“Una empresa no es sólo maquillaje, también representa permanentes desafíos”

    Tomás Abraham escribió hace más de tres años La
    empresa de vivir. La solapa del libro informa que Abraham “es un filósofo
    argentino nacido en Rumania y graduado en Francia. Estudió con Foucault,
    Althusser y Canguilhem. Es profesor titular de Filosofía de la UBA, fundó
    la revista La Caja, dirigió el Colegio Argentino de Filosofía
    y, desde 1984, coordina a un grupo de aficionados a la filosofía conocido
    como Seminario de los jueves”.
    Ha escrito varios libros y publica con asiduidad notas de actualidad en diarios
    y revistas. Se considera a sí mismo como un intelectual “ni siquiera
    inorgánico” que reclama para sí la tradición socrática:
    el filósofo es el que interroga mediante la ironía el supuesto
    saber de sus conciudadanos. Es indudable que ése es el papel que mejor
    le sienta.
    Hijo de un empresario textil que veía en él a su “heredero”,
    Tomás Abraham prefirió dedicarse al pensamiento filosófico.
    En La empresa de vivir hace un recorrido por las principales líneas de
    fuerza de la literatura del management. “Su objeto es la empresa como nueva
    institución madre. Y su hijo preferido es el empresario, como nuevo líder
    padre”, escribe. Así, cuestiona el rol flexible que la literatura
    de tipo gerencial le adjudica a la empresa, “en momentos en que ya no hay
    límites a la total integración del individuo a la vida del mercado”.
    – Cuando escribió La empresa de vivir decía que la
    economía y la filosofía eran las lenguas para discutir la realidad
    de entonces. ¿Qué tan vigentes las encuentra en la actualidad,
    a partir del desgaste del discurso hegemónico de lo económico?
    ¿Sigue siendo la economía una herramienta útil para discutir
    la realidad?

    – Indudablemente. Porque la economía política es necesaria
    para entender los procesos políticos, y eso no deja de ser así
    porque haya una crisis. Sigue siendo necesaria, pero quizá no del mismo
    modo. La realidad argentina –y no solamente argentina– mostró
    que el discurso hegemónico de lo económico sufrió una fisura
    que se advirtió con mayor claridad con la crisis del Tequila. En este
    momento hay una fuerte presencia de lo político, que no estaba presente
    en la década del noventa porque, de algún modo, estaba condicionada
    por lo económico. Es decir, el tema de la globalización y la inserción
    de la Argentina en el mundo trazaba un camino muy estricto que estaba dando
    resultados positivos en términos económicos, y no había
    ningún contradiscurso al “pensamiento único”. Nadie
    sabía bien qué oponer a ese pensamiento de aranceles más
    bajos, privatizaciones, competencia de exportación, rol de las corporaciones
    en la tecnología, entre otras cosas. Pero hoy en día, la presencia
    de lo político es muy fuerte.
    Hay un resurgir que sugiere que desde lo político se puede hacer algo,
    que los condicionamientos no son tan fuertes. Lo político ha recuperado
    una imagen de autonomía y –desde un modo de proceder gubernamental,
    desde estrategias estatales– es posible provocar cambios, porque no todo
    está tan condicionado por la situación mundial. Es decir, que
    se puede discutir. Los organismos internacionales dan la sensación de
    no tener unanimidad tal como tenían en otra época. Hay un poquito
    más de apertura. Pero además, en la Argentina se ha abierto una
    discusión que no se daba antes. Esto es mucho y es poco. Se ha abierto
    una discusión.
    Sin embargo, en la Argentina no han desaparecido los problemas. Ahora se está
    trabajando sobre lo que no trabajó De la Rúa –aunque lo había
    prometido–: mejorar ética y políticamente todo el problema
    de la corrupción, de las instituciones. El foco está puesto en
    ese lugar y es importante, quién puede negarlo, pero eso no quiere decir
    que el sector no iluminado ahora funcione de por sí, porque la situación
    social es una reverenda porquería y el país está hecho
    trizas. Estamos en el único país del mundo en que se discute si
    un tipo que no tiene trabajo es o no es un desocupado. “Está ocupado
    en cobrar el plan de Jefes de Hogar”, nos dicen. Claro, porque el que no
    tiene trabajo no va a tener trabajo. Entonces no hay que llamarlo “desocupado”
    porque estará fuera del sistema.
    – ¿Y qué piensa en relación con lo económico?
    – Los problemas económicos no están resueltos. Ni hay una
    vía de resolución a la vista. Los problemas económicos
    están igual que antes, sólo que ahora no existe la receta de antes.
    La línea que en la actualidad puede representar López Murphy,
    por ejemplo, que pide crear confianza en los inversores, se opone hoy en día
    a otra que es crear confianza en la sociedad. Son dos cosas distintas. Crear
    confianza en los inversores es la línea de toda la década de los
    ’90, y hoy implicaría fundamentalmente arreglar con el FMI un plan
    de ajuste público para tener un superávit fuerte.
    – En su libro, a principios de 2000, usted hablaba de “la
    ética atravesando el espacio económico”. Decía también:
    “Es el mercado el que solicita la ética, la empresa lo hace, el
    management lo pide, el marketing la compra.” Y, además, sostenía
    que la ética era el conversor de la política ausente. ¿Cuál
    es el lugar de la ética hoy?

    – Bueno, yo creo que hoy eso ya es viejo. Eso era durante el capitalismo
    triunfante en la Argentina. En la actualidad no. La ética ya no va como
    sustituta. Ahora estamos en el problema, que es político. En el menemismo
    el discurso era ‘moraloide’. Lo hacía desde Mariano Grondona
    hasta Chacho Álvarez, era todo una entelequia moral. Ahora está
    el problema, pero es político.
    – Pero es un avance.
    – Claro que es un avance, porque estamos ante el problema. Antes no estábamos
    ante el problema sino ante una solución falsa. Todo el mundo estaba muy
    preocupado por la ética en la Argentina. Pero era una ética espiritualista,
    no era una ética combinada con lo político. ¡El problema
    de la corrupción es político!
    – Los filósofos tradicionales se han acercado al mundo de
    los negocios, a las empresas, de varias maneras. ¿Cuál es el papel
    de los filósofos hoy en las empresas a diferencia de lo que pasaba a
    fines de los ’90? ¿Cómo reconstruyen la ética después
    del discurso que instalaron –“lo político es todo malo”–,
    en un momento en el que desde lo político parecería que se quieren
    hacer bien las cosas en el plano institucional?

    – Bueno, en la Argentina no son muchos los filósofos que se acercaron
    a trabajar en las empresas, porque acá eso funcionó como símbolo
    y una cierta imagen deseable que se recibía de Estados Unidos, fundamentalmente,
    donde había consultorías éticas en las empresas. Y porque
    había toda una literatura institucional acerca de la ética en
    todos los rubros. Acá, salvo los cursos que se podían dar, era
    poco lo que se insertaba en la markética, o el marketing con la ética.
    Me imagino que esos filósofos ahora no tendrán trabajo, porque
    hoy en día ¿quién gasta en eso? Las empresas están
    en default. Hoy no hay inserción para ese tipo de discursos corporativos,
    aunque me imagino que en el mundo siguen teniendo fuerza porque no se ha derrumbado
    ese modelo.
    Por su parte, entonces, la década de los ’90 sufre una serie de
    colapsos recientes que tiene que ver con: balances falsificados de las corporaciones,
    estafas a los accionistas, detención del crecimiento de Estados Unidos,
    11 de septiembre… El tema de hoy es la seguridad. Y no sólo para los
    republicanos, también para los demócratas. En su discurso en la
    Internacional Socialista, Clinton señala que hay que empezar con la seguridad
    y seguir con lo económico. M