¿La era de los contenidos pagos?

    Como se dice a cada rato en el ambiente, los nuevos medios son todavía demasiado nuevos. Pero, al menos, ahora emergen de una larga etapa hiperactiva, plena de altibajos, e ingresan en una especie de introspección, resultado de desinfles –punto com, acciones tecnológicas– y tiempos borrascosos (crisis en telecomunicaciones, fibra óptica, segunda generación).


    Esto ya no es 1999. No es posible, entonces, visitar a inversores con un plan de negocios en borrador y salir con dos o tres millones para crear un sitio o cualquier otro emprendimiento virtual. El nuevo realismo es saludable, siempre y cuando no equivalga a tirar la criatura junto con el agua sucia.


    El riesgo existe. Basta con hablar con gente ducha en Internet y punto com para notar que han caído en desuso términos como creatividad y contenidos, por dar un par de ejemplos. Tampoco se ven ahora tantos jóvenes con ideas. En cambio, el sector ha sido copado por individuos austeros, de traje, cuyo tema clave es la rentabilidad. De hecho, parecen personajes de Dilbert.


    Entretanto, las redacciones de grandes medios y publicaciones especializadas –inclusive las que circulan por la Red– ya no vibran con proyectos ni muestran entusiasmo debido a que los pocos espíritus fuertes que quedan están muy ocupados peleando con publicidad y contaduría. Esta sobrerreacción contra excesos del pasado ha convertido a los propios medios –con pocas excepciones– en productos bastante menos interesantes.


    Sin duda, hacía falta una fase de racionalización y replanteo, porque muchos esquemas se han agotado o han fracasado. Lo malo es que el viento arrastre también las buenas ideas. El síndrome es claro: el celo innovador que hizo a la Web tan atractiva está sepultado bajo una pila de pérdidas, maniobras contables y técnicas publicitarias predatorias. Todo con una especie de obsesión contra los contenidos.


    Es como si una estación de radio o TV dejase de lado los esfuerzos de programación, echase a los productores y se dedicase a repetir material sólo para recortar costos y sacar alguna ganancia. Naturalmente, con todos sus defectos y errores, los directivos de ese sector continúan enfocados en contenidos porque, claro, una estación sin público no es negocio para nadie. Ni siquiera para los contadores.


    Simultáneamente, la cantidad de navegantes sigue creciendo. Mientras los editores de medios vivían temiendo un desastre, despidiendo equipos creativos y limitándose a lo básico (noticias, por ejemplo), Internet iba convirtiéndose en un medio masivo por derecho propio. Cientos de miles de personas se agrupaban en comunidades para generar sus propios contenidos.


    En todo este proceso hubo una ironía cruel: cuando se alcanzó masa crítica suficiente para que sobrevivieran los sitios más creadores e imaginativos, éstos ya se habían derrumbado. Pero quizá las cosas no estén tan mal como parece: la reciente tendencia a cobrar por contenidos antes gratuitos podría reavivar –un poco tarde, es verdad– el interés en buenas ideas. Por ejemplo, en materia de periodismo virtual y otros campos aptos para innovaciones.


    ¿Por qué? Porque, si se trata de cobrarles a los usuarios, será preciso ofrecerles productos o servicios dignos de pagar por ellos. Por eso, los contenidos debieran ser nuevamente claves y la tendencia al “micropago” podría ser decisiva, en tanto los sitios se den cuenta de que una mezcla de publicidad y servicios facturables es el único camino sensato.


    La banda ancha es un vehículo ideal, porque sólo el contenido de calidad persuadirá al público de pagar US$ 50 mensuales. Resulta sintomático que las únicas empresas que ofrecen hoy contenidos seductores o útiles sean las que pueden financiarlos, como la BBC, y las que dependen de ellos para remontar vuelo o defenderse, como British Telecom o Telewest.


    Por supuesto, a algunos esta línea de razonamiento les parecerá anacrónica, porque la gente puede producir contenidos propios y no necesita los prefabricados. La mayor velocidad y la conectividad total simplemente promoverán comunidades más amplias, capaces de intercambiar imágenes, música y texto. Pero, en todo caso, esto apunta a otro fenómeno: en vez de contenidos innovadores, la próxima ola integrará servicios innovadores.