A Lula le resulta cada día más difícil pelear por la reelección

    Ilustración: Agustín Gomila

    En plena Semana Santa, el semanario liberal Veja calificó a Luiz Inácio
    da Silva (Lula) de “inepto y corrupto”. Al mismo tiempo, el ministerio
    público fiscal acusaba a la cúpula del partido laborista –en
    el gobierno– de operar como una asociación ilícita para
    desviar fondos públicos y comprar apoyos políticos”. El
    informe, subscripto por Antônio Fernando de Souza, procurador general,
    se elevó a la corte suprema junto con una solicitud de cuarenta procesamientos,
    en lo que podría marcar el fin de las aspiraciones de Lula a la reelección.
    Pese a su relativa insuficiencia en cuanto a pruebas, Souza empleó el
    domingo de Pascuas duros calificativos contra el Presidente. A éste le
    cuesta ya salir indemne de la corrupción y las defecciones. El carisma
    personal y la relativa estabilidad económica no parecen bastar. En ese
    clima, parecía difícil que el mandatario tornara explícitas
    sus ambiciones a un segundo mandato (pensaba hacerlo en julio).
    Hasta la actual crisis, no había nada nuevo en que alguien buscase un
    mandato adicional. Sin embargo, Lula ofrecía bastante para asombrarse.
    Después de su conversión a cierto grado de “ortodoxia”
    económica y, sobre todo, los escándalos que vienen golpeándolos
    a él y a su base, el partido dos Trabalhadores (PT), desde 2005, muchos
    creen que está a punto de perder futuro político. Sin embargo,
    en las últimas encuestas mantenía ventaja en intención
    de voto sobre potenciales competidores. Pero no ya la que exhibiera hasta marzo.

    Síntomas problemáticos
    Había factores inquietantes. Por ejemplo, una comisión investigadora
    parlamentaria preparaba un informe separado que confirmaría el de los
    fiscales sobre empleo de dinero negro proveniente de empresas estatales, incluyendo
    fondos jubilatorios, para comprar votos de legisladores propios y de una suerte
    de “oposición en venta”.
    Como en tiempos de los argentinos Carlos Menem y Fernando de la Rúa,
    los sobres mensuales han sido una perversa pero efectiva arma de poder bajo
    este oficialismo y los precedentes. En el combate, el Presidente perdió
    a su mano derecha, José Dirceu, ex jefe del gabinete presidencial y luego
    expulsado del Congreso. No podía llegarse más cerca de Lula sin
    tocarlo, algo que ya sucede.
    El mandatario se las ingenió para atravesar malos momentos previos, conservando
    la lealtad de la base, en especial la de los sectores menos favorecidos. Como
    es común en contextos populistas, a los sumergidos no parece importarles
    demasiado que se les hubiera prometido una administración honesta para
    luego seguir los patrones de corrupción habituales en Brasil y la región.
    Más relevantes resultaban los éxitos parciales en materia social.
    Sueldos mínimos y pensiones –ligados por ley– han crecido
    25% en términos reales. Tras algunos tropiezos, la consolidación
    de ciertos programas asistenciales preexistentes ha hecho que la asistencia
    llegue a unos 87 millones de habitantes sobre 185 millones de la población
    total.
    Los logros económicos no son impresionantes, a pesar de tantos analistas
    ortodoxos antes enemigos de Lula. Brasil creció en promedio 3,5% anual
    bajo este mandatario. Muy debajo de otras grandes economías en desarrollo,
    como China e India y nadie prevé que lo haga a más de 4% este
    año.

    Dictamen por demás duro
    Volviendo al informe del ministerio público fiscal, su texto sostiene
    que “la asociación ilícita data de principio de 2003 y abarca
    dirigentes del PT y entidades financieras”. Al respecto, se mencionan
    –amén de Dircéu–, Delúbio Soares (ex tesorero
    del partido), José Genoino (ex presidente) y Sílvio Pereita (ex
    secretario general).
    La finalidad esencial del grupo era “comprar el apoyo de otros partidos
    políticos e integrar una amplia coalición oficialista de facto,
    para apuntalar al gobierno federal”. Lógicamente, el PT rechazó
    de plano los cargos, con un curioso argumento: el procurador Souza intenta “endilgar
    al partido delitos cometidos por sus dirigentes”. Aparte de restarle al
    documento relevancia como veredicto, por escasez de pruebas, el PT pretende
    que sus propios capitostes actuaban por cuenta propia.
    Sea como fuere, después de Pascuas, parlamentarios y gobernadores opuestos
    al gobierno federal, con eje en San Pablo, iniciaban consultas para una acción
    concertada. Su meta: iniciar juicio político a Luiz Inácio de
    Silva. Si no destituirlo, la movida trataría de dejarlo sin posibilidades
    electorales.
    Geraldo Alckmin, ex gobernador paulista y candidato socialdemócrata a
    la presidencia, admitió que “existe ya un movimiento de dirigentes
    nuestros para procesar a Lula”. Su promotor es nadie menos que Tasso Jereissati,
    presidente del PSD. Pero Alckmin, según reitera, no quiere el juicio,
    sino “aplastar al PT en los comicios”.

    Popularidad agrietada
    Sin duda, Brasil pesa en Latinoamérica y el mundo, especialmente entre
    las economías en desarrollo. Pero ello no alivia lacras tan persistentes
    como pobreza, corrupción, violencia urbana y feudalismo rural. Esa conjunción
    de problemas impide manejar con eficiencia una economía tan compleja
    y contradictoria como la sociedad misma, algo vigente desde mucho antes del
    gobierno actual. Ahora, tal como en Italia o en Gran Bretaña, escándalos
    de todo tipo no dan tregua al presidente de la República ni al laborismo.
    La popularidad de Lula cae paulatinamente y se aleja de 60% registrado hace
    un año o de 47% al comenzar 2006.
    Peor luce el poder ejecutivo, con apenas 30% en marzo, contra 38% doce meses
    antes. Del PT mejor no hablar: apenas 25% de los brasileños confiaba
    en el oficialismo a mediados de abril. Por supuesto, se trata del componente
    político más afectado por denuncias y procesos por venalidad.
    A criterio del Wall Street Journal, “este deterioro en la fiabilidad
    del gobierno se debe a que una gran cantidad de dirigentes, algunos de ellos
    incómodamente allegados al presidente, tanto en la esfera del poder ejecutivo
    como en el parlamento, están comprometidos con escándalos de corrupción
    que vienen desarrollándose desde inicios de 2005”.
    Denuncias, cargos y causas van desde el financiamiento ilegal de campañas
    políticas, hasta los sobornos a diputados para alcanzar las mayorías
    reglamentarias que el Presidente necesita para gobernar, entre otros asuntos.
    Con el paso del tiempo, los casos de corrupción han acabado por salpicar
    a Lula.

    Disparidades y clientelas
    No obstante, subsiste cierta disparidad entre la imagen de Lula y la de su gobierno
    o el oficialismo, que refleja, por cierto, los esfuerzos realizados para preservar
    a la cabeza. Además, pese a crecientes dificultades, hasta el primer
    trimestre de 2006 venían dándose algunos buenos resultados. Varios
    analistas suponen empero que, si el apoyo público al Presidente ha caído
    de manera menos acelerada que al resto del gobierno, se debe a otras razones;
    no a la economía.
    En primer término, Lula había mantenido hasta marzo una ostensible
    distancia y negaba al extremo la existencia de una crisis política. El
    mandatario brasileño todavía sostiene que las denuncias contra
    su entorno y correligionarios del PT son un complot de élites sociales,
    económicas y financieras –cuyo eje es Fernando H. Cardoso, su antececesor–
    y subraya la insuficiencia de las pruebas aportadas a mediados de abril por
    los fiscales federales.
    Por otro lado, desviar recursos gubernamentales hacia los estamentos más
    necesitados de la población, con el fin de comprar alimentos, ha conseguido
    mantener un electorado fiel dentro de ese segmento. Lo integran, mayormente,
    gentes de bajo nivel educativo y poca información sobre la coyuntura
    económica, política e internacional.
    Así como, en Estados Unidos, la base electoral de Bush está en
    el “cinturón bíblico” y, en Rusia, la de Putin reside
    en las ciudades nostálgicas del bienestar comunista, la de Lula tiene
    su propia geografía. Esos grupos se hallan concentrados en áreas
    del noreste y en las vastas villas miseria (favelas) alrededor de las grandes
    urbes. A ellos se orienta marcadamente el discurso populista del gobierno (aunque
    no su política económica, asaz más ortodoxa).

    Señales alarmantes
    Varios expertos políticos y algunos sociólogos advierten que la
    crisis tiende a acentuarse. Por ende, la imagen del gobierno, el partido y el
    Presidente pueden seguir erosionándose en estos meses. En el plano parlamentario,
    claro, la historia arranca en el momento cuando se expulsó al ahora ex
    diputado Dircéu y el clima borrascoso no se calma, aunque eso haya sucedido
    el 30 de noviembre pasado.
    Dircéu, eminencia gris de Lula, era también su brazo derecho y
    había sido principal articulador de la campaña presidencial. Ya
    a fines de 2004, se lo acusaba de haber organizado una red ilícita para
    financiar la política y sobornar legisladores –federales y estaduales–
    a cambio de apoyo táctico o estratégico. Ésa no fue ni
    será la única cabeza en rodar hasta los próximos comicios.
    Pero existe un matiz: también hay opositores en la cuerda floja, o sea
    investigados, que zozobran al borde del desastre.
    Dentro del gobierno, el último caso antes del informe del ministerio
    público fiscal le cupo al ex ministro de Economía, Antônio
    Palocci (ahora no parece tan intocable como hasta semanas atrás). Este
    personaje en apariencia duro y estimado por la comunidad financiera paulista
    había sido acusado de corrupción durante su mandato como intendente
    de Ribeirão Preto, una pequeña y próspera ciudad en
    el estado de San Pablo.
    Este año, Palocci ya tuvo que declarar ante una comisión parlamentaria
    de investigación. Sin embargo, ése no era el principal problema
    que afrontaba, sino la difícil tarea de gestionar la economía.
    Máxime en un país como Brasil, con expectativas quizás
    exageradas donde, desde hace meses, las cifras sobre producto bruto interno
    y crecimiento no son tan buenas como en 2004: el PBI retrocedía de 3,75%
    ese año a menos de 3% en 2005, aunque parece remontar a 4% en el corriente
    ejercicio.

    Críticas internas
    Palocci había comenzado a ser muy criticado, incluso entre otros miembros
    del gabinete, por mantener una política de contención de gastos
    y ser reticente a sacrificar el superávit primario (ingresos menos gastos,
    excluyendo los pagos de intereses sobre la deuda) en 4,25% del PBI. Dilma Rousseff,
    sucesora de Dircéu como ministra de la Presidencia, llegó a opinar
    públicamente que la política económica no era ya la más
    adecuada para lograr crecimiento. Esta nueva línea, a juicio del PT,
    podría contribuir a restablecer el crédito de Lula a tiempo para
    alcanzar las elecciones presidenciales de este año. Otros no lo ven factible.
    Por supuesto, la disconformidad prevaleciente en el aparato oficialista revela
    que los correligionarios del Presidente están desilusionados con el giro
    de la política económica respecto de la plataforma electoral que
    llevó al triunfo de Lula. Sin mencionar el ideario histórico laborista.
    A criterio de muchos dirigentes, el programa de Palocci era una continuación
    de la política macroeconómica del gobierno anterior, siempre cuestionada
    por el PT.
    La pérdida de confianza también sugiere que las medidas del gobierno
    y los sacrificios en aras del superávit fiscal primario responden más
    a intereses políticos para mantenerse en el poder que a las exigencias
    de un desarrollo efectivo económico del país. Pero esto parece
    contradecir las aspiraciones de la base de votantes que conserva Lula.

    ¿Un círculo vicioso?
    Tampoco esta divergencia entre política, economía y sociedad es
    novedosa en Brasil. Pero, desde que comenzó a gobernar el PT, la política
    económica divide a los poderes ejecutivo y legislativo entre quienes
    apoyan los ajustes monetarios (inclusive altas tasas reguladas), en pos de una
    expansión sustentable más a largo plazo, y quienes piden políticas
    con mayor gasto –y déficit– fiscal.
    Sin duda, para Wall Street y los gurúes paulistas el gobierno está
    llevando a cabo un programa económico adecuado a sus fines. Lo malo que,
    casi por casualidad, los resultados de esa política –exitosos hasta
    los escándalos– parezcan haberse dado vuelta. Algunos expertos
    creen que ese revés se vincula a un dólar demasiado barato (R
    2,12/20, contra $ 3,06/10 en la Argentina).
    En ese plano, señalan que en Uruguay (donde el dólar cuesta apenas
    $Ur 26,50, cuando debiera estar a más de 30) esa asimetría está
    trabando toda clase de exportaciones e impone un costo de vida muy duro para
    la gente. Similar suerte podría correr Brasil. En igual materia, cabe
    recordar que Cardoso, sus aliados financieros y empresarios paulistas eran partidarios
    de un dólar nunca más barato que en la Argentina. También
    es interesante notar que Tabaré Vázquez ha imitado a Lula. Ganó
    con una plataforma de izquierdas y gobierna teniendo presentes intereses privados,
    entre ellos los de la poderosa banca extraterritorial que el régimen
    militar dejó en Montevideo y sus sucesores hicieron intangible.
    Por supuesto, varios sociólogos brasileños afirman que la política
    económica no es la más acertada para devolver la confianza en
    el gobierno. Para ese grupo, el superávit primario es alto sólo
    para compensar los tipos de interés (hoy en 17% anual) impuestos por
    la extrema ortodoxia del banco central y los aprietos fiscales del sector público.
    Paralelamente, es preciso ahorrar ingresos para afrontar los pagos de la deuda
    en moneda local, justamente porque las tasas de interés son muy altas,
    los pasivos suben y el esfuerzo fiscal tiene que ser mayor para cumplir con
    esos mismos pagos. Es un círculo vicioso. M

    Altibajos en la industria automotriz

    Este sector clave concluyó 2005, como el argentino –su hermanito
    menor–, con un nuevo récord de producción: 2.450.000
    unidades. Eso representa 11% sobre 2004. El éxito se debe, en gran
    medida, a 29% de aumento en exportaciones, pues la demanda interna creció
    apenas 5%.
    Sin embargo, no todas son buenas noticias para los fabricantes. A diferencia
    del diagnóstico en la Argentina, analistas y empresarios predicen
    un 2006 lleno de altibajos, debido a la repreciación del real (o
    sea, a un dólar barato), que dificulta las ventas externas, y a
    un mercado local castigado por una de las tasas de interés nominales
    más altas del mundo (17%).
    Además, los expertos estiman que el crecimiento del PBI (3,5 a
    4%, según diversas fuentes) no será lo bastante fuerte como
    para generar muchos empleos o aumentar considerablemente el poder adquisitivo
    de la población (vale decir, de los sectores altos y medios, naturales
    compradoras de vehículos).
    En definitiva, la industria observa el porvenir con cautela. Entretanto,
    la nueva tendencia a producir, en la Argentina automotores exclusivamente
    para exportar, evidencia la disparidad entre cotizaciones del dólar
    en Buenos Aires ($ 3,06/10) y San Pablo (menos de R 2,20).