino. Se calcula que en corchos de calidad baja y media, entre 8 a 9% están afectados por TCA. En vinos de alta gama, el promedio baja: 2 a 3%.
Hacia mediados de los años 90, se comenzó a buscar una alternativa. En Estados Unidos, varias bodegas tomaron la iniciativa. La simple enumeración de quienes adhirieron a la idea, atestigua la preocupación: Kendall-Jackson, Beringer, Clos du Bois, Sebastiani y Robert Mondavi. Proteger sus vinos implicaba realizar cambios. Nacía así uno de los grandes imperios del tapón sintético, Neocork.
El fervor por el cambio llegó con el reconocimiento de las cualidades positivas del tapón sintético:
1. Elaborado con materiales inorgánicos impide la formación de TCA.
2. Para el consumidor, resulta más limpio pues al destapar una botella no se resquebraja ni genera polvo.
3. Es recomendable en vinos de consumo anual, tintos y blancos jóvenes.
4. Por sus características, el corcho necesita mantenerse húmedo para estar expandido. La recomendación es guardar el vino en posición horizontal. El sintético no necesita de este requisito. Por supuesto, la botella puede guardarse o exhibirse de pie.
Subsisten las críticas
Las críticas no quedaron atrás:
1. A veces presenta dificultades en el destape por falta de elasticidad del tapón.
2. Espontáneo descorche del tapón sintético en vinos expuestos al calor.
3. En algunos casos, cesión del gusto de plástico. Por eso se recomienda en vinos jóvenes y no en vinos de guarda. Los fabricantes garantizan la inocuidad por cuatro años. Respecto a crianzas más largas continúan las experimentaciones.
4. Un impacto “negativo” en el consumidor, debido a que el vino está asociado con la naturaleza.
Varios de los inconvenientes han sido solucionados. Se ha modificado, por ejemplo, la densidad del tapón, logrando así una mayor elasticidad que permita el destape sin un gran esfuerzo. Sin embargo, un grave problema acucia a las empresas pioneras: la aparición de múltiples competidores. En los últimos años, bajaron los precios pero la diferencia respecto al corcho no es tanta como se cree. Los grandes del sintético están denunciando la aparición de productos de muy baja calidad que pueden dañar el vino y el negocio a futuro. Además, y este es un dato importante para el consumidor, cada productor tiene su fórmula bien en secreto. Lo que hace prácticamente imposible un control total sobre los materiales utilizados.
Países vitícolas como Alemania, España e Italia vienen adoptando los nuevos tapones a pasos agigantados. También el consumidor británico los observa con buenos ojos, siempre y cuando se trate de vinos jóvenes para consumo en los dos o tres años. Sin dudas, el corcho quedará como el rey de los tapones, en aquellos vinos de gama superior. Sin embargo, su reinado absoluto tiene los días contados. M
M.C.