El hilo se corta por los más chicos

    El negocio de la indumentaria viene perdiendo terreno desde 1998. Ese año, el sector facturó algo más de US$ 8.300 millones, en tanto que el año pasado sus ventas no llegaron a US$ 6.000 millones, según se asegura en un reciente estudio de la Cámara Argentina de la Industria de la Indumentaria.


    Las razones de la baja facturación son básicamente dos: caída de precios, impulsada por el ingreso de productos importados, que cada vez ganan más espacio en este mercado (ver Gráfico 3.28) y el vuelco de los consumidores a la compra de productos de contrabando.


    El Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) asegura que entre 1999 y el 2000, los productos de indumentaria y calzado registraron una baja de 11% en sus precios. Al mismo tiempo, la ropa, zapatos y zapatillas importados vieron crecer su facturación casi en igual porcentaje.


    Por otra parte, la Cámara Argentina de Comercio (CAC) estima que en la Argentina la venta callejera de indumentaria de contrabando y productos piratas suma la fabulosa cifra de US$ 15.000 millones anuales, más del doble que la venta de ropa y calzado en hipermercados y shoppings.


    Así las cosas, en las calles pueden encontrarse, de acuerdo con el relevamiento de la CAC, remeras Lacoste por $ 12, o pantalones Adidas a $ 10.


    Entre la competencia legal e ilegal, los negocios de indumentaria comenzaron a sufrir importantes transformaciones. Ejemplo de ello es la tradicional cadena Etam que, según informaciones periodísticas, desde junio entregó en franquicia 46 de sus 49 locales a un conjunto de 15 proveedores agrupados en cuatro sociedades. Univista, un grupo de importadores ­entre los que se encuentran las firmas Sirfil y Logical­, se quedó con 32 puntos de venta; Impecor, un fabricante de sweaters local, obtuvo seis; Carlos Rizzo, empresario de larga trayectoria en el rubro, se llevó cinco, y Textiles Asfoura los tres restantes.


    Si bien Etam incursionó en el sistema de franquicias hace unos 15 años, la novedad radica en que ahora ya no se hace cargo de la provisión de la mercadería: su manejo pasó a manos de los franquiciados, quienes le pagan a la empresa un royalty de 5% por el uso de la marca. Así, la firma encontró un modo alternativo de atender sus deudas con los proveedores, preservar las fuentes de trabajo y resolver el problema del abastecimiento de los locales por falta de capital.


    Otra de las alternativas a las que recurren las marcas en medio de la crisis es la ampliación de su target. Paula Cahen D´Anvers, EF, John L. Cook, Osh Kosh y Mistral decidieron ingresar en el rubro de la ropa para chicos, que escapa a la baja en las ventas del resto del mercado.


    Y parece que la estrategia cuenta con buenos resultados ya que controlan 10% de las ventas de ese segmento y hasta amenazan con quitarles el liderazgo a las marcas tradicionales del rubro, como Cheeky y Mimo, que mueven un negocio valorado en US$ 200 millones anuales. Observadores del sector indican que mientras el negocio se derrumba, el segmento de los chicos crece a razón de 10% por año. Las razones de la aceleración pueden encontrarse en cuestiones afectivas: los padres siempre están dispuestos a realizar un sacrificio para que sus hijos usen las marcas a las que ellos ya no pueden acceder.

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