Claves para descifrar una década

    En 1989, yo tuve un sorprendente anticipo de lo que sobrevendría. Fue durante una cena, en Nueva York.


    Esa noche escuché cosas que (confieso) me parecieron una exageración intencional. Quien me había invitado a cenar era un personaje misterioso, que se movía en la trastienda del poder.


    Antes de evocar aquella cena, quiero que nos ubiquemos en la época.


    América latina estaba llegando al fin de la que, más tarde, se conocería como “década perdida”.


    México había entrado en cesación de pagos en 1982, desatando una crisis regional. Perú, liderado por Alan García, llamaba a la formación de un “club de deudores”1. Venezuela, luego de un ajuste fiscal había padecido el caracazo, con un saldo de 300 muertos. En la Argentina, el candidato peronista, Carlos Menem, anunciaba que –de llegar al poder en 1989– decretaría un “salariazo” y recuperaría las islas Malvinas “con sangre”. Era el mismo Menem que, en un libro publicado dos años antes, había propuesto la “nacionalización del comercio exterior y los depósitos bancarios”2.


    En esas circunstancias, tanto Estados Unidos como los organismos multilaterales se habían dividido en dos grupos. No fue una división instantánea, ni había en cada grupo una congruencia total. El panorama, por lo tanto, era mucho menos nítido de lo que muestra el cuadro siguiente. Sin embargo, en perspectiva, está claro que había dos posiciones:


    – Un grupo sostenía que no se podía tirar más de la cuerda. Estados Unidos debía asegurar la paz en la región y evitar que la Unión Soviética o su aliada, Cuba, sacaran ventajas de la situación. El gobierno estadounidense y los organismos internacionales no podían actuar como agentes de cobro de los bancos privados, que habían colocado irresponsablemente sus petrodólares en América latina, sin analizar la capacidad de pago de cada país e imponiendo intereses desproporcionados. Era necesario promover una renegociación de la deuda, que incluyera grandes quitas y esperas. En esa posición estaban: el asesor nacional de Seguridad, general Brent Scowcroft; el secretario del Tesoro, y presidente del Consejo de Política Económica del Presidente, James Baker III; el presidente del Banco Mundial, Barber Conable y el ex titular de la Reserva Federal, Paul Volcker.


    – El otro grupo alegaba que no se debía politizar la deuda, dado que eso dislocaría el sistema financiero mundial. No había criterios objetivos que permitieran eximir a un país de sus obligaciones y, al mismo tiempo, obligar a otros a respetarlas. Estados Unidos no podía ejercer su responsabilidad política obligando a la banca privada a aceptar que se la defraudara. Si los deudores no podían pagar con divisas, debían hacerlo de otra forma; por ejemplo, privatizando sus empresas públicas y aceptando que los acreedores compensaran el precio, o parte de él, con sus créditos incobrados. En esa posición estaban: el subsecretario del Tesoro, David Mulford; el director general del Fondo Monetario Internacional, Michel Camdessus; y la banca privada, liderada por Citicorp, cuyo vicepresidente, William Rhodes, era titular del “comité de seguimiento” de la deuda argentina.


    El gobierno de Raúl Alfonsín buscó refugio en el primer grupo. El ministro de Economía, Juan Sourrouille, había logrado trabar una buena relación con Baker y Volcker. El representante argentino ante el Banco Mundial, Alberto Camarasa, trabajaba muy cerca de Conable, así como de dos altos funcionarios del Banco: el decisivo vicepresidente I para Operaciones, Moeen Qureshi, y el vicepresidente ejecutivo, Shahid Husain. También mantenía un fluido diálogo con Volcker.


    Como ministro de Obras y Servicios Públicos, e impulsor de un programa de reformas estructurales, yo me había convertido en un interlocutor de ese grupo.


    En diciembre de 1988 me reuní con el general Scowcroft en la Casa Blanca. Por la noche, cené con Volcker en la casa de Camarasa, en Bethesda. Comprobé, entonces, que había un claro deseo de ayudar al gobierno de Alfonsín.


    Días más tarde, en Manhattan, tuve la cena memorable.


    “Se van a quedar con la Argentina”


    Mi anfitrión era Edwin Yeo. Por ahora, basta con el nombre. Ya diré quién era y qué hacía este personaje.


    Esa noche, Yeo me propuso unirnos “para hacer que fracase el plan del Citibank”. “El Citi no ve la deuda latinoamericana como un problema sino como una oportunidad; quiere aprovecharla para quedarse con todas las empresas de la región”, me dijo; y aclaró: “No sólo de las empresas públicas. La idea de ellos es apoderarse de consorcios privados, en la Argentina y en otros países”.


    ¿Quiénes teníamos que unirnos contra el Citi? ¿El gobierno argentino y el gobierno estadounidense? No, el gobierno argentino y los goodies: en la maniqueísta visión de Yeo, el gobierno de Estados Unidos estaba dividido en héroes y villanos.


    Él era, por supuesto, uno de los héroes. Los villanos eran los banqueros y petroleros asociados a los árabes. Esa noche, me contó la historia del BCCI, me dijo cómo se había financiado la guerra de 1973 contra Israel, me alertó sobre Gaith Pharaon, habló sobre la vinculación entre los petroleros y el Islam, y sostuvo que –para penetrar en el mundo árabe– la CIA había pactado muchas veces con el diablo.


    Por momentos, sentí que mi interlocutor era presa de una imaginación febril. No obstante, cuando volví a mi hotel, decidí tomar una nota que hoy me permite reconstruir, con cierta fidelidad, la conversación. Yeo hablaba con medias palabras, gestos y mucho slang. Lo que sigue, más que una trascripción, es una traducción (fiel) de lo que me expuso:


    Mulford trabajó siempre para los árabes. A fines de los ´60 ya era asesor de SAMA [Saudi Arabian Monetary Agency] y él es el nexo con dictaduras militares y gobiernos corruptos, en América latina y otras partes del mundo. Les prestan todo el dinero que quieran, incluso sin pedirles garantía. Los gobiernos reciben lo que ustedes llaman plata dulce. Los banqueros saben que tal vez no recuperen nunca el capital, pero no les importa: el proyecto es cobrarse en especie.


    Ahora está empezando a descubrirse la estrategia. Ahí lo tiene al Citi, presidiendo el club de acreedores, y a Mulford, que está en el Tesoro. Rhodes y Mulford quieren que los países deudores conviertan toda su deuda en bonos de largo plazo, con un interés muy alto. Ellos mismos los van a ayudar a colocarlos en fondos de inversión, que manejan la plata de pequeños ahorristas diseminados por todo el mundo. Con eso, ustedes no van a poder renegociar nunca más con sus acreedores. ¿Cómo van a hacer para reunir a millones de ahorristas dispersos por todo el mundo? La Argentina tendrá que pagar o se quedará aislada. Si no tiene dinero, tendrá que pagar con empresas. Para resolverle el problema de la deuda le van a exigir que venda hasta la última empresa pública y que abran el mercado interno de golpe, que es una situación que las empresas privadas argentinas no pueden resistir. Ellos van a comprar lo que quieran: empresas públicas y privadas. Eso no va a ocurrir el siglo que viene. Ya está ocurriendo. El Citi ya está saliendo a comprar bonos de la deuda argentina, y les dice a los tenedores: no esperen 20 años ni corran riesgos; reciban dinero contante y sonante ya mismo; eso sí, con descuento. El Citi compra títulos de la deuda argentina a 15 y después, cuando tenga que pagar una empresa argentina, pondrá esos títulos como si estuvieran poniendo 100. O ustedes reaccionan, o esta gente se va a quedar con toda la Argentina.


    Me preocupó, aunque no dejé de advertir cierta exageración en el planteo de Yeo. Era notorio que el personaje estaba envuelto en una guerra interior. Pintaba a Rhodes y a Mulford como si fueran Shylock diciéndoles a Antonio y Bassanio:


    Venid a casa de un escribano, donde firmaréis un recibo prometiendo que si para tal día no habéis pagado, entregaréis en cambio una libra de vuestra carne, cortada por mí del sitio de vuestro cuerpo que mejor me pareciere3.


    Esa fue la imagen que vino a mi mente, aunque debí reconocer que había una inversión de roles. Shylock era judío, y El Mercader de Venecia ha sido señalada, a menudo, como una obra antisemita. En este caso, el judío era Yeo y los codiciosos villanos eran árabes.


    En todo caso, lo que más me importó fue la posibilidad de que el Citi estuviera valiéndose de la deuda como un instrumento de dominación industrial.


    Cinco años antes, yo había escrito un artículo sobre el tema:


    “La Biblia dice: El rico señorea sobre el pobre, y el que toma prestado es siervo del que presta. El préstamo es un instrumento de dominación, creado para que el prestamista someta al prestatario; tanto que esa relación está proscripta entre los elegidos: Si prestas a uno de mi pueblo, no te portarás con él como un acreedor“.


    En ese artículo, yo había citado al brasileño Celso Furtado: “El endeudamiento es un instrumento para transnacionalizar las economías periféricas, que es un objetivo de las grandes corporaciones”.


    Desde una perspectiva opuesta a la de Furtado (y respondiendo, sin duda, a pugnas intestinas de la primera potencia), Yeo proveía una confirmación.


    Su crítica se extendía a los empresarios argentinos, que a su juicio no formaban una malla de contención. Me mostró un recorte del Wall Street Journal, en el cual se atacaba a Techint, Fortabat y otras industrias argentinas, acusadas por el diario financiero de vivir como parásitos, aprovechándose de un Estado que le prodigaba subsidios y protección. La tesis de Yeo era que un empresariado accesorio al Estado, seguiría la misma suerte que éste, terminaría transando con el poder financiero y nos dejaría sin estructura productiva.


    El artículo del Wall Street Journal había sido escrito por Peter Truell, un periodista amigo de Yeo. Todo me parecía el lobby de un grupo cuya dimensión yo no podía ponderar. Sin embargo, pronto advertí que los editoriales del Wall Street Journal se hacían eco de las notas de Truell. El 3 de febrero de aquel año, el diario publicó un editorial titulado: “David takes charge”. David era Mulford, y de lo que se “hacía cargo” era del Tesoro. El comentario, desde luego, era adverso al personaje.


    El poder de Mulford, para entonces, había trascendido fronteras. El Financial Times, de Londres, lo había caracterizado como “el hombre que verdaderamente maneja el Tesoro norteamericano”.


    Concluí que, no obstante mis prevenciones, no podía ignorar el mensaje de Yeo:


    Para impedir la escalada de los bancos, la Argentina –que por entonces había suspendido el pago de los intereses de la deuda– debía ayudar a quienes querían ayudarla.


    Él me propuso que decidiéramos, por nosotros mismos, cuánto era lo máximo que podíamos pagar por mes. Luego, debíamos abrir una scrow account en un banco estadounidense, y depositar allí, todos los meses, la suma fijada. El plan se completaba con una orden que le daríamos al banco: pagar a cualquier acreedor que se presentara a cobrar, pero hasta ciertas sumas. Si lo que íbamos a pagar era 30% del total de los intereses, ningún acreedor podía recibir más de 30% de lo que le correspondía. Era como una convocatoria tácita, dirigida a romper el frente interno de la banca acreedora: los acreedores que, en vez de quedarse con empresas latinoamericanas querían cobrar algo (aunque fuera una fracción) de su plata, tendrían así una oportunidad de separarse del resto.


    Yeo me anticipó que el presidente del Banco Central pondría objeciones.


    En efecto, José Luis Machinea me confesaría luego, en Buenos Aires, que no le atraía el plan. Lo juzgaba una “aventura”, ideada por un hombre –Yeo– al cual tenía poco respeto. Lo consideraba un marginal.


    El enigmático personaje


    ¿Quién era Yeo?


    Era un “asesor de la Reserva Federal” que, según Volcker, en esa época “proveyó un contacto indispensable con los países latinoamericanos”4. En realidad, era mucho más que un asesor de la Fed5: Ronald Reagan se lo había presentado a Alfonsín, en el salón oval de la Casa Blanca, como “el nexo entre nosotros dos”.


    Yeo había sido subsecretario del Tesoro (1975-76; segundo de William Simon) y desempeñado un papel de importancia en la elaboración del sistema monetario mundial que las grandes potencias habían acordado en 1975.


    El G-7, que reúne a los líderes de esas potencias6, se originó aquel año en el Château de Rambouillet, en Francia. Hasta que llegaron a ese antiguo palacio real –donde Napoleón pasó los días previos a su exilio– Francia y Estados Unidos habían sostenido, por largo tiempo, una agria disputa. Los franceses defendían el tipo de cambio fijo y los estadounidenses la flotación.


    En Rambouillet triunfó el tipo de cambio flotante, pero sujeto a medidas contra la “manipulación” que pudiera hacerse de los mercados, y acompañado de reformas al FMI, para que pudiera prestar asistencia efectiva cuando –por la crisis petrolera u otro factor externo– la moneda de un país estuviera bajo ataque.


    El acuerdo fue firmado por los jefes de Estado y los ministros de Finanzas, pero –como reconoce Volcker7– sus verdaderos autores fueron Yeo y el director francés del Tesoro, Jacques de Larosière, quien años más tarde se convertiría en director general del Fondo (1979).


    La intervención de Yeo también evitó, en 1976, el colapso de la libra esterlina, cuyo valor se derrumbaba a la misma velocidad que se descontrolaba el presupuesto británico8. “Si un país como Gran Bretaña entraba en cesación de pagos e introducía el control de cambios [posibilidades contempladas entonces en Londres], íbamos a hundirnos”, recordó años más tarde el propio Yeo al Sunday Times de Londres9. “Teníamos que actuar”.


    Fue él quien actuó. Ofreció a Londres un “salvataje” del Tesoro estadounidense y el FMI, a cambio de una férrea disciplina fiscal que el gobierno de James Callaghan debió aceptar para salir del pozo. El gasto público debía bajar 1.000 millones de libras el primer año y 1.500 millones el segundo. Además, el gobierno debía conseguir 500 millones mediante la venta de acciones de British Petroleum.


    Según el ex asesor nacional de Seguridad de la Casa Blanca, general Brent Scowcroft, ese “salvataje” –negociado por Yeo– libró a Occidente de “la mayor amenaza que pesaba sobre su estabilidad”.


    Como recuerda un ex ministro británico, Denis Healey, Ed Yeo era “un ex marine, que hablaba y se movía lentamente”10. Dos periodistas ingleses lo definieron como un hombre “diestro, regordete y vigoroso”. Yo lo recuerdo como un personaje rústico, desagradable, al cual era necesario ponerle límites.


    Ni Larosière, ni Healey, ni la prensa británica pensaron que esas características convertían a Yeo en un “marginal” al cual había que prestar poca atención.


    Durante la crisis mexicana de 1982, Yeo tuvo un papel destacado en el acercamiento de posiciones entre el gobierno de México y el Fondo. Él viajaba a México D.F. a entrevistarse directamente con el presidente José López Portillo11.


    Luiz Carlos Bresser Pereira, ministro de Hacienda de Brasil, ha contado en un trabajo publicado en 1995, A turning point in the debt crisis: Brazil, the US Treasury and the World Bank (http://www.bresserpereira.ecn.br/curric/complete.htm) su propia experiencia de negociar en Washington “a dos niveles”. En la narración de Bresser, también aparece Yeo, “un misterioso representante de Paul Volcker y Michel Camdessus, a quien los ministros de finanzas de América latina llamaban ´la paloma mensajera´ o, simplemente, ´la paloma´”. La referencia de Bresser Pereira demuestra que la intermediación de Yeo era, para los ministros latinoamericanos, el único modo de negociar en serio con los amos del poder en Washington; incluso con la cabeza del Fondo, que no estaba en el mismo bando pero no podía desconocer el poder de Yeo en el gobierno estadounidense. Bresser llega a confesar que, en julio de 1987, tuvo “una cena secreta con Michel Camdessus, que Edwin Yeo había arreglado a mi pedido”.


    El whisky lo va a necesitar él


    Yeo mantenía una estrecha relación con Dílson Funaro, antecesor de Bresser en el Ministerio de Finanzas de Brasil. Tan estrecha que Yeo enviaba desde Estados Unidos los medicamentos que Funaro –enfermo de un cáncer que pronto acabaría con él– no podía conseguir en Brasil.


    Eso no impidió la dureza. En febrero de 1987, Yeo llegó un día a la casa de Funaro, en Brasilia. El ministro no estaba, pero la esposa se prodigó para atender al visitante: “¿Quiere tomar un whisky? Después de escucharlo a Dílson, es posible que lo necesite”. Yeo, consciente de lo que estaba por suceder –Brasil iba a declarar la moratoria– respondió: “No, gracias, señora. Yo ya sé lo que su esposo va a decirme y pienso que el que va a necesitar el whisky es él. Así que, reservémoslo”.


    En abril, Funaro fue reemplazado por Bresser. Éste cuenta que, de inmediato, fue recibido por Yeo, quien le dijo en su segunda visita: “Después de que Funaro declaró la moratoria, Washington decidió que no podía seguir siendo el ministro de Finanzas de Brasil”. Como señala el propio Bresser: “Era una amenaza”; significaba: “O haces lo que debes, o te va a pasar lo mismo que a Funaro”.


    Años después, Erman González, ministro de Economía de Menem debería oír algo similar. “Ustedes tienen que elegir: o siguen este camino o pierden el poder”, le indicó Yeo un domingo, en un fugaz viaje a Buenos Aires.


    En todo caso, las características grotescas del personaje, y su obsesión por demostrar aún más poder del que tenía, hicieron que el gobierno de Alfonsín no siempre tomara en serio sus bravuconadas.


    De caballos y de jockeys


    En octubre de 1988 se llegó a un acuerdo con el Banco Mundial, que estaba dispuesto a apoyar a la Argentina pese a la luz roja encendida por el Fondo. El acuerdo se cerró durante una conversación de larga distancia que Sourrouille mantuvo con el propio Yeo, desde la oficina de Alfonsín en Olivos, con el Presidente al lado y el gabinete esperando en la sala de reuniones.


    Sourrouille firmó luego una letter of development (carta de desarrollo) con el Banco Mundial, obligándose a llevar adelante ciertas reformas estructurales, que incluían la apertura comercial y una serie de privatizaciones, no destinadas a pagar deuda sino a crear un sector privado más amplio y competitivo.


    A cambio de eso, la Argentina fue destinataria de una decisión sin precedentes: no sólo el Banco Mundial le otorgó un crédito (en realidad, un conjunto de préstamos, por un total de $ 1.250 millones), sino que además, y pese a la oposición del Fondo, como los desembolsos del Banco debían seguir una lenta rutina burocrática, la Casa Blanca ordenó al Tesoro que se hiciera cargo de un crédito puente. Nunca antes, y nunca después, se otorgó un crédito del Banco Mundial –y, encima, un crédito-puente de los Estados Unidos– a un país incluido en el Index del Fondo Monetario.


    Dos hechos vinieron a frustrar aquel salvataje, que habría ahorrado la crisis de febrero de 1989, inicio de la hiperinflación que desintegró al gobierno de Alfonsín y llevó al triunfo electoral de Menem:


    – No obstante que George Bush (triunfador en las elecciones presidenciales de noviembre de 1988) era republicano, como Ronald Reagan, el período previo a la asunción del nuevo presidente, el 20 de enero de 1989, se caracterizó por la incertidumbre y la parálisis burocrática. Hasta cerca del último día, nadie supo en Washington, qué funcionario se quedaría, cuál se iría ni quién sería su reemplazante.


    – La Argentina, por otra parte, no abrió la scrow account y no avanzó con las reformas estructurales. Decidió esperar y ver.


    Machinea fue un firme defensor de esta segunda posición. Recuerdo una discusión conmigo en el despacho presidencial. Si bien fue respetuoso y amable, me criticó con dureza cuando yo insistí en cumplir lo pactado. Trato de reproducir ahora, con lealtad, sus argumentos:


    “No podemos caer en la ingenuidad de creer que Estados Unidos y los organismos internacionales están divididos en ´buenos´ y ´malos´. Esta es una cuestión de intereses. Ellos van a actuar, en definitiva, según su interés; y nosotros tenemos que actuar de acuerdo con nuestro interés. No podemos meternos en una interna ajena. En la Argentina, el poder económico está fuertemente influido por el sector financiero, y nosotros no estamos en condiciones de enfrentar a ese poder económico. Además, la gente más seria, en Washington, no es la gente que nos aconseja dejar de pagar”.


    El criterio de Machinea era el mismo que, en Washington, sostenía el negociador de la deuda argentina, Daniel Marx. Fue, además, el que se impuso, no tanto por los argumentos (que tenían su peso) como por el temor que producía tomar decisiones a ciegas, sin saber qué iba a pasar en Estados Unidos.


    En los hechos, esto nos llevó a un aislamiento total. El Fondo y la banca nos exigían pagos que no estábamos en condiciones de hacer. El Banco Mundial se sintió defraudado y suspendió el desembolso del crédito. En enero de 1989, cuando viajé a Washington con la misión de reanudar el diálogo, tuve que defender muy enfáticamente a Alfonsín ante Qureshi, que había perdido las formas a la hora de hablar del Presidente argentino.


    Me recibió en su oficina, me invitó a sentarme y, sin prolegómenos, se produjo el siguiente diálogo:

    – ¿Usted va a las carreras de caballo?
    – No.
    – ¿Nunca fue?
    – Nunca.


    – Yo le voy a contar cómo es una carrera de caballos. Antes de empezar, todos los caballos, y todos los jockeys, están desesperados por correr. A los animales hay que encerrarlos en unas gateras para que no se larguen a la pista. Entonces suena una campana, se abren las gateras, y salen todos en tropel. Se forma un pelotón en el cual es difícil distinguir a uno de otro. Luego, unos caballos se van quedando, otros se distancian, la competencia se reduce a unos pocos que se esfuerzan cada vez más y hay, entre ellos, uno que va a hacer el esfuerzo mayor y va a llegar primero al disco. Ganan el caballo que tiene más resistencia y el jockey que tiene más coraje. Yo siento que la Argentina no es esa clase de caballo y Alfonsín no es esa clase de jockey.


    Yo no podía quedarme callado. A la vez, no quería empeorar la situación. Decidí responderle con la misma metáfora:


    – En mi país hubo un ídolo popular: Ireneo Leguisamo. Fue el jockey más importante que haya corrido jamás en los hipódromos argentinos. Él tenía una particularidad: le gustaba “correr de atrás”. Dejaba que los otros se despegaran, y esperaba el momento de arremeter. Hasta que la tribuna aprendió a valorar su estilo, y aun después, mucha gente se ponía nerviosa al ver que pasaban los segundos y el caballo al cual le habían puesto sus boletos parecía quedarse. Sin embargo, en la recta final Leguisamo era prácticamente invencible. Seguramente Alfonsín es de la escuela de Leguisamo.


    El mítico Legui me permitió salir retóricamente del paso, y adquirir suficiencia ante un interlocutor arrogante, a quien yo no podía permitirle que denigrara a mi país y a mi gobierno. Sin embargo, la cuestión de fondo era clara: el gobierno argentino, beneficiario del crédito de 1.250 millones (aún no desembolsado), había dado marcha atrás en su posición frente a los bancos.


    Comunicaciones cortadas


    Baker dejó de atenderle el teléfono a Sourrouille. Cuando asumió Bush, Alfonsín le escribió una carta de puño y letra, felicitándolo y pidiéndole que Baker –convertido ahora en secretario de Estado– recibiera a nuestro ministro de Economía. La carta salió por vía diplomática a fin de enero pero, sorprendentemente, la respuesta se demoró dos meses. La firmaba Bush pero, sin duda, había sido sugerida por el propio Baker: negaba la audiencia y sugería que Sourrouille se dirigiera a Brady.


    De todos modos, ya era tarde para cualquier arreglo. El mes anterior se había producido un ataque a la moneda, inspirado por el temor a una definitiva cesación de pagos, la falta de ayuda externa, la incontrolable inflación y la alarmante posibilidad de que Menem triunfara en las elecciones de mayo. Machinea intentó recuperar vendiendo dólares y no hizo más que agravar la crisis.


    Algunos, en el gobierno, creyeron estar frente a un “golpe de estado económico”. En realidad, nos había faltado estrategia o habíamos vacilado a la hora de ejecutar la estrategia que habíamos acordado.


    En pocos meses, Menem sería presidente, echaría el populismo por la borda, y adoptaría la política que nosotros habíamos resistido: pagaría deuda con empresas, emitiría bonos y terminaría condecorando a Rhodes con la Orden de Mayo al mérito, en grado de Gran Oficial12 y a Mulford con la Orden de Mayo al mérito, en grado de Gran Cruz13.


    Brady, que había sido nombrado por Ronald Reagan en 1988, fue confirmado por George Bush en 1989, y permaneció al frente del Tesoro hasta 1993. Durante ese período fue, también, gobernador por Estados Unidos del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. Todo ese poder fue utilizado para evitar la licuación de los créditos que bancos e inversores estadounidenses tenían en países emergentes.


    En 1992, la Argentina se adhirió al Plan Brady, que consistía en una refinanciación, a cambio de una reducción de deuda. La negociación fue liderada por Daniel Marx, quien organizó, un año más tarde, la colocación del primer Bonex Global, por $ 1.250 millones14. El acuerdo quedó cerrado en diciembre y fue firmado por el ministro de Economía Domingo Cavallo, quien se trasladó “especialmente a Washington para entrevistarse con el titular del Comité de Bancos Acreedores (Steering Committee), William Rhodes. Fuentes del Palacio de Hacienda destacaron el papel que jugó Rodhes –del Citicorp– en el entendimiento, al haber intercedido para que los bancos europeos accedieran a los términos finalmente acordados”15. El compromiso implicaba que la Argentina le pagaría US$ 27.000 millones a los bancos comerciales acreedores del exterior.


    Cuando dejó el gobierno, Brady fundó (y se convirtió en presidente de) Darby Overseas Investments, una consultora con sede en Washington D.C. y dedicada a organizar inversiones en América latina. Uno de los directores ejecutivos de la consultora fue Daniel Marx, quien renunció a su cargo en el gobierno de Menem para asumir esa posición el 1° de marzo de 1994 16. Luego Marx volvería al gobierno con De la Rúa.


    Cuando Rodhes fue condecorado con la Gran Orden de Mayo, “en presencia de los ministros de Economía, Domingo Cavallo, y de Relaciones Exteriores, Guido Di Tella”, durante un acto en el Palacio San Martín, Rodhes sostuvo que recibía la distinción “también en el nombre del Citibank”17.


    La agencia que daba esa información, señalaba: “Rodhes es vicepresidente de Citicorp, el máximo beneficiario de la capitalización de la deuda externa, y presidió en los últimos diez años el Comité de Bancos Acreedores que renegoció las obligaciones de varios países de América latina, entre los que se cuenta la Argentina. En esa década bajo el liderazgo de Rodhes, la deuda externa argentina se incrementó en casi un 50 por ciento, hasta desembocar en la renegociación a treinta años conocida como Plan Brady. Cavallo y Di Tella elogiaron la tarea realizada por Rodhes, a quien, en forma cariñosa, llamaron Bill (diminutivo de William)”.


    En agosto de 1993, Cavallo invitó a Brady para participar de la novena convención anual de la Asociación de Bancos Argentinos (ADEBA) y, en esa ocasión, lo condecoró con la Orden del Libertador General San Martín.


    Muchas veces evoqué aquella cena, en un restaurante de Nueva York, con aquel personaje que me había parecido fanático en sus juicios y exagerado en sus predicciones.


    A poco andar, la deuda argentina se transformaría en bonos, el Citi se lanzaría a comprar empresas argentinas con papeles, y hasta los fantasmas del Medio Oriente –que rondaban la mente de aquel hombre– comenzarían a pasearse por Buenos Aires. Hubo, en toda esa época, infinitos negocios entre banqueros y funcionarios.


    El CEI (Citicorp Equity Investments, creado en 1987) fue una aspiradora de empresas argentinas. Su propósito original era convertir 1.000 millones de créditos contra la Argentina. Participó en la compra de empresas de telecomunicaciones, usinas, plantas de gas, y luego cambió todo ese paquete por un imperio que controlaba telecomunicaciones y un conjunto de radios y canales de televisión.


    Un banquero menemista, Raúl Moneta, controlaba el CEI pese a que el mayor socio individual de ese grupo era el Citibank de la Argentina (40%), representado por Ricardo Handley. El instrumento de control era el holding República (36%), con sede en un paraíso fiscal, las Islas Vírgenes. Los socios de ese holding eran el Banco República, de la familia Moneta, y la misteriosa United Finance Company (UFCO), cuyo estatuto (artículo 5.7.1) establecía que la totalidad de sus acciones serían al portador.


    El holding República terminó cediendo el control del CEI a Hicks, Muse, Tate & Furst (HMTF), una firma de Dallas, Texas, uno de cuyos titulares –Tom Hicks– había sido financista de la campaña de George W. Bush por la gobernación de Texas.


    Moneta, mientras tanto, fue procesado por presunta violación de la Ley de Subversión Económica, una norma penal de 1974 que castiga el vaciamiento de empresas.


    Para evitar la cárcel, el banquero desapareció hasta que –previo cambio de juzgado– se modificó la carátula del expediente. Hasta que eso ocurrió, el temor de que la investigación judicial se extendiera a todo el grupo CEI (y su asociado HMTF) movilizó a importantes figuras del establishment estadounidense.


    Con Moneta prófugo, George Bush padre vino a la Argentina en noviembre de 1999. Se dijo que venía “a pescar”, pero tuvo una cena con el Presidente saliente, Carlos Menem, y el Presidente electo, Fernando de la Rúa. Fue en la casa de José Rohm, del Banco General de Negocios (BGN), en el cual Mulford era director, en representación del grupo CSFB, Credit Suisse First Boston.


    En esa ocasión, Bush padre expresó su preocupación por la “inseguridad jurídica” que creaba la “persecución” a los banqueros.


    El 23 de enero de 2002, Carlos Rohm –hermano de José– fue detenido y procesado por la misma Ley de Subversión Económica. Fue porque, según indicios concordantes, antes de la devaluación, el BGN habría bombeado dólares al exterior.


    Algunos datos robustecen la sospecha. José Rohm se reunió en Zurich con los socios del BGN y pidió 260 millones de francos suizos para hacer una reposición. Lo único que consiguió, además del “no”, fue una denuncia que –para cubrirse– sus propios socios hicieron a las autoridades argentinas. Lukas Mühlemann declaró el 12 de marzo, en la sede del Credit Suisse Group: “Luego de la reunión de directores del BGN del 24 de enero de 2002, obtuvimos información que nos movió a tomar contacto con las autoridades competentes tan pronto como fue posible […] Mirando retrospectivamente, lamentamos nuestra vinculación con el BGN y nuestra representación en el Directorio”.


    Los directores extranjeros, incluido Mulford, renunciaron todos. Sin embargo, el proceso abierto opera como una amenaza. La derogación de la Ley de Subversión Económica –exigida por el FMI como condición para ayudar a la Argentina en su actual crisis financiera– tiene que ver con eso.


    Mulford y compañía siguen gravitando en nuestra política. Es difícil explicarse los ´90 (y aun los ´0) sin conocer los ´80.


    La conexión sobre la cual yo había sido alertado en 1989, durante aquella cena con el enigmático Yeo, nunca dejó de estar presente en la política y la economía argentina.


    La actual discusión sobre la Ley de Subversión Económica es sólo un ejemplo.


    Esta ley penal, que castiga el vaciamiento de empresas, fue la que sirvió en 1999 para dictar el auto de procesamiento de Raúl Moneta, un banquero estrechamente ligado a Menem.

    Los
    que co-gobernaron el país en los ´90
    Brent Scowcroft James Baker III Barber Conable Paul Volcker
    David Mulford Michel Camdessus William Rhodes Nicolas Brady
    Tom Hicks Lukas Mühlemann Gaith Pharaon
    1. En su discurso de toma de posesión,
    el 28 de julio de 1985, García dijo que la deuda externa expresaba
    “la relación entre los pobres y los ricos de la Tierra”. La identificó
    como “producto del intercambio desigual de nuestras materias primas y los
    productos industriales de los pueblos más ricos”, así como
    de “la sobrevaluación del dólar”. Su firme actitud frente
    a los acreedores le valió, en su momento, muchas adhesiones en la
    región. Cuando visitó la Argentina, en 1988, las calles de
    Buenos Aires aparecieron con graffiti que reclamaban: “Patria mía,
    dame un Presidente como Alan García”.
    2. Carlos Saúl Menem, Argentina Hacia el Año 2000 (Buenos
    Aires, 1986). El libro fue escrito, con la ayuda del periodista Gustavo
    Beliz, para responder al mío, La Argentina del Siglo 21. Menem atacó
    en sus páginas a los “Chicago boys”, se opuso a la privatización,
    propuso la nacionalización de los depósitos bancarios, reclamó
    una investigación sobre los orígenes de la deuda externa y
    proclamó que era imposible honrarla tal como había sido contraída.
    3. William Shakespeare, The Merchant of Venice (Londres, 1623); cit.
    de El Mercader de Venecia, versión en español (México,
    1968).
    4. Paul Volcker and Toyoo Gyohten, Changing Fortunes (Nueva York,
    1992), p. 218.
    5. Apócope usual en Estados Unidos para referirse a la Federal
    Reserve (Reserva Federal, equivalente a un banco central).
    6. Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña,
    Italia y Japón.
    7. Volcker and Gyohten, op. cit., 141.
    8. Stephen Fay and Hugo Young, The Day the Pound Nearly Died (Londres,
    1978).
    9. Fay and Young, op. cit.
    10. Denis Healey, The Time of My Life (Londres, 1989).
    11. Joseph Kraft, The Mexican Rescue (Nueva York, 1984).
    12. 22 de marzo de 1992.
    13. 17 de febrero de 1993.
    14. La Nación, 24 de mayo de 1995.
    15. Interdiarios, 10 de noviembre de 1992.
    16. El Cronista, 22 de marzo de 1995.
    17. Interdiarios, 22 de marzo de 1993.

    MERCADO
    On Line le amplía la información:

    “The Argentine Banking Crisis: No
    Turnaround in Sight”
    , por Gabriel Caracciolo y Carina Lopez. 15 de mayo
    de 2002. Home Page de Standard & Poor´s en Latin America
    http://www.standardandpoors.com/

    “Economic Outlook for the Americas”.
    Conferencia de Anne Krueger del 7 de mayo de 2002. Home Page del Fondo Monetario
    Internacional.
    http://www.imf.org/external/np/speeches/2002/050702.htm

    “The policies of the International
    Monetary Fund and the World Bank”
    , Introduction. Home Page The Global
    Exchange, September 2001
    http://www.globalexchange.org/wbimf/imfwbReport2001.html

    “The Argentine Crisis”, Press
    releases de Standard & Poor´s
    http://www.standardandpoors.com/Forum/MarketAnalysis/
    Argentina/index.html

    “Remarks to the Argentine Bankers
    Association”
    , by Stanley Fischer, Buenos Aires, June 25, 2001. Home
    page del Fondo Monetario Internacional
    http://www.imf.org/external/np/speeches/2001/062501.htm

    “Argentina country commercial guide
    2002”

    Home Page de USA Trade
    http://www.usatrade.gov/Website/CCG.nsf/CCGurl/
    CCG-ARGENTINA2002-CH-2:-00539121

    “La Década de Menem”,
    MERCADO , julio de 1999.
    http://www.mercado.com.ar/mercado/
    vernota.asp?id_producto=1&id_edicion=979&id_nota=25