En
la economía, o mejor dicho en el seguimiento de los temas económicos,
también rige la dictadura de la moda. Durante meses fuimos bombardeados
con las distintas viscisitudes por las que atravesó el proceso de
la famosa salida del default. En el fondo, todos sabíamos que algún
tipo de acuerdo finalmente se iba a lograr. La lógica y el sentido
común así lo indicaban. Sin embargo, como otro producto más
que pugna por hacerse un lugar en el mercado, las informaciones reflejaban
versiones, rumores, debates periféricos, pronósticos apocalípticos
y optimismo sin fundamento.
Como no hay plazo que no se cumpla, llegó el día de la verdad,
y con más de 76% de aceptación, la propuesta de reestructuración
de la deuda fue aceptada por la mayoría de los bonistas.
Pero el tema no podía agotarse, y entonces comenzó un nuevo
debate: el destino de los famosos hold outs o bonistas que quedaron fuera,
y la presión del FMI en su favor, que pueden complicar un acuerdo
con el organismo internacional. Tras varias semanas de titulares inquietantes,
la situación parece encarrilarse.
De pronto irrumpió un nuevo y perturbador tema: el riesgo a que se
dispare la inflación. Sobre la base de alzas reales en el indicador,
se tejieron mil conjeturas y se desató una obsesión por controlar
precios y evitar que se hicieran añicos los pronósticos oficiales.
Todos los sectores rezagados intentaron recuperar posiciones, lo cual era
más que previsible. Lo extraño había sido la convivencia
de una fuerte devaluación con una modesta tasa inflacionaria.
Mientras con un ojo se vigilaba la inflación, los medios comenzaron
a reflejar con profusión la natural puja redistributiva con la aspiración
de los sectores postergados para recomponer el nivel de sueldos. En esta
etapa estamos ahora.
En el fondo subyace en el subconciente colectivo el temor al famoso y temido
stop and go. Es decir, la economía crece, las exportaciones van bien
pero las importaciones comienzan a aumentar de forma acelerada. Si en un
momento superan a las ventas externas, habrá que financiar el déficit
como históricamente ocurrió en el país. Pero lo que
se deja de lado en el análisis es que este déficit se financió
siempre con endeudamiento externo (como en la época de Martínez
de Hoz o de Cavallo), y este mecanismo parece vedado por muchos años
más.
Las próximas
polémicas
¿Cuáles son los próximos temas que ocuparán
el centro de la escena? Los mismos augures que advierten sobre los riesgos
de un aumento excesivo en el nivel de la inflación o los salarios,
si el gobierno logra cierto enfriamiento, pondrán el grito en el
cielo por el amesetamiento del crecimiento, por la desaceleración
de la economía.
Ese es el nuevo debate que se avecina. Cuál es la dosis de desaceleración
que no complica el panorama. Un proceso que se puede ver afectado bien
por un desborde en la puja redistributiva, bien en el esfuerzo gubernamental
por achicar gastos.
No está mal -por cierto- que se discuta el destino de cada una
de estas variables. Lo que es inconveniente es presentar a cada debate
como de vida o muerte para el futuro del modelo económico vigente.
Como corresponde, se trata de lograr sintonía fina.
Siempre que se crece hay temor a un aumento inflacionario. Especialmente
si se lo hace a las tasas de los dos últimos años en la
Argentina. Que no son eternamente repetibles. Lo lógico es que
se avance hacia una convergencia que imponga una velocidad de crucero,
de 4 a 5% de aumento anual en el PBI.
Son dos cosas diferentes la inflación de activos (mercado de capitales
o financieros) y la inflación del indicador de precios al consumo
(resultado de la puja redistributiva). La velocidad de reabsorción
de la población desempleada es muy lento. Son muy distintas las
presiones inflacionarias cuando hay apenas un 5% de desempleo, que cuando
ese indicador no baja de 10%.
El punto, como lo reflejan las actitudes de los distintos actores, es
que el nivel actual del salario -y de los aumentos posibles- no es un
problema sustancial para la industria y para muchos servicios. Sí
es grave para el Estado; la dimensión fiscal que pueden tener los
aumentos de los agentes estatales.
La lista de debates que nos esperan no se agota. En algún momento
comenzará a preocupar la ecuación exportaciones-importaciones.
Es decir, si las primeras no alcanzan a generar los dólares suficientes
para pagar las segundas.
Como telón de fondo, hay otros temas que nadie menciona, pero que
merecen mayor análisis y discusión.
Por ejemplo, la precaria situación de la infraestructura sometida
a dura presión si se continúa creciendo a buen ritmo. O
el probable colapso energético en un país que no es petrolero,
sino que tiene algo de petróleo. Sería trágico que
en pocos años nos viéramos obligados a importar petróleo
para satisfacer nuestras necesidades energéticas.
La única verdad es que lo mejor del superávit fiscal, ya
pasó. Mantenerlo será un esfuerzo ímprobo, y lo más
probable es que comience a ser decreciente.
En algún momento la sustancia del debate se concentrará
en los dilemas de este nuevo modelo económico vigente en los últimos
tres años.
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