El paquete económico anunciado por Domingo Cavallo el 15 de junio acentuó un rasgo diferenciador en la estrategia del ministro: el nuevo y nutrido arsenal de medidas apunta a promover el crecimiento de la demanda, tanto por la vía del consumo interno como a través de las exportaciones y las inversiones.
Al desmontar, en buena parte, el andamiaje impositivo con que José Luis Machinea se ganó la inmediata antipatía de la clase media, Cavallo apostó a mejorar los ingresos de las familias que perciben más de $ 1.500 mensuales, con la esperanza de que sus decisiones de consumo lubriquen la trabada maquinaria de la economía.
Para los sectores de ingresos más bajos (trabajadores con sueldos inferiores a los $ 1.500) hubo apenas un gesto simbólico: los empleadores podrán pagar hasta $ 150 con los denominados tickets canasta, que no están sujetos a descuentos previsionales.
Se buscó, también, estimular la inversión en viviendas (e impulsar, por lo tanto, la actividad de la construcción, un tradicional generador de empleo) con el aumento del tope deducible del impuesto a las ganancias de los intereses de los créditos hipotecarios.
Una palabra que empieza con “d”
Pero la medida más impactante vino envuelta en una novedosa e imaginativa expresión: el factor de empalme, que para muchos no es más que un eufemismo para encubrir una devaluación, al crear un esquema diferencial que introduce en las operaciones de comercio exterior un tipo de cambio flotante, determinado por el promedio entre el dólar y el euro, lo que, al momento de anunciarse la medida, establecía una depreciación del peso de alrededor de 8%.
Cavallo se adelantó, de este modo, a la anunciada implantación de la canasta bimonetaria, al empezar a aplicarla en las exportaciones e importaciones, y recuperó el uso (aunque sólo sea, por ahora, parcial) del instrumento cambiario, que él mismo había vedado en su anterior tránsito por el Palacio de Hacienda.
Terminaron teniendo razón, así, quienes venían advirtiendo que a Cavallo no le tiembla el pulso a la hora de emprender riesgosas manipulaciones de la convertibilidad, pero que no despliega parecida audacia para tomar medidas que puedan incomodar al sector financiero. Ni en ésta ni en anteriores circunstancias críticas se decidió a permitir la rebaja voluntaria de los aportes a las AFJP para aumentar los ingresos de bolsillo de los trabajadores (como propusieron, entre otros, los economistas Pedro Lacoste y Javier González Fraga) o a gravar con impuestos la renta financiera. “Eso de que no le habla a los mercados puede o no ser cierto, pero no hay duda de que los escucha y finalmente los obedece”, reflexionó, con amargura, un economista cercano a la Alianza.
Es cierto, sin embargo, que no son precisamente razones sentimentales las que inducen a Cavallo a calzarse guantes de seda para tratar con los bancos y los fondos de pensión; ellos son, hoy por hoy, los principales tenedores de bonos argentinos, lo que les otorga un enorme poder de presión.
Otra cosa que no hizo Cavallo, porque el estado de penuria fiscal no se lo permite, es bajar el IVA, aunque prometió que en algún momento (quizás en el transcurso de los próximos dos años) lo hará retroceder a 16%. Pero, por ahora, prefirió seguir incorporando sectores a la aplicación del tributo, esta vez el transporte urbano, que pagará 10,5%.
El fracaso de un gran éxito
Para algunos observadores, tras el frondoso árbol de las medidas anunciadas el 15 de junio (otro viernes memorable en este ajetreado año) se esconde el reconocimiento de un fracaso, paradójicamente precedido de un contundente éxito.
El canje de bonos de la deuda argentina, una tarea que absorbió durante semanas los desvelos y las esperanzas del equipo económico, y para la cual Cavallo no dudó en emprender raudas vueltas al mundo en búsqueda de apoyo, llegó a superar, por su monto, las más ambiciosas expectativas. Pero la operación no consiguió lo que, en definitiva, era su más inmediato y difícil objetivo: empujar hacia abajo el riesgo país y, por lo tanto, las tasas de interés.
Poco después de la triunfal concreción del megacanje, el riesgo argentino volvía a instalarse por encima de los 900 puntos. La parábola del blindaje otra gigantesca operación en la que empeñó su destino el equipo de Machinea parecía repetirse como una maldición.
Otro factor de importancia crítica, que obligó a la búsqueda de remedios drásticos, fue la devaluación brasileña: con el real instalado por encima de 2,40 frente al dólar, la convivencia con el principal socio comercial se tornaba peligrosamente asfixiante.
Y a todo esto se sumó la verdadera cuestión de fondo, que es la férrea persistencia de la recesión. En mayo, la producción industrial descendió 2,8% con respecto a un año atrás, lo cual encendió otra luz roja en el tablero de comando de Cavallo. Porque, aunque se admita que este año ya está perdido para el crecimiento, se torna imperioso que el último trimestre muestre alguna mejora, de modo que el 2002 arranque con cierto impulso.
Esta es una señal que demandan no sólo los mercados, sino un electorado que se asoma a los comicios de octubre con un humor que puede resultar desastroso para la Alianza. Lo cual, a su vez, parece vincularse con otra ausencia notoria en los anuncios de junio: no hubo medidas que condujeran a una reducción adicional del gasto público. En ese sentido, éste es “un paquete Alfonsín-compatible”, como señaló el economista José Siaba Serrate. Todo indica que los gastos del Estado sólo bajarán por efecto de las siempre anunciadas y largamente demoradas reformas estructurales, que lleva tiempo aplicar y tardan en notarse.
La urgencia por conseguir más recursos fiscales quedó expuesta a través de la baja, en algunos casos, y la desaparición, en otros, de los reintegros a las exportaciones, lo cual, aun contabilizando la reducción en ocho puntos de los aranceles de 35% a la importación de bienes de consumo, le dejaría al fisco un salto positivo de $ 600 millones.
Como tampoco esto pareció suficiente para limitar el déficit público a los márgenes acordados con el FMI, Cavallo anunció poco después otro incremento al impuesto a las transacciones financieras, llevándolo a 0,6%, lo que aportaría una recaudación mensual de $ 420 millones ($ 120 millones más que con la anterior alícuota de 0,4).
Del círculo virtuoso a la rueda de la fortuna
Más allá de la compleja ecuación macroeconómica que plantea el nuevo paquete, es natural e inevitable que surja el interrogante acerca de quiénes ganan y quiénes pierden con las medidas. Para empezar, es preciso tener en cuenta que ésta es, en los hechos, una devaluación contra el Mercosur (razón por la cual requirió la aceptación previa del gobierno brasileño). Los exportadores que operan dentro de la zona de libre comercio no recibían reintegros y ahora tienen un dólar más caro, que los hace más competitivos y aumenta sus ingresos en pesos. Lo mismo vale para los productores agropecuarios, que tampoco eran acreedores a los reintegros.
Los exportadores de productos con mayor valor agregado que comercian fuera del Mercosur recibían reintegros superiores a 8%, y se perjudicarán si se licua el beneficio otorgado por la diferencia de paridad entre el dólar y el euro, porque ya no se volverá a los niveles de reintegros anteriores al empalme.
Los industriales que deban recurrir a insumos importados verán subir sus costos, porque la diferencia cambiaria sólo se deducirá de los aranceles a los bienes de consumo final. Claro que esto podría resultar favorable para algunos productores argentinos que compiten con las importaciones en el mercado local. En el caso de las importaciones provenientes del Mercosur, deberán absorber plenamente el efecto del empalme, porque (excepto el azúcar) no pagan aranceles.
Claro que todo esto no hace más que trazar un nuevo mapa para las negociaciones sectoriales, donde los empresarios procurarán que se introduzcan los ajustes que cada situación requiera.
Las dudas fundamentales se concentran, en definitiva, en torno de la verdadera potencia reactivadora de las medidas. Entre los economistas que opinan que el remedio recetado por Cavallo es demasiado tardío y la dosis demasiado escasa predominan los siguientes argumentos:
- Si el euro se recupera frente al dólar, desaparece el beneficio
cambiario para los exportadores. Como ésta es una cuestión impredecible,
no hay una garantía que aliente las inversiones en actividades productivas
de bienes transables. - Los inversores pueden interpretar esto como el comienzo del fin de la convertibilidad,
y su desconfianza haría subir el riesgo país, con lo que las
medidas reactivadoras tendrían un efecto contrario al buscado. - Estos mecanismos tan complejos abren la puerta sobre todo en la Argentina
a maniobras ilícitas, como subfacturar importaciones y dibujar
exportaciones. - Una política impositiva que cambia con tanta frecuencia es muy mala
señal para quienes planean inversiones a largo plazo. - Salen perdiendo los exportadores de productos con más valor agregado,
que recibían reintegros más altos. - La reactivación del mercado inmobiliario depende sobre todo de la
confianza de los consumidores; el otorgamiento de beneficios impositivos tiene
un efecto muy marginal. - La rebaja del impuesto a las ganancias llega a una franja relativamente
minoritaria de contribuyentes que, por su nivel de ingresos, tienen sus necesidades
básicas satisfechas, y pueden permitirse volcar la diferencia al ahorro,
más que al consumo, si persiste la incertidumbre acerca del futuro.
Canillas que se cierran
Pocas horas antes de que Cavallo presentara su nueva obra de ingeniería, el economista Carlos Pérez, de la Fundación Capital, dio una charla para empresarios invitados por el Scotiabank Quilmes, en la que describió un cuadro de situación que no parece haber cambiado en ningún aspecto fundamental bajo los efectos del empalme. Estas fueron algunas de sus reflexiones.
- La convertibilidad fue, en su momento, una decisión que los mercados
le impusieron a Cavallo, para cerrar el grifo de la emisión monetaria.
Ahora le están cerrando la canilla de la emisión de deuda para
financiar el déficit fiscal, como lo demuestra el hecho de que, en
los últimos ocho meses la Argentina casi no accedió al mercado
de crédito voluntario en el exterior. - Con el megacanje, la economía salió de la terapia
intensiva, pero sólo para pasar a la intermedia. Persisten problemas
fundamentales: el país sigue estando lejos de la solvencia fiscal,
de la competitividad y del crecimiento. - El consumo, las exportaciones y la inversión, que son los tres motores
básicos del crecimiento, están funcionando con problemas. En
los últimos dos años hubo una retracción de 10% en el
consumo. En el 2000, la inversión per cápita fue 25% inferior
a la de 1998 y permanecerá inhibida mientras no bajen las tasas de
interés. Las exportaciones apenas aportan 10% del PBI y dependen de
factores fundamentalmente exógenos. - Están vedadas las dos fuentes de recursos que alimentaron los últimos
períodos de crecimiento en la década pasada. Entre 1996 y 1998,
se apeló al endeudamiento. En 1991-94 la palanca fue el programa de
privatizaciones. Y es poco lo que se puede avanzar en ese terreno. (“Ya vendimos
las joyas de la abuela, ahora apenas queda la ropa interior”, fue la colorida
metáfora usada por Pérez). - Resulta bastante difícil que el riesgo país de la Argentina
baje mientras el riesgo brasileño se mantenga alto. Y el socio mayor
del Mercosur enfrenta una situación complicada, con una prevista retracción
del ritmo de crecimiento, dificultades para cumplir con las metas del FMI,
devaluación del real y restricción monetaria para contrarrestar
el efecto inflacionario de la devaluación.
Otra advertencia formulada por Pérez fue que existe una contradicción económica fundamental en el esfuerzo por combinar una política cambiaria rígida con una política fiscal expansiva, y, más temprano o más tarde, una de las dos tiene que ceder. Por lo que se vio el 15 de junio, Cavallo cree que la opción de seguir tirando de las riendas del gasto está agotada, y ha decidido empezar a transitar el segundo camino, el que empalma con la salida de la convertibilidad tal como se la conoció hasta ahora.
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