Por Rodolfo H. Terragno
Fotos: Focus

Kirchner, Morales, Lula y Chávez
No se trata de compararlos. El venezolano y el boliviano son, claro está, personajes distintos. Sin embargo, el analista busca los MCD para entender el proceso de sustitución de los partidos políticos tradicionales, que se ha dado tanto en Venezuela como en Bolivia.
Ese método, aplicado a la historia del último medio siglo latinoamericano, sirve para derrumbar falsas creencias argentinas.
No es cierto que haya, entre Latinoamérica y nosotros, un mundo de contrastes.
No es cierto que el peronismo haya sido un fenómeno “único”.
No es cierto que, en general, todo cuanto nos pasa obedezca a razones internas que los extranjeros “no comprenden”.
Hagamos el ejercicio de remontarnos en el calendario:
1952
Época del cambio autocrático
Proliferan los gobiernos encabezados por militares. Todos postulan un nacionalismo populista. Todos imitan, y capitalizan políticamente, el welfare state. Todos promueven un Estado industrial. Todos realizan grandes obras públicas. Todos protegen el mercado interno. Todos tienen un líder a cuya personalidad se rinde culto. Todos restringen las libertades públicas. Todos reprimen, en mayor medida, a los disidentes.
En 1954, se sumaría el General Alfredo Stroessner, de Paraguay; y un hombre que no era militar (había abandonado la carrera) pero compartía las ideas del nacionalismo populista: el brasileño Getulio Vargas, que proclamó el Estado Novo, mientras aquí asomaba la Nueva Argentina de Perón.
Tal vez haya que insistir en la advertencia: los elementos comunes no indican que el peronismo haya sido “lo mismo” que el somocismo: Perón encabezó un movimiento social perdurable, con características propias. Sin embargo, en 1952 era parte de un proceso regional de cambio autocrático.
Argentina General Juan Domingo Perón
Chile General Carlos Ibáñez del Campo
Colombia General Gustavo Rojas Pinilla
Cuba General Fulgencio Batista
Dominicana General Rafael Trujillo
Nicaragua General Anastasio Somoza
Perú General Manuel A. Odría
Venezuela General Marcos Pérez Jiménez

Perón y Evita
1958
Época de la democracia desarrollista
Gobiernos encabezados por civiles. Todos promueven las inversiones extranjeras. Todos se proponen desarrollar la industria pesada. Todos pretenden modernizar la infraestructura. Todos procuran perfeccionar las instituciones republicanas.
En Brasil, Kubitschek fue seguido por Jânio Quadros y João Goulart. La democracia desarrollista latinoamericana encontró impulso, a partir de 1960, en la política regional del Presidente norteamericano John Kennedy, quien lanzó la Alianza para el Progreso.
Argentina Arturo Frondizi
Brasil Juscelino Kubitschek
Chile Jorge Alessandri
Colombia Alberto Lleras Camargo
Perú Manuel Prado Ugarteche
Venezuela Rómulo Betancourt
Entre los 60 y los 70
Época de “dictablandas” y guerrillas
Se puede llamar “dictablandas”, en retrospectiva, a gobiernos de facto que no emplearon el terrorismo de Estado sistemático, como dictaduras posteriores. Los regímenes antidemocráticos de los 60 y 70 procuraron revertir o impedir que se esparcieran las revoluciones sociales. Todas eran anticomunistas. Todas suprimieron la vida política. Todas se establecieron sin plazo. Todos fueron desafiados por movimientos guerrilleros.
Casos de regímenes de facto:
Argentina General Juan Carlos Onganía, General Roberto Marcelo Levingston, General gustín Lanusse
Bolivia General Hugo Bánzer Suárez
Brasil General Emilio Garrastazú Médici, General Humberto Castelo Branco, Mariscal Arthur da Costa e Silva, General Emilio Garrastazú Médici, General Ernesto Geisel
Algunas de las fuerzas guerrilleras que, durante esa época, actuaron en el área:
Argentina Montoneros, Ejército Revolucionario del Pueblo
Bolivia Ejército de Liberación Nacional
Colombia Movimiento 19 de Abril (M19)
El Salvador Frente Farabundo Martí
Nicaragua Ejército Sandinista
Perú Sendero Luminoso
Uruguay Movimiento de Liberación Nacional -Tupamaros
Todos esos movimientos armados procuraban establecer regímenes socialistas. A su juicio, la democracia representativa era una “trampa” que sólo servía para realimentar la “democracia burguesa”. Cuba fue, para estos grupos, fuente de inspiración; y, en algunos casos, de financiación y entrenamiento.
A fines de los años 90 se abriría una nueva época, con guerrillas indigenistas, contrarias a la globalización, como el Ejército Zapatista de Chiapas (México).
En Colombia, un fenómeno particular –la relación entre narcotráfico y política– mantendrían vivos al Ejército de Liberación Nacional (ELN) y a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
1973
Época de la Revolución social
Gobiernos, electos o surgidos de golpes populares, que se proponen profundas reformas. Todos limitan la propiedad privada. Todos promueven la redistribución de ingresos. Todos llegan al límite de la legalidad, sin salirse de ella.
Argentina Héctor J. Cámpora
Chile Salvador Allende
Perú Velasco Alvarado
Antes, en Bolivia, había gobernado Juan José Torres (1971)

Salvador Allende
Los 70
Época del terrorismo de Estado
Gobiernos militares dispuestos a terminar con la guerrilla de cualquier manera. Es un fenómeno del Cono Sur. Todos estos gobiernos están inspirados en la Doctrina de la Seguridad Nacional. Todos crean “escuadrones de la muerte”. Todos recurren a la “desaparición forzada de personas”. Todos practican la tortura. Todos “ejecutan” a prisioneros. La intensidad del terror varía de gobierno a gobierno.
Argentina General Jorge Rafael Videla, General Leopoldo Fortunato Galtieri, General Reynaldo Bignone
Bolivia General Luis García Meza
Brasil General João Baptista de Oliveira Figueiredo
Chile General Augusto Pinochet
Paraguay General Alfredo Stroessner
Uruguay Juan María Bordaberry, Alberto Demichelli, Aparicio Méndez, General Gregorio Álvarez

Pinochet y Videla
Entre los 80 y los 90
Época de restauración democrática
Gobiernos libremente electos. Intentan restañar las heridas de épocas anteriores: “dictablandas”, guerrilla, revolución social, terrorismo de Estado. Dictan leyes de amnistía o (en el caso argentino) juzgan sólo a los máximos responsables de la pasada dictadura. Son gobiernos que enfrentan la inflación mundial, provocada por la “guerra del petróleo” y la “crisis de la deuda”. Les toca la que se llamará “década perdida”.
Argentina Raúl Alfonsín
Brasil José Sarney
Uruguay Julio Sanguinetti
Chile Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle
Paraguay Juan Carlos María Wasmossy
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Henryk Sienkiewicz Era un gran periodista, preocupado por los problemas sociales. Lo conmovían las penurias de los campesinos y de los obreros. Lo enfurecía la situación de su país, Polonia, ocupado y humillado. |
Las falsas explicaciones
¿Cómo se explica que países con historias, tradiciones, idiosincrasia, recursos e inmigraciones tan diferentes (o que sus nacionales imaginan incomparables) tengan procesos paralelos?
Pocos se plantean la pregunta, porque pocos advierten ese paralelismo.
Algunos académicos (en general, no latinoamericanos) han esbozado diversas teorías:
Sociológica. “Por su carácter latino, los habitantes de la región son impacientes, inestables y cambiantes. Eso los hace susceptibles a la imitación recíproca. Es el carácter latino: impaciente e impráctico”.
Como toda generalización, ésta no resiste el análisis. Francia, país latino, no tiene las características que se atribuyen a la latinidad. España, cuya realidad alguna vez coincidió con el prejuicio anti-latino, ha pasado de la inestabilidad a la estabilidad; de la inoperancia a la eficacia.
Histórica. “Estos países fueron creados de arriba hacia abajo. Son resultado de la Conquista y se formaron bajo virreyes. Están históricamente condicionados a pensar que todo viene ‘de arriba’; si lo que viene es bueno, se vuelven eufóricos; si es malo, quieren cambiar a quien gobierna. Buscan al caudillo popular y, si éste fracasa, a un militar salvador”.
No fue ésa la historia de la América virreinal. Los virreyes no eran autócratas sino representantes de la Corona, que aplicaban las Leyes de Indias y las Cédulas Reales.
Lo hacían en armonía con los Cabildos, cuerpos administrativos, legislativos y judiciales, de policía y de milicia, cuyos miembros eran elegidos todos los años por los vecinos, a mayoría de votos.
El poder de los virreinatos, por otra parte, estaba descentralizado: había capitanías e intendencias; y existían los corregidores.
Además, el período virreinal no se caracterizó por la inestabilidad política.
Hubo, sí, una rebelión importante: la de Túpac Amaru, descendiente de los incas de Vilcabamba, que sublevó a sus congéneres en Perú, iniciando un movimiento que se extendió a la actual Bolivia y lo que hoy es el norte de Chile y la Argentina.
No fue una manifestación de inestabilidad política. Fue un proceso reivindicatorio, protagonizado por descendientes de aquellos pueblos que habían sido desalojados de sus tierras por el conquistador europeo.
En todo caso, no hubo rebeliones simultáneas.
Las que estallaron a partir de 1809 fueron consecuencia de la ocupación de España por las fuerzas napoleónicas, la ausencia de Rey –prisionero del Gran Corso– y el consiguiente vacío de poder en las colonias.
Constitucionales. “América latina adoptó la división de poderes, noción extraña para pueblos hechos a la idea de un poder único. Tenían razón los precursores de la Independencia, que postulaba la monarquía constitucional: un régimen con un Jefe de Estado fuerte, y la administración a cargo de un Parlamento, susceptible de ser disuelto y reemplazado en cualquier momento”.
Es otra expresión del mito jurídico, según el cual el constituyente puede modelar una sociedad a su gusto.
Un país puede ser más o menos eficaz según sea su organización política. Pero, en general, Estados Unidos funcionaría de un modo semejante al actual si hubiese adoptado la monarquía constitucional; y el Reino Unido seguiría funcionando como hasta ahora si abrazase el régimen presidencial.
Correlaciones
Si las razones sociológicas, históricas y jurídicas no alcanzan para explicar la simultaneidad de los fenómenos latinoamericanos, ¿dónde debe buscarse la explicación?
En primer lugar, hay que descartar una relación causa-efecto lineal. Los fenómenos políticos suelen obedecer a causas concurrentes.
En segundo lugar, aunque no haya causalidad probada, hay que considerar varias correlaciones; es decir, la coexistencia de dos o más variables a través de largos períodos. Si A se da siempre que se da B, hay motivos para presumir que una de las dos variables depende de la otra.
Entre esas correlaciones podemos señalar:
La Guerra Fría (hasta mediados de los 80). Había una clara correspondencia entre gobiernos o movimientos revolucionarios y la existencia de la Unión Soviética. El mundo unipolar vio cómo desaparecían guerrillas y los gobiernos “progresistas” se morigeraban.
El petróleo. Sin duda, algunos países latinoamericanos fueron afectados por la acción de empresas multinacionales, que pugnaban por tomar control del petróleo, y estaban ligadas al poder político que ostentaban sus países de origen. Sin embargo, suele exagerarse la importancia de este factor.
El papel de las materias primas
La inestabilidad política es consecuencia de las crisis económicas, que debilitan la confianza en los gobernantes y producen una necesidad social de cambio.
Esa necesidad ha facilitado, unas veces, la sustitución de gobiernos democráticos por dictaduras; y, otras veces, los procesos de democratización.
El precio internacional de las materias primas agropecuarias tiene, en la región, una importancia política no suficientemente estudiada.
Esos precios viajan en montaña rusa: en un momento están allá en lo alto y, al instante, se desploman por una pendiente que corta el aliento.
Es el origen de lo que Marcelo Diamand llamó estructuras productivas desequilibradas. Son características de las economías latinoamericanas, que para crecer, deben importar bienes de equipo y tecnología; pero tienen una capacidad importadora inestable, que se reduce dramáticamente cuando caen los precios de las materias primas.
Mientras esos precios están altos, la actividad económica es satisfactoria; cuando caen, también caen las importaciones, hay recesión, la balanza comercial se desequilibra, y los gobiernos intentan salir del atolladero endeudando al país.
El sobre-endeudamiento de una estructura productiva desequilibrada lleva a un callejón sin salida. Para pagar, el país debe endeudarse aún más, y así se llega al default. Ha pasado, una y otra vez, en toda la región.
A falta de un sistema que permita el concurso universal, forzando a los acreedores de deuda soberana a una negociación, los países endeudados arrastran una crisis que fatalmente debilita sus sistemas políticos.
La Argentina pudo superar la crisis de 2001 porque los precios de las materias primas estuvieron, los años subsiguientes, en la cima de la montaña rusa.
Hay otros factores que conspiran contra el equilibrio de las economías latinoamericanas.
La competitividad de estas economías se ve afectada cuando el dólar –la moneda de referencia en la región– se aprecia con respecto al euro, la libra o el yen.
Las cuotas y los subsidios –que Estados Unidos ha establecido para guarecer a sus productores– achican los mercados donde Latinoamérica coloca su producción primaria.
Situación actual
Hoy, todas las economías latinoamericanas están creciendo. Uruguay, que depende del petróleo importado (en esta era de petróleo a US$ 70 el barril) crece a razón de 6% anual, con 4% de inflación y 4% de superávit fiscal.
El resto del área, presenta el mismo panorama.
Las razones:
• El crecimiento de Estados Unidos, Europa y Japón, que aumentaron la demanda mundial de bienes primarios.
• La irrupción de China en el mercado mundial, con su formidable capacidad compradora.
• La modificación genética de cultivos, como la soja, que permitió a la Argentina y otros países abastecer esa demanda mundial ampliada.
• La debilidad del dólar.
• Las bajas tasas de interés, que alivianaron el peso de las deudas y abarataron el crédito.
La región ganó esta lotería justo después de la década del 90, dominada por el neo-liberalismo, que prometió un desarrollo acelerado –con derrame de riqueza hacia los sectores sociales menos favorecidos– y terminó en una concentración de ingreso que extremó la desigualdad social y produjo una honda decepción.
Era neopopulista
Bonanza económica y el mal recuerdo que dejó el neoliberalismo han permitido el desarrollo de una nueva era: la del neopopulismo.
Surgen gobiernos con una altisonante retórica “antiimperialista”, pero hasta el momento pragmáticos.
La Venezuela de Hugo Chávez prepara a los civiles para resistir una invasión norteamericana; pero, mientras tanto, Estados Unidos es su principal cliente y su principal proveedor. El comercio bilateral está mejor que nunca.
La Argentina de Néstor Kirchner sostiene una guerra oral contra el FMI; pero lo declara “acreedor privilegiado” y le paga hasta las deudas que no han vencido.
La Bolivia de Evo Morales nacionaliza el petróleo; pero respeta las explotaciones. Por otra parte, inicia una reforma agraria, pero sólo reparte tierras fiscales.
El neopopulismo del siglo 21 no se parece al populismo expropiador y estatista del siglo pasado.
No por ahora, al menos.
El problema es que ningún gobierno de la región está aprovechando esta oportunidad (única) para salir de la estructura productiva desequilibrada.
Los riesgos
La pasividad o falta de imaginación de los gobiernos coloca a la región ante riesgos considerables.
La situación mundial tenderá a empeorar:
• Las tasas de interés subirán, porque –con el petróleo por las nubes– las economías centrales tendrán que contener la inflación. Eso las obligará a encarecer el dinero.
• El dinero más caro provocará la caída del producto bruto mundial. En los países industriales, hay una extraordinaria sensibilidad a las variaciones en la tasa de interés: un alza, por pequeña que sea, afecta la producción.
• La recesión (o el crecimiento a menor ritmo) debilitará la demanda de bienes primarios.
• Con los commodities en baja, las economías latinoamericanas entrarán en un cono de sombra.
• Se licuarán los superávit fiscal y comercial que hoy ostentan varios países.
• La inflación importada hará impacto en los precios relativos del mercado interno.
• La suma de los factores precedentes afectará el empleo.
Cuando eso pase, el neopopulismo –si antes no ha iniciado, con ímpetu, el desarrollo económico-social– se verá ante una situación difícil.
En ese momento, algunos gobernantes pueden sentirse tentados (o urgidos por sus partidarios) a abandonar la pura retórica y pasar a la acción.
En todo caso, la democracia volverá a desilusionar, y la región habrá experimentado un nuevo retroceso.

Michelle Bachellet y Ricardo Lagos.
La oportunidad
Si los gobiernos tienen visión y voluntad, hay condiciones para ensayar una nueva forma de democracia desarrollista.
No se trata de revivir el desarrollismo de medio siglo atrás, cuando el producto bruto crecía al ritmo del carbón, el acero y la industria automotriz.
La sociedad post-industrial demanda la creación de nuevas ventajas competitivas; y esto exige, a la vez, vincular ciencia y técnica con producción, para conformar una estructura productiva que agregue valor y se oriente al mercado mundial.
Por ahora, no parece que estemos en vísperas de esa nueva era latinoamericana.
Vivimos la era de la verbosidad revolucionaria y el inmovilismo económico. M
(*) Rodolfo H. Terragno es senador
nacional, político y escritor.

